sobre las elecciones 2019
Monseñor Sergio
O. Buenanueva, obispo de San Francisco
(San Francisco,
22 de junio de 2019, Santo Tomás Moro, mártir)
A los fieles
católicos de la diócesis de San Francisco.
Estimados
hermanos en Cristo:
Los argentinos
nos aprestamos a elegir a nuestras principales autoridades nacionales. En
algunas provincias y municipios, también a las locales. Las agrupaciones
políticas (partidos y coaliciones) han terminado de formular las listas de
candidatos. Tenemos por delante las PASO, la elección general y una eventual
segunda vuelta.
Este nuevo acto
eleccionario tiene lugar en el contexto de un país cuya cultura democrática
viene afianzándose desde 1983. Podemos señalar altibajos, errores y carencias,
pero también logros. Como sociedad hemos logrado salir de noches muy oscuras de
violencia política. En buena medida, hemos aprendido a resolver nuestros
conflictos con las reglas de la democracia republicana. Está vigente en
Argentina el estado de derecho consagrado por nuestra Constitución. Somos
ciudadanos libres en una sociedad plural, con muchas instituciones vigorosas y
con capacidad de futuro. Seríamos injustos si no lo reconociéramos o solo
enumeráramos fracasos. Sería además peligroso, en un contexto global de crisis
de la política.
Tenemos, sí, una
deuda social que no nos deja tranquilos: la pobreza estructural que afecta a
millones de argentinos, especialmente a las nuevas generaciones. Tiene
complejas causas y muchos rostros. Lo cierto es que no hemos logrado
revertirla, con eficacia y de forma duradera, como lo vienen haciendo nuestros
vecinos. Se extraña la decisión política de lograr consensos básicos en
políticas públicas para superar esta situación. Por otro lado, el crimen de la
corrupción nos indica que esa deuda hunde sus raíces en un problema humano de
naturaleza espiritual y ética, pero también cultural e institucional.
Con estas
líneas, quisiera compartir algunas reflexiones sobre nuestra responsabilidad
cristiana y ciudadana de votar. Se inspiran en la enseñanza de la Iglesia y se
nutren de la experiencia de un ciudadano que intenta vivir como discípulo de
Cristo y pastor. Obviamente no voy a decirle a nadie a quién votar. Menos aún,
a quien no votar. Comparto algunas ideas que me ayudan a preparar el rito
ciudadano de entrar en el cuarto oscuro.
* * *
1. La democracia
no se agota el día de las elecciones. Sin embargo, el voto es un momento
estelar de la cultura democrática. Es un deber ciudadano y una responsabilidad
ante Dios. Nuestro voto tiene consecuencias, también para nuestra salud
espiritual. Por eso, lo primero que quisiera decirles es que no podemos desoír
el llamado de las urnas. A pesar de tantas y tan fundadas perplejidades, y
hasta desilusiones con la política, tenemos que ir a votar.
2. Dos relatos
bíblicos me inspiran. Ante todo, la pregunta de Dios a Caín, cuando este ha
vertido la sangre de Abel: “¿Dónde está tu hermano?”, con la respuesta del
fratricida: “No lo sé» … ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?”. (Gn 4, 9).
El otro, es la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37), vivo retrato
del mismo Jesús que se hace prójimo de todos los heridos. Y nos invita a
recorrer el mismo camino. La anti política suele ser reacción ante la mala
política. Esta no se resuelve con la indiferencia sino con una participación
ciudadana más vigorosa, con una fuerte motivación espiritual: somos prójimos y
hermanos, responsables unos de otros.
3. La emisión
del voto es un acto personal de alto contenido ético. Es una decisión de
conciencia, tan responsable como comprometida y realista. El voto tiene que ser
cuidadosamente pensado. Reclama la virtud de la prudencia y su modo típico de
guiar la toma de decisión: ver, juzgar y obrar. Es cierto que, hoy como en
otras ocasiones, puede resultar difícil decidirse. Tenemos, por tanto, que
alimentar fuertes convicciones para no dejarnos vencer por el desánimo, el
desinterés o la improvisación. Decidir el voto recién en el cuarto oscuro es
una grave irresponsabilidad.
4. Nadie puede
sustituir la conciencia. Todos tenemos ideas políticas, aunque no todos somos o
queremos ser militantes. El voto, sin embargo, debe estar guiado por la
autoridad de nuestra conciencia. Ella es el espacio interior en el que resuena
la voz de Dios y la verdad se hace transparente a nosotros en toda su majestad.
Es ella la que nos dice, contra toda postura interesada o egoísta: haz el bien
y evita el mal. La conciencia obliga antes que el estado, el partido o una
ideología. Y lo hace con más fuerza.
5. El
discernimiento del voto se hace en el contexto concreto en el que vivimos.
Parte de esa realidad y busca ser un aporte ciudadano para su transformación.
No vivimos situaciones ideales, no tenemos candidatos ni propuestas perfectos,
tampoco los votantes lo somos. La decisión por el bien posible, aquí y ahora,
tiene la característica de todo acto libre: se abre paso en medio de límites,
condicionamientos y dificultades. Por eso, a la virtud de la prudencia hay que
añadir la fortaleza, la magnanimidad y un fuerte sentido realista. La
consecución del mejor orden justo posible es una tarea ética que nunca termina.
