jueves, 14 de mayo de 2020

OPERATIVO PINDAPOY



 el asesinato de Aramburu, el rechazo de Perón y un encuentro a solas con Firmenich


Por Juan Bautista "Tata" Yofre

Infobae, 14 de mayo de 2020

El asesinato del ex presidente de facto (1955-1958) Pedro Eugenio Aramburu siempre fue estudiado desde varias perspectivas. Para unos fue organizado por colaboradores del expresidente de facto Juan Carlos Onganía. Para sostener esta elucubración dicen que en los libros de visitas del Ministerio del Interior de la época, que presidía el general Francisco Imaz, hay varios asientos que manifiestan la concurrencia de Mario Eduardo Firmenich a la Casa Rosada. Lo dicen sin presentar ninguno de esos asientos.

Ayer, precisamente, Firmenich me dijo: “Lo referido al Ministro Imaz siempre fue un recurso utilizado para sus internas. Nunca hubo contactos, son mitos insostenibles a esta altura de la historia.”

Otros dirán que el peronismo y su conductor Juan Domingo Perón estaban al tanto de lo que iba a ocurrir. No fue ni una cosa ni la otra. Aunque cueste aceptarlo, el Operativo Pindapoy fue el resultado de un grupo de jóvenes dispuestos a generar un acontecimiento que estremeciera a la Argentina y cambiara el ángulo de la discusión. Sin embargo hay un “detalle” que no quiero dejar pasar y que es posible que otros miembros de los “fundadores” de Montoneros lo ignoraran en esos días. 

De los 12 integrantes del grupo, 3 de ellos, como veremos, habían pasado por los centros de entrenamiento terrorista montados en Cuba: Fernando Abal Medina, Norma Arrostito y Emilio Maza. Digo 3 aunque debería decir 4 si tomo en cuenta la experiencia relatada sobre el sacerdote Carlos Mugica, visto en un PETI (Preparación de Tropas Insurgentes) en los mismos días por tres testigos insospechados, miembros relacionados con el castrismo en esos años. Dos lo escribieron y un tercero me fue relatado. Mugica no fue una excepción, hubo más curas.

Encabezado de la ficha que atestigua el paso de Juan Manuel Abal Medina y Norma Esther Arrostito, el 31 de mayo de 1968, por Praga a la vuelta de Cuba. El 26 de febrero de 1968, los curas Juan Antonio Plaza y Fulgencio Alberto Rojas, conocido como “Beto” también pasaron por Praga. No fueron los únicos

Tras pasar por La Habana y caer en manos del “comandante Barbarroja”, Manuel Piñero, director del Departamento América del Partido Comunista de Cuba, la experiencia de los últimos 60 años enseña que ellos ya no eran “independientes” y debían tener un “responsable” en Buenos Aires.

De todas maneras, no es al único al que se debe señalar por la Operación Pindapoy. Veamos: El jueves 12 de febrero de 1970, el Mayor (RE) Pablo Vicente, el adelantado de Perón en Montevideo, recibió una carta desde Madrid, en la que el expresidente le dice: “Pienso como Usted que este año 1970 nos va a dar mucho trabajo, pero me alegra ver que la gente comienza a empeñarse en el trabajo contra la dictadura. Me visitan muchos, hasta antiguos gorilas que están de vuelta, pero especialmente muchachos de la juventud. De todo ello recojo la impresión que las cosas comienzan a moverse mejor que hasta ahora (…) Tengo la impresión que la dictadura militar no tiene mucha vida, pero es preciso estar alerta, no sea que nos quieran meter otro General, para seguir tirando con los mismo perros y distintos collares. No sé por qué, pero me deja intuir ésta situación, que se acercan días de decisión como los que esperamos desde hace tantos años.”

Luego Perón agrega que “según vengo viendo por los que se mueven, parece que hay muchos que comienzan a pensar en el futuro. Han estado en París, (Arturo) Frondizi y (Pedro Eugenio) Aramburu, pienso con la intención de llegar hasta mí pero no han llegado. He recibido una carta de un oficioso informante pero le he contestado en forma de no dejar lugar a dudas sobre lo que pienso de estos dos personajes”.

Perón se refiere al “oficioso” Ricardo Rojo que desde París le informa que se había entrevistado con Aramburu el 17 de diciembre de 1969 y que el exmandatario de facto “califica al general Onganía de mediocre, sin rumbo”. También sostiene que Aramburu habla de la “parálisis de nuestra economía y el descontento social creciente. La chatura del país. Decadencia en todos los órdenes. Entrega y satelización".

