el
corazón silencioso de los desencantados
Nicolás José
Isola
La Nación, 14 de
mayo de 2019
En los últimos
tiempos, se han comenzado a visibilizar algunos fenómenos sociales nuevos. Por
un lado, la reivindicación exaltada de una porción del electorado de Cambiemos
que defiende con uñas y dientes lo realizado. Ante las críticas económicas ,
esta porción recuerda que la herencia fue atroz y que se hizo lo que debía
hacerse. Si se dice, por ejemplo, que el nivel de endeudamiento podría llevar a
un default, se lo tacha a uno de filo-K o de sponsor del club del helicóptero.
Por el otro
lado, el cansancio de una parte de la sociedad frente a la constante fumigación
de esperanza: un futuro promisorio que nunca llega. Esto evidencia un problema:
el oficialismo lanzó expectativas que se transformaron en anclas. Veamos. Antes
de asumir, Mauricio Macri sostenía sobre la inflación : "Al final del
segundo año estamos en un dígito, estate seguro. Esto es lo más fácil". Un
año más tarde, en julio de 2016, le preguntaron: ¿por qué cifra le gustaría ser
juzgado en 2019? Y respondió: " Pobreza . Si cuando termino mi presidencia
no bajé la pobreza, habré fracasado, más allá de las cosas que hayamos
obtenido. Todo lo demás serían excusas".
En política, las
profecías contundentes tienden a transformarse en un boomerang cruel. Macri no
fue el único que subestimó la realidad. ¿Cómo olvidar aquella dantesca
conferencia del 28 de diciembre de 2017 con esa línea de cuatro: Sturzenegger,
Peña, Dujovne y Caputo? Federico Sturzenegger había repetido durante 2017:
"Metas que se cambian no son metas". Y las metas no pararon de
cambiar. En efecto, en aquella ocasión, Nicolás Dujovne daba una nueva meta de
inflación del 15% para 2018 y 10% para 2019. Un superávit de deseo que hizo que
el dólar subiera 4% ese día. Finalmente, la inflación de 2018 fue más del
triple: 47,6%. Según Dujovne, se "iba a crecer al 3,5%, por lo menos por
los próximos años". Pero al año siguiente la economía cayó 2,6%.
Porcentajes, como dagas.
Allí, también
pudo escucharse: "El endeudamiento, si bien es transitorio, es
perfectamente sostenible". Aún no habíamos llamado al delivery del FMI
para la cena (que no sabemos cómo iremos a pagar). Ese día, le preguntaron a
Marcos Peña si el bolsillo dolería de nuevo en 2018. "De la misma manera
que dijimos en la campaña que 'lo peor ya había pasado', lo podemos ratificar
hoy claramente. (...). Hoy ya podemos decir, claramente, que estamos
alejándonos de la zona de crisis". Hay dos "claramente" que
oscurecen. A los pocos meses, el dólar ahuyentaría a un segundo semestre que
nunca nos quiso besar.
Con tal nivel de
estrés, uno entiende por qué los argentinos triunfan en el mundo: cualquier
otro lugar es un spa. Es verdad que luego de estas declaraciones cambiaron los
pronósticos económicos externos, pero también existieron errores meteorológicos
no forzados, como vaticinar a los cuatro vientos una lluvia de inversiones que
terminaron siendo tres gotas locas. En 2015, la voz del estadio se apresuró a
decir que entraba a la cancha el mejor equipo económico de los últimos
cincuenta años. Hoy, luego de varios cambios en el plantel, el tablero muestra
una inflación y un endeudamiento exuberantes, una tasa de pobreza alta, un
dólar viril y el desplome de la producción real y del consumo. Económicamente,
perdemos por goleada.
Aun así, la
ilusión en sangre no cesó. El pasado 13 de febrero, Macri señaló: "Ya está
bajando la inflación y lentamente va a mejorar la economía". No ocurrió:
la inflación de enero había sido del 2,9%, creció en febrero al 3,8% y en marzo
trepó al 4,7%. Tres años persiguiendo una zanahoria imaginaria que no
alcanzamos nunca. Ahora aprendieron: "No vamos a hacer más
pronósticos", dicen. Últimamente, frente al caradurismo de quienes participaron
en la gestión anterior y hoy pontifican soluciones, Macri endureció su
discurso. Semanas atrás, enunció: "Estoy caliente, siempre me calentó la
mentira. Y, otra vez, volver a escuchar a los que vienen a proponer ese
maravilloso atajo, esa solución mágica que nos releva de seguir este camino de
trepar la montaña con orgullo, con esfuerzo, pero convencidos. Es
inaguantable".
Por necesidad
electoral, se termina recurriendo a una épica que en los inicios se evitó. Como
se vio en la apertura de sesiones del Congreso, en pocos días pasamos de ese
liderazgo encendido "a la William Wallace" a un Macri cabizbajo que
anunciaba medidas a través de un deslucido video casero. Los focus groups meten
mejores cambios de frente que Riquelme. Lo cierto es que nunca como hoy se vieron
tan sepia los globos de colores. Y ese contraste también comunica.
Hace falta una
mejor y mayor autocrítica sobre las prácticas autosuficientes y herméticas que
existieron (el maltratado radicalismo puede dar fe de ello). Duele cuando los
espejismos imaginarios en los que se creía se hacen astillas. Ya lo decía el
poeta Rilke: "No han caído nunca desde una esperanza muy alta". Se
trata de un problema crucial para el macrismo acostumbrado a ganar: la caída
desde aquella esperanza hirió lo más sagrado, la confianza social.
Mismo así,
algunos exhortan que salimos del cepo, mejoramos en infraestructura,
estadísticas, libertad de prensa, lucha contra el narcotráfico, etc. Logros muy
relevantes, dado que las cloacas dignifican, sin dudas. Pero eso no invalida el
sostenido desasosiego económico. Un segmento de la sociedad, asfixiado por las
subas de tarifas, se saturó de oír a los loritos del "estamos convencidos
de que este es el camino correcto". Ese convencimiento ya no tranquiliza a
nadie, y menos al mercado.
Algunos
macristas aguerridos dicen que es esto o vuelve el kirchnerismo. Las encuestas
desfavorables hicieron que se pasara de "buscar la reconciliación de los
argentinos" a abonar la polarización basada en el miedo social al retorno
del cuco. Era en diciembre de 2015 cuando había que mostrar que la herencia era
insostenible: hoy suena a excusa. No son los ya seducidos los que precisan ser
evangelizados. Una porción desenamorada del electorado ve en las góndolas una
excursión al tren fantasma. A veces, algunos parecen subestimar el dolor del
hambre. Quizá nunca lo sintieron.
El acuse de
recibo de los acuerdos de precios llegó un poco tarde, casi electoralmente,
haciendo que la identidad de Cambiemos no pare de cambiar. A la hora del postre
y contra sus principios, el chef cambió el menú y nos dio macrismo de malos
modales. El panorama es triste. Hay que auscultar el corazón silencioso de los
desencantados, el latido indeciso del "yo los voté, pero no sé si hoy los
volvería a votar".
Cualquier
matrimonio lo sabe: es en medio de las profundas crisis cuando más difícil es
volver a elegirse. Como en toda gesta, es bueno arengar a los propios para que
continúen luchando comprometidos, pero también hay que recoger y curar a los
heridos que quedaron lastimados en el camino.
Quizás esos
votantes cansados ya ni siquiera estén enojados, sino profundamente
decepcionados. Es bien distinto: del enojo se vuelve, la decepción es un viaje
de ida.
Flósofo y doctor
en Ciencias Sociales