Alberto Buela (*)
Gracias a unos jóvenes amigos
acabamos de recuperar este texto que se remonta a la época en que éramos
becarios del Conicet bajo la dirección de Ricardo Maliandi. Nosotros
abandonamos luego, por nuestra propia decisión, la institución porque estos
trabajos ni siquiera eran leídos, sino cajoneados como casi todos los informes
nuestros y de otros. Esta actitud ramplona durante los años 70, 80 y 90 dio al
traste con la filosofía hecha en Argentina, de ahí que no haya surgido ningún
filósofo genuino en estos últimos 50 años. A lo más que llegamos fue a buenos
investigadores, pero como “especialistas
de lo mínimo”.
Una reflexión sobre el prefacio de
la “Filosofía del Derecho”[1]
de Hegel, siempre es bien acogida en especial en razón de haber sido producto
de un ejercicio filosófico que, unido a la praxis política, hace que Hegel visto desde América en las postrimerías
del siglo XX pueda fecundar con plenitud y marcar nuevos procesos de reflexión
y de búsqueda filosófica.
Lejos está de nuestra intención
escribir un comentario más al Prefacio de
la filosofía del derecho de Hegel, puesto que cualquiera de los eruditos
europeos sobre el tema lo hará, sino mejor (siempre es bueno conservar un sano
orgullo) por lo menos igual. Sea ello por la proximidad a las fuentes
(manuscritos, diversas ediciones críticas, etc.) sea por la puntillosa especialización
a que se limitan hoy los investigadores del viejo continente. Nosotros, en
tanto aprendices de filósofos pertenecientes a estas tierras del sur de
América, seguimos siendo aún, “maestros generalidades”. Esto es, dado un tema
intentamos ubicarlo “en una totalidad de sentido”. Es decir, somos conscientes
de nuestra particularidad - no nos creemos “el hombre universal” tal como la hizo
conciencia europea hasta 1945- pero tenemos la obligación, en tanto que
pensamos que hacemos filosofía, de darle a ésta particularidad, una
“universalidad de sentido” que haga, que pueda “ser reconocida” por el hombre
de toda latitud como tal.
Comienza Hegel declarando que el
objeto de la publicación de esta obra, es que sea una guía para sus alumnos.
Este compendio se originó en la medida en que agregó anotaciones. Aquí se
entiende por compendio, aquello que abarca la investigación completa de una
ciencia. Pero éste sin embargo “no es una
compendio por el método originario que constituye su elemento director” (p.
12). Este método es el dialéctico
(Cfr. 31).
Ahora bien, en filosofía un
compendio no tiene sentido, pues ésta es considerada como el tejido de
Penélope, un rehacerse continuo. Así la filosofía, según Hegel, será el propio
tiempo que se comprende a sí mismo.
Nuestro autor va a polemizar a
través de todo el Prefacio con tres amplios frentes: el Romanticismo, el
Idealismo y el correlato político de ambos: el Liberalismo.
El Romanticismo es un movimiento
cordialista - se basa en razones del corazón- en donde las leyes de la vieja
lógica (lógica aristotélica) son descartadas pero sin hacer una crítica de
base, como se hace en la Ciencia de la Lógica, sino que - esto es lo que
critica Hegel- se las descarta para caer en una intuición de índole sentimental
que es, por lo demás, contingente. “La
comprensión, dice, de la necesidad de esta diferencia es lo que permitirá
arrancar a la filosofía de la ignominiosa decadencia en la cual ella ha caído
en nuestros días. Se ha reconocido, o, a falta de un conocimiento verdadero, se
ha simplemente sentido que las formas y reglas de la antigua lógica de la
definición, de la clasificación y del silogismo que contienen normas del pensar
del entendimiento, no estaba tampoco adaptadas a la ciencia especulativa. Se
las ha abandonado entonces como meras cadenas, hablar arbitrariamente según
el corazón, la imaginación o la intuición accidental, pero puesto que
también debe haber reflexión y relaciones entre pensamientos, se recae
inconscientemente en el despreciado método de la deducción y el razonamiento
habituales” (p. 12)
El idealismo o filosofía de la
reflexión, del entendimiento o de la representación, está para Hegel encabezado
por la figura de Kant. Esta filosofía sobre la base de la subjetividad del yo
se remonta a una cosmovisión que en la última instancia es caprichosa porque es
personal y subjetiva. El esfuerzo de Hegel, es el esfuerzo de todo pensador que
busca establecer el criterio de verdad válido universalmente. En una palabra
tiene la pretensión de universalidad en sus juicios.
