El dilema en este momento se sitúa entre universalismo
versus pluralidad y es la apuesta por la pluralidad lo que supone una auténtica
bocanada de aire fresco en este mundo globalizado.
JAVIER ELZO
El Manifiesto, 4 de junio de 2015
Leyendo el libro de Hervé Juvin La grande separation.
Pour une écologie des civilisations (Gallimard, 2013), podemos decir que una de
las características de la civilización occidental reside en el rechazo del otro
como otro, pero no por afirmación indebida del nosotros, de un nosotros
excluyente de los otros (nefasta característica, por ejemplo, de los
nacionalismos etnicistas) sino por la voluntad de imponer la mismidad
universal, la uniformidad de las personas en el mundo, personas reducidas a
individuos. Pero hay que añadir, además, que esta obsesión de la uniformización
es otra forma, más sibilina pero a la vez más real de racismo, (siempre a salvo
de experiencia de exterminación en tiempos pasados, con el colonialismo, el
nazismo, el estalinismo, etc.), pues es un racismo que niega al otro
obligándole a fundirse en el magma de la mismidad universal. La apuesta de
Hervé Juvin es un alegato a favor del otro, de todos los otros. En efecto, como
escribe Juvin, el otro no nos encierra en una relación binaria (vascos y
españoles, por situarlo en nuestro contexto) sino que, en su relación (no en su
oposición) nos abre a terceros. Si hay otro, hay otros, luego no hay soledad
posible, no estaríamos solos ante el mal, ante el enemigo. El otro reconocido
suprime toda noción de monopolio del campo del bien, de lo bueno (que estaría
solamente en nosotros), elimina toda idea de exterminación del enemigo, todo
frenesí genocida porque el otro es la expresión de la infinita diversidad de
todo lo que se siembra y palpita en nuestro derredor. De ahí el alegato por la
diferencia y la pluralidad, pues si se reconoce a los otros se reconoce, al
mismo tiempo, lo repito, una infinidad de otros lo que, a la inversa, es una
salvaguarda del nosotros.
El dilema en este momento se sitúa entre universalismo
versus pluralidad y es la apuesta por la pluralidad lo que supone una auténtica
bocanada de aire fresco en este mundo globalizado. La humanidad ha constatado
estos últimos decenios que la globalización nos ha llevado –es ya una banalidad
decirlo– a un individualismo despersonalizado e incapaz de oponerse a sus
fundamentos básicos que Juvin describe en estos términos: «La proclamación de
una era posnacional, las agresiones organizadas contra las naciones europeas y
los pueblos del mundo tienen un mismo objetivo: asegurar a la revolución
capitalista el control de un mundo único y de una sociedad planetaria de
individuos a su disposición»”.
Aunque no hay que olvidar, me permito añadir, que el
capitalismo no es uniforme. Recuérdese el importante estudio de Michel Albert
Capitalismo contra capitalismo (Paidós, 1992). Hoy lo trasladaríamos a la
distinción entre el capitalismo productivo en un Estado de Bienestar y el
capitalismo financiero, desgraciadamente imperante (por el momento) que es en
el que piensa Juvin cuando escribe que «los índices macro económico-financieros
son los que dictan las decisiones y los comportamientos sin que su verdadero
fundamento sea jamás examinado».
No otra cosa decía, el gran sociólogo Edgar Morin, a
sus 93 años de edad, en septiembre de 2014 en una conferencia en París: «La
mundialización es un movimiento totalmente incontrolado pues está propulsado
por la ciencia a su vez incontrolada. La técnica incontrolada sirve básicamente
para esclavizar al hombre. La economía está igualmente incontrolada».
De ahí, sostendrá con fuerza Juvin en las conclusiones
de su libro, la necesidad de trabajar por una ecología humana, una ecología de
la diversidad de civilizaciones que es lo contrario de la pretendida unidad del
género humano. Una ecología que tenga en cuenta las fuerzas de separación, las
lógicas de la distinción y de las pasiones y gustos discriminantes que
conforman el honor y la vida de las sociedades humanas. “Una nación que no
decide las condiciones de acceso a la nacionalidad y a la residencia sobre su
suelo no es una nación libre. Se pueden criticar esas condiciones, juzgar que
unas son mejores que otras… pero no se puede impedir a una nación que las
tenga”. En efecto, unas son mejores que otras, me permito apostillar. Hay
pueblos y naciones que acogen al diferente, al emigrante más precisamente;
otros quieren construir cada vez más muros de contención y más exigencia para
permitir la residencia del otro en su suelo.
Pero es cierto también que «una nación que se ve
dictar del exterior las condiciones de acceso a la nacionalidad, de residencia
sobre su suelo, no es una nación libre. Es una nación abierta a la invasión. Es
una nación cuya lengua, leyes y costumbres no son ya las propias sino la de los
movimientos de población que ella constatará, en su suelo, sin haberlos
escogido, soportará sin haberlos querido, y que decidirán, lengua, leyes y
costumbres, en su lugar». Pero, afortunadamente, Juvin puntualiza estas
afirmaciones para no caer en el gueto. En efecto, escribe que «no se trata de
encerrarse unos y otros en un peligroso esencialismo iletrado, que atribuya
caracteres definitivos a la religión, el origen, la raza o la nacionalidad (de
cada nación). No se trata, ni muchos menos, de encerrarse cada uno en su etnia,
en su fe o en sus orígenes en un determinismo absoluto. Pero, menos aún,
identificar a los pueblos en un modelo único, reducirlos a lo mismo, a la
conformidad y a la regla de lo único».
Como se ve, estamos en plena confrontación entre lo
singular y lo global, lo local y lo planetario. El autor apuesta claramente por
lo primero. Lo dice así: «la ecología de las civilizaciones se desarrolla en la
expresión política de la primacía de la diversidad cultural e identitaria sobre
la unidad operacional de las técnicas y de las reglas (el autor piensa en la
nuevas TIC y en la preponderancia abusiva, a su juicio, del derecho)».
Y concluye Juvin afirmando que Juvin «nuestra tarea histórica es
considerable: debemos hacer renacer la diversidad colectiva. Redescubrir que la
historia, el origen, la raza, la lengua, la fe, la cultura tienen un sentido, y
que ese sentido no es el de las jerarquías actuales, el de los niveles o
estados de desarrollo y el de las barreras sucesivas en la escala del
progreso».