El buen combate de
Díaz Araujo
Agustín de
Beitia
La Prensa, 07.02.2021
El eminente
historiador y académico argentino Enrique Díaz Araujo, escritor católico y
nacionalista, falleció el jueves último a los 87 años en La Plata tras una
larga y fructífera vida en la que libró el buen combate por Dios y por la
Patria. Su desaparición, que causó un hondo pesar entre sus seguidores y amigos
en las redes sociales, será una gran pérdida para el país.
Díaz Araujo murió
a las 5.30 de la mañana en su casa, horas después de sufrir dificultades para
respirar la noche anterior, acompañado en todo momento por su esposa María
Delia Buisel, con quien se había casado en segundas nupcias tras enviudar,
igual que ella.
Padre de seis
hijos, uno de ellos sacerdote dominico, alcanzó a recibir los santos
sacramentos de la confesión, comunión y extremaunción, así como la bendición de
la garganta en ese día en que se conmemoró la fiesta de San Blas.
Polifacético, fue
abogado, profesor universitario, investigador, historiador, filósofo y
escritor. Según el doctor Rafael Breide Obeid, que cuando fue rector de la
Universidad Católica de La Plata lo convocó para dar clases en esa casa de
estudios, "en todos los campos alcanzó la cumbre en el pensamiento".
Díaz Araujo es
considerado uno de los últimos grandes maestros del revisionismo histórico
argentino. Parte de un linaje donde se encuentran sus maestros Vicente Sierra,
Guillermo Furlong, Carlos Sttefens Soler, Julio Irazusta, Federico Ibarguren,
José María Rosa, Pedro Santos Martínez o el padre Cayetano Bruno, precisa
Breide.
Su muerte "es
una gran pérdida para el país porque era el mayor historiador vivo que teníamos
en este momento, con esa capacidad de producción y de análisis, y ese doble
enfoque, científico y filosófico, para entender los hechos", continúa.
PARA GANARSE LA
VIDA
Miembro de la
Academia del Plata y de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, con
reconocimientos internacionales por su labor, era abogado, aunque su gran
vocación fue la historia. "Lo de abogado fue para ganarme la vida",
dijo alguna vez entre risas.
Había estudiado
derecho en la Universidad Nacional de La Plata y al mismo tiempo estudiaba
historia con Irazusta y con Carlos Steffens Soler, mientras se formaba
filosóficamente en el tomismo con monseñor Guillermo Blanco, que sucedería a
monseñor Octavio Derisi en la Universidad Católica Argentina.
Fue durante 17
años funcionario judicial en su Mendoza natal, donde se desempeñó como fiscal
de instrucción, juez correccional y camarista en lo criminal. Pero se
distinguió por su labor docente, ejercida en la Universidad Nacional de Cuyo
(UNCuyo) y luego en la Universidad Católica de La Plata, y por su ingente obra
intelectual.
Autor de más de 60
obras y 300 artículos de revistas, entre sus libros más destacados podrían
citarse San Martín, cuestiones disputadas, obra donde defiende al general de
las calumnias, que es una ampliación de Don José y los chatarreros; Mayo
revisado, obra en tres tomos donde hace un repaso de los distintos autores y
las corrientes historiográficas sobre la Revolución y su significado; Ernesto
Guevara de la Serna, Aristócrata, Aventurero y Comunista, o sus estudios con
aportes originales sobre Malvinas.
Siendo un
tradicionalista clásico, comprometido, sin complejos de su catolicismo,
escribió con pluma clara y filosa contra los mitos, falsedades y recortes de la
historia nacidos de la ideología liberal, impuesta por la Revolución francesa y
el Iluminismo que la precedió, como admitió alguna vez en una entrevista.
Sus investigaciones
abarcaron toda nuestra historia, desde la época colonialhasta nuestros días.
Tiene obras muy importantes sobre Colón; la conquista de América y nuestra
independencia. Pero también sobre la política más reciente, como el
radicalismo, los orígenes del peronismo y finalmente sus estudios sobre la
subversión, un asunto al que le dedicó una decena de libros, estudiando las
propias fuentes de la guerrilla y buscando la prueba confesional, como en La
guerrilla en sus libros, obra en cuatro tomos.
Breide Obeid lo
define como "un profundo historiador que se muestra también como filósofo.
Estudió a fondo a Maritain, a Irazusta desde lo filosófico, a Gilson, que es su
maestro en este sentido".
"En sus obras
sobre política se ve su amor por la patria, por el bien común, a veces
encarnados en sus estudios como jurista. Como prueba su investigación sobre los
crímenes de Lesa Humanidad, que es para él es un invento total, una
conspiración, y una politización del Poder Judicial para imputar un delito que no
existió", explica.
