La Nación, editorial,
13 DE MAYO DE 2016
Una natural controversia ha despertado la saludable
decisión del gobierno de la provincia de Buenos Aires de modificar el régimen
de calificaciones en el nivel primario y retornar, con la llegada de los
boletines escolares en junio, a la vigencia de los aplazos para los alumnos de
cuarto a sexto grado cuyas calificaciones estén entre 1, 2 y 3 puntos. Por otra
parte, para los alumnos de primero a tercer grado que no cumplan con los
objetivos de su nivel, la calificación oscilará entre "insuficiente"
y "aún no satisfactorio", al tiempo que volverá el
"sobresaliente" como la mejor evaluación académica. Hasta ahora, los
docentes sólo podían calificar con "muy bueno", "bueno" o
"regular".
La innovación ahora introducida modifica el llamado
Régimen Académico de Primaria, que rigió durante todo el ciclo 2015 y que, en
su momento, había originado fuertes rechazos por la supresión de los aplazos,
ya que de esa manera el pasaje de grado no presentaba exigencias. Sus
defensores esgrimían que este régimen permitía contener en la escuela a los
alumnos cuyo aprendizaje fuera insuficiente, al tiempo que juzgaban que los
aplazos resultaban "estigmatizantes".
Reconocidos especialistas consideran que lo que en
realidad estigmatiza no es la mala nota, sino el aliento a la ignorancia y una
cultura que deja de lado el esfuerzo personal.
Cuando, en nombre de un falso progresismo y de una
inclusión que debe buscarse mediante otros caminos, se pretende dejar de lado o
minimizar las evaluaciones, el resultado normalmente no es otro que la
nivelación hacia abajo.
La evaluación aplicada sistemáticamente es un recurso
universal para seguir la marcha del proceso de aprendizaje de cada alumno en la
escuela. Esa evaluación debe ser continua y fundarse en razones objetivas que
la justifiquen y sean bien comprendidas por el alumno y su familia. En verdad,
la evaluación constituye un indicador del rendimiento del alumno, que orienta
sobre la necesidad de mejorar o de mantener los esfuerzos del aprendizaje y,
según los casos, las consecuentes conductas por seguir, ya sea de mayor apoyo y
búsqueda de soluciones para sus dificultades o bien de aliento para que no decaiga
su rendimiento positivo. También la evaluación abre interrogantes al docente:
¿hasta dónde ha logrado motivar a sus alumnos al estudio?, ¿qué más puede hacer
para que mejoren los rendimientos?, ¿qué otros recursos emplear para estimular
al que no se esfuerza?
Desde luego, es básico que el alumno sea evaluado con
objetividad y justicia y que de ello tenga clara conciencia. Es indispensable
que, cuando sus calificaciones sean bajas, sepa por qué, a fin de que aprenda a
corregir errores y comprenda que una mejor evaluación está a su alcance si pone
el esfuerzo intelectual y la buena voluntad para lograrlo.
Al examinar el tema planteado, se advierte que el
punto débil de la decisión tomada reside en que el retorno a formas de
evaluación anteriores ha sido inadecuado. La lógica de los cambios que se
promuevan exige que las reglas del juego se conozcan antes de empezar a jugar.
Aquí se ha operado de otro modo y por ello no es asombroso que formulen
críticas los mismos docentes y haya dificultades de comprensión para los
padres.
Una medida acertada en sí misma puede resultar
insatisfactoria para quienes no han recibido suficiente información a tiempo,
sean padres, alumnos y, desde luego, también las autoridades y el cuerpo
docente, que tienen la misión de transmitir y poner en marcha la nueva forma de
evaluación.
Las calificaciones en la escuela tienen antiguas y
sabias raíces que, cuando se aplicaban correctamente, se aceptaban como un
recurso necesario. La reinserción parcial de ellas junto con el regreso del
posible aplazo y del "sobresaliente" son procedimientos que necesitan
ser bien comprendidos y aplicados. Sobre esas bases de acción positivas puede
esperarse su aceptación y el beneficio deseado para el proceso de aprendizaje.
Si no hay exigencia por parte de los docentes para
obtener el mejor rendimiento posible de cada alumno, si no se rescata la
cultura del mérito y del esfuerzo, y se continúa procurando nivelar hacia
abajo, la educación argentina seguirá cayendo en un profundo pozo, como lo
vienen reflejando desde hace años distintas evaluaciones nacionales e
internacionales.