El fruto del Idealismo es, en la
realidad socio-política, el Liberalismo. Éste sobre la base del respeto al
individuo y de su libre acción disuelve la Eticidad simple -la integración del
hombre a la comunidad a través de organizaciones que mediatizan su capricho -
en un sinnúmero de antojadizas opiniones personales.
Es a partir del cuarto párrafo es
que comienza Hegel específicamente la crítica al idealismo kantiano, al
romanticismo y al correlato de ambos: el liberalismo. Hace notar de qué manera
en la filosofía se va produciendo un envilecimiento debido a la posición
individualista, donde cada uno juzga sobre todo según su criterio. Aunque es
evidente que: nadie, porque tenga pies puede pensar ser zapatero.
Aquí se ubican aquellos que
sostienen la imposibilidad de conocer lo universalmente reconocido y válido, ya
sea porque aducen que son infinitas la opiniones distintas, ya porque buscan
distinguirse por vanidad a través de su opinión particular.
Con respecto al Romanticismo que es
la otra pata sobre la cual se apoya la filosofía liberal, cuando ésta sostiene
la “la verdad vendrá del pueblo”; Hegel se opone a este concepto de Soberanía
Popular porque no tiene racionalidad, no es orgánico. La soberanía es del
Estado en cuanto tal y por tanto de las instituciones que lo constituyen. “La soberanía popular pertenece a la confusa
concepción en cuya base se encuentra la rústica representación de pueblo, el
pueblo considerado sin monarca (sin organización diríamos nosotros), es la
multitud uniforme que ya no es el estado y en la que no corresponde ya ninguna
de las determinaciones que sólo existen en la totalidad formada, en sí,
soberanía, gobierno, jurisdicción, magistratura, cualesquiera de las órdenes”
(Cfr. 279)
Hegel contrapone al populismo
liberal - esto es, a la idea de que el “pueblo suelto” constituye de por sí un
valor soberano - el sentido de lo popular- esto es, la idea de que el “pueblo
organizado” es el fundamento de la soberanía de las naciones. Esta clara
distinción entre populismo liberal y sentido de lo popular es clave para
entender a Hegel desde una óptica marxista o desde una mirada del nacionalismo
orgánico popular.
Hegel es terminante con respecto a
la voluntad popular, por eso va a estar total y absolutamente en contra
de Rousseau, porque éste parte de la base que la voluntad popular es el último
criterio, mientras que para Hegel, la voluntad popular va a ser tal siempre y
cuando sea una voluntad orgánica. Por eso va a decir que la única voluntad
popular viene del pueblo considerado con su monarca (Hegel sostiene una
monarquía constitucional que en esa época estaba de moda) y sin la organización
necesaria e inmediatamente vinculadora de la totalidad, es una multitud que no
va a ningún lado. Por otra parte esta voluntad popular es concebida en Rousseau
como lo común, lo general, pero surge de una voluntad individual en
cuanto consciente, y no como voluntad general concebida como lo en y por sí racional de la voluntad,
como la concibe Hegel (Cfr. 258 obs.)
Este concepto de Hegel debe ser
relacionado con el concepto de masa, -un conjunto de cabezas y ningún
cerebro - mientras que al concepto de pueblo le atribuye siempre una cierta
organicidad.
El principal propósito de la
superficialidad institucionista y sentimental es hacer disolver la rica estructura
de la Eticidad en sí, o sea el Estado y su arquitectura racional, de donde nace
la fuerza del todo por la armonía de las partes, en un sin número de
intenciones sentimentales siempre parciales y caprichosas.
