La Nación, Editorial, 17-7-15
Después de años de paciente e incansable labor, la
comunidad internacional finalmente alcanzó un acuerdo detallado con Irán sobre
el peligroso programa nuclear de este país.
El talento diplomático y negociador obtuvo el éxito
que ahora es evidente. Se trata de un acuerdo negociado a la luz del día, que
interesa a la comunidad internacional toda. Porque tiene que ver con la no
proliferación nuclear, cuestión que, obviamente, poco y nada tiene de parecido
con el absurdo e ilegal memorándum de entendimiento suscripto entre gallos y
medianoche por el gobierno argentino con su par iraní. Se trata de asuntos de
naturaleza claramente distinta y, por ende, incomparables, pese a la intención
que transmitió la presidenta Cristina Kirchner.
A través de la red social Twitter, la primera
mandataria argentina recurrió a irresponsables ironías y comparó el acuerdo
entre Irán y las seis mayores potencias mundiales con el firmado por su gobierno
con Irán en enero de 2013, con el supuesto propósito de esclarecer el atentado
terrorista contra la AMIA, ocurrido en 1994. Criticó también a las
"corporaciones mediáticas nacionales e internacionales" por haber
modificado su lenguaje ahora tras haber cuestionado en su momento el
entendimiento avalado por su gobierno.
El memorándum firmado entre la Argentina e Irán es,
sin embargo, altamente desfavorable. A diferencia del histórico acuerdo
celebrado el martes pasado en Viena, el gobierno kirchnerista se ha inclinado
frente a la presión iraní, menoscabando de manera claramente inconstitucional a
la propia Justicia argentina, al designar una Comisión de la Verdad que habría
de pronunciarse en Teherán sobre su actuación, cediendo a las leyes iraníes la
suerte de la investigación sobre el más grave atentado terrorista sufrido por
nuestro país.
El acuerdo celebrado por Irán con Estados Unidos,
Rusia, China, Gran Bretaña, Alemania y Francia pone fin a la amenaza nuclear
que representaba Teherán. Esto se ha logrado al acordarse el recorte de la
producción de uranio y la verificación internacional de las instalaciones
nucleares iraníes, a cambio del levantamiento de sanciones económicas que, por
cierto, forzaron a los líderes de Irán a sentarse a negociar.
Es destacable que el levantamiento de las sanciones
sólo se producirá el llamado "día de implementación" del acuerdo.
Esto es, en la fecha en que Irán pueda evidenciar efectivamente que ha cumplido
satisfactoriamente con sus obligaciones. Esto no sucederá en el corto plazo,
sino dentro de un período que se estima entre seis y nueve meses. Recién
entonces los enormes fondos iraníes congelados en el exterior y que suman unos
150.000 millones de dólares podrían liberarse y entregarse a Irán.
El segundo obstáculo que ha quedado atrás se refiere a
las restricciones y embargos a las compras de armas por Irán, tema grave para
un país que hoy tiene tropas desplegadas en el terreno en los conflictos
armados de Siria, Irak y Yemen. Tales medidas, para las armas convencionales,
se mantendrán por cinco años, pero en materia misilística durarán ocho años
más.
El tercer tema resuelto se vincula con el mecanismo
diseñado para reimponer las sanciones de producirse eventuales incumplimientos
iraníes. Se trata de una cuestión no menor, desde que Irán no se ha ganado aún
la confianza del resto del mundo. Un panel especial, conformado por ocho
miembros en representación de los países firmantes, decidirá acerca de la
existencia o no de incumplimientos y de sus consecuencias, por simple mayoría,
lo cual evita que Rusia y China, si de pronto se aliaran con Irán, puedan
bloquear cualquier medida.
Para el caso de las sanciones dispuestas por el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la solución fue necesariamente
distinta y consistió en acordar que si el Consejo no puede resolver una
cuestión sobre esas sanciones (por la amenaza o uso del veto por parte de sus
Miembros Permanentes), las medidas levantadas se reimpondrán automáticamente.
Para Irán se abre la posibilidad de un regreso, lento,
a la normalidad económica. Pronto podrá producir y exportar hidrocarburos sin
las actuales restricciones y comenzar a invertir en la modernización de su casi
obsoleta infraestructura energética. También podrá atender otras dos urgencias
inmediatas: las de sus sectores automotrices y de aviación civil, sumidos en el
atraso y la insuficiencia. Y, más aún, el gobierno iraní del presidente Hassan
Rouhani podrá cumplir con la que fuera una promesa electoral central: la de
aumentar el bienestar de su sufrida población.
Habrá que observar de cerca si la conducta iraní
aprovecha o no la oportunidad que se le ha abierto para dejar de exportar
violencia y terrorismo y para, en cambio, trabajar lealmente con la comunidad
internacional en dirección a la paz en Medio Oriente. Nada, por cierto, está
asegurado. Aunque la extendida y fanática guerra sectaria en la que Irán está
inmerso aquella que enfrenta a chiitas contra sunnitas- no hará las cosas
fáciles. Ni en Siria, ni en Irak, ni en Yemen. La manera en la que Irán utilice
y priorice los fondos cuya disponibilidad recupere será una señal respecto del
futuro de lo convenido por ese país con la comunidad internacional.
Si, de pronto, Irán y los EE.UU. dejaran de ser
enemigos, la cooperación entre ambas naciones podría quizás resultar importante
para pacificar una región lamentablemente sumida en la violencia. Esto, de
ocurrir, previsiblemente tomará todavía algún tiempo. Ocurre que, pese al
acuerdo alcanzado en materia nuclear, Irán todavía debe edificar una necesaria
cuota de confianza ante la comunidad internacional, de la que ciertamente aún
no goza. Ello dependerá esencialmente de su propia conducta.
Por el momento, sólo puede decirse que el tiempo dirá
si la esperanza depositada en el acuerdo alcanzado en relación con el programa
nuclear iraní por parte de la comunidad internacional se ve recompensada o si
termina siendo defraudada. Pese a las incertidumbres aún no despejadas, el paso
adelante que acaba de dar la comunidad internacional, que en esto se mantuvo
positivamente unida, luce ciertamente alentador.
Queda visto que la diplomacia ha podido esta vez ser
útil a la paz. El acuerdo alcanzado es un éxito más para ella y cabe
celebrarlo, en tanto debería servir de ejemplo respecto de otras crisis en las
cuales existe alguna equivocada renuencia a recurrir a la diplomacia.