Por Gina Kolata
Infobae, 13 de Mayo de 2020
¿Cuándo y cómo terminará la
pandemia de la COVID-19?
Según los historiadores, las
pandemias tienen dos tipos de final: el médico, que ocurre cuando las tasas de
incidencia y muerte caen en picada, y el social, cuando disminuye la epidemia
de miedo a la enfermedad.
“Cuando las personas
preguntan: ‘¿Cuándo se acabará esto?’, preguntan sobre el final social”, dice
Jeremy Greene, historiador de medicina en Johns Hopkins.
En otras palabras, un final
puede ocurrir no porque la enfermedad ha sido vencida sino porque las personas
se cansan de estar en modo pánico y aprender a vivir con ella. Allan Brandt,
historiador de Harvard, dijo que algo similar está ocurriendo con la COVID-19: “Como
hemos visto en el debate sobre la apertura de la economía, muchas preguntas
sobre lo que se llama el final están determinadas no por los datos médicos y de
salud pública, sino por procesos sociopolíticos”.
Los finales “son muy, muy
desordenados”, dice Dora Vargha, historiadora de la Universidad de Exeter.
“Mirando hacia atrás, tenemos una narrativa débil. ¿Para quién termina la
epidemia y quién lo puede decidir?”
En el camino del miedo
Una
epidemia de miedo puede ocurrir aún sin una epidemia de enfermedad. La doctora
Susan Murray, del Royal College of Surgeons en Dublín, lo vio de primera mano
en 2014, cuando era miembro de un hospital rural en Irlanda.
En
los meses anteriores, más de 11.000 personas en África occidental habían muerto
de ébola, una enfermedad viral aterradora que es altamente infecciosa y a
menudo mortal. La epidemia parecía estar disminuyendo, y ningún caso había
ocurrido en Irlanda, pero el miedo público era palpable.
“En las calles y en las
salas, la gente está ansiosa”, recordó recientemente Murray en un artículo en
el The New England Journal of Medicine. “Tener el color de piel errado es
suficiente para ganarte una mirada reprobatoria de tus compañeros de viaje en
el bus o en el tren. Tose una vez, y los verás alejándose de ti”.
Se advirtió a los
trabajadores de los hospitales de Dublín que se preparasen para lo peor.
Estaban aterrorizados y preocupados por la falta de equipos de protección.
Cuando un hombre joven llegó a la sala de emergencias desde un país con
pacientes de ébola, nadie se le quería acercar; los enfermeros se escondieron,
y los médicos amenazaron con dejar el hospital.
Solo Murray se atrevió a
tratarlo, escribió, pero su cáncer estaba tan avanzado que todo lo que pudo
hacer fue ofrecerle cuidados paliativos. Unos días después, las pruebas
confirmaron que el hombre no tenía ébola; murió una hora después. Tres días
después, la Organización Mundial de la Salud declaró que la epidemia de ébola
había terminado.
Murray escribió: “Si no
estamos preparados para luchar contra el miedo y la ignorancia de manera tan
activa y reflexiva del modo en que luchamos contra cualquier otro virus, es
posible que el miedo pueda causar un daño terrible a la gente vulnerable,
incluso en lugares que nunca ven un solo caso de infección durante un brote. Y
una epidemia de miedo puede tener consecuencias mucho peores cuando se complica
por cuestiones de raza, privilegio e idioma”.
La peste negra y recuerdos
oscuros
La peste bubónica ha
golpeado varias veces en los últimos 2000 años, matando a millones de personas
y alterando el curso de la historia. Cada epidemia amplificó el miedo que vino
con el siguiente brote.
La enfermedad es causada por
una cepa de bacteria, Yersinia pestis, que vive en las pulgas de las ratas.
Pero la peste bubónica, que se conoció como la peste negra, también puede
transmitirse de una persona infectada a otra persona infectada a través de
gotitas respiratorias, por lo que no puede ser erradicada simplemente matando a
las ratas.
Los historiadores describen
tres grandes olas de plaga, dice Mary Fissell, historiadora en Johns Hopkins:
la Plaga de Justiniano, en el siglo VI; la epidemia medieval, en el siglo XIV;
y una pandemia que golpeó a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.
