VIKTOR ORBÁN
El Manifiesto, 5-8-15
Hace un año dije que vivíamos en tiempos en los que
cualquier cosa podía ocurrir y esto sigue siendo válido hoy también. ¿Quién
podría haberse imaginado que Europa no fuera capaz de defender sus propias
fronteras, ni siquiera ante refugiados no armados? ¿Quién podría haber pensado
que, por ejemplo, en Francia las cosas llegarían hasta un punto en que el líder
de la comunidad musulmana pide al Estado francés que les transfiera las
iglesias cristianas desafectadas porque están dispuestos a convertirlas en
nezquitas?
¿Quién podría haber pensado que los EE. UU. espiaran a los
dirigentes políticos alemanes? Sale esto a luz y no, el cielo no se derrumba.
¿Y quién podría haber pensado que nosotros, los europeos, hiciéramos como si
nada hubiera ocurrido y prosiguiéramos amistosamente nuestras negociaciones
sobre el tratado de libre comercio con la parte que probablemente conozca
nuestras posiciones antes que nosotros mismos? ¿Y quién podría haber pensado,
hace un año, que se instalarían armas norteamericanas en Europa Central y que
lo que causaría un dolor de cabeza al parlamento húngaro sería si Hungría debe ponerse en la fila o no? Y
salvo nosotros mismos, ¿quién podría haber pensado que para finales de 2014
Hungría sería el segundo país con más rápido crecimiento económico de la toda
la Unión Europea? […]
Nos inclinamos a imaginar el futuro, o más exactamente
la posibilidad de conocer el futuro, como lo hacen los capitanes que navegan
hacia lo desconocido: estamos en la proa con prismáticos en la mano y miramos
atentamente las costas desconocidas. Ganará quien tenga la vista más penetrante
o mejores prismáticos. ¡Como si el futuro estuviera ante nosotros de forma
parecida a un continente aún no descubierto! ¡Como si existirera ya el futuro y
nos estuviera esperando!
No, el futuro no es así. Su característica más
importante es justamente que no está listo. Es más, no existe en absoluto, sólo
acontecerá después del presente: por eso no tiene ningún sentido mirar
fijamente hacia adelante. Más vale imaginar el futuro como lo hacen los
remadores en las regatas: están sentados
en sentido contrario al de la marcha. Sólo vemos lo que ya queda detrás
de nosotros y lo que esté en ese momento en nuestra perspectiva. Tenemos que
orientar la proa del barco hacia el futuro en función de la costa que se
manifieste ante nuestros ojos. Tenemos que descifrar el futuro de esta costa
que ya conocemos. Con otra palabras, pensar en el futuro no es una competición
para ver más lejos, sino que es una competición para mejor entender el pasado.
Ganará el que entienda más profundamente el pasado, y el que extraiga de manera
más rápida y valiente las conclusiones de él. Este es el punto de partida de
todos los liderazgos políticos y de toda planificación. […]
A veces se desarrollan fenómenos a través de los
cuales se condensa el carácter de una época. Así sucede con la actual
inmigración de asentamiento. […] Hablemos claro: el actual aumento de esta
inmigración es consecuencia de diversos procesos políticos. Los países del
norte de África antes funcionaban como baluarte de Europa y detenían a las
masas procedentes del interior de África. La auténtica amenaza no proviene de
las zonas bélicas, sino del corazón de África. Con la descomposición de los
países del norte de África, éstos hoy ya no son capaces de defender a Europa de
esas masas humanas de colosales dimensiones. Con lo cual se ha producido en muy
poco tiempo un problema de inconcebible envergadura. Estoy de acuerdo con el ex
presiidente francés, señor Sarkozy, quien hace pocos días habló en la
televisión francesa de que la actual ola inmigratoria sólo es el comienzo.
En
África viven actualmente 1.100 millones personas, de las que más de la mitad
tiene menos de 25 años. Según el Sr. Sarkozy, dentro de poco varios cientos de
millones de personas no tendrán un lugar para vivir, no tendrán agua ni
alimentos suficientes, y estas personas van a salir hacia alguna parte. Con lo
cual, lo que ya está en juego para nosotros es Europa, el estilo de vida del
ciudadano europeo, los valores europeos, y la persistencia o la desaparición de
las naciones europeas, o más exactamente su transformación hasta llegar a ser
irreconocibles.
Ahora bien, la cuestión no es sólo en qué tipo de
Europa queremos vivir los húngaros, sino si seguirá existiendo todo lo que hoy
llamamos Europa. Nuestra respuesta es clara: quisiéramos que los europeos se
quedaran con Europa. Es lo que nos gustaría. Y digo “gustaría”, porque para ello necesitamos también contar
con el deseo de los demás. Hay algo, sin embargo, que no “nos gustaría”, sino
que simple y llanamente lo queremos. Queremos —porque de nosotros solos
depende— conservar Hungría como país de los húngaros. Es importante reafirmarlo
una y otra vez, aunque parezca un cliché en nuestros círculos, pero hay que
hacerlo porque, por increíble que sea, hay quienes piensan sobre este tema de
una manera completamente distinta.
