La Argentina está fuera de la geopolítica
mundial
POR ALBERTO ASSEFF
La Prensa, 06.03.2020
Hace décadas que declinamos
como Nación. Indicar si el inicio fue 1930 o el decenio de los cincuenta no
ayuda para pensar el futuro porque nos disocia antes de empezar el camino de la
recuperación.
La decadencia es mucho más
honda que un índice, por caso el de pobreza. En 1976 el sector pobre de nuestra
sociedad no superaba el 5%, pero ya llevábamos años acumulados de caída. Sobre
todo en el optimismo y en las expectativas propias de ser algo respetable en el
mundo.
¿Cómo pretender que los
foráneos crean en nuestra potencialidad si nosotros descreemos de ella? Nuestro
mal no está afuera. Se halla acá. Mora con nosotros. Convive cotidianamente
entre nosotros.
La deuda externa no es un
maleficio impuesto por factores exógenos. Es el producto liso y llano y también
funesto de nuestras ineptidudes, de nuestra mediocridad, de nuestro fracaso
sobre todo dirigencial. Esa frustrante cumbre, que no representa la proverbial
pujanza de nuestra nación, está contagiando para abajo su incapacidad
manifiesta en su (mal) desempeño arriba.
TRES CASOS
Tres ejemplos recientes
patentizan la hondura del decaimiento nacional: para la asignación universal
por hijo ya no se exige la certificación previa de escolaridad, la gran
condición para percibirla; cuando en el mundo desarrollado casi el 80% de los
chicos de 3 años están escolarizados, acá apenas llegamos al 41; y en contraste
con el aplauso que en toda la tierra se brinda a los emprendedores, acá se
suspende el trámite ágil por Internet para crear empresas, sobre todo micro.
No se puede desmentir, a la
luz de estos tres datos, que acá existe una objetiva intención de que no seamos
más educados y más libres. No es una conjetura contrafáctica, sino
lastimosamente fáctica: se le tiene miedo a la libertad y a la educación.
La inferencia es tan
inexorable como siniestra: un pueblo ignorante y sometido es manipulable. Esta
conclusión -que está muy lejos de ser antojadiza- nos ubica fuera de la
geopolítica mundial. Nos descuelga del mapa.
No porque estemos lejos de
Washington, París, Berlín o Pekín, sino porque estamos a años luz de las
corrientes tecnológicas que están transformando al planeta, desde la cuántica
hasta la inteligencia artificial y la robótica ¿Alguien supone que los
tesoneros europeos, los sacrificados chinos o surcoreanos, los esforzados
japoneses o los pujantes emprendedores norteamericanos forjaron los países que
tienen durmiendo la siesta y esperando que el Estado les provea -vía
abundantes, frondosas políticas públicas- las soluciones. Por supuesto que el
Estado tiene un papel preponderante que es el de asegurar la libertad y la
seguridad, junto con promover el bienestar con la sutileza de quien interviene
sin hacerse notar.
Existen inquietantes
cuestiones en el mundo. La alianza transatlántica (Estados Unidos más Europa)
atraviesa por un período crítico. La Primavera árabe cayó en el actual
escenario de inestabilidad, altamente preocupante. La lentificación del
crecimiento chino, agravada por el coronavirus, parece un palo en la rueda de
la locomotora mundial. Nuestra América, otrora el Mundo Nuevo, hoy es una
geografía política y económica problemática por aquí y acullá.
Es decir, que la Argentina
no es la única anormalidad de este mundo. Empero, es nuestra anormalidad. Es la
que nos duele en el alma. Y más allá de las complejidades que sufren los otros,
las nuestras las detectamos como muy gravosas por algunas razones que hasta
resultan inexplicables.
VIVIR CON LO NUESTRO
"Para pagar debemos
primero crecer". Es una aseveración equívoca pero con apariencia de
verosímil. Ahora bien ¿cómo crecer si lo saliente de este gobierno ha sido en
los noventa días de gestión subir impuestos a los que producen, a los que
generan trabajo, a los que tienen sus ahorros invertidos aquí y registrados
legalmente? Ergo, como no vamos a crecer, no vamos a pagar ¿Viviremos con lo
nuestro?
¿Los emprendedores se irán a
Montevideo, Asunción y Santa Cruz de la Sierra? ¡Qué paradoja! Los tres países
que se desprendieron de nuestra nación originaria, hogaño se desarrollan a
partir de nuestras trabas y decadencia.
¿Qué hacer? Lo contrario de
lo que venimos realizando. Menos impuestos, menos gasto, menos despilfarro,
ninguna impunidad -es la única forma de no padecer corrupción-, menos
burocracia y regulaciones, menos inseguridad -personal y jurídica-, menos
deseducación, menos clientelismo disfrazado de asistencia social, menos
vagancia, menos violencia, menos grieta. Y siguen los menos.
Asimismo, en vez de un plan
secreto -como sorprendentemente dijo tener el presidente , se le dé a conocer
al país cuáles son las directrices orientativas que el gobierno impulsa para
que seamos un país republicano y desarrollado.
Con una mirada optimista
podría decirse que somos afortunados pues no es que tengamos que hacer más,
sino menos de lo que venimos (des) haciendo. La fórmula casi es memotécnica y
por tanto sencilla: dejar de hacer lo que hace añares hacemos, es decir
cambiar.
Los ejes de esa mutación
están claros: educación, libertad, trabajo.
* Diputado nacional de
Juntos por el Cambio.