Alberto Buela (*)
En esta vocación de
escribir regularmente sobre los acontecimientos que se suceden casi a diario
siempre se corre el riesgo de abrir la boca antes de tiempo. Y esto es lo que
les sucedió a mis dos amigos Luis María Bandieri y a Alain de Benoist.
A propósito de lo
que ocurre en Cataluña, Luis María escribió un artículo estupendo, como todo lo
suyo, sobre la relación entre legalidad y legitimidad. Y Alain realizó un
reportaje sobre el mismo tema, y siguiendo a Carl Schmitt, realizó la misma
distinción.
La conclusión de
Bandieri fue sobria, terminó con una pregunta ¿hacia postespaña?, en tanto que
la del agudo de Benoist sostiene que el pueblo es el que legitima y apoya a los
independentistas.
Claro está, tanto
uno como otro escribieron antes del último domingo en donde se realizó en
Barcelona una manifestación de un millón de personas en contra de la
independencia.
Es decir, opinaron
antes que el gobierno de España sumara a la legalidad (la Constitución del 78),
la legitimidad que el pueblo le otorgó saliendo masivamente a las calles a
manifestar en contra de la independencia catalana.
Es sabido que el poder (potestas) tiene dos fuentes la
legal y la legítima, por una se constituye y por la otra se convalida ante el
súbdito, el pueblo. Pero eso no basta para lograr la obediencia, para tener
imperio. Se necesita, además, autoridad
(auctoritas), y esta se funda en el saber.
En todo caso en
España, el gobierno cuenta a su favor con la legalidad y con la legitimidad (el millón de
manifestantes= ratione supremitatis)
pero carece de autoridad, y es por ello que no logra tener imperio sobre sus
súbditos.
Nada bueno se puede
esperar de un gobierno que no sabe como actuar, de un gobierno sin auctoritas.
Y en este sentido
conviene recordar las palabras de Javier Esparza en un último artículo: no se
puede esperar nada bueno de la respuesta que está preparando el gobierno de
Rajoy.