La pandemia medieval comenzó
en 1331 en China. La enfermedad, junto con una guerra civil que estaba en su
apogeo en ese momento, mató a la mitad de la población de China. A partir de
ahí, la plaga se trasladó a lo largo de las rutas comerciales a Europa, África
del Norte y el Oriente Medio. Entre 1347 y 1351, mató al menos a un tercio de
la población europea. Murió la mitad de la población de Siena, Italia.
“Es imposible para la lengua
humana contar la horrible verdad”, escribió el cronista del siglo XIV Agnolo di
Tura. “De hecho, alguien que no vio tal horror puede ser llamado bendito”. Los
infectados, escribió, “se hinchan debajo de las axilas y en las ingles, y se
caen mientras hablan”. Los muertos fueron enterrados en fosas, en pilas.
En Florencia, escribió
Giovanni Boccaccio, “No se le dio más respeto a la gente muerta que el que hoy
en día se les daría a las cabras muertas”. Algunos se escondieron en sus casas.
Otros se rehusaron a aceptar la amenaza. Boccaccio escribió que su forma de
afrontarlo era “beber mucho, disfrutar la vida al máximo, cantar y divertirse,
y satisfacer todos los antojos cuando surgiera la oportunidad, y descartar todo
como si fuera una gran broma”.
Esa pandemia terminó, pero
la plaga volvió. Uno de los peores brotes comenzó en China en 1855 y se
extendió por todo el mundo, matando a más de 12 millones de personas solo en
India. Las autoridades de salud de Bombay incendiaron barrios enteros
intentando librarlos de la peste. “Nadie sabía si servía de algo”, dijo Frank
Snowden, historiador de Yale.
No está claro qué hizo que
la peste bubónica desapareciera. Algunos estudiosos han argumentado que el
clima frío mató a las pulgas portadoras de enfermedades, pero eso no habría
interrumpido la transmisión por las vías respiratorias, señaló Snowden.
O tal vez fue un cambio en
las ratas. En el siglo XIX, la plaga no era llevada por ratas negras sino por
ratas marrones, que son más fuertes y agresivas y tienen más probabilidades de
vivir alejadas de los humanos.
“Ciertamente no querrías una
de mascota”, dijo Snowden.
Otra hipótesis es que la
bacteria evolucionó para ser menos mortal. O tal vez las acciones de los
humanos, como incendiar las aldeas, ayudaron a calmar la epidemia.
La peste nunca se fue
realmente. En Estados Unidos, las infecciones son endémicas entre los perros de
las praderas en el suroeste y pueden transmitirse a las personas. Snowden dijo
que uno de sus amigos se infectó después de una estadía en un hotel en Nuevo
México. El anterior ocupante de la habitación tenía un perro, que tenía pulgas
que transportaban el microbio.
Tales casos son raros, y
ahora se pueden tratar con éxito con antibióticos, pero cualquier informe sobre
un caso de peste despierta el miedo.
Una enfermedad que realmente
terminó
Entre las enfermedades que
han llegado a un fin médico está la viruela. Pero es excepcional por varias
razones: hay una vacuna efectiva, que protege de por vida; el virus, Variola
major, no tiene huésped animal, por lo que eliminar la enfermedad en humanos
significó la eliminación total; y sus síntomas son tan inusuales que la
infección es obvia, permitiendo cuarentenas eficaces y rastreo de contactos.
Pero mientras todavía
arrasaba, la viruela era horrible. Epidemia tras epidemia barrió el mundo, por
al menos 3000 años. Las personas infectadas por el virus tenían fiebre, después
una erupción que se convertía en manchas llenas de pus, que se incrustaban y se
caían, dejando cicatrices. La enfermedad mató a tres de cada 10 víctimas, a
menudo después de un inmenso sufrimiento.
En 1633, una epidemia entre
los nativos americanos “irrumpió en todas las comunidades nativas en el noreste
y, ciertamente, facilitó el asentamiento de los ingleses en Massachusetts”,
dijo David S. Jones, historiador de Harvard. William Bradford, líder de la
colonia Plymouth, escribió un relato sobre la enfermedad en nativos americanos,
diciendo que las pústulas rotas pegaban la piel de un paciente a la estera en
la que yacía, solo para ser arrancada. Bradford escribió: “Cuando los giran,
todo un lado se desollará, por así decir, y quedarán ensangrentados, muy
temibles para ser contemplados”.