Rojo cuenta que Aramburu considera que "nuestros males demandan una solución política previa, con la participación leal de las grandes corrientes de opinión: en especial el peronismo y el radicalismo. El entendimiento sobre un programa mínimo es el paso necesario para hacerse cargo de la conducción ejecutiva. Sin mezquindades, sin recelos sobre el pasado donde todos cometimos errores que aún nos dividen. Comprensión y unidad nacional”. Rojo relata que cuando le pregunté acerca de la actitud de las FFAA, Aramburu afirmó: “Aun el general Alejandro Lanusse comprende la necesidad de sustituir a Onganía.” También informa que el propio Aramburu se considera la figura llamada a encabezar el cambio, quedando Lanusse como Comandante en Jefe del Ejército. Agregó que “luego de arar profundo, la ciudadanía sería consultada en elecciones, sin exclusiones ni veto de ningún tipo, entregando el poder a quien resultare electo.”

Años más tarde, Lanusse confesaría en la intimidad que la verdadera razón de la muerte de Aramburu fue la búsqueda de una salida al gobierno de Onganía. “Él era el hombre que en esas circunstancias teníamos los argentinos en ese entonces. Había realmente un poder militar y había un deseo o una necesidad de muchos, entre los cuales yo me incluía, pero no tenía las ideas claras y Aramburu era un componedor de eso. Aramburu, con las diferencias lógicas, era un Charles De Gaulle, era un hombre de reserva. Yo no creo que lo hayan eliminado como venganza por los fusilamientos del 56, yo creo que lo eliminaron porque era una solución posible”.

El 7 de mayo, la crisis que se avecinaba en el gobierno militar vuelve a aflorar en la correspondencia entre Perón y Vicente: “Veo por sus informaciones y por las que recibo de los más variados conductos que en la Argentina las cosas van de mal en peor, aunque el ‘amigo’ Onganía todavía no se haya dado cuenta y se sienta en el mejor de los mundos por lo que se suele decir. Es que en estos casos, como en el de los maridos engañados, el culpable es el último que se entera.”

El expresidente constitucional conocía que se avecinaban tiempos difíciles para el gobierno de facto, que lo obligaban a unificar la conducción táctica en el terreno de los acontecimientos. Más cuando su conducción estratégica la ejercía desde miles de kilómetros. Por eso, deja a un lado al mayor Pablo Vicente, a través del cual mantenía un canal de comunicación con los sectores más combativos de su Movimiento, y fortalece la dirección de su delegado en Buenos Aires, Jorge Daniel Paladino.

Así se llegó al viernes 29 de mayo de 1970 en que se celebró el Día del Ejército en el Colegio Militar de la Nación y se cumplía un año del cordobazo. Como era una costumbre, tras las palabras del comandante en Jefe se pasó a un salón para un brindis. En ese momento, un oficial se apersonó e informó que había sido secuestrado el teniente general Pedro Eugenio Aramburu.

El sábado 30 de mayo el coronel Cornicelli, un oficial de la máxima confianza de Lanusse, habrá de anotar: “En varios coroneles (Riveros, Cáceres, Vaquero) cayó muy bien el discurso (de Lanusse del día anterior). La bomba la constituyó la noticia del secuestro de Aramburu. Por la tarde, pese al feriado, concurrimos al Comando. Lanusse no descarta una maniobra política. Lo visitaron el hijo de Aramburu y el coronel (R) Bernardino Labayru. Estuvo con ellos Pérez Alati (un amigo de Aramburu). En su opinión hay que transar con los captores. Perdí los estribos al contestarle. Lanusse me ordenó proyectar una resolución para presentar ante una eventual reunión con el Presidente Onganía. La reunión se realizó por la noche. La decisión será, llegado el caso, no negociar. Por el momento no se hará pública por cuanto no se han planteado las condiciones.”

El mismo 30 de mayo, Perón dio una opinión de manera indirecta. No un comunicado firmado, asegurando que el hecho era contrario al espíritu del peronismo y dejando entender que los autores no eran justicialistas.

El lunes 1º de junio se realizó una primera reunión del Consejo Nacional de Seguridad. Al día siguiente se llevó a cabo la segunda, de manera desordenada, en la que el ministro Imaz puso de relieve la condena peronista al secuestro del ex presidente de facto. Lanusse completó el concepto diciendo que Paladino también culpaba al gobierno y propuso convocar a la dirigencia política. Una idea que fue considerada sacrílega por Onganía.

