La Nación, 08 DE OCTUBRE DE 2017
Los temores de que las máquinas más inteligentes
resulten una amenaza para el empleo y la estabilidad llevaron a algunos a
sugerir que el Estado debería dar un ingreso básico a todos.
El gran experimento del ingreso básico comenzó en
Finlandia. Otros países tuvieron pruebas piloto, pero los finlandeses fueron
los primeros en tirarse a la pileta: comenzaron la prueba pagando 560 euros
(US$ 635) al mes a 2000 adultos desocupados, sin condiciones. Tras dos años,
las tasas de empleo no mostraron diferencias significativas entre los que
recibieron los pagos y los que no, mientras que los que recibían los cheques
informaron estar más felices. No había cómo saber si un ingreso básico
universal (IBU) pagado a todos tendría efectos similares. Pero los finlandeses
concluyeron que una reestructuración audaz de su Estado de bienestar permitiría
pagar un ingreso básico de ese nivel, sin aumentar los impuestos.
Finlandia fue un caso raro. Ya era uno de los países
menos inequitativos. El gasto del Estado era de más del 50% del PBI, por lo que
el IBU no se sintió como una nueva gran intrusión. También era un país viejo,
ya destinado a gastar mucho en ingresos para una gran porción de su población.
Parecía haber poco que perder.
Con el paso del tiempo se hicieron evidentes varios
cambios. Primero, si bien el IBU no parecía desalentar el trabajo, lo volvió
más algo vocacional que una necesidad. Una señal de este cambio fue una
tendencia a celebrar el cumpleaños 40 con un "año libre". The NewYork
Times notó la aparición de "finlandeses voladores" en carreteras
europeas: brigadas de viajeros maduros en moto, recorriendo el continente.
Otros optaron por estudiar un año o aprender un oficio. Universidades europeas
comenzaron a ofrecer cursos a medida para ellos.
Segundo, y algo sorprendente, los finlandeses mayores,
que antes del IBU tenían una tasa relativamente baja de participación en el
mercado laboral, comenzaron a trabajar más. Probablemente tuvo algo que ver con
ello que se desdibujó la línea divisoria entre adultos "en edad de
trabajar" y jubilados; también influyó un leve aumento de los salarios,
gracias a una mejora en la productividad y un incremento en la porción del
ingreso que iba a los trabajadores en vez de a los accionistas (dado que las
firmas tenían que esforzarse para evitar que los empleados se vayan). Los
economistas atribuyeron el aumento de la productividad a una mejor equiparación
entre trabajadores y empleo y a que los adultos dedicaban más tiempo a la
capacitación y educación.
Un tercer cambio fue menos benigno: un auge del
nacionalismo. Finlandia había sufrido desde hacía mucho una fuga de cerebros.
Se esperaba que extender el IBU a los no ciudadanos atrajera gente joven. Pero
ese plan se abortó abruptamente cuando los nacionalistas obtuvieron el 30% del
voto luego de la creación del IBU, sosteniendo que Finlandia estaba por ser
invadida por aprovechadores extranjeros.
Eso no disuadió a Escocia, que introdujo el IBU pocos
años después que Finlandia, de extenderlo a los residentes permanentes: es
decir, personas que hubiesen estado viviendo y trabajando allí al menos dos
años. La esperanza era atraer más gente, lo cual sucedió. En Glasgow se
desarrolló una comunidad de emprendedores. Los recién venidos hicieron subir
los precios de las viviendas y algunos se quejaron por la pérdida del espíritu
escocés. Pero en gran medida, Escocia evitó el sentimiento antiextranjero.
Otros lugares buscaron seguir el mismo camino, no siempre
con éxito. Está el caso de Idaho, en Estados Unidos. Su gobernadora propuso un
ingreso básico, no tanto como un modo de solucionar la pobreza, sino como una
forma de atraer gente y fortalecer la libertad individual. Se vinculó el IBU a
un nuevo impuesto a la tierra, pero no se logró que la Legislatura aprobara más
que un impuesto anual del 0,1%. Como resultado de ello en su primer año Idaho
distribuyó sólo US$ 70 a cada residente adulto. Al año siguiente cayó el
impuesto; el valor de las propiedades bajó a medida que los ciudadanos con
recursos vendían sus ranchos de vacaciones y se mudaban a Montana. La
gobernadora perdió la siguiente elección frente a un agitador contra el IBU,
cuyos partidarios hicieron circular falsos rumores.
Mientras que el resultado en las economías ricas fue
desigual, los partidarios del ingreso básico saludaron su triunfo en el mundo
emergente. Viendo el éxito de DarDirectamente, un ente de caridad que usó la
tecnología de pagos móviles para dar dinero a los muy pobres, los gobiernos de
la Unión Europea acordaron crear una nueva forma de ayuda externa. Los
escépticos calcularon que se buscaba pagar a inmigrantes potenciales para que
no vinieran a Europa, pero el plan fue un golpe audaz contra la pobreza. La UE
creó un fondo al que aportó dinero (y al que también pueden donar otros
gobiernos, entes de caridad e individuos). El fondo paga US$ 1000 al año a los
adultos en cualquier país que califique para la ayuda. Son países con ingresos
per cápita de menos de un tercio del promedio de la UE, en los que los
gobiernos acepten condiciones y control.
El impacto en los lugares que reciben el apoyo ha sido
dramático. Cayó la pobreza y mejoraron la salud y la educación. Cuando un golpe
de Estado en Gambia llevó al poder a un gobierno que restringió la información
y reorientó fondos que eran para infraestructura, se detuvieron los pagos. El
efecto fue llamativo: el público en los países receptores se volvió menos
tolerante ante acciones de los gobiernos que pudiera amenazar los pagos. China
anunció recientemente su interés de contribuir al fondo.
Es pronto para declarar el fin de la pobreza global.
Pero el mundo da pasos críticos hacia un futuro en el que todos comparten la
bonanza económica de la humanidad.
Traducción de Gabriel Zudanaisky