Nos reclama cada día, desde nuestro lugar de trabajo, en el espacio que
compartimos con vecinos, amigos y conciudadanos.
6. Un voto
responsable no puede decidirse por un solo tema. Debe mirar a un conjunto de
cuestiones de diversa importancia. Elegimos candidatos para dos de los poderes
de la república. Unas cualidades y virtudes han de pesar más en quien tiene la
tarea de gestionar la cosa pública desde un cargo ejecutivo. Otras, para quien
tiene la delicada misión de elaborar leyes justas para beneficio de la
sociedad. En este sentido, el actual sistema electoral argentino necesita
avanzar hacia estándares que sean más transparentes y respetuosos de los
ciudadanos.
7. Para un
católico, la decisión de cómo votar surge de mirar la realidad, en su
singularidad y complejidad, a la luz del Evangelio. La enseñanza social de la
Iglesia nos ofrece principios, valores y criterios que orientan ese juicio.
Vale aquí el dicho: “unidad en lo esencial, libertad en lo opinable, caridad en
todo”. Los principios son esenciales. Las políticas concretas para realizarlos
son más contingentes y, por lo mismo, abiertas a diversas y legítimas
realizaciones. Por eso, de hecho y de derecho, hay católicos en la mayoría de
las agrupaciones políticas, sean de centro, de derecha o de izquierda. Así como
en una sociedad plural, ninguna agrupación política agota la identidad del
pueblo; ningún partido, aunque se inspire en el humanismo cristiano, puede reclamar
para sí la representación de los católicos. La Iglesia reconoce, valora y
respeta la autonomía del orden secular y la legítima laicidad del estado, como
también la pluralidad que supone la democracia y la amplia libertad de los
fieles católicos en este ámbito, particularmente de los laicos. No alienta, por
tanto, partidos confesionales.
8. Para los
católicos, como para otros que comparten nuestros puntos de vista, hay
cuestiones éticas fundamentales. Giran en torno a la afirmación de la dignidad
de la persona humana, sujeto y fin del orden social. De ella derivan nuestros
deberes y derechos: a la vida, de conciencia, de libertad religiosa, de
expresión, a una educación integral. Hay lesiones a la dignidad humana (como el
aborto o la eutanasia) que son actos intrínsecamente malos. No pueden
promoverse deliberadamente. En consecuencia, dar el voto a una propuesta que
los favorezca, y hacerlo por esa precisa razón, constituiría una cooperación
formal con el mal.
9. No es
extraño, sin embargo, que el votante católico se encuentre en un dilema moral
más complejo. Lo hemos visto en el reciente debate por la legalización del
aborto. Salvo los partidos explícitamente proaborto, las demás agrupaciones, en
distinta proporción, tienen idearios, militantes y dirigentes favorables a una
u otra postura. Por eso, no resultaría extraño que un católico, que rechaza el
aborto por convicción, se resuelva a darles su voto, a pesar de todo. Esto solo
es posible por razones graves y proporcionales, discernidas en conciencia,
sopesando qué otros bienes fundamentales se procuran promover y que justifican
semejante elección. Se los vota no por esa razón, sino a pesar de ella.
10. Un voto
responsable, por tanto, ha de surgir de la consideración de un conjunto de
principios, temas y situaciones. Enuncio aquí algunos, sin ánimo de ser
exhaustivo:
a) La promoción
de la dignidad humana no se agota en el rechazo del aborto o la eutanasia.
Supone estar atentos a trabajar por la dignidad de las personas, especialmente
de quienes están en situación de riesgo. Los rostros argentinos de la pobreza,
exclusión y marginación son variados. Y nos reclaman a todos. Son muchas las
vidas que hay que salvar.
b) En este
sentido, para un católico argentino, la opción preferencial por los pobres no es
un tema opcional. Su voto debe tener una sensibilidad especial por esta
problemática que afecta la vida de tantos hermanos, aun reconociendo que hay
distintas miradas sobre las causas y los medios para superar la pobreza.
c) Lo mismo vale
para la atención de la familia como célula básica de la sociedad, anterior al
estado y sujeto original de la vida social. Sin desconocer un clima cultural
hostil a la familia, manifestado incluso en un sistema legal que no nos
conforma, el ciudadano católico debe trabajar por una promoción del bienestar
integral de la misma.
d) Otro tanto
ocurre con la educación y los grandes desafíos que supone para las familias, la
escuela y las políticas educativas nacionales y provinciales. Es cierto que nos
preocupa, entre otros, el impacto de las teorías del gender en el mundo
educativo. No vamos a dejar de hacer oír nuestros puntos de vista. Sin embargo,
la escuela necesita una renovada alianza de todos: sociedad civil, estado y
organizaciones, entre las que está la Iglesia. Nuestro país ha logrado
articular un sistema educativo que integra, no sin tensiones, la gestión
estatal con la privada, asegurando así el derecho y la libertad de educación.
