el camino de la verdadera
libertad. Notas.
+Giampaolo Crepaldi
Observatorio Van Thuan,
17-6-20
Erradicar
el estatismo y la burocracia; favorecer la subsidiaridad, las escuelas libres,
la libertad fiscal y de nacimiento una vez concebidos, el préstamo nacional;
combatir el nuevo humanismo del globalismo supranacional que, durante el Covid, ha llevado a cabo un experimento de
libertad restringida y autoritarismo político: el próximo futuro deberá ser la
fase de la verdadera libertad, una gran ocasión para «revisar nuestro camino,
darnos nuevas reglas y encontrar nuevas formas de compromiso» (Caritas in
veritate). Las notas del arzobispo Crepaldi para una recuperación según la
Doctrina social de la Iglesia.
Hace unas semanas, en plena
emergencia del coronavirus, tuve ocasión de hacer públicas algunas de mis
reflexiones acerca de la nueva situación social creada por la epidemia, y que
había escrito como obispo y, también, como defensor convencido de la Doctrina
social de la Iglesia. Como recordaba en esa ocasión, es necesario valorar esta
experiencia, ante todo, en clave espiritual y según la visión de una teología
de la historia humana marcada por la caída y la redención. De hecho, León XIII
escribía en la Rerum novarum que «no podemos, indudablemente, comprender y
estimar en su valor las cosas caducas si no es fijando el alma sus ojos en la
vida inmortal» (n. 16). Así, la Iglesia ayuda a los hombres a afrontar también
la crisis actual: «La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos
nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso» (Caritas in veritate,
n. 21). Teniendo en cuenta esta perspectiva, me gustaría continuar esas
observaciones preguntándome más directamente sobre algunas directrices de
acción que, junto a los principios de reflexión y a los criterios de juicio,
forman parte de la propuesta de la Doctrina social de la Iglesia.
La verdadera libertad
El futuro próximo deberá ser
una fase de la verdadera libertad, recordando que «la libertad […] es
valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad» (Centesimus
annus, n. 46). Durante la emergencia hemos vivido algunas limitaciones
legítimas de la libertad junto a otras no tan legítimas. Los datos científicos
no siempre han sido utilizados según la verdad, las restricciones y las
sanciones a veces no se han aplicado con sentido común y han surgido nuevas
formas de autoritarismo político. El próximo futuro deberá ser de libertad
verdadera, no para reivindicar una libertad absoluta, sino para adueñarse de
nuevo de la libertad que hay que vivir según las distintas realidades
naturales, desde la familia a la empresa, desde el barrio a la escuela. Es una
gran ocasión para superar una libertad artificial y construir una libertad real
y natural, expresión de la verdadera esencia de la persona humana y de los
fines auténticos de la comunidad política.
La vuelta del estatismo
Para dar concreción
histórica a una verdadera libertad, será necesario prestar atención con el fin
de evitar un nuevo estatismo. Ciertamente, el Estado deberá hacer lo que le
corresponde para garantizar la seguridad en el sector de la economía y para
vigilar sobre la justicia. Sin embargo, es necesario recordar que un nuevo
estatismo podría tal vez distribuir recursos de tipo asistencial, pero
difícilmente será capaz de promover una recuperación económica y social justa
(cf. Centesimus annus, n. 48). El Estado deberá intervenir sobre los grandes
nudos infraestructurales, pero los recursos deberán estar disponibles para
inversiones y productividad, para la creación de trabajo verdadero y no de
trabajo asistido. También esto forma parte de la verdad de la libertad, en este
caso de la libertad económica. Desde este punto de vista deberían evitarse
hipótesis como el ingreso mínimo vital, la regularización en bloque de los
inmigrantes ilegales y los contratos masivos de empleo público llevados a cabo
sin motivos funcionales reales.
Un sistema sanitario
subsidiario
Muchas voces exigen que el
Estado central vuelva a apropiarse del sistema sanitario. La Doctrina social de
la Iglesia propone, a este respecto, el principio de subsidiaridad: «Una
estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un
grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más
bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con
la de los demás componentes sociales» (Centesimus annus, n. 48). Creo, por
tanto, que habría que replantear el sistema sanitario, no según el criterio de
recentralización, sino en clave subsidiaria, basándose en el principio de
responsabilidad tanto de las administraciones locales como de los cuerpos intermedios.
De hecho, la centralización en cuanto tal puede eximir de responsabilidad. Es
necesaria una subsidiaridad responsable y coordenada que cuente también con la
participación de la sanidad privada, de las instituciones religiosas que tengan
una vocación sanitaria y de las comunidades locales.