Hace luego un paralelismo entre los
románticos, Epicúreo y el Diablo del Mefistófeles de Goethe en donde,
Epicúreo representa el capricho subjetivo y el Diablo la irracionalidad. Así
citando el Mefistófeles de Goethe dice: “si desprecias el entendimiento y la ciencia, los más altos dones del
hombre, te habrás entregado al diablo y deberás perecer”. Esto nos trae a
la memoria el postrer consejo que uno de los más grandes pensadores nacionales:
“Eliminemos de la formación de nuestros
hijos los elementos irracionales que al
alma de los jóvenes y les quita el verdadero sentido de la vida: todo lo
racional e inteligible debe ser asimilado por nuestros hijos, y a la par
desechado todo lo irracional, que es definitivamente destructivo” [2]
Posteriormente realiza una crítica a
la aparente religiosidad de su época -de la cual el teólogo más representativo
es F. Schleiermarcher (1768- 1834) - en donde lo racional se ve como algo
inferior. “Con la devoción y la Biblia ha
pretendido atribuirse la más alta de las justificaciones para despreciar el
orden ético y objetividad de las leyes” (p. 51). Aquella autoconsciencia,
nuevamente acentúa la primacía de la subjetividad en el Romanticismo, de la
irracionalidad a la objetividad, frente a la racionalidad de la ley. El signo
característico que lleva en el frente es el odio a la ley. Mientras tanto para
Hegel como para Goethe vale el apotegma: “dichosa la ley que nos hace libres”.
La objetividad de la ley va a salvar
del capricho subjetivo. Nos preguntamos en este momento. ¿Por qué la sociedad
está ordenada en leyes, si más bien podría no estarlo. La ley no la siento como
propia sino que me coarta. Nosotros tenemos leyes, tenemos normas, pero al no
respetarlas podríamos no tenerlas. ¿Se podría pensar en una sociedad sin leyes?
No.
Hoy la sociedad argentina está en riesgo
de disolución porque es, casualmente, una sociedad sin normas. Y no es, que el
hombre argentino sea más o menos bueno que le italiano o japonés, sino que el
hombre al no tener normas deja de existir como tal. Son las normas las que nos
permiten dar “respuestas demoradas” como gustaba decir Ernest Cassirer, pues de
lo contrario quedamos dependientes de nuestras reacciones instintivas y
arbitrarias. Contrariamente a lo que se piensa respecto de la libertad del
loco, en el sentido que es libre porque “hace lo que quiere”, sin embargo si
nos detenemos en el análisis, observamos que el loco es el menos libre de los
hombres pues es esclavo de sus propias pasiones e instintos.
Así, a modo de ejemplo, si el
semáforo rojo indica invariablemente en toda sociedad moderna prohibición de
transponerlo, y sin embargo en nuestra sociedad no hay quien lo respete, ello
nos está indicando que vivimos pendientes del capricho del otro. Nuestra vida
no tiene consistencia ética pues dependemos de la caprichosidad subjetiva del
prójimo. Según Hegel ésta sería por excelencia la situación social pésima: la
irracionalidad, la arbitrariedad, la subjetividad como norma. Lo óptimo sería a
su vez que la ley sea la expresión de los propios deseos. O como afirmara de
manera reiterada el más significativo político argentino en lo que va del siglo
XX “Dentro de la ley todo; fuera de la
ley nada” [3].
En este sentido afirma Hegel que “el criminal reclame su castigo como su
derecho”.
La norma es que el criminal reclame
su castigo como su derecho, que el criminal vaya a prisión y diga “yo tengo el
derecho expreso: castígueme”. Esto sería el colmo del criminal, el arquetipo
del criminal. Ello, a su vez, pone en contradicción el derecho legal, en el
sentido que éste último no es suficiente para reglar las relaciones entre los
hombres y entonces es necesario pasar a otra etapa de la moralidad.
Aquella autoconciencia que basa el
derecho en la convicción subjetiva, en el capricho personal no es más que una
autoconciencia alienada, puesto que la objetividad de la ley se le presenta
como lo otro distinto de sí misma. Esta autoconciencia juzga a la ley
como un obstáculo, como algo muerto y frío que se le enfrenta y por ende
comprende la ley, no se reconoce a sí misma, en la ley sino como “siendo otra”,
se reconoce alterada.