e) Para la
enseñanza social de la Iglesia, el rol fundamental del estado en la gestión
económica no se opone a la justa libertad de mercado, la libre empresa y la
tutela de los derechos de los trabajadores. Es bueno recordar aquí el principio
de subsidiariedad, tan importante en el entramado armónico de la propuesta
social cristiana. También aquí, los votantes católicos tienen distintas y
legítimas miradas.
f) El Papa
Francisco viene insistiendo con fuerza en tres temas, íntimamente vinculados:
tierra, techo y trabajo. En nuestra Argentina de hoy, estas “tres T” son
cuestiones a las que no podemos dejar de atender. Sin descuidar los otros, aquí
quisiera destacar la cuestión central del trabajo. En un mundo globalizado,
asistimos a una transformación enorme en este campo. También aquí hay distintas
y legítimas miradas de cómo implementar políticas públicas que aseguren los
derechos de los trabajadores, a la vez que alientan la formación y capacitación
que esta transformación requiere.
g) El Papa
Francisco, retomando el impulso de papas anteriores, ha puesto el acento en el
cuidado de la casa común, promoviendo una conversión ecológica para una
ecología integral. Su gran encíclica Laudato Si’, tan bien acogida, contiene
indicaciones preciosas. Temas como: el uso del suelo, el agua, la minería, los
agroquímicos, merecen, según cada región, una atención especial a la hora de
discernir las propuestas a votar.
11. Dos
cuestiones importantes más: la amistad social y la democracia. Para la
enseñanza social de la Iglesia, la fuerza que mueve y cohesiona a los pueblos
no es el conflicto sino la búsqueda perseverante del bien, reconociendo al otro
como un semejante; es más, como a un hermano. Toda tensión ha de vivirse como
camino hacia una mayor amistad social en la “cultura del encuentro”, al decir
del Papa Francisco. No hay sociedades abiertas y libres sin choque de
intereses, tensiones y conflictos. Pero, una cosa es ahondar las grietas por
una lógica amigo-enemigo; otra, muy distinta, luchar por la justicia y la
dignidad de todos. La lógica de la presencia cristiana en la sociedad es la del
Buen Samaritano: compasión, perdón y fraternidad.
12. La Iglesia
aprecia la democracia porque asegura algunos valores que no deben faltar en
ningún sistema político: la participación ciudadana, la posibilidad de elegir,
controlar y sustituir pacíficamente a los gobernantes. Hoy, como ya dijimos, la
democracia vive una crisis global. A los argentinos, esto supone un desafío
particular. No siempre hemos apreciado ni defendido con convicción los valores
democráticos. Tampoco los católicos. En este sentido, persisten aún tendencias
negativas, por ejemplo, a promover liderazgos mesiánicos y autoritarios, a una
democracia corporativa que desprecia las instituciones republicanas. La crisis
de la política nos tiene que motivar a perfeccionar nuestra democracia, no a soslayarla,
o a cambiar continuamente sus reglas, según la conveniencia. Este afianzamiento
de la democracia es una meta que va más allá de la coyuntura. Mira al futuro.
El voto lo debe tener en cuenta.
13. La Iglesia
aprecia la democracia, pero no la idealiza. No deja de señalar que una
“auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la
base de una recta concepción de la persona humana.” (CA 46). Alienta, por eso,
a los fieles a cuidar la cultura democrática del país, sobre todo, aportando
los valores espirituales que la sustentan. También es un aporte cuando ejerce
una oposición crítica a leyes que considera injustas. En este sentido, no puede
faltar -y no va a faltar- el punto de vista católico en los grandes debates de
la sociedad argentina. Sumará su voz, con respeto de las reglas democráticas, a
las voces presentes en nuestra sociedad. El diálogo ciudadano se verifica en
diversos espacios públicos: desde los medios hasta llegar al Parlamento. El
estado moderno, como recordó varias veces Benedicto XVI, vive de valores
espirituales que no se puede dar a sí mismo, que están en el alma del pueblo y
que merecen ser cuidados y promovidos.
Hasta aquí mis
reflexiones. Las comparto tal como las he podido formular y porque amo
profundamente a mi país. Me duelen sus heridas, especialmente el hecho de que
no encontremos propuestas superadoras de la pobreza y el deterioro de nuestra
convivencia. Soy discípulo de Cristo y pastor de la Iglesia. He sentido el
impulso y el deber de compartir estas reflexiones con mis hermanos en la fe,
pero también con quien quiera escucharlas y ponerse en diálogo, también
crítico, con ellas.
Se las
encomiendo al Señor, a María su Madre y a los santos y beatos argentinos. Como
tantos otros, laicos, pastores o consagrados, han sido fieles al Evangelio y,
desde su fe y amor a Cristo, ciudadanos comprometidos con el progreso de
Argentina.
También evoco
aquí a hombres y mujeres de buena voluntad, de otras confesiones religiosas o
no creyentes que han construido con esmero, ejemplaridad y tesón nuestra
Patria.
Son una gran
inspiración para todos.
Mons. Sergio O.
Buenanueva, obispo de San Francisco