Europa no debe animar a los africanos a migrar, sino ayudar a sus
países
Por Carlos
Esteban
Infovaticana, 25 julio,
2019
Vuelve a la carga Alfa & Omega con
su nuevo asunto favorito, la inmigración ilegal masiva y lo cristiano que es
procurarla sin cesar y lo anticristiana que resulta cualquier postura menos
enloquecida y más parecida a lo que se ha hecho hasta ahora y, en realidad, se
sigue haciendo pese a las presiones de la ONU y los grandes grupos financieros
y mediáticos.
Vuelve, y vuelve con el jesuita Michael
Czerny, subsecretario de la Sección de Migraciones y Refugiados del Vaticano,
al que entrevista el propio director, Ricardo Benjumea, y es de ver cómo se
habla del fenómeno del modo más plano, simplista e incluso fatalista, como si fuera
un tsunami o un terremoto, algo perfectamente inevitable en lo que los propios
inmigrantes fueran meros agentes pasivos.
Contrasta esa visión unilateral con la
mucho más sutil del cardenal nigeriano Francis Arinze, a quien entrevista el
Catholic Herald en su último número. De Arinze no puede decirse que odie o tema
a los migrantes; ni siquiera que sea hostil a la migración. Tampoco que vea la
historia desde un único lado, como puedan hacerlo Czerny o Benjumea. De hecho,
Arinze ha sido él mismo refugiado, por no hablar de que su patria africana es
punto de partida de buena parte de esa migración.
Fue nombrado arzobispo de Onitsha una
semana antes de que estallara la guerra civil nigeriana de 1967 y se convirtió
en refugiado, huyendo de una región a otra siguiendo los avatares de la
contienda y al tiempo que organizaba la ayuda para los desplazados. Y lo
primero que extrae de esa experiencia para aplicarlo al debate de la migración
incide en el destino de la propia persona en el centro de este fenómeno: “Es mejor
para una persona permanecer en su tierra -país, ciudad, área- y trabajar allí”.
A veces, añade, no es posible. Y “en
general, no podemos negar a un ser humano que busque otra área donde tendrá más
paz, o incluso más oportunidades educativas, culturales o incluso económicas”.
Pero, añade, los gobiernos están obligados a ser realistas. “Cada gobierno
tiene que ver a cuántas personas puede atender. No solo dejarles entrar, sino
proporcionarles alojamiento, trabajo, inserción familiar y cultural”.
Luego está la parte siempre olvidada en
este debate: los países de origen. Esos países están perdiendo la gente que
puede construir el futuro de su nación con la migración masiva. “Así que a
veces como mejor puede ayudar los países de Europa y América es, no animando a
los jóvenes a venir a Europa como si Europa fuera el cielo, un lugar donde el
dinero cuelga de los árboles, sino ayudando a los países de los que vienen”.
Por su parte, los líderes de países con
altas tasas de emigración deberían examinar sus conciencias y preguntarse por
qué tantos se están marchando. Arinze se queja de que algunos le dicen que todo
eso “es teoría”. “No es teoría, es un hecho”, exclama. La gente que viene a
Europa, dice, debe preguntarse dónde está su futuro, su trabajo, su vida familiar,
su cultura, su religión. “Así que hay que tener en cuenta todas esas
consideraciones cuando se pronuncia la palabra ‘migración’.