La libertad de educar
Los aspectos vistos ahora
son expresiones de verdadera libertad, la libertad orgánica y no individualista
indicada desde siempre por la Doctrina social de la Iglesia. La libertad de la
escuela, fuertemente penalizada durante la pandemia, es del mismo tipo. De
nuevo se han seguido utilizando, desde arriba, medidas abstractas que no tienen
en cuenta las diversidades sociales y territoriales, como tampoco de los
protagonistas que hay que valorizar en el país. Se ha puesto en gran dificultad
a las escuelas concertadas y este nuevo estatismo laicista ha suscitado un
deseo positivo de escuela parental verdaderamente libre del Estado, que
producirá en el próximo futuro sus resultados. En Italia es necesaria una
verdadera libertad de educación a todos los niveles, condición necesaria para
la recuperación económica y civil. También en este caso hay que superar la
centralización, a la par que es necesario dar espacio a las familias naturales
y a las familias espirituales de la sociedad civil.
Demoler la maquinaria del
Leviatán
En nuestro país, el
centralismo estatista se concretiza en un sistema burocrático muy rígido.
Durante la pandemia se ha podido observar la diferencia entre los trabajadores
del sector privado, preocupados por su futuro, y los trabajadores del sector
público. En la maquinaria pública, tan garantizada, de nuevo se han registrado
errores y lentitud. El personal sanitario y los médicos han dado el máximo de
sí mismos, pero esto ha ocurrido a pesar de los defectos del sistema; es más, a
su compensación. Sigue pendiente desde hace decenios la reforma de la
burocracia, que nunca ha sido resuelta. Para llevarla a cabo es necesaria una
nueva visión subsidiaria centrada en el bien común. La realidad no está hecha
de ciudadanos individualmente, de oficinas públicas anónimas y del Estado, como
Gran Individuo. En la sociedad orgánica actual hay sujetos dotados de un gran
conocimiento que no encuentran espacio para actuar, ya sea en campo económico como
educativo o productivo. Reducir la burocracia exige una gran reforma capaz de
replantear el servicio público, diferenciando los conceptos de público y
estatal.
La verdadera libertad fiscal
La verdadera libertad por la
que hay que combatir también en esta fase de recuperación es la fiscal. No sólo
hay que evitar un impuesto patrimonial, sino también el mantenimiento de una
fiscalidad estatal mezquina y opresiva. El sistema fiscal debe ser proporcional
a las empresas y las familias, no a los individuos. Hacienda debe recuperar sus
criterios de moralidad: se debe usar el bien común y debe ser proporcional. Ya
la Rerum novarum auguraba que «la propiedad privada no se vea absorbida por la
dureza de los tributos e impuestos» (n. 33). Durante la pandemia se ha aplazado
el pago de los impuestos, pero es necesario que se reduzcan radicalmente en
concomitancia con la reestructuración del aparato burocrático y sus costes.
Para ayudar a las familias y las empresas no hay que dar una miríada de
subsidios, sino que hay que bajar los impuestos, redescubriendo el significado
fiscal y social del derecho natural de la propiedad privada.
Mejor un préstamo nacional
Ya se ha tomado la decisión
de que la recuperación tendrá lugar con una gran ayuda económica de Europa. No
se trata de una ayuda gratuita y a fondo perdido, ni financiera ni
políticamente. Desde el punto de vista del bien de la nación y del principio de
subsidiaridad habría sido preferibile la idea avanzada por algunos economistas
de un préstamo nacional. Ello no estaría en oposición con la crítica a la
centralización estatista mencionada antes, porque hubiera estado relacionado
con el hallazgo de los recursos y no su utilización. Hablando desde un punto de
vista subsidiario, la primera decisión que hay que poner en marcha es hacerlo
solos y, desde este punto de vista, Italia habría podido hacerlo sola dada la
notable entidad del ahorro privado. Si consideramos el orden natural de las
cosas, la familia y la nación vienen antes del Estado y de las instituciones
supraestatales. Es necesario evitar que las financiaciones para el después del
coronavirus conlleven la imposición, nuevamente, de un europeismo ideológico
que aplaste la nación condicionando su vida y su libertad.
Nuevos poderes en el
horizonte
Otro peligro para nuestra
verdadera libertad, al que hay que prestar mucha atención en el próximo futuro,
es la posible emergencia de nuevos poderes supranacionales motivados por la
necesidad de hacer frente a las emergencias. El coronavirus ha sido un
experimento mundial. Es posible que, sobre la base de esta experiencia, se
produzcan en el futuro nuevas emergencias, tal vez de tipo ecológico y
ambientalista, para motivar la restricción de las libertades y para instaurar
formas de planificación centralizada y de control uniformado. Ya hemos tenido
demostración durante la pandemia de las fuerzas que empujan hacia un nuevo
globalismo basado en un "nuevo humanismo".
La libertad, o es verdadera,
o no es libre
Por último, será imposible
recorrer el camino de la verdadera libertad sin la libertad de nacer una vez
concebidos, de ser procreados y de modo humano, de nacer bajo el corazón de una
madre y un padre, de no estar obligados a morir por voluntad de otros que nos
hacen creer que morimos por voluntad nuestra, y sin la libertad verdadera de
poder educar a nuestros hijos. Que la salida de la crisis de la pandemia nos
haga descubrir que «hoy día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo»
(Centesimus annus, n. 32) y no las estructuras, y que «lejos de Dios, el hombre
está inquieto y se hace frágil» (Caritas in veritate, n. 76).