Filósofos,
historiadores y escritores constatan que la plaga forzó a tolerar prácticas
inhumanas e inaceptables. La vida fue reducida a su dimensión biológica,
mientras todos los esfuerzos se orientaron a impedir cualquier reflexión
espiritual.
POR AGUSTÍN DE
BEITIA
La Prensa,
06.12.2020
Ahora que
asistimos en nuestro país a la desescalada del confinamiento impuesto por la
epidemia del coronavirus puede que olvidemos la excepcional situación social
que creó ese aislamiento en el mundo entero. La magnitud del impacto que tendrá
a varias escalas aún debe ser estudiada, aunque no son pocos los que hablan ya
de un quiebre antropológico.
Considerar lo que
estamos viviendo bajo ese prisma es insoslayable para atisbar hacia dónde
marchamos. Sobre todo ante una pesadilla cuyo fin se presenta solo como un
espejismo, como sugieren las nuevas restricciones ya impuestas en Europa y la
insistencia con que se nos advierte que la vida tal como la conocimos ya no
volverá, sino que dará paso a una "nueva normalidad", ese eufemismo
que quiere perpetuar un nuevo ordenamiento social.
Sobre el efecto
negativo de estas reclusiones masivas habló incluso alguien impensado como el presidente
francés, Emmanuel Macron, quien no se distinguió precisamente por su
independencia de criterio para enfrentar la plaga. "Hemos recluido a la
mitad del planeta para salvar sus vidas. No hay precedentes en nuestra
historia. Y eso, yo creo que tiene un impacto, diría, antropológico, muy
profundo", expresó el 16 de abril en una entrevista con el Financial
Times. Macron hizo visible ese peligro pero no fue, claro, el único ni tampoco
el primero en señalarlo.
Es posible que la
idea la haya tomado prestada del historiador Stéphane Audoin-Rouzeau, quien la
había expresado cuatro días antes en una entrevista con Mediapart, según apuntó
la periodista Pauline Porro en el semanario francés Mariane.
Audoin-Rouzeau,
historiador de la guerra de 1914 a 1918, había trazado en esa larga entrevista
un paralelo entre la experiencia social de este año y la que vivió la población
civil durante la Gran Guerra, para concluir que estamos en medio de un
"quiebre antropológico" sin retorno.
Al valorar la
gravedad de lo sucedido este año, el historiador aludió a la amplitud del
impacto económico, político y social, pero señaló que a todo eso hay que añadir
"desde un punto de vista antropológico el riesgo de una crisis comparable
a la que se produjo después de la primera guerra mundial, que fue un golpe a la
idea de progreso".
"En mi
opinión -continuó Audoin-Rouzeau- nuestras sociedades están sufriendo una
conmoción antropológica de primer orden. Hicieron todo lo posible para
desterrar la muerte de sus horizontes, se confiaron de manera creciente en el
poder de los números y las promesas de inteligencia artificial. Pero se nos ha
recordado nuestra animalidad fundamental, la base biológica de nuestra
humanidad. Somos atacados por enfermedades contra las cuales los medios de lucha
siguen siendo rústicos frente a nuestro supuesto poder tecnológico".
TRANSGRESION
Siempre en el
plano antropológico, Audoin-Rouzeau observó también que la pandemia produjo una
mayor tolerancia a la transgresión cultural. "Sorprende -dijo- la
aceptación de los métodos para acompañar la muerte de Covid-19. La obligación
de apoyar a los moribundos y muertos es una característica fundamental de todas
las sociedades humanas. Sin embargo, se decidió que las personas morirían sin
la ayuda de sus seres queridos, y que este no-acompañamiento continuaría en
parte durante los entierros, reducidos al mínimo".
"Para mí, fue
una gran transgresión antropológica. Si nos hubieran planteado esto hace meses,
habríamos protestado designando estas prácticas como inhumanas e inaceptables.
Al enfrentar el peligro los umbrales de tolerancia cambiaron a una velocidad
muy impresionante, al ritmo de lo que experimentamos durante las guerras",
señaló.
Contra quienes
podrían pensar que hoy estamos ya recuperando nuestro ritmo de vida, y que todo
esto va quedando atrás, habría que recordar que esta ultrajante disposición de
los entierros sin casi familiares sigue vigente en nuestro país (salvo, por lo
visto, para las personalidades públicas). Y que fue hace solo unos días que el
padre de la niña Abigail Jiménez, de 12 años, debió cargar en brazos durante 5
kilómetros a su hija, enferma de cáncer, porque le prohibían regresar en auto a
Santiago del Estero desde Tucumán sin autorización del Comité de Emergencia.
