Por Javier Boher
Alfil, 17-7-20
Si se puede encontrar algo
peor que la pandemia y la cuarentena, eso sería la forma en la que se han
gestionado los intereses en medio de la crisis. Argentina desnuda, exhibiendo
todas sus imperfecciones.
De aquellos comienzos
malvineros a este delicado presente, todos empiezan a exhibir las huellas de
una cuarentena desgastante, que afecta al bolsillo y la salud (física y
psicológica) de todos los argentinos.
Como en estas tierras
siempre vamos a encontrar al que quiere ganarle una moneda al nene que pide en
un semáforo, al achicarse la torta de la economía todos quieren ir a ver que la
porción que les toca tenga algunos confites más a modo de decoración o que no
esté quemada. Ahí los sindicatos tienen bastante para reclamar.
Hace unos días, María Julia
Oliván dijo algo muy cierto: a la flexibilización laboral la hace el mercado,
por más que los gremios pataleen. Esos clubes de machos +60 siguen aferrados a
un mundo que ya no existe, el del trabajo asalariado en blanco, en relación de
dependencia clara y con expectativas de que sea de por vida. Ahí sólo quedan
los empleados públicos y los de las grandes empresas, los únicos que pueden
tener todo en regla.
Algunas veces, ni siquiera
esos grandes empresarios pueden estar tranquilos en la relación con los gremios
(productivos sólo en su voracidad para obtener concesiones, diametralmente
opuesta a la pereza en la ejecución de sus tareas). En este contexto de
fragilidad económica eso quedó bien a la vista.
Pasemos por alto lo obvio:
los trabajadores independientes, cuentapropistas o empleados en negro sufrieron
más que nadie el peso de una cuarentena excesiva. Además, los gremios
privilegiaron mantener los puestos de trabajo antes que pelear por aumentos o
beneficios (como los que contempla la Ley de Teletrabajo). Saben que, a fin de
cuentas, las empresas que quiebran no mantienen los puestos de trabajo.
Sin embargo, esta última
semana fue clara para dejar en evidencia la irracionalidad absoluta en la que
viven los dirigentes sindicales, que aprovechan que el empresario está en el
suelo para tratar de robarle la billetera.
Tres conflictos puntuales
expusieron la brutalidad de los sindicatos, que empiezan a ver cómo flaquean
sus arcas al reducirse el aporte de los trabajadores a estas organizaciones.
Son los casos de los langostinos en el sur, la leche en la región Pampeana y el
de Mercadolibre en Buenos Aires (que se suman a los conflictos que los
cordobeses estamos sufriendo en carne propia, como los de transporte o los
municipales).
En Puerto Madryn se
perdieron 500 toneladas de langostinos (parte de mil millones de dólares en
exportaciones que están en riesgo) por un bloqueo sindical que impidió
transportar el producto a las plantas procesadoras. ¿La Mesa contra el Hambre
que armaron los famosos se suspendió por la cuarentena?.
El conflicto en la zona
tambera es aún más delicado, porque pone en riesgo la producción de leche, que
afectaría a las empresas que verían caer la llegada de materia prima, pero
también los consumidores (a los que les subiría el precio por la escasez) y a
los productores (que necesitan ordeñar las vacas por una cuestión de sanidad
animal y para tener ingresos). Poco parece importar que la caída del consumo
por el cierre compulsivo de hoteles, bares y restaurantes esté haciendo
peligrar a todo el sector: los gremios siempre van a querer más, aunque sea muy
difícil hacer frente a sus pedidos.
El último de los conflictos
(de esta lista, por supuesto) es el que ayer se suscitó entre camioneros y
Mercadolibre. La empresa de Marcos Galperín alcanzó la semana pasada un valor
mayor que las reservas del país. Pese a ello, acá se la combate al punto de
ponerla al borde de una migración a tierras más amigables.
Ante la situación de la
elevada cotización de la empresa, el gremio desde el que se hizo fuerte Hugo
Moyano vio que podía aspirar a una parte, y apeló a su clásica receta del
bloqueo de los depósitos de la empresa para obtener beneficios.
Al sindicato no parece
importarle que hay un vendedor que necesita que ese paquete llegue a destino
para poder cobrar la venta. O que tal vez el artículo comerciado es necesario
para que siga funcionando alguna actividad de subsistencia a la que se han
reconvertido aquellos que más están sufriendo el peso de la cuarentena, que
están lejos de ganar las fortunas de los privilegiados trabajadores apadrinados
por el clan Moyano.
Una vez más, el país queda
al borde del abismo por situaciones que no maneja y que llegan de afuera. Sin
embargo, los de adentro hacen todo lo que está a su alcance para empujarnos y
dejarnos a todos parados en una punta que cada vez se hace más chiquita.