por Alberto Buela
Informador Público, • 12/02/2016
El ministro del Interior, esto es, el ministro
político por excelencia del gobierno, se juntó hace unos días, con todos los
presidentes de los partidos políticos de nivel nacional para discutir, según
dijo, la reforma política, pero en realidad lo que se discutió fue la reforma
electoral. Y así, temas como boleta única, duración de las campañas,
unificación de las elecciones (sobre 52 domingos que tiene el año calendario en
2015 hubo 32 domingos comiciales), debate obligatorio entre los candidatos a
presidente, juntas electorales, primarias obligatorias, etc., etc., son sólo
temas electorales que de reforma política no tienen nada. Sin embargo todos
los medios de comunicación (TV, radio y diarios) hablaron de reforma política.
El tema central de dicha reforma, si es que se quiere
estudiar en serio, es la crisis de representatividad política en que han caído
los partidos políticos. Éstos hoy no representan a nadie o mejor aun
representan solo a “las oligarquías partidarias” cuyo único objetivo es
perpetuarse en el poder para el enriquecimiento personal y del grupo familiar.
Ese gran pensador político que es el español don
Antonio García Trevijano en su magnífico tratado Teoría de la república lo ha
hecho notar muy bien cuando afirma que después de la segunda guerra mundial
entran en vigencia plena las Constituciones del Estado de partidos y entonces
éstos dejan de formar parte de la sociedad civil para formar parte del Estado.
Una genuina reforma política debe romper el monopolio
de la representación política que ostentan los partidos políticos y otorgar
representación a las organizaciones libres del pueblo que nacen de la vida
misma de la comunidad.
Esto el peronismo lo hizo cuando sancionó la
constitución de la provincia del Chaco en 1951 en donde se votaban diputados
tanto a través de los partidos políticos como por las organizaciones sociales
(sindicatos, cooperativas, cámaras empresarias, etc.)
Pero el peronismo es sabido que ha tenido muchas
máscaras a través de su historia y así fue filofascista con Apol, conservador
con Isabel, liberal con Menem, socialcristiano con Duhalde y Cafiero para,
finalmente, terminar como socialdemócrata con los Kirchner. Vaya uno a saber
que máscara adoptará de ahora en más.
Con la caída del Muro del Berlín y la implosión
soviética la tensión entre izquierda y derecha va desapareciendo. La izquierda
aceptó la economía de mercado y la derecha adoptó posiciones culturales de la
izquierda.
El progresismo y los derechos humanos son la bandera
que comparten una y otra. Y en ese sentido son intercambiables. Así, en estos
ámbitos los hombres y programas de Kirchner o de Zapatero son, mutatis mutandi,
los mismos que los de Macri o de Rajoy.
Y si el votante del pueblo no vislumbra una diferencia
fundamental entre izquierda y derecha, observa el pensador francés Alain de
Benoist, es por ello que su voto es errático: en una elección vota a uno y en
otra a su contrario. Así la justificación o legitimación de la política no se
funda en los valores que sustentan los partidos sino en la mayor o menor
legitimidad de las demandas de los grupos de presión.
Hoy la política como ciencia arquitectónica de la
sociedad, según propiciaban Platón y Aristóteles, ha desaparecido.
De modo tal que hay que volver a la política, a la
recuperación de un Estado fuerte, que tenga capacidad de sanción y al mismo
tiempo a una economía libre que pueda ser vigilada, evitando así el desmadre
que produce la ambición desmedida de los hombres cuando carecen de sanción.