Alain de Benoist
El Manifiesto, 17 de noviembre de 2016
Entrevistas realizadas por Yann Vallerie para
Breizh-info.com
y por Nicolas Gauthier para Boulevard Voltaire.
Traducción de Jesús Sebastián Lorente.
¿Cuál es su sensación tras el anuncio de la elección
de Donald Trump?
9 de noviembre de 1989: caída del muro de Berlín. 9 de
noviembre de 2016: elección de Donald Trump. En ambos casos, el fin de un
mundo. Nuestro último Premio Nobel de Literatura, Bob Dylan, finalmente, se
habría revelado como un buen profeta: ¡Los tiempos están cambiando! Es, en todo
caso, un acontecimiento histórico al que estamos asistiendo. Durante décadas,
la elección presidencial americana se presentaba como un duelo de floretes
entre dos candidatos del “Establishment”. Este año, por primera vez, ha sido un
candidato “anti-Establishment” el que se presentaba –y el que ha ganado–, “a
pesar de sus excesos”, como decía un periodista. Más bien a causa de ellos,
hubiera debido decir, ya que el electorado de Trump estaba cansado de lo
políticamente correcto.
De hecho, en esta elección, no es el personaje de
Trump lo importante. Es el fenómeno Trump. Un fenómeno que, como el Brexit hace
unos meses, pero con una fuerza incluso superior, ilustra de forma espectacular
el irresistible empuje del populismo en el mundo. Nacha Polony ha dicho con
razón: este fenómeno “no es sino la traducción de un movimiento de fondo que
sacude a todas las sociedades occidentales: la revuelta de las pequeñas clases
medias desestabilizadas en su identidad por la ola de una mundialización que
había arrastrado ya a las clases obreras”. El hecho dominante, en el momento
actual, se encuentra, en efecto, en la gran desconfianza que manifiestan los
pueblos hacia las élites políticas, económicas, financieras y mediáticas. Los
que votaron por Trump, inicialmente, votaban en contra de un sistema del que
Hillary Clinton, símbolo decadente y decrépito de la corrupción
institucionalizada, es un ejemplo representativo. Votaron contra la “marioneta
de Washington”, contra lo políticamente correcto, contra George Soros y Goldman
Sachs, contra la arrogancia de los políticos de carrera que buscan confiscar la
democracia en su propio beneficio, contra el “show business” que los Clinton
querían rescatar. Es esta ola de ira la que ha resultado irresistible.
Más allá de esta victoria, el voto identitario es
considerable. ¿Cómo se explica? ¿Es el último suspiro de los blancos y los
indios de América, amenazados demográficamente por los negros y los latinos?
En los Estados Unidos el voto popular es una cosa, la
de los “grandes electores” (el “colegio electoral”) es otra. Lo más
extraordinario, y lo más inesperado, es que Trump también ha ganado en los
“grandes electores”. Por supuesto, se puede estimar que, sobre todo, ha hecho
pleno entre la clase obrera blanca, donde un cierto número de sufragios se
habían decantado previamente por Bernie Sanders (en este sentido, el voto en su
favor es también un voto de clase).
Pero, si esto es interesante, un análisis del voto en
términos étnicos sería quizás bastante reduccionista. Los análisis que
seguramente aparecerán en las próximas semanas mostrarán que Trump también ha
obtenido el voto de los latinos (los “trumpistas”), e incluso de los negros. La
auténtica brecha está en otra parte. Está entre los que consideran América como
un país poblado por gentes que se definen, primero y sobre todo, como
americanos, y los que sólo ven un campo político segmentado en categorías y en
grupos de presión, todos ellos deseosos de hacer prevalecer sus intereses
particulares en detrimento de los intereses del resto. Hillary Clinton se
dirigía a los segundos, Trump a los primeros.
La línea política de Donald Trump podría ser descrita,
a grosso modo, como
bastante liberal hacia el interior de sus fronteras y
bastante proteccionista hacia el exterior. ¿Este liberalismo “interior”, que
está presente en el Front National, puede penetrar en Francia?
