que no se inscribe en la
tradición del PJ ni del país
Por Claudia Peiró
Infobae, 2 de mayo de 2020
En la última semana, dos
hechos marcaron la política exterior. El incidente diplomático con Chile por la
participación de Alberto Fernández en un evento del Grupo de Puebla y el
anuncio de que Argentina suspende su participación en el Mercosur por
desacuerdos con la iniciativa de sus socios de debatir acuerdos de libre
comercio.
El Grupo de Puebla es un
ámbito ideológico partidario, integrado por referentes de distintos países que
además de compartir un ideario tienen en común estar actualmente fuera del
poder. Con la única excepción de Alberto Fernández.
Más aún: la reunión de la
cual participó el Presidente el 25 de abril pasado ni siquiera era un encuentro
del Grupo de Puebla, sino de la oposición chilena -Democracia Cristiana, Frente
Amplio y Partido Comunista- durante la cual otros dirigentes del foro enviaron
mensajes.
Pero Alberto Fernández es el
único presidente en ejercicio; todos los demás miembros del Grupo están en el
llano: Lula Da Silva y Dilma Rousseff, Evo Morales, Fernando Lugo, Rafael
Correa, José Mujica, Álvaro García Linera, Ernesto Samper y Martín Torrijos,
entre otros. Su participación no involucra a sus países.
A ello se debe la reacción
de Chile, que convocó al Encargado de Negocios de la Argentina para pedir
explicaciones y calificó el gesto de Alberto Fernández como “injerencia en los
asuntos internos de Chile”. El incidente se cerró con una llamada telefónica
del presidente argentino a su par chileno.
Entre los miembros
fundadores del Grupo de Puebla, además de Alberto Fernández y su canciller,
Felipe Solá, están Jorge Taiana y Carlos Tomada. En cualquiera de estos dos
últimos pudo delegar el Presidente la representación del Justicialismo y se
hubiera evitado el incidente diplomático que generó su “arenga” -así titularon
algunos medios del país vecino- a los opositores chilenos exhortándolos a
unirse para desalojar electoralmente a Piñera.
Como jefe de Estado, Alberto
Fernández bien podía haberse reservado el margen de maniobra que naturalmente
tiene por el hecho de presidir el país, en vez de recortarlo en virtud de
compromisos de un orden muy diferente a los que habitualmente definen una
agenda de Estado.
No es la primera vez que el
Presidente contradice así abiertamente un principio elemental de la diplomacia.
Hizo lo mismo durante la campaña electoral en el Uruguay, cuando respaldó
abiertamente a uno de los candidatos.
Se podría argumentar que el
Presidente, en defensa de sus convicciones, no repara en costos. El problema
son los planos. Estos encuentros deberían dejarse en manos del partido -que
para eso está- evitando comprometer al Estado argentino que el Presidente
representa fronteras afuera quiera o no.
Desde ese punto de vista,
cuesta entender por qué automutila sus posibilidades de interacción y diálogo
en el mundo, sectarizando su posicionamiento, especialmente cuando le toca la
dura tarea de administrar un país en crisis, que necesita divisas e
inversiones, que debe renegociar su deuda y con un conflicto geopolítico
pendiente de resolución.
Son infinitos los temas de
una agenda internacional para la Argentina. ¿Por qué privarse de
interlocutores? ¿Por qué ideologizar vínculos internacionales que deberían
estar dictados sólo por los intereses permanentes del país y no por el interés
pasajero de una corriente?
Se puede estar en Puebla,
pero la representación debería ser partidaria, no estatal. De lo contrario, en
vez de potenciar la voz de la Argentina, se la minimiza y se la lleva a
polémicas estériles, explicaciones innecesarias y excusas de ocasión.
Se puede estar en Puebla,
pero en el nivel que corresponde a un foro ideológico-partidario, de lo
contrario se acaba trabajando para otros. Usando el nombre de la Argentina.
Finalmente, se puede estar
en Puebla, pero para eso no es necesario privarse de participar en otros foros.
En la década del 90, el
justicialismo participaba de las tres principales organizaciones partidarias a
nivel mundial: como miembro pleno en la Internacional Demócrata de Centro (ex
Demócrata cristiana) y como observador en la Internacional Socialista y en la
Unión Demócrata Liberal. Entre las tres, reunían a los principales líderes del
mundo con poder de decisión y vigencia política. El arco iba de Tony Blair a
George W.Bush, pasando por Helmut Kohl, José María Aznar, Silvio Berlusconi,
José Manuel Durao Barroso, Felipe Calderón, Eduardo Frei, Andrés Pastrana, Luis
Lacalle (padre), etcétera, etcétera.