Cuando en realidad toda
autoconciencia se sabe propiamente a sí misma en lo que se satisface.
Luego considera la situación de la
filosofía y la política. Diciendo que el Estado muestra total indiferencia
hacia la filosofía de la cátedra. Cuando en realidad tiene que tomar en serio a
esta filosofía puesto que es pública, puesto que el Estado es el que mantiene
la cátedra. Lo que ha sucedido es que la superficialidad con respecto a la
Filosofía, al Derecho y sobre todo al Deber lleva en sí las normas que
constituyen la fatuidad. Esta fatuidad está dada por los principios sofistas
como son, las opiniones subjetivas, es el sentimiento subjetivo y la convicción
individual.
Más adelante dice que la filosofía
de la reflexión o sea el Idealismo kantiano ha degradado el saber filosófico-
años después aunque desde otra óptica Franz Brentano va a afirmar lo mismo- por
tanto la crítica insolente y desconsiderada que se hace a la filosofía tiene,
por un lado, razón debido a la superficialidad y al estado nivelado en que la
filosofía se encuentra, y por otro lado, la crítica tiene su fuente en aquel
elemento subjetivo sobre el cual sin saberlo se encuentra dirigida.
Hoy por hoy pasa exactamente lo
mismo, el respecto a la filosofía y al pensamiento filosófico es nulo porque,
en realidad, no existe el pensamiento filosófico. Existe el “ganapan” de la
filosofía que se sienta en la cátedra y repite los manuales permanentemente,
pero no piensa en su propio tiempo, y desde sí. Es decir, un profesor de filosofía
que repite un manual o un texto, en el mejor de los casos llegará a ser un
erudito en tal o cual filósofo, pero de ninguna manera corre el riesgo del
pensamiento y pensar a su propio tiempo y desde su propia comunidad nacional.
Es decir teniendo en cuenta el genius
loci - el clima, suelo y pasaje - a partir del cual surge todo preguntar
que se precie de genuino. Todo esto es lo que debe hacer el filósofo y esto es
justamente lo que el profesor de Filosofía no hace. Por que es esclavo del
falso concepto de “saber filosófico” como universalidad neutra predicable de
todo hombre, allende las circunstancias que hacen de él un “esto”, un “algo”
concreto. Entonces como no lo hace, se canaliza la falencia a través de la
politización en una especie de filosofía mundana, de la coyuntura diaria. De
allí la importancia del marxista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) donde
éste se compromete con la realidad política y busca que su mensaje filosófico
sea entendido a nivel de la comunidad por aquellos hombres que la condicionan
para, a partir de allí, lograr la transformación del estado demo-liberal.
Hoy por hoy, y sobre todo en una
sociedad como la nuestra, que es una sociedad periférica, dependiente, donde la
filosofía se transforma en un lujo para entretenimiento del entendimiento, y de
los satisfechos del sistema o en un juego de conceptos, para los profesores
conferencistas. Un filósofo, máxime un filósofo de un país como el nuestro
donde no se puede vivir de filosofía, tiene que comprometerse con la realidad
en que vive, comprometerse de la manera más alta, más elevada, más noble
posible, pero tiene que comprometerse porque sino no puede pensar; y ahí
entraría en una contradicción con lo que dice la filosofía europea que se ha
pensado a sí misma como, el centro del mundo, y la norma de todo pensar humano.
Es decir si decimos que un filósofo
no puede pensar si no se compromete con su tiempo hoy aquí en Argentina,
estamos diciendo que nuestro pensamiento además de expresar la particularidad
que nos es propia va a ser válido cuando se haga valer universalmente, y como
esto los europeos no lo van a admitir porque padecen de un solipsismo cultural
de 2000 años, entonces hay que buscar las categorías propias para expresarlo. De
lo contrario no saldríamos de la trampa de hibrides
que nos achaca el pensamiento europeo.
Esta es una de las problemáticas que
nos lleva a Hegel, según nuestro entender.
