Esteban Rojo
Nueva Derecha Argentina, 25/07/2021
“Somos criaturas
descorazonadas, tonteando con la bebida, el sexo y la ambición cuando se nos
ofrece un gozo infinito, como un niño ignorante que quiere seguir haciendo
tortas de barro en un basurero porque no puede imaginar lo que significa la
oferta de una vacación en el mar”
(C. S. Lewis “El
peso de la gloria”)
Nada nuevo bajo el
sol.
Es una tendencia
casi natural en los gobernantes, no importa cómo hayan llegado al poder, la de
volverse autoritarios y abusar de su imperio. O por lo menos es una fuerte
tentación a la que todos se ven sometidos y ante la cual muchos sucumben,
cuando no se inclinan levemente. A veces lo hacen para obtener beneficios
personales en términos económicos o tácticos, otras para realizar las políticas
que consideran correctas. Pero, más allá de las razones, la tendencia existe y
está documentada en todas las épocas de la historia y en todas las formas de gobierno.
Podríamos decir que es un tema clásico.
Clásica también es
la pregunta sobre cómo deben obrar los ciudadanos frente a un gobernante que
abusa del poder, especialmente cuando el abuso es frecuente y claramente
contrario al bien común. Sófocles trató el tema con profundidad en su obra más
famosa, “Antígona”. Allí relata como el nuevo jefe de Tebas, Creonte, prohíbe
el entierro del traidor Polinices. Pero su hermana, Antígona, invocando unas
leyes superiores a las de los hombres, cumple con los ritos funerarios en un
acto que podríamos llamar de “desobediencia civil”. El hijo de Creonte y la
opinión pública de la ciudad se oponen a la decisión del gobernante de
castigarla con una muerte cruel, pero su voluntad se lleva a cabo con funestas
consecuencias.
Creo que podemos
aprender unas cuantas cosas de la obra. Por ejemplo, que enfrentar a los
tiranos es peligroso: Antígona paga su osadía con la muerte. Que son pocos los
que se atreven y que muchos prefieren callar y soportar el yugo antes que
arriesgarse, como lo hace el coro. Pero también que morir por la ciudad es
hermoso, y que las tiranías no duran para siempre. Que los hombres buenos dicen
la verdad y los buenos sacerdotes la profetizan. Y que hace falta la valentía
de una Antígona para enfrentar a los poderosos cuando corresponde, que la lucha
violenta no es el único camino y que a veces la debilidad es una fortaleza.
¿Cuándo es lícito
resistir a la autoridad?
El tema merece un
estudio mucho más profundo que el que podemos hacer en este momento, pero
podemos confiar en la síntesis de Carlos Sacheri. El filósofo asesinado por la
subversión afirma que, para que un gobierno sea legítimo, debe procurar
eficazmente el bien común, debe respetar el orden natural, debe respetar la
índole particular de su pueblo, debe merecer el consenso social y debe ser
designado y ejercer el poder según la tradición y usos del país. No alcanza con
que haya sido elegido de acuerdo a las leyes. Respecto de la resistencia a la
autoridad en particular, según el mismo autor, es lícito desobedecer las leyes
injustas, es decir las que se apartan del bien común o que desconocen un
derecho natural, a lo cual llama resistencia pasiva. También es válida la
resistencia pasiva legal, que consiste en usar todos los medios legales previstos
para lograr la derogación de las leyes injustas -como los recursos a los jueces
para que declaren inconstitucional una ley o las campañas pare reunir firmas,
la publicación de solicitadas para movilizar la opinión pública, etcétera.
Un paso mucho más
serio sería la resistencia activa de hecho, que “supone el empleo de medios
físicos y hasta la fuerza armada (…) el cruce de tractores en las rutas de
acceso, las huelgas de entorpecimiento, la cesación de servicios
imprescindibles (…) el cercamiento de edificios, etc.”.1 Más para que ello sea
lícito deben darse las siguientes condiciones: la situación debe ser muy grave,
deben estar agotados los medios legales, deben existir razonables esperanzas de
éxito y una razonable certeza de que no se producirán más daños que los que se
desean subsanar. Aquí Sacheri incluye la posibilidad del recurso a la violencia
armada como legítimo en circunstancias muy graves.