La situación de los dos países no es comparable, y la
forma en que puede (o debe) tomar el populismo, tampoco. En los Estados Unidos,
el resentimiento “anti-Establishment” es inseparable de la idea misma de los
americanos de que el mejor gobierno es siempre el que menos gobierna. Esta
aspiración liberal al “siempre menos Estado” forma parte del ADN
estadounidense, mientras que en el caso de los franceses, dentro de la actual
crisis, ellos demandan, por el contrario, más protección que nunca.
Contrariamente a lo que se dice, el Front National, en mi opinión, debería
poner más interés todavía en endurecer su crítica al liberalismo.
En cuanto a sostener el liberalismo “en el interior” y
el proteccionismo “hacia el exterior”, parece algo propio de un contorsionista.
No hay un liberalismo que diga una cosa y, de otro lado, un liberalismo que
diga lo contrario. Del hecho mismo de sus postulados fundadores, el liberalismo
implica, al mismo tiempo, el librecambismo y la libre circulación de personas y
de capitales. Se puede, ciertamente, derogar (o excepcionar) esta regla, pero
entonces estaríamos saliendo del juego liberal. Está bien claro que con Donald
Trump, los Estados Unidos no van a dejar de ser una de las fuerzas motrices del
sistema capitalista en la forma más brutalmente depredadora. Aunque no sea una
figura de Wall Street, Trump se corresponde muy bien con la imagen de un
capitalismo desenfrenado.
El FN da la bienvenida a la victoria de Trump. La
derecha francesa institucional parece desmoronarse. ¿Quién va a sacar beneficio
de todo esto?
No muchos probablemente. Marine Le Pen ha sido la
primera (con Putin) en felicitar a Trump, y esto es lógico y natural. Lo que
resulta bastante cómico es ver a todos los hombres políticos, de derecha y de
izquierda, que se habían regocijado ruidosamente avanzando una victoria de
Clinton que les parecía tan “evidente”, ver cómo mañana aceptan a Donald Trump
como una buena figura de la política, lo acogen entre ellos en las cumbres
internacionales, lo reciben, sin duda, en el Elíseo, después de haber vertido sobre
él toneladas de insultos y menosprecios.
La clase dominante es la imagen de los maestros del
circo mediático. La elección de Trump es tan “incomprensible” para ellos como
lo fue el Brexit del pasado junio, el “no” de los franceses al referéndum de 2005,
el ascenso del FN, etc. Es tan incomprensible para ellos porque comprenderlo
sería algo suicida. Es por esto que no encuentran nada mejor que recitar sus
“mantras” sobre el “discurso del odio”, la “demagogia” y la “incultura” en las
que se complace el pueblo. Sus instrumentos conceptuales son obsoletos. No
quieren ver lo real, a saber, que los pueblos están cansados de una democracia
representativa que no representa mas que a una expertocracia que ignora
sistemáticamente los problemas a los que la gente del pueblo se enfrenta en su
vida cotidiana. Lenin dijo que las revoluciones se producen cuando la base no
quiere más y la cabeza no puede más. Pero las élites establecidas son incapaces
de darse cuenta de esta realidad, aunque el suelo ceda bajo sus pies. Les
escuchamos intentando explicar lo que ha sucedido. Vemos sus caras
descompuestas, aturdidas. Después de haber dado a Clinton como ganadora justo
hasta el último minuto, se niegan a identificar las causas de sus errores. No
comprenden nada. Esta gente es incorregible.
Marine Le Pen, ¿habrá tomado buena nota de todo esto,
ella que habla de una “Francia apaciguada” con un discurso bastante moderado en
relación con un Trump que juega la carta de la agresividad y la determinación?
Es un error creer que lo que ha funcionado bien en el
contexto particular de un país funcionará automáticamente en otro. Trump, el
“payaso millonario”, a este respecto, ha mostrado durante su campaña una
violencia sideral que sería impensable en Francia. La determinación, por su
parte, no implica forzosamente la agresividad. El eslogan de la “Francia
apaciguada” se justificaba bastante bien hace unos meses. No se nos debe
escapar que ante la proximidad de los plazos electores, la dirección del FN ha
abandonado este enfoque.
