POR MARIO CAPONNETTO Y
MIGUEL DE LORENZO
La Prensa, 24.05.2020
Mucho se habla, sobre todo
en estos días, del Nuevo Orden Mundial o Globalización (así, con mayúsculas).
Sin embargo, no siempre se repara adecuadamente en sus orígenes, naturaleza y
propósitos. Por empezar, preferimos llamarlo Gobernanza Mundial -pues de eso se
trata, en definitiva, ya que de orden, propiamente, no tiene nada-; es una
Gobernanza más de hecho que de jure, claramente identificada con grupos y
personas concretas que no ocultan su identidad ni sus fines y que, en última
ratio, responde a una ideología o Pensamiento Único que intenta plasmarse en un
Sistema cuya vigencia se concibe a escala planetaria.
Los mentores y fautores de
esta Gobernanza son hombres, animados de las peores intenciones sin duda y en
los que, incluso, no puede descartarse alguna inspiración no humana; pero son
hombres falibles y, por tanto, no tienen ni el control de todos los resortes
del poder, ni está en sus manos predecir el curso de todos los acontecimientos
ni, menos aún, les pertenece la última palabra. Sin embargo son un serio
peligro que se cierne sobre las naciones otrora integrantes de lo que aún se
sigue llamado la Civilización Occidental. Por eso es importante conocerlos y
denunciarlos oportunamente.
El inicio de esta Gobernanza
Mundial, al menos como se viene configurando en estas dos décadas del presente
siglo, se remonta al año 1989, año clave de la historia contemporánea, con la
caída del Muro de Berlín y la aparente desaparición del comunismo soviético. El
mundo celebró la caída del muro como una suerte de renacimiento y, en algún
sentido, no se equivocaba. Pero no fueron muchos los que advirtieron que otro
muro ya había vuelto a encerrar a los hombres. Y en eso tal vez consistió su
gravedad inusitada: que pareció que todo funcionaba, que cada cosa volvía a su
lugar, que un promisorio futuro de libertad, de paz y prosperidad era
inevitable aunque detrás de estas esperanzas demasiado terrenas, de esa normalidad
simulada donde todo marchaba idealmente,
era el hombre el que comenzaba a desaparecer.
REALISMO
La Iglesia Católica vio, en
su momento, con más que aceptable realismo, lo que sucedía y qué podía
esperarse en el próximo e inmediato devenir. Juan Pablo II, en efecto, en su
Encíclica Centesimus annus, publicada el 1 de mayo de 1991, cuyo capítulo
tercero estaba destinado a comentar los sucesos de 1989, a la par que saludaba
con cauto optimismo algunos aspectos positivos de la nueva situación internacional
no dejaba de advertir algunos potenciales y serios peligros. En líneas
generales, la Encíclica apelaba a un equilibrio entre la afirmación de la
soberanía de las naciones -y la consecuente reivindicación de los procesos
nacionales que llevaron a la liberación del comunismo- y un cierto orden
internacional, especialmente europeo, capaz de garantizar las condiciones de
una adecuada convivencia y pacífica resolución de los conflictos. Va de suyo
que el pensamiento del Papa se orientaba a cubrir el enorme vacío que dejaba el
comunismo con un recto orden mundial fundado, en definitiva, sobre una visión
cristiana del hombre y en conformidad con la historia y la tradición
fundacional de Europa (1). Nada de ello ocurrió, por supuesto, y las cosas
tomaron un rumbo diametralmente opuesto.
A casi tres décadas de este
histórico documento pontificio, el Vaticano de estos tiempos no parece estar en
demasiada consonancia con lo que entonces se afirmaba y esperaba. Por cierto
que no se trata de materia dogmática sino de cuestiones históricas y políticas,
eminentemente contingentes y, por ende, sujetas a cambios. Sin embargo, se
aprecian ciertos cambios o giros que producen, por decir lo menos, cierta
perplejidad. La santa Sede, en efecto, bajo la conducción del actual Sumo
Pontífice, no parece por momentos del todo ajena a los objetivos de la
Gobernanza Mundial y, en ocasiones, hasta se diría que, en cierto modo, los
promueve. Algo de esto nos llega a cada rato desde Roma. De repente hay límites
que ya no están, senderos apenas transitables, verdades que se han vuelto
evanescentes.
Distintos hechos tomados
casi al azar y solo a modo de ejemplo, ayudan a resaltar estas presunciones.
