¿Tara o inmoralidad?
por José Luis
Milia
Informador
Público, 16-4-21
“No nos va a
temblar el pulso a la hora de cerrar las exportaciones de carne”. Paula
Español. Secretaria de Comercio Interior.
“Nada en el mundo
es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”. Martin
Luther King.
Según el
Diccionario Médico editado por la Universidad de Navarra, la imbecilidad es un
"Término médico clásico, actualmente en desuso, utilizado para designar
una forma grave de retraso mental, situada entre la debilidad mental y la
idiotez." y, aunque el término esté en desuso, nadie duda que la estupidez
sea una afección psiquiátrica.
Argentina es,
quizás, uno de los pocos países del mundo donde una de las causa de esta
dolencia está íntimamente ligada a la ideología, aunque es obvio que la
ignorancia ayuda al desarrollo de esta afección y la agrava y como la política
argentina está llena de imbéciles crónicos, el principal problema del país
reside en el hecho que muchos de ellos llegan a la función pública llenos de
ilusiones y delirios, lo que a veces los convierten en personas nobles rayanas
en la idiotez, aunque las más de las veces los vuelve viles hasta alcanzar la
amoralidad más abyecta.
Paula Español es
una muestra acabada de cómo esta dolencia afecta a aquellos a los que la
ideología no les permite elucubrar soluciones nuevas ante problemas reales y se
obligan a usar fórmulas pretéritas que jamás resolvieron problema alguno. En
su, ¿penúltima? Aparición pública, ha dicho, con aire patoteril- también esto
diagnostica un síndrome de estupidez crónica- que frente al "aumento"
del precio de la carne: "no nos va a temblar el pulso si hay que cerrar
las exportaciones de carnes".
Es probable que la
señora Español no haya estado en el país en 2006, o no se haya enterado que ese
año, otro imbécil crónico -el difunto ex presidente Kirchner- lanzó y puso en
práctica una amenaza similar.
La mayoría de los
argentinos recuerdan ese desatino presidencial y quizás sea bueno recordárselo
a la Sra. Español, aunque más no sea para que sea consecuente con la burrada a
cometer y, quizás -aunque es difícil esperar un milagro en un país alejado de
Dios- ella se dé cuenta de cuán desastrosa puede ser la gestión de un necio
cuando lo mueven la ideología, ignorancia y el rencor.
La historia es
harto conocida, en 2005, con un stock ganadero de 54,1 millones de cabezas, la
Argentina producía 3,13 millones de ton. de carne de las cuales se exportaban
754.500 ton. (1) -un 24% de la producción- las que generaban un ingreso de
divisas de 1.390 millones de USD; de este porcentaje exportable, 28.000 ton
correspondían a la cuota Hilton (2). Este incremento en la cuota Hilton se
había logrado gracias a haber conseguido acuerdos beneficiosos con la comunidad
europea, acuerdos que hacían que el novillo pesado de 440/460 kgs. de peso
vivo- que no se come en la zona metropolitana que es la que importa cuando un
populista habla de cuidar "algo" de los argentinos- se pagara de un 4
a un 7% más a aquellos productores que entraban en la categoría de productores
exportadores previo cumplir con una serie de requisitos exigidos por la
comunidad europea.
Es cierto que el
precio promedio de la carne de exportación referida a la cuota Hilton había
aumentado en el primer trimestre de 2006 respecto del promedio del año 2005 un
22,6%, pero las exportaciones comunes solo habían registrado un aumento de
13,4% en el primer trimestre de 2006. Todo esto se tradujo en un aumento del
precio del kilo vivo a fines de febrero de 2006 de un 11,47% (3).
Fue para esta
fecha, 8 de marzo de 2006, en que los duendes que tutelaban el módico cerebro
del presidente argentino- siempre proclive a llenarse la cabeza con las viejas
supersticiones peronistas del ’46- le hicieron saber que el aumento de la carne
no podía deberse a una cuestión de mercado sino a una conspiración mezquina de
la “oligarquía ganadera". No hacía falta buscar culpables, estos ya
estaban para el tiro al blanco, eran los "diez o veinte patrones" -fetiches
de un peronismo esclerotizado- que añoraban los frigoríficos ingleses, que eran
dueños de vastas extensiones en las que para juntar una hacienda que engordaba
sin esfuerzos, solo bastaba cerrar una aguada; hombres ruines que manejaban a
sus peones a látigo puro y que juntaban a pala la plata que, como el maná del
Señor, les caía del cielo. Si bien esa pavada aún sonaba como revolucionaria,
la realidad de la producción ganadera era totalmente diferente. No obstante, a
este ser primario, criado en una comarca con más ovejas que seres humanos y
único propietario de una vastísima ignorancia eso no le importaba; lo que valía
para él, lo mismo que para cualquier ignorante que aún la sigue repitiendo, era
la fábula ideológica en la que había creído a ojos cerrados, y ante eso lo
único que le impuso su sinrazón fue, con inocultable satisfacción personal,
cerrar las exportaciones de carne.
