Por Vicente Massot
Prensa Republicana, 3-6-20
En el curso de unas pocas
semanas pasaron de creerse los mejores del mundo, o poco menos, a entrar en
pánico y perder los estribos en punto a sus declaraciones. El que primero abrió
el fuego fue —en respuesta a la carta abierta firmada, días antes, por varios
intelectuales de fuste— el ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires,
Daniel Gollán. Con una liviandad notable pronósticó que, si acaso se levantaba
en el AMBA el aislamiento obligatorio, en quince días tendríamos cadáveres
apilandose como en San Pablo o Nueva York. Está claro que la mesura no es su
fuerte pero, cualquiera que sea el grado de irresponsabilidad del funcionario
en cuestión, no debería perderse de vista el rango que ostenta. En teoría, es
quién maneja la crisis sanitaria en la zona más poblada y pobre del país.
¡Pequeño detalle! Sin embargo los vaticinios catastrofistas no terminaron ahí.
Cuando aun no habíamos terminado de procesar aquel exabrupto, el vice–ministro
de la misma cartera, Nicolás Kreplak, también consideró necesario sincerarse y,
sin anestesia de ninguna naturaleza, dijo: “Creo que estamos en una etapa de
ascenso de la curva y que hay que producir las medidas de contención que
reduzcan la cantidad de casos. De lo contrario, en semanas va a colapsar el
sistema de salud”.
Conviene, al respecto,
separar la paja del trigo y tratar de determinar, con un mínimo de precisión,
lo ridículo de lo probable. Gollán es un irresponsable que no mide sus palabras
con la mesura que le corresponde a un ministro en semejante situación. De tan
disparatado, lo que expresó escapa al análisis serio. Aunque en su jurisdicción
se cometiesen todas las torpezas imaginables y la cuarentena cesase de un día
para otro —algo que nadie piensa—, de todas maneras la Argentina se halla a
años luz de los Estados Unidos y de Brasil en lo que hace al número de
infectados y de muertos.
Su mano derecha, en cambio,
no exageró la nota, no faltó a la verdad, ni echó a rodar hipótesis
descabelladas. Como las medidas que tomó el gobierno nacional, junto al de la capital
federal y el de la provincia de Buenos Aires, al par que postergaron el pico de
contagio no lograron —al cabo de setenta días— aplanar la curva, la
probabilidad de que colapse el sistema de salud no está a la vuelta de la
esquina pero no puede descartarse. En el conurbano bonaerense el panorama
comienza a ser dramático. La idea de retroceder de fase es producto de que los
casos de coronavirus se multiplicaron por cuatro en los últimos catorce días.
Las 865 personas infectadas en las villas en dos semanas encendieron todas las
alarmas en La Plata.
El próximo sábado el
presidente anunciará la prolongación del encierro en el AMBA y —casi con
seguridad— pondrá énfasis en la novedosa partitura que el equipo de contenidos
y propaganda que lo asiste ha imaginado para hacer frente a las voces
levantadas, en distintos lugares, pidiendo volver al trabajo. El discurso
oficialista consiste en proclamar que el 90 % del país está normalizado —o en
vías de— y que, por lo tanto, hay una campaña orquestada en su contra con el
propósito de abandonar la cuarentena y dar un salto al vacío de características
suicidas. El argumento puede resultar verosímil —que es cuanto importa en una
sociedad mediática de masas— a condición de entender que, útil para ganar
tiempo y huir hacia adelante, a la larga está condenado a perder fuerza y
desinflarse como un globo de cumpleaños.
Si el parámetro utilizado
para determinar la extensión de la normalidad es el geográfico, las provincias
en donde el aislamiento casi ha desaparecido son mayoría. Sólo que existen
otras formas de abordar la cuestión. Si en lugar de adoptar el criterio
antedicho la medición se centrase en el PBI, el 90 % arriba mencionado se
reduciría dramáticamente. Con la Capital Federal cerrada y el Gran Buenos Aires
en igual situación, la parte de lejos más importante del aparato industrial y
de servicios de la Argentina se halla inactiva. Unido al hecho de que una cosa
es autorizar la reapertura de fábricas, negocios, shoppings y kioscos de
distinta índole y otra, bien diferente, es que puedan hacerlo en este contexto.
La noción sostenida por el gobierno de que en mayo se tocó fondo —en términos
de la caída de la actividad económica— es falsa y temeraria si, con base en
semejante premisa, Martín Guzmán y los demás ministros del área planean una
salida realista de la pandemia.
Prolongar el encierro
obligatorio de la manera como está vigente por espacio de seis u ocho semanas
más —que es el proyecto de Alberto Fernández, secundado por el jefe de gobierno
de CABA, Horacio Rodríguez Larreta, y Axel Kicillof— tiene dos riesgos y un
beneficio, según el análisis coincidente de ellos tres. La ventaja está dada
por los efectos virtuosos de la cuarentena cuando se espera el pico de
contagios en consonancia con la llegada de la estación invernal. La contras
son, básicamente, dos: por un lado, las consecuencias económico sociales
visibles hasta para un ciego y, por el otro, un dato que no había dado el
presente hasta el momento: la desobediencia civil. Las inclemencias económicas
pueden maquillarse hasta que pase la cuarentena y el oficialismo deba
sincerarse con la realidad. Todavía es posible barrer la basura debajo de la
alfombra. En cambio, si prendiese en las gentes del AMBA la tentación de la
desobediencia, la prioridad excluyente del kirchnerismo —apostar todas sus
fichas al aislamiento— entraría en crisis.
Que desde el 19 de marzo y
hasta la última semana del mes de mayo habría sectores de la población que no
tolerarían la dureza de la cuarentena, era una especulación analítica. Ahora se
ha transformado en una realidad. Por de pronto, las opiniones contrarias al
parecer de Fernández, Larreta y Kicillof se vocean en público, colman las redes
sociales y se expresan en movilizaciones automovilísticas como las ocurridas
diez días atrás —poco más o menos— en Córdoba y en Tigre. Sin la
espectacularidad de estas últimas, basta caminar a diario por los barrios de
cualquier lugar del AMBA para darse por enterado de que son muchas las personas
que han optado por salir a la calle.
A medida que ha transcurrido
el tiempo y las proyecciones de los infectólogos y funcionarios respecto de
cuándo se produciría el pico de contagios se fueron corriendo en el calendario,
la ciudadanía comenzó a perder el miedo. Si en los días y semanas por venir finalmente
hubiese un crecimiento manifiesto de contagios y de muertes, posiblemente el
fantasma de la desobediencia civil se esfumaría. En caso contrario, …¿quién
podría impedir rebeliones varias contra el aislamiento? En las contadas
oportunidades en las cuales pelotones de la policía trataron de impedir —en el
ámbito bonaerense— asados o partidos de fútbol no autorizados, fueron corridos
a piedrazos. Las fuerzas de seguridad son las primeras en darse cuenta de que,
en una administración kirchnerista, la represión —por legítima que ella sea—
resulta el peor de los pecados.
Las ocho semanas que han
sido señaladas —desde las oficinas más encumbradas del gobierno de la Capital
Federal y del de La Plata— como el punto límite de la cuarentena pura y dura en
el AMBA, suponen que gran parte de sus habitantes estarán, en distinta medida,
encerrados un lapso igual que el transcurrido entre el día en que el presidente
de la Nación anunció la cuarentena y el de hoy. Nada más y nada menos. A
muchos, de sólo pensarlo, les causa vértigo.