En una larga carta Paladino le relata a Perón la conmoción del momento y que desde el 30 de mayo había querido comunicarse con él por teléfono, pero que no lo había llamado para “no ponerlo en el compromiso de que sus primeras opiniones, mi General, dichas así con la información deficiente que yo podría darle telefónicamente, fueran grabadas como graban todo aquí y pasaran a estudio de los múltiples servicios de informaciones. Entendí que en estos momentos Perón es la última palabra y no debíamos jugarla de entrada.”

También le dice que lo visitaron el dirigente desarrollista Rogelio Frigerio y Monseñor Antonio Plaza: “Vinieron a verme juntos y me sugirieron que lo llamara a Usted por teléfono, mi General, para solicitarle algo así como un llamado a la pacificación. Mi opinión es que Perón es la reserva final que tiene el país en estos momentos, y debe hablar en el instante preciso y sin pedido de nadie. Por otra parte, es dar mucha ventaja, gastar lo más importante que tiene el Movimiento, que yo aparezca pidiéndole desde aquí por teléfono una definición que a su vez han sugerido otras personas. La situación del país hoy es crítica y puede ser grave. Ya le hablaré de esto… Hasta el momento no se sabe si Aramburu está vivo o está muerto. Lo que sí parece claro es que el secuestro ha sido obra de elementos organizados adictos al gobierno. Ya los sectores ‘gorilas’, civiles y militares, comienzan a acusar a Onganía. Por lo que yo sé esta actitud se irá incrementando. Además, estos sectores se han dedicado a hacer la investigación del hecho que la policía y el gobierno no saben o no quieren hacer. El gobierno está dando espectáculo con miles de hombres en la ‘gran cacería’, helicópteros y aviones, como en las películas. Pero todo el mundo sospecha que se trata de un gran ‘camelo’. En los ‘comunicados’ de los secuestradores se advierten dos cosas: una, que no atacan ni al gobierno ni a la situación del país. Dos, que sugieren que son peronistas. Es decir, tratan de echarnos la culpa a nosotros. Pero todo ha sido tan burdo que en este aspecto han fracasado”.


Luego, Paladino cuenta que a través de un “gestor” (que no identifica) se le preguntó si estaba dispuesto a conversar con el almirante Pedro Gnavi, el jefe de la Armada. Contestó que sí, “siempre que se tratara de un diálogo franco y a la luz del día, esto es, el Movimiento no estaba dispuesto a escuchar monólogos y tampoco clandestinidades. La reunión se hizo (no señala el día, pero debe de haber sido alrededor del 3 de junio) a las 13 horas y duró hasta las 15, en la propia sede del Comando en Jefe de la Armada. Estaban el titular del arma y en ese momento presidente de la Junta de Comandantes y el comandante de la Aviación Naval, contralmirante Hermes Quijada” (más tarde asesinado por el ERP).

Según relató el delegado, fue recibido cordialmente y los jefes navales no entraron inicialmente en el tema, sino que pidieron conocer el pensamiento del peronismo sobre “la actual situación”, y el dirigente recordó “que el pueblo argentino no estaba resignado a seguir soportando ser espectador de la ruina de su patria”. Intercaló entonces el almirante Pedro Gnavi que, “en su opinión, el error principal del actual gobierno era no haber fijado una fecha para una salida política. Que a su juicio ésta debía ser con absoluta libertad, sin proscripciones de ninguna naturaleza y ajustada a las estructuras políticas que tuvieran vigencia en nuestro país, pues hasta que no aparezcan otras mejores debíamos ajustarnos a ellas. Sugirieron varios otros subtemas y llegamos al punto que a ellos les interesaba más, según supongo: el caso Aramburu. Yo ya había convocado la conferencia de prensa para dar nuestra posición. Me manifestaron que no pretendían que les adelantara lo que iba a decir en esa conferencia, pero que sí podía ser importante conocer la línea general. Respondí que no tenía inconveniente y le anticipé que el Movimiento, dentro de la Doctrina fijada y mantenida por Perón desde hace 25 años, iba a condenar el hecho. Pero no ese hecho aisladamente, que no era más que una consecuencia, sino la política total impuesta al país que era la causa de todo. Estuvieron de acuerdo, según sus expresiones”.

Hoy pocos dudan de la autoría exclusiva de Montoneros en la muerte de Aramburu.

