– Por María Celeste Ponce
Libre, February 5, 2020
-I- La politización del
veganismo
Verbalizar al veganismo en
la actualidad implica ingresar, indiscutiblemente, a un área política. En el
último tiempo, más bien, a finales del 2019, el veganismo se transformó en la
revelación del progresismo, en la vedette de la izquierda, en el top de los
medios. Innumerables protestas se expandieron, especialmente en Buenos Aires y
Córdoba, con la pretensión de intimidar e inhibir la elección de otros; muchos
veganos se adueñaron de “la verdad” y
coartaron libertades personales de otros conciudadanos. Se instauró un
régimen de conciencia obligatoria, se jactaron de una moral que tildaron de
universal pero que ciertamente, no podría sobrevivir a las contradicciones
mismas del movimiento dentro de otros espacios.
Resulta útil advertir que
éste es el veganismo político, el que dejó sus intereses personales, sus
convicciones, su moral, su ética para ir en lucha contra el “monstruo”
económico. Lo cierto es que las raíces del veganismo surgen en la Antigüedad,
como un acto personal y moral de compasión hacia el resto de los seres vivos y
por ende, ésta maniobra de imponerlo dentro de un ámbito sociopolítico
distorsiona su fin sólo para apuntar al enemigo íntimo del marxismo.
En primera instancia, es
menester bifurcar entre los principios políticos, económicos y
sociales de los éticos y morales. Considerar que el veganismo es de izquierda
porque la mayoría de sus integrantes
adoptan dicha ideología política es incurrir en una falacia de asociación.
Muchas personas, incluso las neo-veganas, asocian la izquierda con este estilo de vida debido,
no sólo a que muchos de sus practicantes son adeptos a dicha ideología, sino
también por ser frágiles marionetas carentes de identidad que se adhieren a la
pertenencia común y se adoctrinan con un discurso falaz. Por falta de
conocimiento y determinación se convierten así en la carnada política que
fabrica fervientes “odiadores” de empresas capitalistas, principalmente de la
industria cárnica, porque incorporan una visión analizada desde el lente
político o económico que reducen al resentimiento hacia un sector “poderoso”.
Se levanta así su dedo inquisidor para responsabilizar al capitalismo por un
conglomerado de sucesos que datan desde antes de la Revolución Industrial,
inicio de la producción en masa, como lo es el maltrato animal, patriarcado,
discriminación, contaminación y cuanto fenómeno es útil al discurso marxista.
Al marxismo no le quedó otro
remedio que evolucionar, transformando así esa lucha de clases por una de
cultural. Gramsci le da una nueva herramienta a la izquierda, la cual acapara
como causa a cada discusión social que toma un papel protagónico en la agenda
publica con el fin de emparentar movimientos contra hegemónicos mediante la
unificación de un punto fijo responsable
de todo mal: el capitalismo. De allí la prudencia de discernir entre el
veganismo político, acaparado por la izquierda, del veganismo tradicional. La
tradición vegana puede enrolar su origen en 1944 con Donald Watson, quien con
14 años y sin estar afiliado a ninguna causa política, en 1924 dejó todo tipo
de alimento proveniente de animales luego de visitar la granja de su tío y
vivir el proceso de muerte de un cerdo al que él todos los días alimentaba.
Donald relata que su reconsideración en hábitos alimenticios es un acto de
compasión; sin embargo no fue el primer vegano, sino a quien se le atribuye la denominación del
término. Para Watson el veganismo es “Una filosofía y una forma de vida que
busca excluir, en la medida de lo posible y practicable, todas las formas de explotación
y crueldad hacia los animales para alimentación, vestimenta o cualquier otro
propósito; y, por extensión, promueve el desarrollo y el uso de alternativas
libres de animales en beneficio de los humanos, los animales y el medio
ambiente. En términos dietéticos denota la práctica de dispensar todos los
productos derivados total o parcialmente de animales”.
El veganismo tradicional
hunde sus raíces, insoslayablemente en el vegetarianismo como filosofía de vida
que surge antes de Cristo (una historia que marca la vida de grandes hombres de
la humanidad como Pitágoras, Leonardo Da Vinci o Eistein). No es más que un
perfeccionamiento de la doctrina vegetariana y por ende es una elección
personal y no una causa política; de allí que no se lo puede considerar como
moda o la nueva necedad del postmodernismo iniciado en 1904.
-II- Progresismo: Del
Ecofeminismo a las Feministas Antiespecistas.