La candidatura de Donald Trump estuvo claramente
apoyada e impulsada por la “Alt-Right” (Derecha alternativa) y un ejército de
jóvenes militantes que han utilizado montajes de video, reportajes fotográficos
y dibujos humorísticos para sostener a Donald Trump con humor. ¿Es el fin del
militantismo tradicional? ¿Es éste el comienzo de una nueva era del activismo
digital y de la utilización del humor?
Está claro que internet y las redes sociales juegan
ahora un papel decisivo en la vida política, pero los partidarios de Trump no
son los únicos que las han utilizado. Los partidarios de Hillary Clinton
incluso los han superado. Pero si hablamos de “activismo digital” han sido,
sobre todo, las revelaciones de Wikileaks las que dan que pensar. Han tenido, como
es sabido, un rol decisivo en la campaña electoral americana. Junto a Donald
Trump, el gran vencedor del escrutinio se llama Julian Assange.
¿Qué consecuencias se pueden esperar en Europa? ¿Y en
el mundo?
Hay muchas razones para pensar que las consecuencias
serán tan numerosas como considerables, pero es demasiado pronto para especular
sobre eso. Si Hillary Clinton era previsible (con ella la guerra con Rusia era
casi segura), las intenciones de Donald Trump siguen siendo relativamente
opacas. Deducir las grandes líneas de lo que será su política en la Casa
Blanca, de sus atronadoras declaraciones de campaña sería, cuando menos,
demasiado audaz, cuando no demasiado ingenuo. Trump no es un ideólogo, sino un
pragmático. No debe olvidarse (el paralelo entre Francia y Estados Unidos es
también engañoso) que el presidente de los EE.UU., constreñido entre el
Congreso y la Corte Suprema, está lejos de tener todos los poderes que se le
atribuyen a este lado del Atlántico. Sobre todo considerando que el complejo
militar-industrial continúa en su sitio.
Pienso, por otra parte, que los “trumpistas” europeos
no deberían esperar grandes sorpresas. Que Donald Trump se preocupe
prioritariamente de los intereses de su país es algo bastante normal, pero de
ello no se deduce que favorezca los nuestros. “América primero” quiere decir
también “Europa lejos por detrás” Tras décadas de intervencionismo sin cuartel
y de imperialismo “neocón”, el retorno a un cierto aislacionismo sería una
buena noticia, pero también puede tener su reverso, su lado negativo. ¡No
olvidemos que ningún gobierno americano, intervencionista o aislacionista,
jamás ha sido proeuropeo!
Algunos comentaristas juzgan la elección de Donald
Trump como una reacción de la “América blanca”. Algunos se felicitan, otros la
denuncian, mientras que Marine Le pen asegura que “no debe racializarse” este
escrutinio”. ¿Cuál es vuestra posición?
Los Estados Unidos han sido, durante mucho tiempo, una
nación multicultural y, contrariamente a lo que sucede entre nosotros, las
estadísticas étnicas son de uso habitual. Con respecto a la última elección
presidencial, las cosas son claras: Hillary Clinton ha obtenido el 88% del voto
de los negros y el 65% del voto de los latinos y de los asiáticos. Trump no ha
obtenido, respectivamente, mas que el 8% y el 29% –lo que no está nada mal (es
más de lo que captó Romney en 2012). Esta división no tiene nada de
sorprendente, las minorías tienen, desde hace tiempo, el hábito de votar
masivamente a favor de los demócratas: desde 1952, sólo Lyndon B. Johnson, en
1964, había cosechado una mayoría de votos de los blancos. Debe tenerse en
cuenta, sin embargo, a este respecto, que Obama mejoró a Hillary, habiendo
recogido el 93% del sufragio negro en 2012 y el 95% en 2008.