La última persona en
contraer la viruela de forma natural fue Ali Maow Maalin, un cocinero de
hospital en Somalia, en 1997. Se recuperó, solo para morir de malaria en 2013.
Influenzas olvidadas
La gripe de 1918 se presenta
hoy como el ejemplo de los estragos de una pandemia y el valor de las
cuarentenas y la distancia social. Antes de que acabase, la gripe mató entre 50
y 100 millones de personas alrededor del mundo. Fueron presa de ella jóvenes y
adultos de mediana edad, dejó niños huérfanos, privó a las familias de quienes
ganaban el sustento, y mató tropas en medio de la Primera Guerra Mundial.
En el otoño de 1918, William
Vaughan, un prominente médico, fue enviado a Camp Devens cerca de Boston para
informar sobre una gripe que estaba arrasando allá. Él vio “cientos de jóvenes
robustos con el uniforme de su país, que ingresaban a las salas del hospital en
grupos de diez o más”, escribió. “Los colocan en los catres hasta que cada cama
está llena, pero otros se apiñan. Sus rostros pronto cambian a un tono azulado,
una tos angustiosa produce expectoración manchada de sangre. En la mañana los
cadáveres se apilan en la morgue como tablones de madera”.
El virus, escribió,
“demostró la inferioridad de los inventos humanos para la destrucción de la
vida humana”.
Después de arrasar en el
mundo, esa gripe se desvaneció, evolucionando hacia una variante de la gripe
más benigna que llega cada año.
“Quizás fue como un fuego
que, tras quemar la leña disponible y de fácil acceso, se consume”, dijo
Snowden.
También terminó socialmente.
La Primera Guerra Mundial había acabado; la gente estaba lista para un nuevo
comienzo, una nueva era, y deseosa de dejar atrás la pesadilla de la enfermedad
y la guerra. Hasta hace poco, la gripe de 1918 había sido en gran medida
olvidada.
Otras pandemias de gripe
siguieron, ninguna tan grave pero todas, sin embargo, fueron aleccionadoras. En
la gripe de Hong Kong de 1968, murió un millón de personas en todo el mundo,
incluyendo 100.000 en Estados Unidos, en su mayoría personas mayores de 65
años. Ese virus aún circula como gripe estacional, y su camino inicial de
destrucción, y el miedo que la acompañaba, rara vez se recuerda.
Una posibilidad, dicen los
historiadores, es que la pandemia del coronavirus pueda terminar socialmente
antes de que termine médicamente. Las personas pueden cansarse tanto de las
restricciones y declarar que la pandemia terminó, aunque el virus continúe ardiendo
entre la población y no se haya encontrado una vacuna o tratamiento efectivo.
“Creo que existe este tipo
de problema psicológico social de agotamiento y frustración”, dijo Naomi
Rogers, historiadora de Yale. “Podemos estar en un momento en que la gente solo
dice: ‘Suficiente. Merezco poder volver a mi vida normal’”.
Ya está sucediendo; en
algunos estados, los gobernadores han levantado las restricciones, al permitir
la reapertura de salones de belleza, salones de uñas y gimnasios, desafiando
las advertencias de los funcionarios de salud pública de que tales pasos son prematuros.
A medida que crece la catástrofe económica causada por los confinamientos, más
y más personas pueden estar listas para decir “basta”.
“Hay este tipo de conflicto
ahora”, dijo Rogers. Los funcionarios de salud pública tienen un final médico a
la vista, pero algunos miembros del público ven un final social.
“¿Quién puede reclamar el
final?”, dijo Rogers. “Si rechazas la noción de su final, ¿contra qué lo haces?
¿Qué alegas cuando dices ‘No, no está terminando’?”.
El desafío, dijo Brandt, es
que no habrá una victoria repentina. Tratar de definir el final de la epidemia
“será un proceso largo y difícil”.
* Gina Kolata escribe sobre
ciencia y medicina. Ha sido dos veces finalista del premio Pulitzer y es autora
de seis libros.-
(C) The New York Times.-