por Carlos Pissolito
Informador Público, 27-9-19
Siendo como es la guerra, en
particular y los conflictos, en general, actividades eminentemente humanas que
despliegan una permanente tendencia al cambio. Uno que es constante y que tiene
ritmo, por lo que pueden seguirse y estudiarse, a lo largo del tiempo y definir
sus tendencias. Es más, algunos creen que, también, pueden anticiparse las
futuras. De tal modo, de encontrarse en la mejores condiciones para
enfrentarlos.
Ya el maestro en Estrategia,
Carl von Clausewitz, sostenía que la principal decisión que tiene que adoptar,
tanto los decisores políticos como los altos mandos militares, cuando enfrentan
un conflicto, es diferenciar la naturaleza del que tienen que enfrentar. No pueden
equivocarse al respecto.
Otro reconocido, autor, más
contemporáneo, William Lind, ha dividido a esta evolución en cuatro
generaciones. La última de ellas, vale decir la 4ta, se caracteriza por la
presencia de actores no estatales que desafían a los Estados su monopolio de la
violencia.
Por su parte, el historiador
de la guerra, Martín van Creveld, especifica que esa última generación se
inició a caballo del fin de la 2da GM, cuando el uso del arma atómica tornó en
casi imposible a los conflictos convencionales, propios de la guerra clásica.
Sostiene que a partir de ese momento surgieron, a lo largo y ancho del mundo,
especialmente de los denominados países del Tercer Mundo, los movimientos
insurreccionales inspirados en diversas ideologías.
Concretamente, la Argentina
los sufrió, bajo el ataque de las organizaciones guerrilleras que pretendieron
tomar el poder en los años 70, inspirados en los contenidos ideológicos del
Marxismo-leninismo y en sus diferentes variantes trotskistas y guevaristas.
En esa oportunidad, el
Estado argentino, primero de iure y luego de facto, los derrotó en el plano
militar; pero, al hacerlo con una metodología errónea basada en los postulados
de la teoría francesa de la Guerra Revolucionaria, fue derrotado en el plano político
con las consecuencia que todavía sufrimos. Al respecto ver: “Una hoja de ruta
hacia la Reconciliación Nacional”.
Pero, no es nuestra
intención historiar lo que pasó. Aunque de ello buenas lecciones “no
aprendidas” podrían, aún, extraerse. Lo que queremos es saber cómo sigue la
película, porque los conflictos continúan. Y, éste, en particular, el de la
violencia política en la Argentina tiene todas las perspectivas de hacerlo.
La idea central de este
escrito es anticiparnos a la naturaleza del conflicto que ya está entre
nosotros y que amenaza con generalizarse y escalar a niveles muy violentos.
También, la intención es encontrar las mejores formas para contenerlo y mitigar
sus consecuencias. Si en los años 70 no supimos hacerlo, entre otras cosas, porque
copiamos la doctrina equivocada, hoy, se trata de elaborar una propia y
correcta.
Lo primero, es reconocer que
nos encontramos ante un fenómeno, relativamente, nuevo cual es que no nos
enfrentaremos a una organización sediciosa tradicional como en los años 70.
Vale decir a una que usa a la violencia política (terrorismo) como su arma
principal. Sino a una que basa su accionar en otro esquema conceptual que
merece ser analizado para ser entendido. Porque la primera condición para
vencer a un enemigo/adversario/opositor es comenzar a entenderlo.
Si en los años 70 el modelo
insurreccional era el de organizaciones de élite, motivadas ideológicamente,
inclinadas a las acciones directas violentas, con poco contacto con la
población que los rodeaba. Hoy, el modelo diferente y se caracteriza por lo
siguiente:
Son, principalmente,
organizaciones sociales o, al menos, así se proclaman.
Están difusamente motivadas
desde lo ideológico.
Propenden a un uso soft de
la violencia, en acciones tales como: cortes de ruta, acampes, etc.
No tienen un liderazgo único
y vertical.
