es inviable para la Constitución
Manuel J. García-Mansilla
Abogado, master of laws (Georgetown)
La Nación, 8 de agosto de 2018
El lector que pretenda informarse acerca del debate
constitucional sobre la legalización del aborto debe estar perplejo. Un día se
levanta y lee notas que explican que el proyecto de ley que se discute en el
Senado es inconstitucional. Al día siguiente se sorprende con otras que
sostienen exactamente lo contrario. ¿Cómo explicar semejante diferencia de
opiniones? ¿Es tan maleable el contenido del derecho constitucional como para
permitir posturas tan distintas?
Lo cierto es que los principales constitucionalistas
del país, Bianchi, Badeni, Gelli, Sagüés, Vanossi, Vítolo, Pérez Hualde, Toller,
Santiago (h.), Garat, Ramírez Calvo y otros, han sostenido invariablemente que
el proyecto de ley tiene varias inconstitucionalidades. Estos
constitucionalistas no pertenecen a un mismo círculo académico, no comparten
visiones políticas, no tienen perfil ideológico marcadamente similar ni enseñan
en las mismas universidades. Pero están todos de acuerdo en que el proyecto de
ley es inviable. Como contracara, entre los pocos constitucionalistas que se
pronunciaron a favor de la legalización del aborto están Gargarella y Gil
Domínguez. Ambos tienen también diferencias, aunque parecen compartir cierta
laxitud a la hora de interpretar normas constitucionales.
Las otras figuras que apoyan el aborto y afirman su
supuesta constitucionalidad, como Pinto o Kemelmajer de Carlucci, no son
constitucionalistas. Ninguna es conocida por sus estudios o aportes al derecho
constitucional ni suelen publicar libros, artículos e investigaciones al
respecto. Tampoco son titulares de cátedra de esta materia. ¿Tiene el mismo
valor la opinión de una experta en derecho privado como Kemelmajer que la de
una constitucionalista como Gelli acerca de si la legalización del aborto viola
la Constitución? Es evidente que no. Salvando las distancias, si estuviéramos
frente a una cuestión médica relacionada con el cáncer, ¿daríamos el mismo
valor a la opinión de una traumatóloga que a la de una especialista en
oncología?
Las posturas que defienden la legalización del aborto
suelen ignorar que las academias nacionales de Derecho y Ciencias Sociales de
Córdoba y Buenos Aires también confirmaron que es inconstitucional. Si los
mejores expertos critican tanto el proyecto de ley, ¿en qué se basan los que lo
defienden? En fuentes secundarias del derecho internacional que presentan como
obligatorias cuando realmente no lo son. Por ejemplo, afirman que estamos
obligados a cumplir las recomendaciones en materia de aborto de comités de
seguimiento de algunos tratados. Pero el derecho internacional reconoce que
esas recomendaciones no son vinculantes (por definición, una recomendación
nunca es vinculante).
De hecho, nuestro país jamás se obligó a legalizar el
aborto en un tratado internacional. Más bien hizo todo lo contrario: cuando
ratificó la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), que tiene jerarquía
constitucional, hizo una declaración unilateral imponiendo una interpretación
especial del término "niño" para protegerlo desde la concepción y
hasta los 18 años.
Se pierde de vista el carácter de esos comités
internacionales y nos quieren imponer sus recomendaciones a pesar de que violan
nuestra Constitución. ¿Conoce el lector a alguno de los miembros de esos
comités? ¿Tiene posibilidad de controlar sus actos? ¿Los puede elegir? ¿Los
puede remover? ¿Sabe el origen e ideología que tienen? Lo más probable es que
la respuesta en cada caso sea un rotundo no. Se dan, además, situaciones
paradójicas: en el caso del comité de la CDN, por ejemplo, uno de sus
vicepresidentes es de origen samoano. En Samoa, el primer ministro decidió que
era una pérdida de tiempo debatir sobre el aborto , dado que contradice la
cultura y las costumbres del pueblo samoano. Y, sin embargo, el comité de la
CDN pretende imponernos el aborto, sin importar no solo nuestras costumbres,
sino también nuestras leyes, tratados internacionales, constituciones
provinciales, ciertos fallos de la Corte Suprema y la propia Constitución.
Para sostener su posición, esos mismos planteos
"internacionalistas" distorsionan el alcance de un fallo de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos ("Artavia Murillo"). Pero no
aclaran que es un caso sobre fecundación in vitro y no sobre aborto. Tampoco
que es una sentencia contra Costa Rica y no contra la Argentina. Y no explican
que tenemos solamente obligación de cumplir las sentencias de la Corte Interamericana
en aquellos casos en que el país sea parte y pueda defenderse antes de ser
condenado. Se pretende también magnificar un fallo de nuestra Corte Suprema
sobre despenalización de aborto (no de legalización), el caso "F. A.
L.", sin explicar que se refiere estrictamente al caso de un embarazo
producto de una violación. Pero el proyecto de ley, en cambio, pretende
legalizar un derecho a abortar de forma mucho más radical y extensa que estos
fallos no justifican.
Finalmente, se nota un marcado tinte anticlerical en
muchas de estas posturas. El problema de ese sesgo no es que los defensores del
aborto contradigan lo que pueda decir alguna religión: eso es irrelevante para
el debate constitucional. Pero pierden de vista que quienes no opinan como
ellos se basan en argumentos técnicos y no religiosos. Ese prejuicio no solo
les impide encarar un intercambio productivo para enriquecer sus opiniones,
sino que les da una falsa sensación de superioridad moral (que no es tal) al
dar por sentado que el que se opone lo hace por una creencia irracional. Y
tildar de religioso, católico o confesional no alcanza para rebatir los
argumentos técnicos de quienes sostienen opiniones jurídicas contrarias. Se
requiere un esfuerzo técnico adicional que no se hace.
En definitiva, propongo al lector que no se deje
llevar por todo aquel que use la palabra "constitucional" o
"inconstitucional" para apoyar o fulminar este proyecto de ley, sino
que trate de analizar argumentos y críticas con sentido común. Y sugiero,
además, que advierta cómo el debate jurídico-constitucional pretende ser
arrastrado a una batalla de carácter político e ideológico de mayor alcance que
explica, pero no justifica, las posturas más radicales en favor de la
legalización del aborto.