viernes, 26 de julio de 2019

ARINZE


 Europa no debe animar a los africanos a migrar, sino ayudar a sus países

Por Carlos Esteban 
Infovaticana, 25 julio, 2019

Vuelve a la carga Alfa & Omega con su nuevo asunto favorito, la inmigración ilegal masiva y lo cristiano que es procurarla sin cesar y lo anticristiana que resulta cualquier postura menos enloquecida y más parecida a lo que se ha hecho hasta ahora y, en realidad, se sigue haciendo pese a las presiones de la ONU y los grandes grupos financieros y mediáticos.
Vuelve, y vuelve con el jesuita Michael Czerny, subsecretario de la Sección de Migraciones y Refugiados del Vaticano, al que entrevista el propio director, Ricardo Benjumea, y es de ver cómo se habla del fenómeno del modo más plano, simplista e incluso fatalista, como si fuera un tsunami o un terremoto, algo perfectamente inevitable en lo que los propios inmigrantes fueran meros agentes pasivos.
Contrasta esa visión unilateral con la mucho más sutil del cardenal nigeriano Francis Arinze, a quien entrevista el Catholic Herald en su último número. De Arinze no puede decirse que odie o tema a los migrantes; ni siquiera que sea hostil a la migración. Tampoco que vea la historia desde un único lado, como puedan hacerlo Czerny o Benjumea. De hecho, Arinze ha sido él mismo refugiado, por no hablar de que su patria africana es punto de partida de buena parte de esa migración.
Fue nombrado arzobispo de Onitsha una semana antes de que estallara la guerra civil nigeriana de 1967 y se convirtió en refugiado, huyendo de una región a otra siguiendo los avatares de la contienda y al tiempo que organizaba la ayuda para los desplazados. Y lo primero que extrae de esa experiencia para aplicarlo al debate de la migración incide en el destino de la propia persona en el centro de este fenómeno: “Es mejor para una persona permanecer en su tierra -país, ciudad, área- y trabajar allí”.
A veces, añade, no es posible. Y “en general, no podemos negar a un ser humano que busque otra área donde tendrá más paz, o incluso más oportunidades educativas, culturales o incluso económicas”. Pero, añade, los gobiernos están obligados a ser realistas. “Cada gobierno tiene que ver a cuántas personas puede atender. No solo dejarles entrar, sino proporcionarles alojamiento, trabajo, inserción familiar y cultural”.
Luego está la parte siempre olvidada en este debate: los países de origen. Esos países están perdiendo la gente que puede construir el futuro de su nación con la migración masiva. “Así que a veces como mejor puede ayudar los países de Europa y América es, no animando a los jóvenes a venir a Europa como si Europa fuera el cielo, un lugar donde el dinero cuelga de los árboles, sino ayudando a los países de los que vienen”.
Por su parte, los líderes de países con altas tasas de emigración deberían examinar sus conciencias y preguntarse por qué tantos se están marchando. Arinze se queja de que algunos le dicen que todo eso “es teoría”. “No es teoría, es un hecho”, exclama. La gente que viene a Europa, dice, debe preguntarse dónde está su futuro, su trabajo, su vida familiar, su cultura, su religión. “Así que hay que tener en cuenta todas esas consideraciones cuando se pronuncia la palabra ‘migración’.