El electorado blanco está más dividido. Trump ha
recogido el 58% de los votos de los blancos (64% en Florida, 69% en Texas),
frente al 37% de Clinton (50% en California), que mejora el de Carter en 1980
(33%), pero inferior al de Obama en 2012 (39%). La mayoría de los blancos ha
votado a favor de Trump, pero eso no quiere decir que su victoria se deba
únicamente al factor étnico. La verdad es que han sido los blancos de la clase
obrera, de las clases populares y las clases medias las que han elegido a
Donald Trump (entre los blancos no graduados, ha recogido el 67% de los
sufragios), mientras que las élites blancas, las que se benefician de la
mundialización neoliberal, se han dirigido hacia Hillary Clinton. Desde este
punto de vista, el voto a favor de Trump es también un voto de clase. Entonces,
hacer un análisis “racial” del escrutinio es un error (el “racialismo” es una
forma clásica de impolítica). Hillary Clinton ha jugado, en efecto, el rol de
un verdadero revulsivo para la clase obrera. No habría sido lo mismo si Bernie
Sanders hubiera representado al partido demócrata. En mi opinión, en un caso similar, Sanders habría
ganado.
Desde el día de su victoria, el nuevo presidente
parece haber “suavizado” su discurso. Lo contrario habría sido sorprendente,
¿no?
¿Esperaba usted que lanzase piedras a Obama cuando
fuera recibido en la Casa Blanca? Pero de nuevo: no debemos confundir el
personaje Trump y el fenómeno Trump, que son dos cosas bien diferentes.
Los comentaristas que bramaban en ese momento al grito
de “¡Viva Trump!” son bastante ingenuos. En el anuncio del escrutinio, el
embajador de Francia en Washington, Gérard Araud, declaraba que “un mundo se
desmorona ante nuestros ojos”. Esto es también lo que ha dicho Marine Le Pen
(pero ella no por desolación). El problema es que ignoramos todo sobre ese
“nuevo mundo” que deja entrever la victoria del candidato populista americano.
Como no tiene ninguna experiencia de poder (sólo se había batido en algún telereality),
no tenemos referencia de su pasado. Sabemos también que no es un ideólogo, sino
un pragmático. Deducir de sus atronadoras declaraciones de campaña el anuncio
de lo que hará efectivamente en la Casa Blanca sería, la menos, demasiado
audaz. En fin, ignoramos completamente quiénes serán sus consejeros y
principales miembros de su administración.
Esta es la razón por la cual la mayoría de los jefes
de Estado y de Gobierno, tras salir del desagrado o del shock que les había
producido, se muestran ahora más reservados. Antes de pronunciarse, quieren
saber más sobre las opciones sobre las que Trump se pronunciará. En lo
inmediato, nos vemos reducidos a simples especulaciones sobre las nuevas líneas
de fuerza que impulsará. Podemos llevarnos excelentes sorpresas, pero también
podemos ver sorpresas desagradables. Como recuerda Jerôme Saint-Marie, “los
Estados Unidos no tienen ni la misma cultura ni los mismos intereses que
Francia”. Lo que quiere decir que lo que es bueno para América no es necesariamente
bueno para nosotros.
Bajo los dos mandatos de Obama, los Estados Unidos
comenzaron a desinteresarse de Europa. Donald Trump amenaza con salir de la
OTAN si lo europeos no aumentos su participación financiera. En cierto sentido,
¿no es una buena noticia para Europa?
En teoría, es en efecto una buena noticia que podría
favorecer la puesta en marcha de una defensa europea autónoma. Pero en la
práctica, ¿quién quiere hoy una Europa independiente? Recordemos la lista de
los siete candidatos a las primarias de la derecha y del centro. Todos ellos
buenos discípulos de Bruselas bajo la batuta de un jefe de orquesta sin
orquesta. Todos liberales (salvo uno), todos expertos en comercio, todos
incompetentes en finanzas, todos silenciosos sobre los verdaderos problemas:
los de la supervivencia de Francia y Europa. Todos ellos dispuestos a pasar por
el aro que les tienden los medios de comunicación, como ha dicho Slodoban
Despot, de conjurar la realidad más que de buscar comprenderla. ¡Siete enanos,
con Ruth Elkrief en el papel de Blancanieves! ¿Quién puede imaginarlos
conversando de igual a igual con Putin o Trump?