Pero toda esta filosofía - del
entendimiento o académica - que no es más que erudición pedantesca, al ser
puesta por un lado en la más íntima relación con la realidad como en el caso de
los derechos y deberes y por otro ante la necesidad de la cosa por parte de la
ciencia; ha mostrado una franca ruptura entre ella y la realidad. La filosofía
no es eso; no es la indagación de algo más de la filosofía, sino que es el
sondeo de lo racional, es la aprehensión de lo presente y de lo real. El más
allá está dado en el más acá de la realidad, puesto que ésta es finita e
infinita porque la realidad finita no es más que el desenvolvimiento de lo
infinito. Es decir, la realidad es lo que es; más lo que puede ser. Hablando a
la manera de Aristóteles, la realidad encierra tanto al acto como a la
potencia, mientras que la irrealidad al no ser, sólo corresponde la nada.
Pasa luego al tratamiento de Platón.
La grandeza de éste estriba en haber interpretado correctamente la naturaleza
de la eticidad griega. Expone el “la forma de la eticidad griega”, pero en un
momento especial, o sea, cuando aparece el elemento de la descomposición de la
eticidad simple que es el de la particularidad. La particularidad disuelve la
eticidad. De ahí que diga en el párrafo 185: “El desarrollo autónoma de la particularidad constituye el momento en
que los estados antiguos se han manifestado como desbordante corrupción de las
costumbres y como la causa decisiva de su ruina”.
Antes de Sócrates la comunidad
griega, no establecía la diferencia entre el individuo y el estado. E individuo
forma parte sustancial de la polis. Sócrates dice: “La Ley de Atenas ha sido mi
madre y mi partera, y yo muero porque no puedo ir en contra de las leyes”.
Cuando Critón le dice: vamos que tienes posibilidades de escaparte”, el dice
no, “yo no puedo escaparme porque las leyes me condenan y las leyes son
sabias”.
Pero sin embargo, ¿quién es el que
introduce l particularidad? Sócrates, Sócrates es el que levanta la conciencia
del hombre individual; no formando un todo común social-comunitario. Sócrates
es el primero que levanta la barrera de la individualidad, de la particularidad
quiebra la Eticidad griega, porque él hace avanzar el sentido de la libertad
individual, aunque Platón, no se da cuenta de ello. Y ¿cuál es la corriente que
rescata al individuo libre, singular e irrepetible? El Cristianismo. Y ¿quién
es el antecesor? Sócrates que quiebra esa eticidad simple de la Polis griega,
porque dice: “conócete a ti mismo”. Sócrates establece el juicio moral. Este es
uno de los aportes que Aristóteles le otorga a Sócrates.
La corrupción aquí se toma en el
aspecto antes descripto, se corrompe la eticidad griega, la simplicidad del
mundo griego. La relación que había entre el ciudadano y las leyes se rompe,
porque el hombre se descubre como naturalmente libre.
Por eso Hegel dice al final de la
filosofía del Derecho, ¿qué es la Historia? La historia es el avance en la
conciencia de la libertad. Porque en la antigüedad uno sólo era libre: en
Oriente el Mandarían, en Grecia los ciudadanos; con Cristo todos somos libres.
Lo que después se pone en discusión
es ¿cuál es la libertad que propone al Cristianismo?; si la libertad que
propone el Cristianismo es hacer cada uno lo que quiere (lectura liberal del
cristianismo), entonces vamos por el mal camino.
En cambio si la libertad se juzga
objetivamente, por su fruto, vamos por otro camino de interpretación. La libertad
que viene a traer Cristo se realiza en tanto que uno lo imite a él, es la
libertad objetivamente realizada, porque dice -y en eso es el único de todos
los profetas (se crea o no en Él)- que: Ego
sum via, veritas et vita. Es decir, no sostiene como el resto “Haced esto
(norma o mandamientos) y evitad aquello”; sino que dice: “Seguidme: yo soy la
norma, yo soy el camino”. Así pues “el que no está conmigo está contra mí”.
Solo es plenamente libre aquel que sigue a Cristo.
El estado antiguo erigido sobre la
base de la eticidad espiritual simple no pudo contener en sí las antítesis de
la razón. Es entonces el derecho de la libertad subjetiva (parágrafo
124) el que constituye la diferencia entre la antigüedad y la Edad Moderna.
