La Voz del Interior, 15-11-18
Por Héctor Ghiretti
* Profesor de Filosofía Política.
3 de septiembre. En medio de una grave crisis
económica que obliga al Gobierno nacional a dar señales tranquilizadoras a la
población y a los mercados, se filtra un informe confidencial del Ministerio de
Hacienda en el que se pronostica un índice de inflación superior a lo
comunicado por el ministro Nicolás Dujovne, lo que descalifica su anuncio.
14 de septiembre. En el curso de una compleja
negociación del Gobierno con el Fondo Monetario Internacional, referentes de la
oposición no encuentran mejor idea para expresar su rechazo que enviar una
carta al organismo en la que piden que interrumpa las conversaciones. La carta
amenaza con enrarecer el clima de las tratativas.
6 de octubre. Inauguración de los Juegos Olímpicos de
la Juventud. Ángela Torres, estrella juvenil en ascenso, interpreta el Himno
Nacional. En el micrófono, envuelve el pañuelo verde de los partidarios del
aborto. Incapaz de entender que en ese acto está asumiendo una representación
nacional, introduce una controversia que divide a los argentinos.
9 de octubre. Como efecto del inesperado cambio en la
presidencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti
publica una carta donde detalla conflictos internos con el nuevo titular del
cargo, por cuestiones menores. El episodio revela un malestar entre los
miembros, que no contribuye a la armonía y discreción elemental que debe regir
la institución.
11 de octubre. Después de unas desafortunadas
declaraciones del ministro de Justicia Germán Garavano, Elisa Carrió, pieza
fundamental de la alianza de gobierno, lanza un ultimátum al presidente
Mauricio Macri, exigiéndole al funcionario que renuncie y reclamando una
rectificación en materia de Justicia.
La disidencia que erosiona
¿Qué tienen en común tan dispares episodios de la vida
nacional? El país entero parece enfermo de internismo, de un espíritu de
facción que enerva el funcionamiento de las instituciones y condiciona su
eficacia.
El fenómeno no es sólo nacional, ni mucho menos. En su
libro Trumpocracy, David Frum explica que el método que tienen los altos
funcionarios de la administración y el Gobierno estadounidense para bloquear o
atenuar los efectos de las iniciativas de un presidente impulsivo, díscolo e
imprevisible es precisamente la filtración de información.
El rechazo que le despierta Trump no le impide
reconocer al autor que esas formas de resistencia (a las que compara con una
enfermedad autoinmune) terminan mermando la eficacia del Estado y la
administración. Es, por otra parte, un reconocimiento implícito de algo que
muchos se resisten a aceptar: el poder de las instituciones depende del control
de la información.
Parece ser el signo de los tiempos. La compleja
maquinaria estatal deja numerosas rendijas para que periodistas u otros actores
de la esfera pública puedan extraer y difundir información confidencial.
Estamos lejos de la transparencia, pero la porosidad es cada vez mayor.
Los individuos están cada vez menos dispuestos a
aceptar la disciplina propia de la vida institucional, de las lógicas grupales
o de los colectivos, más reacios a asumir el papel y la función que ellos les
asignan. El problema no es la disidencia en sí misma, sino en circunstancias
que demandan una conducta responsable, subordinada a lógicas de funcionamiento
organizacional.
Tampoco se trata de algo novedoso. Ha existido toda la
vida, pero durante el kirchnerismo la estimulación de las divisiones internas,
tanto en instituciones públicas como en organismos descentralizados,
sindicatos, empresas y corporaciones alcanzó nivel de política de Estado.
Esto le permitió controlarlas indirectamente,
concentrando poder en sus manos y disminuyendo el de tales entidades. Un juego
de suma cero en el que se produce una pérdida genérica de poder social.
No es seguro que el Gobierno actual prosiga con esas
operaciones, aunque tratándose de una práctica que parece incorporada a la vida
de las instituciones y que le permite operar dentro de ellas, sería raro que
prescindiera de tan valioso recurso.
La ropa sucia se lava en casa
En la Argentina disfuncional, este enervamiento de las
instituciones “desde adentro” es grave. Parece que ningún organismo del Estado,
agrupamiento o colectivo es capaz de someter a sus miembros a la dirección
fijada. Son instituciones evisceradas, con las entrañas al aire.
Parece difícil revertir esta tendencia. En las
culturas organizacionales, el respeto por las formas y las obligaciones del
cargo no se recupera de la noche a la mañana.
Funcionarios, dirigentes políticos, directivos,
servidores públicos deben asumir las responsabilidades propias de su función y
su posición relativa en un contexto de procedimientos, orientaciones y
disciplina elementales. Son ellos quienes deben ajustar su conducta, su
discreción, su margen de disidencia a los límites del ordenamiento y el
cometido institucional.
Resulta evidente que la tan necesaria reconstrucción
de las instituciones no depende del reconocimiento o el respeto externo, sino
de quienes son responsables, en diversa proporción y jerarquía, de su eficacia.
Después será posible definir un ámbito más amplio de preservación y cuidado de
las instituciones, empezando por los comunicadores. El camino inverso resulta
inviable.