Por Edgardo Moreno
La Voz del Interior, 6-2-17
Acaso sintiéndose obligado a ofrecer un contraste a la
nueva política que ha ganado la cima del poder global, el papa Francisco
adscribió días atrás a la teoría según la cual existen dos clases de populismo:
uno malo, cuyo emblema es Donald Trump, y uno bueno, que el jefe de la Iglesia
Católica ubica en América latina.
Al primero, lo puso en la misma línea de acechanzas
que se podía entrever en la Alemania de 1930 y el surgimiento de Adolf Hitler.
Al segundo, lo definió como el “protagonismo de los pueblos”, lo asimiló a la
organización autónoma de los movimientos populares y lo contrastó con los
cipayos, aquellos que “venden la patria a una potencia extranjera”.
Tal vez sea esta la primera vez que la palabra cipayo
es usada en la doctrina papal.
El término es de origen persa. Francisco sólo lo
atribuye de manera brumosa a un gran poema nacional que, puede presumirse,
sería el Martín Fierro . Aunque en tal caso la cita resulte harto dudosa.
La palabra evoca a los soldados de origen nativo
reclutados por el Reino Unido para pelear contra su comunidad de origen. Secuaz
a sueldo, resume la Real Academia.
Francisco desgranó estas definiciones en un momento
crítico de su papado. A cuatro años de su elección, nadie cuestiona su
voluntad reformista en la Iglesia Católica, pero son tibios los resultados.
Los cambios prometidos para la pastoral familiar no
consiguieron el consenso en dos sínodos consecutivos y el Papa tomó el riesgo
de su propia executive
order al sugerir de puño y letra una actitud distinta, en la exhortación apostólica Amoris laetitia .
order al sugerir de puño y letra una actitud distinta, en la exhortación apostólica Amoris laetitia .
Si tenemos en cuenta la milenaria resistencia a los
virajes que caracteriza al acorazado vaticano, ese texto, y la drástica
modificación de la gestualidad eclesiástica, ya le podrían asegurar a Jorge
Bergoglio un lugar entre los grandes transformadores que hicieron de la Iglesia
una institución más misericorde.
Al parecer, el Papa lo estima insuficiente. Desde su
visita a los refugiados de Lampedusa, pero en especial a partir de su mediación
en Cuba y la histórica visita al Capitolio norteamericano, Francisco se cree
llamado a aportar una doctrina alternativa al debate político global.
Lo cual, es obvio, forma parte de la idea de
magisterio que reivindica la Iglesia.
Menos evidente, en cambio, es que esa doctrina tenga
que ser –necesariamente– la misma idea de populismo, con una supuesta variación
de izquierda.
Huelga consignar el intenso impacto político que estas
definiciones de Bergoglio tienen en Argentina, donde a cada gesto suyo los
políticos han resuelto asignarle la magnitud de una tormenta solar. Y se
atropellan para reivindicarse referentes del pueblo y señalar al enemigo
cipayo, cavando trincheras en nombre de la cultura del encuentro.
Intelectuales de vertientes diversas y aun
antagónicas, como Moisés Naim o Chantal Mouffe, entienden que el populismo no
es una ideología sino un modo de hacer política, adaptable a diferentes
contenidos programáticos y regímenes políticos. Podría ser de derecha, como el
de Trump y los líderes del “Brexit”, o de izquierda, como el declamado por Hugo
Chávez y Podemos en España.
Otros investigadores, como Loris Zanatta, coinciden en
que hay una descripción de rasgos comunes en las construcciones políticas de
Fidel Castro o Benito Mussolini. Pero advierten que, cuando el populismo entra
en juego, la contradicción de izquierda o derecha cede ante una disputa mayor:
la que se presenta entre el autoritarismo y la libertad.
Zanatta no duda en calificar a Bergoglio como un papa
populista. El populismo del Papa no tiene nada de original, salvo la proyección
global que su cargo le confiere, sostiene. Las últimas declaraciones políticas
de Francisco le otorgan la razón.
Incluso sus ásperas declaraciones sobre el cipayismo
han venido a avivar las ideas de una política esencialmente antagónica (y
algunos agregan: dudosamente evangélica) que los estudios laclausianos le
aportaron a la ola populista, ahora en repliegue en Latinoamérica.
Antecedentes
Quienes dicen conocer en detalle la formación teórica
de Bergoglio recuerdan que, en los tiempos de auge de la Teología de la
Liberación, adscribió a una vertiente cercana, aunque no basada directamente en
el análisis marxista.
El nombre es arquetipo de la cosa: era la “teología
del pueblo”, impulsada por Lucio Gera y Juan Carlos Scannone, entre otros, que
utilizaba como insumo los análisis sociológicos y culturales del revisionismo
histórico argentino.
El desafío que está asumiendo Bergoglio es postular
como alternativa al populismo de Trump la experiencia de movimientos populares
que ya accedieron al ejercicio del poder en América latina, con resultados
conocidos.
Odebrecht le puso el precio de base a esa experiencia:
3.500 millones de dólares, sólo de multa por sobornos. Con cupo privilegiado
para el populismo de Lula da Silva y el del matrimonio Kirchner.
Y el consejo de Diosdado Cabello al Vaticano (que se
ocupe antes de sus pederastas que de la crisis en Venezuela) enrostró el
fracaso de la Iglesia en su intento de apaciguar al “populismo bueno”.
El domingo próximo se cumplirán 35 años de un hecho
clave en la teología latinoamericana: el franciscano Leonardo Boff tomaba la
iniciativa de enviar a la Congregación para la Doctrina de la Fe la respuesta a
los cuestionamientos a su libro Iglesia, carisma y poder . Comenzaba la etapa
más ríspida del proceso canónico que condenó al silencio a Boff. Su inquisidor
era Joseph Ratzinger. El mismo que, al ser luego el papa Benedicto XVI, eligió
para sí el silencio en el que vive hoy.
Según Boff, en aquel juicio tuvo que absolver
posiciones sentado –literalmente– en la silla en la que fue indagado Galileo
Galilei.
Pese a aquella derrota, su generación logró, tres
décadas después, ubicar a un Papa afín a su teología. Una de sus vertientes es
ahora poder real en el Vaticano. ¿Ha resuelto sentar en la silla de Galileo a
la débil idea de la democracia liberal, la misma que instauró en la historia la
laicidad del Estado y la universalidad de los derechos del hombre?