Pero, el dato más importante
a tener en cuenta, es que disfrutan de una superioridad moral basada en que
muchos de sus reclamos tienen un firme asidero en la realidad.
Estas demandas, bien pueden enfrentarse,
ya sea con otros derechos -el de circular, por ejemplo- o llegar a ser parte de
un intento insurreccional más ambicioso que ponga en peligro la gobernabilidad
del Estado. Y que, en función, de esto sea necesario tener que lidiar con
ellos.
El Síndrome de Goliat
Las características
señaladas conforman una situación a la que hemos descripto como el “Síndrome de
Goliat”. Uno que se configura cuando una fuerza armada, ya sea policial o
militar, enfrenta físicamente a un oponente, supuestamente, más débil. Dado que
genera una ola se simpatías por el elemento atacado. Tal como la generó el
bíblico pastor David cuando derrotó con su honda al gigante guerrero filisteo
de Goliat.
Esto se debe a que en todo
conflicto se superponen tres factores. El moral, que tiene que ver por las
causas por las que se lucha, que es el más importante; el físico, relacionado
con los aspectos materiales, que es el menos relevante y el psicológico o
estado mental, en el medio de ambos.
Otra consideración a tener
en cuenta es que en este tipo de conflictos cualquier hecho táctico, por menor
que este sea, puede tener consecuencias estratégicas. Ya que los planos de
conducción estratégico, operacional y táctico se superponen uno sobre otro. Con
el agravante que lo que puede ser positivo en un nivel (por ejemplo, el despeje
de una calle); puede tener consecuencias nefastas a nivel estratégico (una mala
imagen para las fuerzas).
Lo sostenido no implica que
no se puedan controlar y, llegado el caso, combatir a este tipo de organizaciones.
Lo que implica es que hay que hacerlo por los motivos correctos, contra los
objetivos correctos y con las metodologías correctas.
Sacarle el agua a la pecera
Hace años uno de los mejores
teóricos de la Guerra Revolucionaria, Mao Zedong, afirmaba que la guerrilla
debía estar dentro de su pueblo como un pez en el agua. Es verdad, nada ha
cambiado al respecto. Hoy, mucho más que ayer, toda organización insurreccional
necesita del apoyo, tanto directo como indirecto, de la población que lo rodea.
Ergo, el objetivo principal de nuestras acciones tiene que ser disminuir y
anular ese apoyo. En pocas palabras: sacarle el agua a la pecera.
Para lograrlo, habrá que
establecer bien las prioridades. Obviamente, lo primero será el plano moral,
seguido por el psicológico y, por último, el físico.
Para lograrlo será
imprescindible que se entienda que en este tipo de conflictos el centro de
gravedad no pasa por la anulación, mucho menos el aniquilamiento, de los
adversarios. Sino en que los mismos cambien su actitud. Se trata de obtener una
victoria moral al sumarlos al proceso de una convivencia civilizada.
Para ello, habrá que
entender que el componente policial/militar de esta ecuación es el menos
importante. Y que como tal, solo sirve de soporte para que otros elementos del
Estado puedan actuar y llenar el vacío que produjo la protesta.
Obviamente, que por la
propia configuración de estas organizaciones, habrá en su seno, elementos
irreductibles más inclinados al ejercicio de la violencia física. Ellos deberán
ser neutralizados, en el marco de la ley, y de la forma más quirúrgica posible.
La guerra se gana en los
preparativos
Esto dice Francis Tucker, un
comandante británico de tanques de la 2da GM. Si bien esto no es una guerra, lo
que dice es aplicable a todos los conflictos.
En este, en particular, los
preparativos se deberían orientar hacia lo siguiente:
1ro Sancionar un marco legal
acorde para las demandas actuales Defensa y la Seguridad, ya que el existente,
es obsoleto y contradictorio.
2do Aprovechar la doctrina y
la experiencia recogida en misiones de paz complejas como la MINUSTAH (Haití).
3ro Ponerse en movimiento,
puede ser que nos quede mucho tiempo para tener los medios (humanos y
materiales) para conjurar una grave crisis de gobernabilidad.