La izquierda europea ve la inmigración como una gran
posibilidad
La izquierda europea ve el problema de la inmigración
como una posibilidad y no como una fuente de peligro. La izquierda siempre ha
desconfiado de las naciones y de la identidad nacional. Consideran que la
escalada de la inmigración puede debilitar sumamente los marcos nacionales, e
incluso acabar con ellos, con lo cual se cumpliría el gran objetivo de la
izquierda cuya realización hasta ahora era imprevisible. Por lo que a Hungría
se refiere podemos ver que mientras en 2004 la izquierda utilizaba un discurso
de odio contra los húngaros del extranjero, hoy estaría dispuesta a abrazar a
los inmigrantes ilegales con los brazos abiertos. A esta gente simplemente no
les gustan los húngaros… porque son húngaros. Es lo mismo que sucede con varios
centros de poder financiero y político de Bruselas que están interesados en
suprimir los marcos nacionales, debilitar la soberanía nacional y acabar con
las identidades nacionales.
¡Imagínense qué sería de Hungría si en 2014 la
izquierda hubiera podido formar gobierno! Es un pensamiento inquietante, pero
imaginémoslo un momento: al cabo de uno o dos años no reconoceríamos a nuestra
propia patria, no reconoceríamos a Hungría, seríamos como un gran campo de
refugiados, como una Marsella de Europa Central.
También tenemos que hablar de que el aumento de la
inmigración está relacionado con el hecho de que el procidementalismo jurídico
del hombre occidental alienta moralmente a todos y cada uno de los inmigrantes,
independientemente de los motivos por los que quieren dejar su país. Porque
hay, desde luego, verdaderos refugiados, pero hay muchos más que quisieran
aprovechar las ventajas del modo de vida europeo. Ya que tantas personas nunca
podrían entrar de manera legal en el territorio de la Unión Europea, cada vez
más personas asumen y asumirán los riesgos que conlleva la inmigración ilegal.
Y puesto que la Unión Europea solamente tiene principios, pero carece de
auténtica soberanía o, por ejemplo, de guardias fronterizos, la UE tampoco es
capaz de abordar la nueva situación. Bruselas no es capaz de defender a los
europeos de las masas de inmigrantes ilegales. Como dice el ex ministro alemán
alemán de Hacienda: “El problema con la Unión Europa es que da patadas a una
lata cuesta arriba y se sorprende de que la lata vuelva constantemente hacia
abajo”. La Unión Europea empezó como asociación económica y más tarde se
convirtió también en asociación política. Hoy debería actuar como fuerza
soberana, pero para ello se debería limitar aún más la soberanía nacional. Como
dice el chiste de Budapest: primero era buena la dirección, pero lo hacían mal;
después era mala la dirección, pero lo hacían bien.
La Unión Europea, según su deber, ofrecía soluciones
reales para problemas reales, y así fue durante mucho tiempo: paz en vez de
guerra, mercado unitario en vez de fragmentación, recuperación para los más
pobres en vez de pobreza y marginación. La Unión Europea era pragmática y
relativamente flexible, gracias a lo cual tenemos sus soluciones estructurales
únicas, pero es evidente que hoy algo está estropeado. Europa se ha convertido
en ideología en vez de representar soluciones reales. Hoy ya no contempla el
problema; sólo contempla si la solución propuesta debilita o refuerza su propio
concepto cerrado de ideas. Europa se ha convertido en una obsesión ideológica:
si algo es racional y tiene éxito, pero refuerza la soberanía nacional,
entonces se rechazará; es más, será un enemigo, y cuanto más éxito tenga, mayor
peligro supondrá. Ésta es la esencia de la historia húngara.
