Observatorio Cardenal Van Thuan, 7 febbraio 2017
Publicamos el ensayo del Arzobispo Mons. Giampaolo
Crepaldi, obispo de Trieste y Presidente de nuestro Observatorio, publicado en
el número de febrero de la revista mensual “Il Timone”.
La “Doctrina Social de la Iglesia”, como dice la misma
expresión, es una “doctrina”. Sin embargo, durante mucho tiempo, sobre todo en
los años setenta y ochenta, muchos contestaban este término e intentaban
sustituirlo con otros, como por ejemplo “Enseñanza” Social de la Iglesia o
“Discurso” Social de la Iglesia. La palabra doctrina, se decía, es inadecuada
para expresar bien el concepto.
El principal argumento en apoyo de esta crítica
era que el término “doctrina” era considerado abstracto, teórico, deductivo,
mientras que la vida social y política era considerada concreta, siempre nueva,
inductiva. La utilización del término “doctrina” implicaba el método de partir
desde arriba en lugar de hacerlo desde abajo, desde principios lejanos a la
concreción de la realidad, desde el intelectualismo de las fórmulas. El
recorrido tenía que llevarse a cabo, en cambio, al contrario, desde las
situaciones humanas, las necesidades, las condiciones históricas de injusticia
y pobreza para elaborar nuevos horizontes doctrinales capaces de hacer
progresar la praxis de justicia y de paz. Defendían este discurso distintas
corrientes teológicas según las cuales había que dar la vuelta a la relación
entre teoría y práctica, pues en caso contrario -se sostenía- el mensaje
cristiano, al descender desde lo alto a una situación humana a él ajena,
resultaba incomprensible.
Sin embargo, al final ninguno de estos intentos
consiguió tener resultados. Los términos “enseñanza” y “discurso”, dada su
instrumentalidad, fueron abandonados, el magisterio siguió hablando de
“Doctrina” Social de la Iglesia y hoy ésta sigue siendo la expresión utilizada
por todos, también por quienes no han perdido la costumbre de contestarla. Más
bien se ha verificado un hecho nuevo. Hoy en día ya nadie propone sustituir la
expresión que contiene en su propio interior el término “doctrina”; sin
embargo, las actitudes son como si ese término ya no existiera. Ya no se
contesta el término directamente, pero se le da la vuelta de manera indirecta;
no se niega su legitimidad de derecho, pero se elude dicha legitimidad con el
comportamiento de facto.
Esto es evidente, sobre todo, en el modo de enseñar la
Doctrina Social de la Iglesia, allí donde aún se enseñe. A menudo las
referencias doctrinales son apenas citadas, pasando inmediatamente al
discernimento práctico ante problemas concretos, a la praxis. O bien, después
de una breve alusión a la doctrina, se parte del análisis de la situación con
la ayuda de las ciencias sociales y, desde aquí, se pasa después a la praxis.
Normalmente se le llama método “inductivo” y, en principio, debería recuperar
en un segundo momento la doctrina; pero en cambio la deja apartada. Otro modo
de evitar el obstáculo de la doctrina es partiendo de la persona. No de Dios,
sino del hombre. Después se pasa a la praxis. Pero esta eliminación de la
doctrina no se declara, porque sería una nueva forma de doctrina; simplemente,
se lleva a cabo.
Por este motivo hoy en día la expresión “Doctrina Social de la
Iglesia” es formalmente respetada, pero prácticamente negada.