Hemos sido testigos de entrevistas y reuniones (en cierto sentido privilegiadas
en cuanto a duración y cortesía) con representantes de la izquierda radicalizada de nuestro país y dentro de esa
línea, no católica, o definidamente anticristiana, tampoco faltaron delegados
internacionales. Todos ellos recorrieron y recorren los salones vaticanos: funcionarios
y políticos, jueces y fiscales, periodistas y dirigentes sindicales. Todos
ellos invitados a coloquios, seminarios, talleres que suelen concluir con
reuniones privadas con el Papa Francisco. Luego de esos encuentros,
indisimuladamente políticos, en las declaraciones sobre los objetivos de los
mismos, resalta por regla general, digamos así, un denominador común: se trata
en síntesis de elaborar la fórmula que conduzca a la paz del mundo por el
camino del consenso y la fraternidad universal.
De tal manera que una suerte
de apertura al mundo- y al mundo globalizado- se torna cada vez más visible en
el Vaticano. Apertura a la que no son ajenas las designaciones en diversas
Academias y Comisiones Pontificias de personas enfrentadas con la enseñanza evangélica,
a tal punto que en la Academia por la Vida (totalmente reestructurada en sus
objetivos y miembros por Francisco) figuran no solo miembros de otros credos y
aún ateos, sino hasta partidarios del aborto y la eutanasia en una suerte de
extravagante paradoja. Por otra parte, no pasó inadvertido para nadie, que en
la última reunión del Bilderberg Group, entre los asistentes figuró uno de los
más importantes Cardenales de la Santa Sede. En la misma línea, donde la verdad
no ocupa un sitio destacado, podríamos inscribir a los acuerdos con China de
los que, si bien desconocemos sus contenidos, nos quedan eso sí los rotundos
elogios a la estructura social de aquel país que fue calificada como la más
acabada expresión de la doctrina social de la Iglesia.
TEOLOGIA DEL PUEBLO
Es pertinente preguntarse a
qué obedece todo esto. La respuesta es que algo, o acaso mucho, de lo que
decimos, viene del estrecho vínculo del Papa Francisco con la ideología llamada
teología del pueblo que suele ir de la mano con la llamada teología pluralista
de las religiones. Y a fin de entender por qué sospechamos que la ligazón
intelectual del Papa con esas teologías sería, de distintas maneras,
responsable de las conductas antes mencionadas de apertura al mundo por un lado
y de la relativización de la verdad por otro, tal vez valga la pena mencionar
brevemente aquellos principios comunes a dichas teologías y que, más allá de
fluctuaciones conceptuales y diferencias menores, viene a constituir un núcleo
ideológico tan rígido que vano resultaría intentar modificarlo.
Para empezar, hablemos de
aquello que para nosotros fue el principio de todas estas tendencias: la
teología de la liberación. En este sentido se ha de mencionar un hecho
distintivo que tiene que ver con las llamadas “estructuras de injusticia”,
existentes en el mundo en general y especialmente acentuadas en América Latina.
Si consideramos que las estructuras sociales injustas en el mundo son las
responsables de graves desigualdades sociales, la pobreza extrema y el sufrimiento
de grandes sectores de población, entonces la teología ya no debe encerrarse
quedando al margen de esa situación social. Lo primero es ante todo “liberar” a
los que sufren. “Liberación” viene así a ocupar el lugar de “redención”. Una
teología que se cierre a esta realidad y a este desafío ya no será el medio
adecuado para dar respuesta a las inquietudes del hombre de nuestro tiempo.
A lo que hay que apuntar,
por tanto, es a cambiar las estructuras de injusticia que dominan el mundo lo
que viene a coincidir en alguna medida con Marx: “no quiero entender al mundo
sino cambiarlo”. Ahora bien ese cambio requiere acción y esa acción, esa lucha
por el cambio, debe emprenderse definitiva y claramente desde la política. De
ese modo “redención” pasa a ser “liberación” de las estructuras de injusticia;
la redención y la salvación eterna dejan de ser núcleo de la teología la que,
en definitiva, resulta absorbida o reemplazada por la política. Nos encontramos
entonces con una liberación atada a la inmanencia: nos ocupa el aquí y ahora,
la acción política camino inexcusable hacia la liberación. Semejante
liberación, una tal esperanza definidamente desligada de la salvación eterna
del alma, se lograrían gracias a la cosmovisión de la ciencia; es así que el
análisis marxista de la historia, el único fundado “científicamente”, vino a
ser la herramienta imprescindible que estábamos obligados a utilizar dado su
carácter científico y claramente indiscutible. Tal el proyecto que animó las
experiencias liberacionistas de los años setenta y aunque posteriormente, a la
luz de su estrepitoso fracaso, la hermenéutica marxista fue dejada de lado,
pasándose así de la teología de la liberación a la hoy llamada teología del
pueblo, no por ello se abandonó el proyecto secularizador e inmanentista de
hacer de la teología católica un instrumento de salvación intramundana.
