sábado, 29 de febrero de 2020

DEL VEGANISMO TRADICIONAL AL VEGANISMO POLÍTICO



– Por María Celeste Ponce

Libre, February 5, 2020

-I- La politización del veganismo

Verbalizar al veganismo en la actualidad implica ingresar, indiscutiblemente, a un área política. En el último tiempo, más bien, a finales del 2019, el veganismo se transformó en la revelación del progresismo, en la vedette de la izquierda, en el top de los medios. Innumerables protestas se expandieron, especialmente en Buenos Aires y Córdoba, con la pretensión de intimidar e inhibir la elección de otros; muchos veganos se adueñaron de “la verdad” y  coartaron libertades personales de otros conciudadanos. Se instauró un régimen de conciencia obligatoria, se jactaron de una moral que tildaron de universal pero que ciertamente, no podría sobrevivir a las contradicciones mismas del movimiento dentro de otros espacios.

Resulta útil advertir que éste es el veganismo político, el que dejó sus intereses personales, sus convicciones, su moral, su ética para ir en lucha contra el “monstruo” económico. Lo cierto es que las raíces del veganismo surgen en la Antigüedad, como un acto personal y moral de compasión hacia el resto de los seres vivos y por ende, ésta maniobra de imponerlo dentro de un ámbito sociopolítico distorsiona su fin sólo para apuntar al enemigo íntimo del marxismo.

En primera instancia, es menester bifurcar  entre  los principios políticos, económicos y sociales de los éticos y morales. Considerar que el veganismo es de izquierda porque  la mayoría de sus integrantes adoptan dicha ideología política es incurrir en una falacia de asociación. Muchas personas, incluso las neo-veganas, asocian  la izquierda con este estilo de vida debido, no sólo a que muchos de sus practicantes son adeptos a dicha ideología, sino también por ser frágiles marionetas carentes de identidad que se adhieren a la pertenencia común y se adoctrinan con un discurso falaz. Por falta de conocimiento y determinación se convierten así en la carnada política que fabrica fervientes “odiadores” de empresas capitalistas, principalmente de la industria cárnica, porque incorporan una visión analizada desde el lente político o económico que reducen al resentimiento hacia un sector “poderoso”. Se levanta así su dedo inquisidor para responsabilizar al capitalismo por un conglomerado de sucesos que datan desde antes de la Revolución Industrial, inicio de la producción en masa, como lo es el maltrato animal, patriarcado, discriminación, contaminación y cuanto fenómeno es útil al discurso marxista.

Al marxismo no le quedó otro remedio que evolucionar, transformando así esa lucha de clases por una de cultural. Gramsci le da una nueva herramienta a la izquierda, la cual acapara como causa a cada discusión social que toma un papel protagónico en la agenda publica con el fin de emparentar movimientos contra hegemónicos mediante la unificación  de un punto fijo responsable de todo mal: el capitalismo. De allí la prudencia de discernir entre el veganismo político, acaparado por la izquierda, del veganismo tradicional. La tradición vegana puede enrolar su origen en 1944 con Donald Watson, quien con 14 años y sin estar afiliado a ninguna causa política, en 1924 dejó todo tipo de alimento proveniente de animales luego de visitar la granja de su tío y vivir el proceso de muerte de un cerdo al que él todos los días alimentaba. Donald relata que su reconsideración en hábitos alimenticios es un acto de compasión; sin embargo no fue el primer vegano, sino  a quien se le atribuye la denominación del término. Para Watson el veganismo es “Una filosofía y una forma de vida que busca excluir, en la medida de lo posible y practicable, todas las formas de explotación y crueldad hacia los animales para alimentación, vestimenta o cualquier otro propósito; y, por extensión, promueve el desarrollo y el uso de alternativas libres de animales en beneficio de los humanos, los animales y el medio ambiente. En términos dietéticos denota la práctica de dispensar todos los productos derivados total o parcialmente de animales”.

El veganismo tradicional hunde sus raíces, insoslayablemente en el vegetarianismo como filosofía de vida que surge antes de Cristo (una historia que marca la vida de grandes hombres de la humanidad como Pitágoras, Leonardo Da Vinci o Eistein). No es más que un perfeccionamiento de la doctrina vegetariana y por ende es una elección personal y no una causa política; de allí que no se lo puede considerar como moda o la nueva necedad del postmodernismo iniciado en 1904.

-II- Progresismo: Del Ecofeminismo a las Feministas Antiespecistas.

