La Nación, Editorial, 25 DE FEBRERO DE 2017
Desde la Fundación de Derechos Humanos (www.hrf.org), creada en 2005 y con sede en la ciudad de Nueva York, dos de sus principales directivos, los conocidos Garry Kasparov y Thor Halvorssen, realizaron recientemente un fuerte llamado, que no debiera pasar inadvertido, contra uno de los más graves males de nuestro tiempo: el autoritarismo. Ambos activistas saben bien de qué se trata. Kasparov, porque conoció las prisiones de su Rusia natal y fue además obligado a exiliarse. Halvorssen, porque fue testigo de cómo mataban a su madre de un disparo en la convulsionada Venezuela.
Como plantean en el movilizador llamado, el autoritarismo es, desgraciadamente, un mal que busca disimularse y que muchas veces hasta se tolera sin decir una palabra, como cuando se invita al indiscutiblemente autoritario y cruel líder chino, Xi Jingping, a ser orador central en la sesión anual del Foro de Davos, un espacio dedicado a mejorar el mundo.
En el escenario mundial, 94 países tienen hoy formas de gobierno claramente autoritarias surgidas por fuera de la democracia. Hablamos de nada menos que del 53% de la población, que sufre estos regímenes, casi cinco veces el número de personas que viven en condiciones de pobreza extrema.
Las denuncias contra esta lamentable y peligrosa situación que silencia a los disidentes y anula sus derechos no concita ni el interés ni la difusión que debieran. Además de fondos, los castigados pueblos demandan asesoramiento estratégico, atención y solidaridad contra las múltiples formas de represión que sufren.
Los regímenes autoritarios financian conscientemente algunas actividades de los organismos multilaterales que debieran ocuparse constantemente de denunciar y combatir tan delicado tema, y de esa manera compran su silencio o su aparente desinterés.
La Argentina vivió bajo el autoritarismo del gobierno kirchnerista por espacio de 12 largos años. Sufrimos persecuciones arteras e implacables los medios de prensa independientes; supimos de libertades cercenadas a quienes no comulgaban con el mendaz enfoque del poder político; de elecciones y candidaturas groseramente manipuladas; de un perverso revisionismo histórico; de discursos únicos torcidos, difundidos y martillados hasta el cansancio desde el inmenso multimedio estatal creado para sostener y defender la impunidad de los gobernantes y para construir un relato que incluyó gruesos errores en materia de derechos humanos además de presiones y manipulaciones que afectaron seriamente a la sana institucionalidad y a la justicia independiente. Todo ello acarreó un enorme costo social.
Mientras tanto, aquel régimen utilizó un discurso populista y progresista al mismo tiempo que llevaba a cabo un festival de corrupción pública que no perdonaba áreas del Estado, en un marco de hipocresía y cinismo sin precedentes.
Por todo esto, el llamado de atención de la prestigiosa institución que define al autoritarismo como una catástrofe global no puede ser desoído. Constituye una obligación moral para las voces libres del mundo alzarse para combatir las violaciones a los derechos humanos que sostienen a casi un centenar de cuestionados gobiernos. Lo que jamás debe hacerse ante el autoritarismo es resignarse y considerarlo un fenómeno inevitable, porque no lo es.