Desde el ángulo
estrictamente teológico de lo que se trata es de una radical desnaturalización
del cristianismo y de la misión salvífica de Cristo y de la Iglesia. Por eso la
cristología misma, y en consecuencia la eclesiología, han sido modificadas en sus
mismos fundamentos. Resalta, así, como uno de los planteos más radicales el de
la cristología. El Cristo de la tradición, el de la fe, ha quedado superado por
la nueva interpretación que de él hizo la ciencia. El Cristo de la fe, - nos
dicen - quedó encerrado en el mundo judaico y dio paso al Cristo histórico, el
que se encuentra con los pobres y necesitados de hoy. Rudolf Bultman, uno de
los primeros impulsores de la “idea científica” de los dos Cristos, no duda en
asegurar que un abismo separa a los dos, el Jesús de la fe ha quedado en el
pasado, superado por la interpretación que surge del análisis marxista o neo
marxista de la historia (2).
Uno de los más conspicuos
exponentes sudamericanos de esta teología afirma: “Jesús es Dios, pero el Dios
verdadero es Aquel que se revela histórica y escandalosamente en Jesús y en los
pobres que perpetúan su presencia”. La caridad misma da paso a “la opción por
los pobres” que desde ahora ocupa su lugar y permite asimilarse, en estrecha
coincidencia de objetivos, con la lucha de clases o cualquiera de sus
sucedáneos. Hay que luchar por la superación del dualismo cuerpo alma: así
“luchar por el Reino” es trabajar sobre la realidad histórica del aquí y ahora
para transformarla en el “Reino de Dios” no como algo sobrenatural sino como el
mundo feliz de las utopías, el paraíso terreno que desplaza a la eterna
bienaventuranza.
La transformación de las
estructuras injustas en otras más humanas se hace posible, de acuerdo con la
teología de liberación, repitiendo en la historia la acción de Dios al
resucitar a Jesús, es decir “devolviendo la vida a los crucificados de la
historia”. Es sobre estas bases que Gutiérrez un militante de la liberación
afirma: “Nada queda fuera de la política y la liberación es un concepto político.
Una teología que no sea práctica o sea política es idealista y no pasa de ser
un medio más para proteger a los opresores en el poder” (3).
RELATIVISMO
Por último, aunque no en
orden de importancia, debemos agregar que la verdad deja de tener sentido metafísico:
lo que es verdad no lo sabemos ni tenemos posibilidades de conocerla; ahora lo
que debemos fundar es una sociedad más justa y eso se consigue a través de la
praxis y la política y, por lo mismo, la verdad es hoy esto y mañana aquello.
La verdad no existe. Es el tiempo del dominio de la ortopraxis sobre la
ortodoxia. Y será verdadero y bueno todo aquello necesario para alcanzar esos
fines, o sea el Reino. Se trata claro está, del definitivo y completo triunfo
del relativismo.
El propósito de estas quizás
un tanto extensas consideraciones no es otro que un tratar de adentrarnos en la
ideología vigente, al parecer, hoy en Roma con las consecuencias y los
resquebrajamientos que antes mencionáramos, esto es, la apertura al mundo, la
relativización de la verdad, la apelación a una difusa fraternidad universal,
el apoyo a estructuras internacionales contrarias a la fe de Cristo y un largo
etcétera.
Pues bien, una de las
propuestas que con notoria insistencia y desde hace tiempo impulsa, primero el
Cardenal Bergoglio y ahora el Papa Francisco, es el tema de las llamadas
Scholas occurrentes. Como el nombre señala se trata de organizaciones
vinculadas con la educación, tema particularmente sensible. En un intento por
descifrar el propósito y fundamento de esas scholas, hipotéticamente
educativas, consultamos directamente sus fuentes. La pregunta que nos
planteamos es tan sencilla como inquietante: ¿estas scholas responden a un
propósito evangelizador o, por el contrario, son más bien una avanzada en favor
de la nueva ética globalista, secularizante e inmanentista que impulsa la
Gobernanza Mundial? De esto nos ocuparemos en una próxima entrega.
Notas:
1. Cfr. Juan Pablo II, Carta
Encíclica Centesimus annus, n. 26 y 27.
2. Para un análisis
exhaustivo de esta nueva cristología puede consultarse Horacio Bojorge,
Teologías deicidas, segunda edición, Montevideo, 2011, páginas 66 y siguientes.
También puede verse Benedicto XVI, Informe sobre la Fe, Madrid, 1985, pp.
194-211.
3. Cfr. Benedicto XVI,
Informe sobre la fe, o. c.