PROLIFICO
Díaz Araujo
mantuvo siempre un ritmo de producción asombroso. Prácticamente hasta el fin
escribió entre dos y tres libros por año, cuenta Breide Obeid, su amigo, con
quien trabajó durante 37 años en la editorial Gladius, que publicó la mayor
parte de su obra.
"Como
historiador recrea el hecho delante de los ojos del lector y le da a los hechos
la dimensión que les corresponde a la época, con una visión sobrenatural,
providencial. Tiene esa profundidad que es muy atrayente, porque le da sentido
a todo el hecho histórico", prosigue Breide Obeid.
Asiduo
conferenciante, su participación en un Congreso Internacional de Historiadores
en Roma, organizado por el Ateneo Regina Apostolorum, la Universidad Europea de
Roma y el Pontificio Consejo para la Cultura del Vaticano, fue para él uno de
los momentos cumbres de su carrera.
En esa oportunidad
representó al país junto con el Padre Alfredo Sáenz SJ ante medio centenar de
historiadores y estudiosos de toda Hispanoamérica reunidos bajo la temática de
La Iglesia Católica ante la independencia de la América Española.
Devoto de la
poesía de Antonio Machado y de Leopoldo Marechal, en su disciplina histórica
rescataba, entre otras, las obras de Jacques Bainville, Hilaire Belloc y el
español Pío Moa.
LOBIZON
Su rostro adusto,
en apariencia hosco, sembraba el miedo entre los alumnos, y le valió el apodo
de Lobizón.
"Como
profesor parecía a primera vista distante. Eso era así hasta que empezaba a
hablar, cuando encandilaba a los alumnos con su solidez y entonces sus cursos
se sumían en el silencio", según recuerda la doctora Patricia Barrio,
investigadora del Conicet, discípula junto a Omar Alonso Camacho y durante
muchos años adjunta a su cátedra de Historia Argentina Contemporánea en la facultad
de Filosofía y Letras de la UNCuyo.
"Causaba un
respeto intelectual casi reverencial, tanto entre alumnos como entre
profesores", evoca Barrio, quien destaca que "fue siempre muy
consultado como director de tesis, incluso por gente de la izquierda nacional".
Barrio apunta que,
cuando entraba en confianza, se prodigaba sin embargo con generosidad,
ofreciendo incluso sus libros. Pero era en la relación personal, en los
pequeños grupos, en las cátedras privadas que dio a veces semanalmente para
unos pocos discípulos, donde compartir el tiempo con él resultaba "una
feliz tertulia", ocasiones donde se lo veía sonreír a partir de un humor
que era en él siempre irónico, según explica Barrio.
"En esas
ocasiones podía desde leer una poesía de Homero Manzi hasta discutir el pacto
Roca-Runciman o comentar el último plan económico", dice Barrio. "Era
un hombre fenomenal".
ENORME PERDIDA
Para la doctora
Andrea Greco, su muerte "es una enorme pérdida para la patria y para la
investigación histórica. Felizmente nos queda su obra. Y nos queda el recuerdo
de un hombre generoso, un hombre de una gran cultura, de una gran formación
filosófica, y de una memoria prodigiosa".
Díaz Araujo estuvo
trabajando hasta el último día en un ensayo en el que pensaba recopilar
diferentes temas polémicos, misceláneo, y también en una reseña de un libro.
Alrededor de las
10 de la noche del miércoles empezó a sentir dificultades para respirar. Un
médico de emergencia lo fue a ver. Allí fue cuando recibió los sacramentos. No
se podía dormir, así que le pidió a su esposa María Delia, que es una de las
más grandes profesoras de literatura y filología hispánica de la Argentina, que
le leyera las noticias. El respondía, como siempre, con comentarios irónicos.
Estuvieron conversando
hasta quedarse dormidos. Pero antes debió ser consciente de su final, según
estima Greco. "Porque esa misma noche, entre la lectura de diarios, le dio
a su esposa instrucciones sobre su entierro, sobre dónde y cómo quería que lo
sepultaran. Lo que demuestra el espíritu de cristiano viejo que siempre
tuvo", comenta.
"Eso de estar
siempre preparado era muy propio de él. Cuando debía viajar en avión indicaba
siempre a alguien cuáles eran los trabajos que tenía entre manos, lo que debía
ser completado y lo que debía publicarse en caso de que no volviera. En el
último tiempo ya había empezado a tomar previsiones con más frecuencia en ese
sentido".
Díaz Araujo, un
historiador que vibró hasta el final con su Patria, deja un gran discipulado y
una obra monumental, difícil de abarcar y de valorar. "Tan grande,
minuciosa y precisa como la de los grandes revisionistas", concluye Greco.