La objetivación de este principio
aparece con el Cristianismo en dos niveles, por un lado en el ámbito subjetivo
del amor y por otro en el ámbito objetivo de la moralidad. En este principio de
la libertad subjetiva, la norma universal tiene su culminación en Kant. Esta
libertad subjetiva se va a reconocer como responsable primeramente en aquellos
gestos que estaban en su propósito, pero esto no basta y debe buscar la garantía
de que la acción ha sido hecha con conocimiento de causa, es decir que estaba
en su intención cuyo correlato es el logro del bienestar. Pero esta idea de
satisfacción subjetiva, personal, y finita, da lugar a las contradicciones con
la aparición del estado de necesidad que genera un derecho de emergencia que
permite violar el derecho legítimo del prójimo.[4]
Ello pone en contradicción la moral subjetiva lo que exige pasar la otra etapa;
a la eticidad.
El estado sustancia es el que
defiende la particularidad en la propiedad privada, en familia, etc. A este
estado sustancial Platón lo combate sometiendo la individualidad sólo a través
de la comunidad de bienes y familias. Pero dice Hegel, “la idea del estado platónico contiene una injusticia contra la persona,
al considerarlo por un principio general, incapaz para la propiedad privada”
(Obs. 46).
El análisis de Platón que concluye
con el principio de que “lo rancional es
real y lo real es racional”. “Was vernüngitg ist, das ist, das ist wirklich;
und est wirklinch, das ist vernünngtig” Es dable aclarar que no debe confundirse
en Hegel la realidad (Wirklichkeit) con la existencia (Dasein) porque la
existencia en Hegel es aparición (Erscheimung) mientras que realidad es
(Wirklinchkeit). En la vida corriente se llama realidad a toda experiencia
sensible. En definitiva, lo que afirma Hegel, es que la racionalidad, es la naturaleza
última de las cosas (wirklichkeit) y ella nada tiene que ver con la apariencia
(Schein).
Dice refiriéndose a Kant que colocó
la ley en el entendimiento, en el individuo, pero el error es que esa subjetividad
se encuentra en el vacío. La conciencia subjetiva juzga como vano lo
“existente” porque va más lejos que él. Pone el acento en el más allá de lo que
ofrece, y ese más allá no es sino lo vació. A Kant lo que le interesa es el nóumeno;
no el fenómeno. No le interesa lo que aparece y así toma lo existente como
vano.
Por el contrario Hegel sostiene que
lo existente va a ser lo real, porque la apariencia va a ser lo que le muestre
la esencia. Hegel, en cierto sentido inaugura la apostura filosófica, que trata
de reconocer en la apariencia de lo temporal y pasajero lo sustancial y eterno.
La idea cuando se efectúa se
efectiviza, se vuelve exterior a sí, se manifiesta recubierta de una apariencia
múltiple. La filosofía del derecho es una tentativa de comprender y representar
al Estado como algo racional en sí, tratando simplemente de describir el Estado
tal como aparece.
Mientras que le Idealismo, a través
de Kant nos dice como debe ser el Estado, Hegel, por el contrario
intenta reconocer al Estado como el universo ético, como la eticidad en
plenitud, tal como se da en una época, Hegel es entonces, el primer pensador
del Estado moderno.
Párrafo seguido una vez más se ocupa
de aclarar que es la filosofía. Y así lo hace cuando dice “la filosofía es el propio tiempo aprendido con el pensamiento”, o
sea, el esfuerzo que hace una época para explicitarse a sí misma.
La filosofía no puede anticiparse a
su mundo presente. Citando en relación con esto último una fábula de Esopo en
donde un individuo relata a otro sus hazañas pasadas, en tierra de Rodas. A lo
cual el segundo le responde “Hic Rhodus
hic saltus·. Quiere decir: “vos fuiste famoso en Rodas, pero aquí está tu
Rodas, y aquí debes saltar”. Hegel dice: “este
tratado en tanto contiene la ciencia del Estado, no debe ser otra cosa más que
el intento de concebir al Estado como en sí mismo racional, en su estricto
carácter filosófico, nada más alejado de él que la pretensión de construir un Estado
tal como debe ser. La enseñanza que puede radicar en él, no consiste en señalar
cómo de ser el Estado, sino enseñar el universo ético es reconocido como tal.
