Augusto Zamora R.
El Manifiesto, 13 de mayo de 2016
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La isla griega de Lesbos convertida en prisión, millón
y medio de refugiados atascados en distintos países, cerrazón comunitaria a buscar
soluciones al problema y, por último, premio a Turquía de 3.000 millones de
euros —duplicables— por colaborar en un problema que no existiría o, cuando
menos, no tendría tal magnitud si Turquía no fuera el corazón y santuario del
extremismo islamista, origen inmediato tanto de las oleadas de refugiados como
de los últimos atentados terroristas en Europa.
Los responsables de ambos
desastres tienen nombres y apellidos -EEUU, Turquía, Arabia Saudí, Qatar, la
OTAN-, con pruebas que llevan años apiladas en despachos ministeriales,
agencias de espionaje y medios de comunicación, pero que se callan, unos porque
son cómplices en un grado mayor o menor; otros porque no quieren destapar
tramas y conspiraciones.
Turquía es el corazón del problema. Este país comparte
911 kilómetros de frontera con Siria, posee el octavo ejército del mundo
(700.000 efectivos, 3.667 tanques y unos 1.000 aviones) y el segundo de la OTAN
por número de soldados. Casi toda la frontera turco-siria es parte del
Kurdistán turco, área de acción del Partido de los Trabajadores del Kurdistán
(PKK), con el que Ankara tiene 30 años en guerra.
Quiere esto decir que, desde
los años 70, toda la frontera entre Siria y Turquía está militarizada, una
militarización que se multiplicó con el conflicto sirio. Como declarara a la
BBC el teniente coronel del ejército turco Umit Durmaz, en septiembre de 2014,
"es imposible cruzar esta frontera sin nuestro consentimiento. Quiero que
Europa y Turquía confíen en nosotros". No obstante, la CIA ha declarado
que tiene "contabilizados" a 15.000 combatientes extranjeros apoyando
al Estado Islámico (IS), que han ingresado a Irak y, sobre todo, a Siria desde
Turquía. Podría entenderse que 100 o 200 radicales hubieran podido cruzar la
frontera turca clandestinamente, pero ¿15.000? ¿A través de una de las
fronteras más vigiladas del mundo? ¿A quién pretenden engañar?
15.000 combatientes "contabilizados" son un
ejército en cualquier parte. Las fuerzas armadas danesas tienen 11.000
efectivos, las checas, 22.000, y las húngaras, 19.000. Por lo demás, la
acotación "contabilizados" implica que pueden existir miles de
yihadistas más no contabilizados, como muy seguramente será. Puede colegirse de
esta cifra que Siria e Irak sufrieron, desde Turquía, una invasión en toda
regla, lo que explica de forma meridiana la rapidez con que el Estado Islámico
avanzó en esos dos países. Organizar como ejército a 30.000 yihadistas requiere
de fondos, infraestructura, campamentos y personal cualificado para
entrenarlos. Nada de eso podía hacer ninguno de los grupos irregulares que
existían en Irak y Siria.
Por tanto, es forzoso pensar que el IS ha surgido
gracias a petrodólares árabes, santuarios turcos e instructores militares
extranjeros, más tomando en cuenta las enormes similitudes de origen entre los
talibán y el IS. Si Pakistán fue la base donde la CIA y demás crearon a los
talibán, la base del IS ha sido Turquía.
La flamante coalición occidental que dice combatir al
IS lo hace fundamentalmente en Irak, donde las fuerzas del Gobierno, mayoritariamente
chiíes y apoyadas por Irán, han reconquistado plazas importantes como Ramadi o
Tikrit. Curiosamente, nada similar había ocurrido en Siria, donde las fuerzas
gubernamentales resistían malamente hasta la contundente intervención de Rusia
que, en seis meses, ha hecho más que toda la coalición en dos años. La
intervención rusa ha marcado un antes y un después en la guerra siria, forzando
una tregua con los grupos rebeldes (que siguen siendo un misterio, pues EEUU y
sus aliados dicen que existen, pero nadie los ve) abriendo, por vez primera, la
posibilidad de un proceso de paz en Siria y permitiendo al Ejército Árabe Sirio
concentrarse en combatir al IS y al Frente Al Nusra. Desde septiembre al
presente, el IS ha sido expulsado de varias ciudades importantes y de
centenares de poblados, siendo la liberación de Palmira el éxito más notable.
La expulsión del IS está haciendo posible que decenas de miles de sirios puedan
retornar a lo que queda de sus hogares. Ayudarles a reconstruir sus vidas
aceleraría el retorno.
La Unión Europea busca desesperadamente una solución a
la tragedia humanitaria de los refugiados sin tener que quedarse con ellos. Esa
solución no puede ser la ilegal e inmoral de devolverlos, simplemente, a
territorio turco, pues tal medida condena a los refugiados a una vida miserable
en campamentos inmundos. La solución pasa, sin ningún género de dudas, por tres
vías. Una, cooperar en la pacificación de Siria (origen de la inmensa mayoría
de refugiados); dos, comprometerse en la reconstrucción del país, para que los
refugiados puedan volver —como querrá una mayoría— a sus lugares de origen. El
nivel de destrucción de Siria requiere apoyo internacional para su
reconstrucción. Sin ese apoyo, poco hay para que los refugiados deseen
retornar. Y tres, acabar con el IS.
