Eduardo Mondino
LA NACION,
VIERNES 28 DE ABRIL DE 2017
En la historia de la humanidad las disputas por el
poder tensionaron las relaciones de los actores que participaron en ellas.
Con el paso del tiempo esas contiendas fueron
adquiriendo ribetes más civilizados y el mundo occidental encontró en el orden
político un sistema denominado "democracia", que balancea los pesos y
contrapesos.
Sin embargo, en la actualidad la sociedad del conflicto
ha generado un desafío sobre el que se debe gobernar como si fuera un gran
mosaico.
Esa sociedad del conflicto, fruto de las libertades
individuales, de las que los sistemas democráticos deben ser garantes, generan
la responsabilidad de ordenar la convivencia pacífica dentro de la ley.
Administrar las tensiones de la democracia es una responsabilidad gubernamental
que requiere del uso de las herramientas que la ley otorga.Es en ese contexto
en donde debe primar el interés de la comunidad en su conjunto. No puede haber
sector social, por más emblemático y/o destacado que sea, que esté por encima
del interés común .
No se puede debatir si un gobierno debe o no apelar al
orden para defender derechos que son de todos. Es su obligación.
Las tensiones en una democracia implican que hay una
sociedad participativa, pero que debe aprender a respetar que los derechos que
la sociedad elige sean preservados en la elección de sus gobernantes con el
voto.
Quienes pretenden quebrar normas de convivencia y/o vulnerar
la ley deben aceptar que el Estado actúe para garantizar la pluralidad del
pensamiento y la libertad de todos dentro del marco legal.
Alguien se preguntará cómo garantizar que los sectores
más vulnerables puedan tener una visualización pública. Un Estado responsable
sabe que atender a los sectores más vulnerables es tan importante como
garantizar el orden. Son situaciones absolutamente compatibles.
Nuestro país ha sufrido un deterioro social de una
magnitud aún hoy inconmensurable en sus consecuencias.
En números redondos, podemos decir que la Argentina de
1976 tenía 20 millones de habitantes, de los cuales aproximadamente 600.000 eran
pobres y 30.000, indigentes.
La Argentina de 2016 tiene 40 millones de habitantes,
14 millones de pobres y 1.700.000 indigentes.
Estos últimos 40 años fueron una catástrofe social y
salir de esto no es mágico. Repetir fórmulas y acciones perimidas no sirve. Hay
que cambiar el rumbo. Buscar acuerdos y consensos a largo plazo para que
quiebren la inercia del deterioro y generen un sendero de recuperación.
No se sale de esta situación de emergencia social con
ideologismos sesgados o incitando a la violencia como metodología política, desconociendo
la legitimidad ni la legalidad de quienes tienen la responsabilidad de
gobernar.
Hoy, nuestra Argentina necesita ideas e instrumentos
modernos que nos ayuden a construir un colectivo social que asimile que hay
esperanza de poder construir un futuro mejor.
Ex
defensor del Pueblo de la Nación