Los encuentros eran la
ocasión para tomar contacto personal y establecer un diálogo con protagonistas
del acontecer mundial. Pero Carlos Menem, mientras fue presidente, no asistía a
las reuniones; delegaba esa tarea en otros referentes del gobierno o del PJ. No
comprometía a la Argentina como Estado, lo que no quiere decir que no la haya
beneficiado. Era un mecanismo para mantener abiertos canales de diálogo
paralelos a los de la política exterior a nivel cancillería.
Actualmente sucede al revés,
el Ejecutivo y la Cancillería hacen lo que debería quedar a nivel del partido,
comprometiendo los intereses del país sin rédito alguno.
¿Qué problema hay en platicar?, preguntaba
Vicente Fox en Mar del Plata en la Cumbre de las Américas de 2005
Y se levantan de la mesa de
discusión de ámbitos como el Mercosur, del que la Argentina es fundadora y ha
sido motor por muchos años.
“¿Qué problema hay en
platicar?”, decía Vicente Fox en aquella inolvidable Cumbre de las Américas
(Mar del Plata, 2005), en la cual, para rechazar el ALCA, algunos presidentes
latinoamericanos compitieron por ver quién ofendía más a George W. Bush.
Si el ejemplo de Menem
resulta poco digerible para los eternos críticos de los neoliberales años 90
-en los que Alberto Fernández inició su carrera de funcionario público-,
tomemos el de Lula Da Silva en aquel encuentro en Mar del Plata. Por entonces
era presidente del Brasil. Y eso hace toda la diferencia. Se mantuvo en un
segundo plano, dio uno de los discursos más moderados de la reunión y le cedió
la retórica incendiaria a los argentinos. Unas horas antes de que concluyera la
Cumbre se tomó el avión y en Brasilia recibió al mismo Bush para una visita de
Estado en la que lo trató con todos los honores que dicta la diplomacia.
Juan Perón también postuló
la integración regional y si no pudo avanzar más por ese camino fue porque el
mundo le fue adverso, no por no haberlo intentado. Buscó siempre superar el
aislamiento y mantenerse lo más libre posible de ataduras ideológicas en el
plano internacional.
El Gobierno argentino actual
se declara partidario de la integración. Por eso es incomprensible que se
ausente del Mercosur porque está en minoría en un aspecto de su política.
Nuevamente: ¿qué problema hay en platicar? Salvo que no se confíe en la propia
capacidad para influir en el rumbo de los acontecimientos. Pero además ese
organismo no puede tomar decisiones sin el acuerdo de todos sus miembros.
De 1983 para acá, el
Mercosur es una de las pocas políticas de Estado de la Argentina -que no tiene
continuidad en casi nada-. Y, huelga decirlo, política de Estado es la que se
sostiene a lo largo de administraciones de distinto cuño.
Pero Alberto Fernández
parece supeditar la integración a que haya gobiernos del mismo signo en todos
los países miembros del Mercosur, como insinúa su comentario sobre la
importancia de la unidad de la centroizquierda chilena. “Quiero que ocurra
(...) para que todos volvamos a tener la tranquilidad de poder gobernar en
favor de la gente y no en contra de la gente".
El mundo no es ni bueno ni malo. Es el que es
y en él se debe actuar. Esperar a que cambien los gobiernos, en la utópica
creencia de que eso resolverá los problemas, es perder tiempo y oportunidades.
Por otro lado, de la
doctrina Drago hasta el presente, la Argentina en muchas oportunidades ejerció
un liderazgo conceptual que ha dejado huella en la región. Es otra tradición
que el gobierno no debería abandonar.
Si lo que busca es mostrarse
soberano, la alternativa más adecuada a ese fin es, en vez de faccionarse
internacionalmente, no participar de ningún foro o tratar de tener presencia en
todos.
El mundo no es ni bueno ni
malo. Es el que es y en él se debe actuar. Esperar a que cambien los gobiernos,
en la utópica creencia de que eso resolverá por sí solo los problemas, lleva a
perder tiempo y oportunidades.
De hecho, luego de su
“arenga” a la oposición chilena, la charla telefónica entre Sebastián Piñera y
Alberto Fernández duró casi media hora. Explicaciones aparte, en agenda
estaban: la energía, las fronteras, la pandemia…
La realidad, es decir la
gravedad de estos desafíos del presente, impulsan a privilegiar el pragmatismo
por encima del sectarismo ideológico.