No obstante, me gustaría explicar qué quiero decir
cuando uso la palabra “doctrina” en el ámbito de la Doctrina Social de la
Iglesia. La Doctrina Social de la Iglesia es “teología” (y no en primer lugar
antropología, sociología o praxis). Además, se incluye en la tradición de la
Iglesia en cuanto es parte esencial de su misión. Como tal, la Doctrina Social
lleva consigo todo el bagaje de la doctrina de la fe revelada; su punto de
vista no es “la ética de la situación”, sino la fe apostólica. La dogmática
católica es, por lo tanto, el fundamento y la sustancia de la Doctrina Social
de la Iglesia. Esto es lo que entiendo por “doctrina”, dado que precisamente
sobre todo esto se fundan los “principios de reflexión”, los “criterios de
juicio” y, también, las “directivas de acción” de la Doctrina Social de la
Iglesia. Enseñarla partiendo de la situación sociológica llegando directamente
a la praxis es, por consiguiente, un error porque se dejan fuera sus
fundamentos.
Los documentos sociales del magisterio no tienen
ninguna duda de que la Doctrina social de la Iglesia sea “para la práctica”.
Pero piensan que la práctica debe estar iluminada por la doctrina y no
viceversa, dado que no puede ser un puro (y ciego) hacer. Y piensan también que
la doctrina no debe ser entendida como algo abstracto o teórico, como una
premisa de un silogismo o un axioma de geometría. Quien critica la doctrina a
menudo comete este error.
No sólo la práctica es vida, sino que también la
doctrina es vida; es más, lo es en grado máximo hasta el punto de que la propia
práctica toma vida de ella, de la doctrina. La doctrina permite ver la
concreción de la realidad mejor que las propias ciencias sociales. Fue la
doctrina la que permitió a León XIII dirigir una mirada profunda a la realidad
social de su tiempo, y no las investigaciones sociológicas. Fue la doctrina la
que permitió a Juan Pablo II ver en profundidad los cambios vinculados a la
caída del muro de Berlín, y no los análisis de los politólogos de la época. La
doctrina nos habla de la realidad, la realidad sobrenatural que Dios,
providencialmente, nos reveló y, por reflejo, la realidad natural que es
iluminada por aquella. Jesucristo es la Doctrina de la Iglesia. Él, que es la
Verdad, nos ha dado unas verdades y nos ha indicados unos deberes, no como
yugos insoportables, sino como expresión de su proyecto de amor. Y nos ha dado
la ayuda espiritual para soportarlos y vivirlos. La Doctrina está viva y es
vivificante.
Hoy en día se observa una notable fragmentación del
compromiso práctico de los católicos. Podemos observar que la praxis que inicia
desde la praxis, y no desde la doctrina, desarticula el compromiso cristiano en
mil corrientes, contradictorias entre sí, e incluso incoherentes con las
premisas de la fe. En la práctica, los católicos a menudo combaten batallas que
no son las suyas y que a menudo son contrarias a la Iglesia. Observamos errores
de juicio a nivel religioso y moral muy preocupantes, militancia en ejércitos
que combaten bajo otras banderas, praxis inspiradas en las teorías consoladoras
del “mal menor”, colaboración con otros en vista de objetivos cercanos que no
tienen en cuenta los lejanos, infravaloración del mal y de los peligros para la
fe.
Por otra parte se puede entender que, sin un cuadro
completo y estructurado del significado constituido por la doctrina, las
intervenciones prácticas pierdan la visión unitaria. Se reduce la estrategia y
se piensa más en intervenir de una manera práctica en el problema individual,
grave y emergente, que en trabajar a largo plazo y a distintos niveles para
“construir” una comunidad humana según el proyecto de Dios. Se piensa que el
católico debe tamponar, suturar, medicar; y no se le considera capaz de pensar
de una manera estructurada para actuar del mismo modo.
Si lo único que se
deriva de la fe es una praxis, el católico debe actuar aquí y ahora respecto a
esa necesidad concreta sin plantearse muchos porqués; pero si de la fe deriva
una doctrina, el católico tiene una mirada sobre la realidad que le permite
actuar para recuperarla en su funcionalidad total.
La Doctrina Social de la
Iglesia es para la práctica, pero entendida en este sentido: no a corto sino a
largo plazo, no improvisada sino constructiva. Por este motivo no puede dejar
de ser “Doctrina” Social de la Iglesia.