A grandes rasgos se
conceptualiza al progresismo como tendencia política de izquierda, en defensa
de estructuras sociales y económicas vinculadas con independencia de la
existencia del Estado y de individuos carentes de valor intrínseco, inmersos en
un mundo reinado por el nihilismo, donde no hay juicio absoluto respecto al
bien o mal. A su vez el veganismo es considerado como un principio ético y
moral que se encuentra íntimamente relacionado a las acciones del individuo, al
margen del contexto social, económico y político al cual este expuesto el ser
humano, íntimamente relacionado a una moral universal, motivo por el cual, se
deja en evidencia, que hablar de veganismo y política son dos cuestiones, en
principio, antagónicas.
A mediados del siglo XX
comenzó una ola de expansión sobre temáticas mundiales carentes de
representación política y que, siguiendo a Gramsci, estratégicamente el
neomarxismo usurpó movimientos y los
homogeneizó frente a un único adversario. Entre las principales referentes
encontramos a Petra Kelly, quien, como punto de partida, otorgó contenido
político al ecologismo, para más tarde anexar otros sectores como el Pacifismo
o Feminismo; o la francesa Françoise d’Eaubonne que, en 1974, acuñó
“Ecofeminismo”, un movimiento que nació como respuesta a lo que se definía como
la apropiación masculina de la agricultura y reproducción, lo que asemejó la
fertilidad de la tierra y fecundidad de la mujer, que tiempo después deriva en
el desarrollismo occidental de carácter patriarcal y economista. La acusación
planteaba dos consecuencias nocivas al respecto: Por una lado la
sobreexplotación de la tierra y por el otro la mercantilización de la sexualidad
femenina.
Entre los 80 y 90 el
EcoFeminismo inspeccionó nuevas conexiones con el feminismo, la justicia social
y la liberación tejiendo una red protectora que emparentaba movimientos
comunistas heterogéneos para confrontar la superestructura socioeconómica que
las oprime, aprisiona y veja. El
capitalismo se convierte, de esta forma, en el demonio que reduce a la
naturaleza en materia prima, en el maltratador y asesino masivo de animales, en
el sistema que se equipara al patriarca del hogar y desprecia la comunidad
homosexual.
Kimberlé Crenshaw en 1989
acuñó el término “interseccionalidad” para aclarar los estereotipos de opresión
en relación al origen, genero, raza y orientación sexual, mostrando una
interconexión. Finalmente en 1990, Carol J Adams, en su libro “La política
sexual de la carne” explicó la intersección entre la explotación de la mujer y
los animales, exponiendo una relación entre el hombre patriarcal y el consumo
de carne. Concluyendo que si tales temas están interconectadas la lucha debe
ser una, nace así lo que actualmente se denomina Feminismo Antiespecista que
revela la esquizofrenia moral de estos movimientos desfigurados por la
postmodernidad. Es tal la tergiversación se delata un conglomerado de
movimientos yuxtapuestos en busca de un interés político. Véase, el feminismo
en un grito unísono exclama “Mi cuerpo, yo decido” en favor del aborto,
desconociendo la existencia de un ADN diferente, del derecho a la vida que se
obstruye bajo la réplica y consideración que el feto no desarrolla el sistema
nervioso motivo por el cual no siente (sensocentrismo). Este feminismo, ahora
Antiespecista/vegano, arguye que injerir carne no es una elección personal dado
que interrumpe la vida de otro ser, el cual tiene derecho a no ser torturado,
ni explotado y mucho menos asesinado; vale preguntarse cuál es la coherencia de
este movimiento carente de lógica.
Éste es el producto de la
politización realizada por la izquierda que desvía el motivo y razón del
veganismo como una elección personal basada en la ética y moral individual, que
se traduce en la compasión hacia el reino animal y se ejerce en cualquier
momento, independientemente del sistema político, económico y social.
La subversión del veganismo
político es básicamente la guerra al capitalismo, para transfigurar la realidad y generar una visión
maléfica de la producción en masa, contrarrestando datos objetivos y empíricos.
Sin embargo las estadísticas
permiten ver el bosque detrás del árbol: los países de izquierda no marcan una diferenciación
respecto al consumo o industria cárnica, de hecho Cuba, en 2019, fue uno de los
países que más carne compró a Chile, según datos oficiales de la ODEPA,
(Oficina de Estudios y Políticas Agrarias). Otro dato que destruye la
hipocresía discursiva del veganismo político respecto a la responsabilidad del
capitalismo como figura patriarcal sobre los animales se ve en Corea del Norte,
con su especialidad en Pyongyang, carne de perro, o bien, lo sucedido en el mundial 2018, en
Rusia, cuando exterminaron miles de can callejeros para “limpiar la ciudad”.