Lo que nosotros, los húngaros hacemos, sin duda tiene
éxito, pero como no encaja en los conceptos ideológicos de Bruselas, o sea no
debilita, sino que refuerza la soberanía nacional y estatal de Hungría, es para
ellos algo rechazable. Es por eso por lo que la Unión Europea tampoco puede
solucionar la crisis griega, que es un problema práctico, para el cual se
debería encontrar una solución práctica. […]
Quizás muchos recuerden todavía que el primer país que
necesitó un paquete de rescate internacional después de la crisis de 2008 no
fue Grecia, sino Hungría. A pesar de ello, después de 2010 logramos que Hungría
fuera uno de los pocos países cuya deuda expresada en porcentaje del producto
nacional bruto no se ha incrementado, sino que se ha reducido. Si queremos
valorar y evaluar efectivamente los esfuerzos de los húngaros, echemos una
mirada vigilante a Grecia. Estamos orgullosos de haber pagado nuestra deuda al
FMI antes de su vencimiento. También queda una pequeña parte de la ayuda
recibida de la Unión, y la vamos a reembolsar a principios de 2016, a su
vencimiento. Recuerden que Hungría nunca pidió ningún aplazamiento o condición
favorable para ninguna de sus deudas. Según algunos, esto es debilidad; para
otros —y entre ellos me cuento— es una virtud. Y todo esto ocurrió de tal forma
que mientras tanto el nivel de crecimiento del producto nacional bruto ha sido
uno de los más pujantes entre los países miembros de la Unión. En la historia
de la economía húngara es raro, y en las últimas décadas incluso es único, que
los resultados interiores y exteriores hayan mejorado y la economía esté
creciendo. […]
Mencionemos por último algo de lo que en Europa no se
puede hablar por púdicas razones ligadas a la corrección política. Según las
estadísticas policiales occidentales, allí donde reside un gran número de
inmigrantes ilegales los índices de delincuencia aumentan drásticamente, al
tiempo que disminuye la seguridad de los ciudadanos. Voy a mencionar algunos
ejemplos que nos permiten reflexionar al respecto. Según la ONU —son
estadísticas de la Organización de Naciones Unidas, no del gobierno húngaro— el
segundo país en el que se dan las más altas cifras de violencia sexual es
Suecia, el cual se sitúa después de Lesotho, en el sur de África. Según un
informe del Parlamento británico de 2013, en el curso de los últimos quince
años se ha triplicado el número de musulmanes que están presos en las cárceles
británicas. En Italia, en 2012, la cuarta parte de los delitos fueron cometidos
por inmigrantes. Y así sucesivamente.
En resumen, podemos afirmar que la inmigración ilegal
amenaza tanto a Hungría como a toda Europa. Supone un riesgo para nuestros
valores comunes, para nuestra cultura común, incluso para nuestra diversidad,
al tiempo que amenaza la seguridad de los europeos y pone en peligro la
posibilidad de estabilizar nuestros logros económicos. Hungría, hasta que pudo,
intentó tomar medidas que tenían plenamente en cuenta los intereses de todos
nuestros vecinos. Pero actualmente nuestro país ha quedado atrapado entre dos
muros: no sólo llegan las nuevas oleadas migratorias de pueblos del sur, sino
que los países situados al oeste de Hungría tienen la intención de devolvernos
los inmigrantes ilegales que ya habían salido de aquí y habían entrado en
dichos países. Con lo cual estamos presionados desde dos direcciones: desde el
sur y el desde oeste, y la verdad es que no podemos soportarlo.
La cuestión de la inmigración de asentamiento es una
cuestión, a la vez, de sentido común y de moral, así como una cuestión que
atañe al corazón y al cerebro y como tal, es complicada, profunda y sensible.
Estas cuestiones sólo se pueden tratar en una sociedad si la comunidad llega a
un acuerdo. La consulta nacional húngara sobre la inmigración sirvió para ello,
y ahora me complace informarles sobre sus resultados oficiales. Durante la
consulta nacional los ciudadanos devolvieron, hasta el 21 de julio, 1.000.254
cuestionarios de los ocho millones que habíamos enviado.
Las respuestas dadas a dichos cuestionarios dan los
siguientes resultados. Más de dos tercios de los húngaros consideran importante
para su propia vida la cuestión del crecimiento del terrorismo. Tres de cada
cuatro húngaros opinan que los inmigrantes ilegales ponen en peligro los
empleos de los húngaros. Según cuatro de cada cinco húngaros, la política de
Bruselas en materia de inmigración y terrorismo ha fracasado, y por ello se
necesitan nuevos planteamientos y normas más estrictas. Casi cuatro de cada
cinco húngaros instan al gobierno a que, frente a la política permisiva de
Bruselas ,establezca normas más estrictas destinadas a frenar la inmigración
ilegal.
Normas que establezcan la posibilidad de detener a las personas que
cruzan ilegalmente las fronteras húngaras y que se las pueda repatriar en el
plazo más breve posible. También, según el 80 por ciento de los encuestados,
los inmigrantes ilegales deberían correr con los gastos de su propia existencia
hasta que permanezcan en Hungría. Son palabras duras, es una postura firme,
pero ésta es la postura húngara. Y por fin, lo más importante que subyace a
todo ello es que, según una abrumadora mayoría de húngaros, exactamente el 95
por ciento de los encuestados, en lugar de apoyar la inmigración se debería dar
más apoyo a las familias húngaras y a su decisión de tener hijos.
Se puede ver claramente que los húngaros todavía no
han perdido el sentido común. Los resultados de la consulta nacional muestran
que nuestra gente no quiere tener inmigrantes ilegales, y no comparte tampoco
la locura homicida e intelectual de la izquierda europea. Hungría y los
húngaros lo han decidido así. Esto significa que queremos seguir siendo un país
seguro y estable, una nación unida y equilibrada en el mundo inseguro que nos
rodea. Ya que probablemente tengo razón al decir que hoy puede ocurrir cualquier
cosa en el mundo, quizás no me equivoco si pienso que frente a ello, todos
queremos que Hungría sea un país donde no pueda ocurrir cualquier cosa.
Extractos del
discurso prounciado el 25 de julio por el primer ministro húngaro
Viktor Orbán en la Unviersidad Abierta de Verano de
Bálványos.