Audoin-Rouzeau es
de los que cree que este tiempo signado por la pandemia será largo. "La
historia nos enseña que después de las grandes crisis, el paréntesis nunca se
cierra. Habrá un "día después", claro, pero no será como el día
anterior", pronosticó.
Al respecto,
recordó que "lo propio de los períodos de guerra -y a su juicio estos lo
son- es que su tiempo se vuelve infinito. Uno no sabe cuándo van a terminar.
Uno espera simplemente que terminará "pronto". Para la Navidad de
1914, después de la ofensiva de primavera de 1917, etc. Es por una adición de
cortos términos que uno entra en el largo plazo de la guerra".
A un diagnóstico
similar sobre lo que hemos vivido llegó el filósofo francés Robert Redeker,
autor de El eclipse de la muerte. En su opinión, lo que hemos visto durante
estos meses fue "una revolución sanitarista" y su resultado fue, en
efecto, una "inversión antropológica sin precedentes".
REVOLUCION
SANITARISTA
"Antes -dijo
el filósofo en un reciente artículo en Le Figaro-, los "padres se desangraban"
trabajando y vivían "orientados hacia un futuro que se desarrollaba más
allá de su propia existencia". Pero hoy, "para preservar la
supervivencia de los mayores, hemos decidido detener la vida".
"Recortamos
la vida de todos -llegando a limitar la convivencia familiar-, hasta reducirla
a su dimensión biológica". Una vida biológica en nombre de la cual
"se ordena a las generaciones activas una serie de sacrificios: el de la
vitalidad (la economía, el deporte, los espectáculos, el encuentro entre amigos,
el mirar escaparates, el paseo por las calles), el de la prosperidad, el de la
humanidad (las relaciones sociales que hay que reducir al mínimo), el de la
familia, sin olvidar el de los viajes, la creatividad, los cafés y
restaurantes, las libertades más elementales (hasta imponer la grotesca
obligación de pedir autorización para tomar aire durante una hora por
día)".
Por todo esto,
Redeker considera que se trata de una revolución y predice: "Ya no
viviremos después como vivíamos antes".
"Nuestra forma
de estar con los demás habrá sido transformada profundamente, aunque solo sea
porque se nos ha inoculado la experiencia deshumanizante del miedo al
prójimo", "el miedo molecular". Y por otro lado, añade,
"todo sucede como si una parte de nuestra sociedad ya no quisiera el
relevo de las generaciones".
GOLPE DE ESTADO
La idea de que la
vida fue reducida a su dimensión biológica fue retomada por numerosos
filósofos. Pero quien ha demostrado una mayor penetración para interpretar el
fenómeno en todo su alcance es el escritor español Juan Manuel de Prada, quien
no duda en calificar a la pandemia como un experimento. En su caso, habla de
"un golpe de Estado antropológico".
A eso se refirió
en varias entrevistas que concedió con motivo de la publicación de Cartas del
sobrino a su diablo, libro que reúne una serie de notas satíricas inspiradas en
el clásico de C.S. Lewis Cartas del diablo a su sobrino que el escritor español
escribió para el diario ABC en torno a la plaga y a todo lo que ella propicia y
desvela.
De Prada está
convencido de que "la crisis que estamos viviendo es el desencadenamiento
de algo que llevaba mucho tiempo larvándose". La peste, según su
interpretación, ha venido a favorecer toda una serie de transformaciones
sociales, económicas y políticas que benefician "a un reinado
plutocrático, o eso que llaman el globalismo".
En su libro,
editado por Homo Legens, es el entonces joven e inexperto diablo Orugario,
ahora crecido y con aire superado, el que escribe las cartas a su tío
Escrutopo, demostrando "lo divertido que está en España, donde encuentra
un terreno apropiado para sus estrategias de destrucción".
El libro es un
homenaje a Lewis, entonces, que le sirve para poner de relieve algunas
enseñanzas que deja esto que está sucediendo. Y lo que está sucediendo no es,
en su opinión, precisamente lo que se dice. No es el peligro de un golpe de
Estado comunista, como insistieron muchos partidos de derecha en los días
iniciales del confinamiento, sino algo mucho más profundo. "Un golpe de Estado
antropológico" que "busca robustecer ese reinado plutocrático".