A grandes rasgos se conceptualiza al progresismo como tendencia política de izquierda, en defensa de estructuras sociales y económicas vinculadas con independencia de la existencia del Estado y de individuos carentes de valor intrínseco, inmersos en un mundo reinado por el nihilismo, donde no hay juicio absoluto respecto al bien o mal. A su vez el veganismo es considerado como un principio ético y moral que se encuentra íntimamente relacionado a las acciones del individuo, al margen del contexto social, económico y político al cual este expuesto el ser humano, íntimamente relacionado a una moral universal, motivo por el cual, se deja en evidencia, que hablar de veganismo y política son dos cuestiones, en principio, antagónicas.

A mediados del siglo XX comenzó una ola de expansión sobre temáticas mundiales carentes de representación política y que, siguiendo a Gramsci, estratégicamente el neomarxismo usurpó movimientos y  los homogeneizó frente a un único adversario. Entre las principales referentes encontramos a Petra Kelly, quien, como punto de partida, otorgó contenido político al ecologismo, para más tarde anexar otros sectores como el Pacifismo o Feminismo; o la francesa Françoise d’Eaubonne que, en 1974, acuñó “Ecofeminismo”, un movimiento que nació como respuesta a lo que se definía como la apropiación masculina de la agricultura y reproducción, lo que asemejó la fertilidad de la tierra y fecundidad de la mujer, que tiempo después deriva en el desarrollismo occidental de carácter patriarcal y economista. La acusación planteaba dos consecuencias nocivas al respecto: Por una lado la sobreexplotación de la tierra y por el otro la mercantilización de la sexualidad femenina.

Entre los 80 y 90 el EcoFeminismo inspeccionó nuevas conexiones con el feminismo, la justicia social y la liberación tejiendo una red protectora que emparentaba movimientos comunistas heterogéneos para confrontar la superestructura socioeconómica que las oprime, aprisiona y veja.  El capitalismo se convierte, de esta forma, en el demonio que reduce a la naturaleza en materia prima, en el maltratador y asesino masivo de animales, en el sistema que se equipara al patriarca del hogar y desprecia la comunidad homosexual.

Kimberlé Crenshaw en 1989 acuñó el término “interseccionalidad” para aclarar los estereotipos de opresión en relación al origen, genero, raza y orientación sexual, mostrando una interconexión. Finalmente en 1990, Carol J Adams, en su libro “La política sexual de la carne” explicó la intersección entre la explotación de la mujer y los animales, exponiendo una relación entre el hombre patriarcal y el consumo de carne. Concluyendo que si tales temas están interconectadas la lucha debe ser una, nace así lo que actualmente se denomina Feminismo Antiespecista que revela la esquizofrenia moral de estos movimientos desfigurados por la postmodernidad. Es tal la tergiversación se delata un conglomerado de movimientos yuxtapuestos en busca de un interés político. Véase, el feminismo en un grito unísono exclama “Mi cuerpo, yo decido” en favor del aborto, desconociendo la existencia de un ADN diferente, del derecho a la vida que se obstruye bajo la réplica y consideración que el feto no desarrolla el sistema nervioso motivo por el cual no siente (sensocentrismo). Este feminismo, ahora Antiespecista/vegano, arguye que injerir carne no es una elección personal dado que interrumpe la vida de otro ser, el cual tiene derecho a no ser torturado, ni explotado y mucho menos asesinado; vale preguntarse cuál es la coherencia de este movimiento carente de lógica.

Éste es el producto de la politización realizada por la izquierda que desvía el motivo y razón del veganismo como una elección personal basada en la ética y moral individual, que se traduce en la compasión hacia el reino animal y se ejerce en cualquier momento, independientemente del sistema político, económico y social.

La subversión del veganismo político es básicamente la guerra al capitalismo, para  transfigurar la realidad y generar una visión maléfica de la producción en masa, contrarrestando datos objetivos y empíricos.

Sin embargo las estadísticas permiten ver el bosque detrás del árbol: los países de  izquierda no marcan una diferenciación respecto al consumo o industria cárnica, de hecho Cuba, en 2019, fue uno de los países que más carne compró a Chile, según datos oficiales de la ODEPA, (Oficina de Estudios y Políticas Agrarias). Otro dato que destruye la hipocresía discursiva del veganismo político respecto a la responsabilidad del capitalismo como figura patriarcal sobre los animales se ve en Corea del Norte, con su especialidad en Pyongyang, carne de perro, o  bien, lo sucedido en el mundial 2018, en Rusia, cuando exterminaron miles de can callejeros para “limpiar la ciudad”.