La pacificación de Siria es más fácil de lo que parece
a primera vista. Hay combatiendo realmente tres fuerzas: el Ejército Árabe
Sirio y sus aliados, el IS y el Frente Al Nusra. Los rebeldes —sean quienes
sean— participan del proceso de paz; por tanto, han aceptado ser parte de la
solución. El mayor reto es el IS y acabar con él está a mano. Basta con que
Turquía ponga fin al apoyo ilimitado que le está brindando, desde las rutas
abiertas para que lleguen yihadistas extranjeros (y salgan terroristas y
extremistas hacia Europa, entre 2.000 y 3.000 individuos, según fuentes) hasta
los descarados negocios de venta ilegal de petróleo sirio e iraquí.
Recientemente, el Gobierno sirio entregó al Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas un informe con la lista de implicados en el tráfico de petróleo en
Turquía, entre los que está un hijo del presidente Tayyip Erdogan. Rusia posee
abundante información al respecto, como la posee también EEUU, como recogió The
Guardian. Según este diario, EEUU "encontró documentos que evidencian que
el régimen turco mantenía relaciones con el IS y compraba petróleo a esta
organización".
Exigir a Turquía el fin del apoyo al IS sería mucho
más efectivo, legal y moral que deportar a los refugiados que huyen de él. En vez
de premiar la obscena política turca con 3.000 millones de euros, lo honesto
sería imponer sanciones económicas y políticas a Turquía para terminar con el
martirio de Siria.
La economía turca es vulnerable, a pesar de su volumen. El
PIB ha bajado de 788.000 millones de dólares en 2012 a 722.000 millones en
2015. El turismo es la principal fuente de divisas, con ingresos de 22.000
millones de dólares, la mayor parte europeos. Malamente soportaría el país un
sistema de sanciones como el impuesto a Rusia, ya no digamos a Irán. Siendo el
IS la mayor amenaza terrorista mundial, lo sorprendente no sería imponer
sanciones a Turquía. Lo sorprendente es que, sabiendo lo que se sabe, no se le
haya impuesto ningún tipo de sanción. Y aun así, puede que sea un poco tarde y
que el IS —como antes los talibanes— haya alcanzado una proyección tan fuerte
que ya no necesite de padrinos como Turquía. Con todo, incidir sobre Turquía es
conditio sine qua non para alcanzar la paz en Siria.
La otra fuente del extremismo islámico es Arabia
Saudí, único país del mundo que pertenece a una familia. Los Saud han utilizado
su inmensa riqueza petrolera para difundir cuanto han podido el wahabismo,
interpretación ortodoxa y literal del islam, difundida en el siglo XVIII por
Abd al-Wahhab, de donde han bebido todos los radicalismos suníes. Desde la
década de los 90, Arabia Saudí ha financiado la construcción de 1.200 mezquitas
y 2.200 madrazas y ha educado a más de 4.000 imames en una versión primaria y
violenta del islam de hace 250 años. De esa fuente beben decenas de millones de
musulmanes: y de esa fuente salen los yihadistas que van combatiendo y matando
infieles en Asia, África y Europa. Exigir a Arabia Saudí que ponga fin al
proselitismo radical es otro paso esencial en la lucha contra el terrorismo.
Como se ha comprobado sobradamente, el solo uso de
fuerza militar no resuelve los problemas, más bien los agrava. Tampoco las
intervenciones armadas favorecen la lucha contra el radicalismo islamista: lo
multiplican. Esa lucha la deben desarrollar los propios pueblos, como están
haciendo hoy sirios, iraquíes y kurdos. El papel de Occidente —responsable del
descalabro de Oriente Próximo tras sus guerras de agresión y sus políticas
intervencionistas fallidas—, es apoyar los procesos de paz, respaldar a las
fuerzas que luchan contra el IS y Al Qaeda y proporcionar fondos para
reconstruir Siria. Quienes pongan reparos al régimen de Bashar Asad que vean
cómo ha quedado Libia sin Gadafi y que digan cuántos millones de refugiados van
a acoger. Pero buena parte de la solución está a mano. Actuar sobre Turquía y
Arabia Saudí, apoyar a quienes combaten al IS y reconstruir Siria. No hay ni se
vislumbra otra vía mejor. Europa, hasta ahora, sólo ha llevado destrucción. Ya
es hora de que asuma sus obligaciones. Por lo demás, combatir al terrorismo es
combatir sus causas y a sus promotores, no convertir el dolor de las víctimas
en reyertas políticas y en teatro para lucir aviones de combate.
Augusto Zamora R. es Profesor de Relaciones
Internacionales y autor de Política y Geopolítica para escépticos, insumisos e
irreverentes, de próxima aparición.