De ahí, que la
caída de la producción de carne y las exportaciones estén indisolublemente
unidas a la arbitrariedad ideológica oficial. Nunca se respetaron en esos doce
años reglas de juego claras ya que las armas con que contaba el gobierno: ROES,
retenciones, encaje, manejo discrecional de las exportaciones y un atraso
cambiario que a hoy ha hecho prácticamente imposible cualquier actividad
productiva o exportadora, estaban destinadas a herir de muerte a la ganadería
argentina. Pero la ignorancia conceptual que el presidente tenía sobre la
realidad de la actividad ganadera significó, en definitiva, un aumento de la
faena de hembras (48-50% entre 2007 y 2011) (4), con la consiguiente reducción
del stock y por lo tanto la disminución de la faena total, terminando, a causa
de todos estos disparates con un precio de la carne que no cesó de aumentar.
Así, lo que se quería evitar, el aumento del valor de la hacienda en pie y el
consiguiente aumento de la carne al mostrador, terminó en un fiasco total.
No obstante, al
gobierno no le importaba el resultado final de esta serie ininterrumpida de
atropellos siempre que pudiera lograrse lo que no se consiguió, la baja del
precio de la carne, en especial los cortes populares. De esta manera el país
cayó como exportador de carne del 3er. lugar al 11º en 2014, por detrás de
Paraguay, Uruguay y Belarus (5), y la consecuencia directa de esto fue el
cierre de 131 frigoríficos que dejaron en la calle a 22.000 trabajadores que
terminaron siendo los principales perdedores de este desatino ideológico junto
a los pequeños productores ganaderos, aquellos que su rodeo no superaba las 300
cabezas.
En 2006 eran, los
pequeños productores, el 72,1% de los establecimientos dedicados a la
ganadería; en el año 2011, según Senasa (6), 27.000 productores abandonaron la
actividad ganadera como consecuencia de la política urdida por un estúpido
crónico.
Este abandono de
la actividad, ya fuera de los campos de invernada que se pasaron a la soja o de
los pequeños productores estrangulados por la condiciones económicas impuestas
por el gobierno trajo como consecuencia una liquidación de stock que hizo que
en los primeros tiempos en que se tomaron las medidas el precio de la carne
bajara, pero el stock ganadero que en el año 2006 había subido a 56 millones de
cabezas, cuatro años después solo alcanzaba la cifra de 48,9 millones de
cabezas, es decir, una pérdida de 18,8% de los activos ganaderos (7).
Pero lo que mejor
define la mentira del relato oficial y el fracaso de su "política ganadera"
ha sido el resultado del ridículo slogan enunciado por el ex presidente en 2008
en Chubut que imponía “defender la mesa de los argentinos”. Sólo unos pocos
números dan una dimensión exacta de la falacia declamada ese día por el ex
presidente que, aún para esa fecha, seguía siendo el mandamás de la Argentina;
en ese año y alrededor de ese día, la carnaza y el espinazo para puchero, ambos
cortes baratos y populares, costaban: 6,80 $ y 2,40 $ el kilo respectivamente
(8), en 2014 estos cortes habían subido a 26,90$/kg la carne con hueso y a
68,90 $/kg la carnaza (9), En 7,5 años, el aumento promedio de ambos cortes fue
un 967%, es decir un 35,3% anual desde que se llamó a defender "la mesa de
los argentinos" o a "no joder con la comida del pueblo"
Esta política
sumada a la inflación hizo que, mientras el precio del kilo vivo solo aumentó
un 530% (27% anual), los cortes populares casi duplicaron el aumento del kilo
en pie. En 2008 un trabajador con el sueldo mínimo (SMVM = 1.200 $) podía
comprar 200 kilos de carnaza, en julio de 2015 (SMVM = 5.588 $) solo podía
conseguir 81 kilos del mismo corte. Esa diferencia se debe a la inflación pero
también al aumento del kilo vivo generado por políticas estúpidas.
Sólo queda hacer
una pequeña acotación, el lomo, pedazo de carne caro, al que un pobre accede
solo si lo saca de la basura de ciertos barrios o de un restaurante, aumentó en
ese período un 702%, es decir un 62,25% menos de lo que aumentaron los cortes
populares.
En verdad, la
defensa de “la mesa de los pobres” jamás estuvo en peores manos que en las de
un funcionario que creía que la economía se podía manejar desde la imbecilidad
ideológica. Si algo hay triste en esta historia, es que el débil y estúpido
gobierno argentino está presto, de la mano de la Sra. Español, a cometer el
mismo desatino