“Esta es Roda y aquí tienes que saltar.”(p.24)
La tarea de la filosofía es concebir
lo que es; y lo que es, es la razón. En lo que respecta al hombre, cada uno es
por otra parte, hijo de su tiempo. Del mismo modo que la filosofía es su tiempo
aprendido en pensamiento. Esta es una crítica vedada al Idealismo en el
tratamiento qué este hace al Estado al profetizar como de ser no viendo que su
Rodas está aquí.
Es pertinente extender esta crítica
a todos los “modelos políticos contemporáneos” - sean corporativos,
socialdemócratas, liberales o marxistas que se aplican como recetas de validez
universal a los diferentes países sin tener en cuenta que antes que nada, un
genuino modelo político debe contemplar la idiosincrasia del pueblo donde se
aplica porque de él tiene que surgir. [5]
El Idealismo no reconoce la razón
“como la rosa en la cruz del presente”. En nota de K. Fischer a pie de página,
se hace notar la alusión por parte de Hegel a la rosa cruz que no es otra que el
símbolo de la más importante secta masónica de Inglaterra de ese tiempo; que
son los rosacruces y que ostentaba, en la época, un poder real en el mundo.
Vale decir, la razón que está
simbolizada por la rosa, no se identifica con la cruz que simboliza la
realidad. ¿Por qué la Cruz simboliza la realidad? Porque la realidad es
contradictoria para Hegel. La cruz es la contradicción de dos maderas, por eso
Cristo puede decir: “Yo soy el signo de contradicción”. La razón es meramente
subjetiva del individualismo no se reconoce como real en el presente.
El deber ser es la
insatisfacción. Cuando en realidad al filósofo le corresponde ver la
racionalidad incluida en el presente.
Sólo en la reconciliación, en la
satisfacción; que no es otra cosa que la identificación entre el que desea y el
objeto deseado, entre uno y otro, sólo ahí puede constituirse la idea
filosófica, sólo en la identidad consciente de forma y contenido. La paz más
cálida con la realidad es aquella que el conocimiento asegura, dice Hegel. Esto
último Marx, en los Manuscritos del 44, va a criticar
diciendo que la reconciliación de su alienación sólo se da en Hegel en el plano
del pensamiento, del saber y no realmente. De modo tal que si bien Hegel pensó
el mundo, la tarea -va a sostener Marx- es ahora transformarlo.
Termina el Prefacio con una crítica
al subjetivismo idealista, que al presentar la teoría de como debe ser el
mundo, llega siempre tarde. El mundo se sabe mundo cuando se ha consumado. Así
como un hombre se sabe hombre cuando ha hecho actos de hombre. Por eso se puede
decir que un niño esta siempre en potencia, de ser sabio. Un niño puede ser
virtuoso pero nunca un sabio, porque para ello tiene que haber vivido, se
necesita experiencia.
Esta crítica se fundamenta una frase
del Fausto que dice que; cuando la filosofía pinta el claro-oscuro de la
realidad, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se puede
rejuvenecer sino sólo reconocer. Este reconocer en las sombras, en las
apariencias es el núcleo vital que la anima. y no es otra cosa que la tarea del
verdadero filósofo de ahí que el búho de Minerva -símbolo de la filosofía -
inicie su vuelo al caer el crepúsculo.
[1] Hegel, J.G: Principios de
la filosofía del derecho, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1975. traducción
de Juan Luis Vermal.
[2] Anquín, Nimio
de: Escritos políticos, Ed. Inst.
Lugones, Santa Fe, 1972, p.127
[3] Perón, Juan: Conferencia del 22/1/74.
[4] Evita reiteró muchas veces el principio que guiaba su acción
política-social: allí donde hay una
necesidad, hay un derecho.
[5] Al respecto en
nuestro país está el ejemplo emblemático de la carta de Rosas a Quiroga desde
la hacienda de Figueroa en donde aquél propone demorar la sanción de una
constitución hasta tanto el pueblo no consolide un modelo político genuino,
evitando la copia de otras constituciones.