A propósito de las elecciones en Chile
Claudio Chávez
Foro Patriótico,
22-5-21
Cuando se debatió
la Ley Sáenz Peña, aquí en nuestro país, el capítulo referido a la
obligatoriedad del voto tuvo algunos puntos de discusión. El proyecto del Poder
Ejecutivo justificaba la obligatoriedad para evitar que minorías
desestabilizadoras se hicieran del gobierno. Nuestra historia electoral, previa
a la ley, se había caracterizado por el enfrentamiento de minorías activas,
tramposas y violentas que hacían del acto comicial una farsa. Para sacar a
estas minorías activas del control de las urnas había que meter al pueblo, y al
pueblo se lo metía con el voto universal y obligatorio. El diputado Emilio
Gouchón defendió este tipo de voto para combatir la apatía del pueblo. Por su
lado el diputado Juan Carlos Cruz valoró el carácter universal y obligatorio
del voto pues estos dos aspectos eran imprescindibles para combatir a los
gobiernos electores y fortalecer a los partidos políticos.
Como nota de
color, la Revista Argentina de Ciencias Políticas, en el número de setiembre de
1911, realizó una encuesta sobre distintos aspectos de la Ley. La sorpresa que
uno se lleva al observar las respuestas dadas sobre la obligatoriedad podría
adelantar las novedades de la elección chilena para constituyentes. Por
ejemplo, el voto voluntario superaba ampliamente al obligatorio en los 1900
encuestados, todos profesionales de clase media alta y alta y más sorprendente
aún, el voto facultativo vencía entre los socialistas consultados. La izquierda
no quería el voto obligatorio. Otra nota de color, el voto obligatorio en
España, al parecer motivador de la Ley Sáenz Peña, fue instaurado a instancias
de Antonio Maura en 1907, político conservador, químicamente puro.
En Diputados el
voto obligatorio no fue aceptado, pero fue, luego, modificado por Senadores y
en retorno a Diputados se aceptó la reforma. En Senadores fue decisiva la
palabra de Joaquín V. González, liberal clásico de aquellos años, que aceptaba
la propuesta de la obligatoriedad, incluso con sanciones para quien no
cumpliera sus obligaciones cívicas. El Ministro Indalecio Gómez, autor de la
Ley, agradeció las palabras del riojano que torció la dirección del debate con
su encendido discurso.
Aquellos liberales
que ubicaban las obligaciones cívicas y el destino común por encima de las
libertades individuales o decisiones personales, de concurrir o no al comicio,
como hace en la actualidad el neoliberalismo, estaban más cerca del conjunto
social que los liberales modernos que rozan el nihilismo.
Todo esto viene a
cuento por lo ocurrido en las elecciones a Constituyentes en Chile, donde
concurrió a votar solo el 41% de los chilenos en condiciones de ejercer el
voto, pues no es obligatorio. Habiendo triunfado, según información proveniente
de Santiago, la izquierda y grupos políticos surgidos de las movilizaciones
callejeras. Los partidos tradicionales fueron castigados. Cabe entonces la
siguiente pregunta: ¿el destino constitucional de Chile debe y puede quedar en
manos del 40% de la población?
Al ser opcional el
voto, ¿el destino común fue apropiado por minorías intensas? Si esto resultara
así, ¿no sería mejor para las naciones iberoamericanas, a medio construir,
comprometer al pueblo con el destino de todos y dejarnos de pamplinas
libertarias, útiles para naciones que han cerrado su ciclo?
Si con el voto
obligatorio ya se observa la existencia de una élite política que vuela por
encima del pueblo, qué resultado obtendremos con la retracción de la gente de
uno de los momentos decisivos de la vida en democracia.
Finalmente no
sorprende que la izquierda hipócrita, la de ayer y la de hoy, al menos en
Chile, aceptara un acto comicial donde el pueblo se ha ausentado. De perdurar
este error, Chile se aproxima al barranco.