Guillermo Belcore
La Prensa, 13.09.2020
Giorgio Agamben denuncia el
nacimiento del más eficaz aparato de control social que Occidente ha conocido.
Hasta donde uno sabe, no ha
aparecido en todo el campo de la filosofía una anatema más convincente contra
el aislamiento radical como el que viene sembrando Giorgio Agamben (Roma,
1940). El título lo dice todo: La epidemia como política (Adriana Hidalgo
Editora, 117 páginas), una colección de artículos periodísticos, entrevistas e
inéditos del profesor heideggeriano en torno a "las gravísimas
consecuencias éticas y sociales de la así llamada pandemia". Acaba de
salir de imprenta en la Argentina y se trata de una lectura imprescindible.
Abre el párpado en la frente, el ojo del cerebro.
En 2020, Agamben vislumbra
una convulsión comparable a las del siglo III de nuestra era (Diocleciano y
luego Constantino) que desembocaron en el bizantinismo. En la Gran
Transformación, la democracia burguesa y liberal -vaticina apesadumbrado- será
sustituida por un despotismo tecnológico-sanitario, sostenido por un aparato
mediático acorde. Esta forma de barbarie se irá convirtiendo en el más eficaz
aparato de control social que Occidente ha conocido, pues las personas voluntariamente
acceden a renunciar a libertades que ni siquiera en dictaduras o épocas de
guerra habían sido conculcadas.
Lo que un grupo de corajudos
intelectuales argentinos bautizó como Infectadura (¿no habría que escribirlo
con k?) es para el pensador italiano un experimento social que reduce la vida a
una condición puramente biológica, en la que ha perdido no solo toda dimensión
social y política, sino hasta humana y afectiva. "Han abolido al
prójimo", se lamenta Agamben en uno de sus admirables artículos. Aceptamos
hoy de buen grado, "que es necesario suspender la vida, a fin de
protegerla".
Se verifica una creciente
tendencia a emplear el estado de excepción como paradigma normal de gobierno,
denunciaba Agamben en abril. Y una sociedad que vive en estado de emergencia
perpetua no puede ser de ninguna manera una sociedad libre. Vale reflexionar
sobre esto.
ANARQUISMO SUAVE
Da la impresión de que
Giorgio Agamben, un veneciano de origen armenio, se ha preparado toda su vida
para esta momento crucial de la humanidad. Tomó de Michael Foucault el concepto
de biopolítica y acuñó la noción de vida desnuda que -según su saber y
entender- ahora ha encarnado en la realidad, con una brutalidad y eficacia sin
precedentes. No se trataría de una situación transitoria. El distanciamiento
social llegó para quedarse, como nuevo principio de organización de la
sociedad. Lisa y llanamente vamos a la abolición de todo espacio público en
nombre no ya del derecho del ciudadano a la salud, sino de la obligación de no
estar enfermo.
Percibe Agamben que los
mayores traidores de estos días son los juristas y los obispos. Uno de sus
cañonazos impacta en el Vaticano:
"La Iglesia, que
haciéndose sierva de la ciencia ya convertida en la verdadera religión de
nuestra época, ha abjurado radicalmente de sus principios más esenciales. La
Iglesia, bajo un Papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazaba a
los leprosos".
En Réquiem para estudiantes,
el profesor advierte a sus colegas medrosos y cómplices de los Señores de la Política
y de Bill Gates:
"Los profesores que
aceptan someterse a la nueva dictadura telemática y a impartir sus clases sólo
online son el perfecto equivalente de aquellos docentes universitarios que en
1931 juraron fidelidad al régimen fascista".
Un periodista le pregunta a
Agamben -"progresista" al fin y al cabo- si no le molesta que sus
argumentos sean similares a los de Trump, Bolsonaro y los extremistas alemanes.
En primer lugar -responde al insolente- demuestra "hasta qué punto la oposición
entre derecha e izquierda se ha vaciado de todo contenido político real".
Y en segundo lugar, una "verdad sigue siendo tal, tanto si es dicha por la
izquierda como si es enunciada por la derecha. Si un fascista dice que 2 + 2 =
4, esta no es una objeción a la matemática".
Dijimos que Agamben es
progresista, ¿verdad? Pero lúcido, alejado del esquema mental de los nac &
pop o los neocomunistas argentinos que se postran de hinojos ante dictaduras
siniestras como la de Maduro o Castro. El italiano considera que otra de las
tragedias intelectuales y morales de Occidente hoy en día es considerar que un
Estado totalitario, como China, pueda considerarse como modelo para lidiar con
el nuevo corona virus.
En su monumental novela
Solenoide, el rumano Mircea Cartarescu establecía que "ningún libro tiene
sentido si no es un Evangelio", es decir "debe ser un mapa, no
un paisaje, manantial de agua viva" que rompa la costra helada del
corazón o la mente (¿recuerdan el picahielo de Kafka?).
La epidemia como política se
encuadra en esa categoría volcánica. En nombre de la libertad, el filósofo, el
pensador, el hombre de bien debe batallar contra la ciencia, esa nueva religión
de nuestro tiempo. Tiene la medicalización de las personas la praxis de un
culto, sus Sumos Sacerdotes, sus herejes, su Inquisición, sus trompetas del
Apocalipsis y sus pretensiones de infalibilidad. Todos somos pecadores; es
decir, contagiados en potencia.
La bioseguridad
("dispositivo de gobierno que resulta de la conjunción entre la nueva
religión de la salud y el poder estatal con su estado de excepción") hizo
que los enfermos deban morir solos, que Solange Musse no haya podido despedirse
de su padre. El miedo a perder la vida -insiste Agamben- sólo puede fundar una
tiranía, "el monstruoso Leviatán con su espada desenvainada".