Crítica a los partidos y a las formas de gobierno
El sistema
político partidario actual es anacrónico e imperfecto y no garantiza la calidad
profesional que necesita la organización estatal.
JORGE MEDINA*
La Voz del
Interior, 09 de mayo de 2019
La política, en
términos simples, es un diálogo permanente entre una comunidad o “polis” y el
Estado.
Ese diálogo
político comienza cuando luego de creado el Estado, la polis le elige y le
designa los hombres y mujeres que van a ocuparse de atender las necesidades de
bienestar común de esa sociedad. Esto se realiza a través del llamado sistema
político (basado en partidos, en Argentina y en otros países)
El diálogo, en
sentido inverso, se completa cuando el Estado le responde a la polis,
prestándole los servicios que darán satisfacción a las referidas necesidades de
bien común de la sociedad.
Demasiados
problemas
Analizando la
primera parte de ese dialogo, la entidad del actual sistema político
partidario, se podría exclamar: ¡qué triste y vetusta sensación! dan hoy los
procesos eleccionarios, con sus anacrónicos y complejos sistemas de porcentajes
matemáticos de participación.
Vemos cruentas
luchas de nombres y de personalismos, pero escasa o casi ausente formación por
parte de los candidatos en las materias del Estado.
Observamos
funcionarios gobernando, pero investidos a la vez como candidatos partidarios
en plena lucha proselitista para perdurar.
Contemplamos
pujas partidarias entre aficionados, exfuncionarios fallidos y desgastados,
personajes mediáticos, etcétera
Vemos procesos
eleccionarios sin procesos previos de selección de personas que estén basados en la ponderación de sus
capacidades. Esta selección hoy no resulta posible, pues no hay formación de
estadistas. No hay formaciones académicas; sólo existen lánguidas y mal
llamadas escuelas de gobierno, o de conducción política, invadidas por las
vetustas teorías de Estado, con casi ninguna experiencia fáctica y con fuertes
deformaciones pedagógicas, provenientes por lo general de visiones jurídicas y
económicas.
Los partidos
políticos son nidos de aspirantes a un puesto público, desconocedores de la
ingeniería del Estado que le tocará en suerte manejar. Los mueve más un
instinto de supervivencia económica que una vocación de servicio o una
motivación profesional.
Los procesos
proselitistas partidarios para atrapar adhesiones están basados en empatías y
vanidades humanas. Basta observar hoy los gigantescos afiches callejeros donde
ya casi no caben los rostros de los candidatos. ¿Será que ya no cabe su
vanidad?
Las alianzas
preelectorales, por último, se muestran como una vergonzosa compraventa de
intereses.
La otra cara de
la moneda
Dejando para
otra oportunidad el análisis del laberintico sistema judicial y del complejo y
barroco sistema legislativo y centrándonos en la faz ejecutiva del Estado,
veamos ahora el momento inverso, en el que el Estado le devuelve el diálogo
político a la sociedad y pone en marcha la gestión de gobierno.
Es entonces
cuando la mala calidad de las gestiones, muy lejos de la excelencia, pone de
manifiesto la falta del ya mencionado profesionalismo de sus hombres. Es la
otra cara de una misma moneda.
Algunas muestras
de esas carencias son:
Se asumen
funciones desconociendo la naturaleza institucional y la entidad del Estado,
generalmente confundida en una Babel terminológica con otras disciplinas. Basta
observar cómo se confunden términos como "país", "nación",
"patria", "gobierno" y "Estado" en juramentos y
discursos de funcionarios.
Se gobierna sin
un modelo profesional orgánico y de gestión del Estado.
Se ignora el
principio universal de necesidad que define al Estado y que define su topología
estructural, lo cual haría más sencillo su entendimiento y tratamiento.
No se conocen
las matrices de necesidades de las comunidades. Se recurre a timbreos y visitas
trasnochadas de última hora de campaña para conocer esas necesidades, mostrando
paradójicamente que no se conocía la materia sobre la que se va a gobernar.
Se gestiona
atendiendo sólo lo operativo y se descuida lo orgánico. Basta observar los
proyectos de modernización que, a todo nivel, sólo se orientan al manejo de
personal y a mejorar lo tecnológico procesal.
Se culpa casi
exclusivamente de los problemas de gobierno a la gran cantidad de organismos y
empleados del Estado. Esta es una verdad a medias, ya que el verdadero problema
no es cuantitativo sino de inteligencia y lógica orgánica. Una organización mal
diseñada es obvio que tendrá funciones y estructuras superfluas. Las causas,
entonces, son más bien de falta de calidad en el diseño institucional, con
fuerte consecuencia y correlato en la economía estatal.
En el diseño
orgánico del Estado y mientras se gestiona, se confunde lo que son servicios
propiamente dichos, que se vuelcan a la sociedad, con todo aquello que les es
subsidiario y no tiene razón de ser por sí mismo. Se da el mismo tratamiento a
ambas entidades. Ello redunda luego en una ponderación estructural equivocada y
en una asignación también equivocada y malversada de recursos.
Se desconoce que
el famoso déficit del Estado se debe en gran medida a los altos costos ocultos
enquistados en sus estructuras orgánicas y con directo efecto en sus actos de
gobierno.
Tampoco hay
idiomas técnicos universales para comparar organizaciones del Estado, tal como
los idiomas profesionales que se manejan en las ramas económico-contables o de
la ingeniería y arquitectura en sus planos y proyectos. Ello permitiría
entender y comparar acciones de gobierno. Cada gobernante municipal, provincial
o nacional tiene hoy sus propios códigos y diseños orgánicos.
Tampoco existe
un sistema que cuide “preventivamente” el comportamiento o compliance moral de
los funcionarios, materia que hoy se cuida con mucho celo en las empresas y
necesaria para que el Estado sea una organización moralmente sustentable en el
tiempo.
Resumiendo
podría decirse que hoy los conceptos de "política" y
"Estado" viven inmersos en una confusa maraña semántica, que el
sistema político partidario es anacrónico y perjudicial y que el estudio y
manejo del Estado dista mucho de ser profesional.
* Especialista
en Organización del Estado y Responsabilidad Moral en las Organizaciones