En una de las
entrevistas señaló que el objetivo último de cuanto estamos viendo es "la
desespiritualización". Esta es la razón por la que "los medios de
comunicación, en todo momento, buscaron que la gente no pensase en términos
espirituales. Es decir, que no contemplase el fenómeno de la muerte como una
realidad que nos invita a la transformación interior. Los medios se han
dedicado a mantener a la gente entretenida, a intentar que no reflexione sobre
las realidades profundas de la vida", indicó.
"Hay una
labor constante de cegar las vías a través de las cuales el ser humano se
confronta con estas realidades, que inevitablemente te conducen a hacerte
preguntas de índole espiritual", continuó. "Aniquilar la conciencia
es una meta de este golpe de Estado antropológico".
"En España
-citó como ejemplo- llevamos mucho tiempo aceptando que nuestros viejos mueran
en morideros, a los que llamamos residencias. Es posible que un 10% de los
ancianos requiera una atención específica por su deterioro, pero el otro 90%
tendría que estar siendo atendido por sus hijos, que es la primera obligación
natural de cualquier persona. Bueno, a esos viejos, en estos días, los dejaron
morir en esos morideros, en medio de las agonías más atroces, y sin ningún tipo
de consuelo espiritual. Y eso lo hemos aceptado como si fuera lo más
normal".
Esos
"morideros" existen, a su juicio, porque "se ha perdido el
sentido de la tradición", una de cuyas calamidades es "la ruptura de
los vínculos familiares, del amor que se profesan entre sí las
generaciones", mientras se exalta el individualismo, esa idea del
superhombre, que no necesita a nadie."Los viejos, en ese contexto, se
convierten en despojos humanos, porque nadie quiere cuidar de ellos, que es
algo terrible. El deber de piedad que los hijos tienen con los padres ha sido
totalmente abolido. Esta es una de las mayores expresiones de bestialismo que
uno pueda imaginar", acota.
Este bestialismo
es el que ha llevado a De Prada a afirmar que el mal ya no necesita de
máscaras, no necesita hacerse pasar por el bien, como procuraba el viejo diablo
Escrutopo en el libro de Lewis. Por eso De Prada concibió a su Orugario mucho
más desenfadado. A su juicio, entre el momento en que Lewis escribió su libro y
hoy el terreno ya fue tan abonado, es tal la ofuscación moral, que "hoy
puedes hacer con los hombres lo que quieras", dice. "Es lo que hemos
visto con la gente denunciando a sus vecinos", prosigue. Y, podríamos
agregar, es lo que hemos visto con el anuncio de Suiza de que no ingresaría a
ancianos en terapia intensiva si había saturación de camas por el coronavirus.
En uno de sus
múltiples artículos sobre la pandemia, De Prada se refirió también a las
transformaciones económicas que ya existían y se aceleraron, con el cierre de
tantos negocios, el empobrecimiento general y su contracara, la mayor riqueza y
acumulación de poder de unos pocos.
Es difícil no ver,
en esta pandemia, y aquí mismo, en la Argentina, la secuencia que él enumera,
desplegada a un ritmo vertiginoso. Desaparición de la pequeña propiedad, compra
de sus negocios quebrados a precio de ganga, ofrecimiento a los trabajadores
despedidos de "empleos extenuadores de repartidores de pizzas en globo o
delicias semejantes". Y, todo, para que luego los gobernantes de turno,
que trabajan para la plutocracia transnacional y han colaborado en la
destrucción de esa pequeña propiedad, desarrollen su retórica
"comunista" demagógica repartiendo limosnas y derechos de bragueta a
unas masas cada vez más alimañizadas.
El escritor ve que
todo este proceso favorece el desarrollo de una nueva tiranía gigantesca y
universal, mucho más interesada en matar las almas que los cuerpos. El objetivo
es erigir un Estado Mundial ateo que, según vislumbra, "se impondrá sin
aspavientos, con la misma discreción con que se ha privado de sacramentos en
estos días a los agonizantes".
La pandemia puede
haber acelerado los tiempos con miras a ese objetivo. Lo que es indudable es
que también forzó, a quienes aún se resistían a hacerlo, a adoptar un estilo de
vida que ya ha conducido a la bancarrota humana. Es el quiebre antropológico
que algunos supieron advertir.