Algunos sostendrán que la Operación Pindapoy se hizo para impedir la caída de Onganía. Y lo cierto es que el presidente de facto ya estaba condenado luego de la reunión de altos mandos del Ejército del 27 de mayo, en la que dejó una modesta impresión. Es más, quizá habría caído antes si no fuera porque todo quedó en segundo plano tras el secuestro de Aramburu. Otros dirán que los integrantes del grupo montonero estaban armados y financiados por gente cercana al gobierno. Pero nadie puede probar la instigación ni, mucho menos, la complicidad en el asesinato.

Casi todos los miembros del grupo terrorista venían de vertientes ligadas con el nacionalismo y la Juventud Católica, especialmente del catolicismo posconciliar. Habían pasado –como Fernando Abal Medina y Emilio Ángel Maza– por la Guardia Restauradora Nacionalista, una escisión gorila de Tacuara. Esther Norma “Gaby” Arrostito había militado en la FEDE (Federación Juvenil Comunista), lo mismo que su marido, Rubén Ricardo Roitvan. “Gaby” fue más tarde pareja de Abal Medina. Ignacio Vélez, lo mismo que Emilio Maza, había sido cadete del Liceo Militar General Paz.

En definitiva, fueron 8 los que intervinieron directamente en la Operación Pindapoy contra Aramburu: Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus, Ignacio Vélez Carreras, Emilio Ángel Maza, Carlos Capuano Martínez, Mario Eduardo Firmenich, Norma Arrostito y su cuñado Carlos Maguid. Así lo informaron el 3 de septiembre de 1974 en el semanario La Causa Peronista, nº 9, el último ejemplar de esta publicación que dirigía Rodolfo Galimberti.

El relato fue tomado como una provocación por el gobierno. No estaba equivocado: 72 horas más tarde, la organización Montoneros pasaba a la clandestinidad, mientras gobernaba en la Argentina la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón. La razón que dio la organización armada para aplicar la condena de muerte al expresidente fue que “preparaba un golpe militar […] del que nosotros teníamos pruebas”.

A las 19 horas del 17 de julio de 2019 volví a encontrarme con Mario Eduardo Firmenich en España luego de comunicarnos vía internet y otros medios electrónicos. Yo estaba en la zona porque había sido invitado por un amigo a pasear por el Mediterráneo. Quedamos en vernos a metros de La Pedrera, uno de los puntos turísticos clave de Barcelona. Él tuvo la amabilidad de bajar de su pueblo y yo lo invite a cenar. Finalmente decidimos sentarnos en la vereda para comer algo y lo hicimos a la luz pública. Luego nos mudamos a otra cafetería donde nos quedamos hasta las 21, hora en la que pasaba el último transporte que lo llevaría a su casa. Soy de los que respaldó la decisión del presidente Carlos Menem de terminar con el pasado que nos dividió profundamente. Escribo historia: para mí “El Pepe” es uno de los tantos “indultados” como lo fueron Jorge Rafael Videla o Santiago Omar Riveros. Lo mantengo hasta hoy y en mis libros lo he reflejado. Además, en la interna del PJ de 1988, con muchos de los seguidores de Firmenich trabajamos codo a codo. A María Elpídia Martínez Agüero la conocí en La Rioja en ese tiempo.

La razón del encuentro con Firmenich no fue hacerle un reportaje. Llevaba en mi cabeza varias propuestas editoriales que fueron postergadas por razones que solo conocemos nosotros. Es más, en algún momento anterior analizamos realizar un proyecto periodístico común. En nuestra relación, como con otros miembros de las organizaciones armadas, nadie resigna nada ni nos animamos a sugerirlo. Solo intentamos reconstruir el pasado para no volver a repetirlo.

Mientras repasábamos el presente y futuro argentino me surgió preguntarle por lo que Ricardo Grassi había escrito en su libro Periodismo sin aliento, sobre la presencia “del otro” testigo que terminó rematando al secuestrado Aramburu. Aceptó que hubo “otro” como informo Grassi -algunos detalles habrán de quedar entre nosotros- aunque no lo identificó y no insistí. Entendí que hacerlo era tergiversar la razón del encuentro.

Finalmente, entre el 29 de mayo y el 8 de junio de 1970, se sucedieron innumerables reuniones entre el presidente Onganía con los Comandantes en Jefe, de funcionarios de la Administración Pública con jefes militares, cónclaves de altos mandos en las tres Fuerzas Armadas y conciliábulos de dirigentes políticos.

El sistema se había conmovido y la figura de Onganía estaba hecha trizas. Él reclamaba una autoridad que ya no tenía. El poder no estaba en la calle, se encontraba en los cuarteles, y había llegado la hora del reemplazo.