Por su parte, el
politólogo norteamericano Jean Sharp, que ha dedicado su vida a estudiar estos
temas, en su manual para rebeldes “How Nonviolent Struggle Works”2, no se
extiende sobre las circunstancias en que sería lícito resistir a la autoridad,
pero sí recomienda agotar todas las posibilidades de negociación antes de
comenzar una campaña de acción no violenta. También distingue diferentes
niveles de resistencia, aunque el énfasis está puesto en la respuesta que cada
conjunto de acciones es probable que provoque de parte de las autoridades a las
que se resiste.
El libro incluye
ciento noventa y ocho métodos de resistencia no-violenta, lista que el autor
considera incompleta. Estos métodos se agrupan en tres categorías ascendentes
en cuanto a la gravedad y la posibilidad de una respuesta violenta y hasta
letal del gobierno. El primer grupo se titula “protesta y persuasión”, el
segundo “no-cooperación” y el tercero “intervención no-violenta”. En este caso,
no está contemplado el recurso a la fuerza armada, ya que el autor considera
que perjudicaría la causa de un modo irremediable pues el grupo reclamante perdería
toda credibilidad. No es que la considere ilegítima sino que la descarta por
pragmatismo.
Argentina 2021.
En nuestro país la
sociedad viene dando muestras de un sano cansancio frente a los abusos de
autoridad del actual gobierno. Aunque elegido democráticamente, ha abusado de
su poder tanto para obtener beneficios personales -como en el caso del cobarde
robo de vacunas conocido como “vacunatorio vip”-, y también para imponer la
política que considera correcta -como en el caso de las medidas restrictivas
para frenar la pandemia, que vienen destruyendo la economía y el empleo,
sumiendo a cada vez más personas en la pobreza y la miseria.
Entre esas medidas
abusivas se encuentra la prohibición de circular y de reunirse, y,
particularmente, la inicua desescolarización forzada de los niños durante más
de un año, con un costo que seguramente pagaremos por décadas, especialmente
los más pobres que tienen menos posibilidades de defenderse y recuperar lo
perdido. También ha sido un abuso, mansamente aceptado por las autoridades
eclesiásticas, la prohibición del culto público. Pero, ciertamente, lo peor de
todo es la aprobación, con votos del oficialismo y de la oposición, de la ley
que permite que se quite la vida a los seres humanos más vulnerables y más indefensos
de todos. Junto con estos desmanes, el gobierno se ha mostrado muy poco eficaz
para obtener y administrar la panacea contra la pandemia -las vacunas-,
mientras que sí consiguió aprobar la ley del “cupo trans”.
Respecto de la
actividad económica, se percibe una cada vez mayor desobediencia que el
gobierno viene convalidando desde atrás con decretos que imponen restricciones
cada vez más leves para no quedar completamente desautorizado. Donde el
gobierno es más tiránico, como en la Formosa de Gildo Insfrán, hay protestas
públicas y se encarcela a los manifestantes. También en Rosario los Médicos por
la Vida terminaron a las trompadas con la policía en un acto junto al monumento
a la bandera.
En cuanto a las
limitaciones a la movilidad y las reuniones, salvo en algunos operativos
espectaculares que fueron ampliamente televisados y más ampliamente denostados,
las fuerzas de seguridad vienen actuando cada vez con mayor displicencia, ya
sea por cansancio, falta de compromiso o por una bajada de línea que no se
puede dar públicamente. También disminuyó el número de delatores que denuncian
a sus vecinos menos subordinados.
El número de
familias que abandona el sistema educativo oficial para hacer educación
hogareña aumentó notablemente, y las escuelas, donde han contado con el apoyo
de las familias y una dirección valiente, se defendieron organizando clases en
casas particulares de los alumnos o de los mismos docentes. Paradójicamente,
ahora que llegamos a lo más crudo del invierno, las escuelas se abren al calor
de la campaña electoral.
En este panorama
de resistencia larvada, merece un párrafo aparte la Iglesia Católica. Unos
cuantos sacerdotes corajudos continuaron sirviendo a Dios y a su grey, llevando
la comunión a los enfermos, realizando misas clandestinas en casas particulares
y en templos semicerrados, celebrando el Sacramento del Matrimonio y enterrando
a los muertos. Del episcopado mejor no hablar.
Lamentablemente
también hay reacciones desafortunadas, que no conducen a nada bueno, como la bomba
colocada en el local de “La Cámpora” en Bahía Blanca el 25 de mayo. Si alguno
cree que ese es el camino, se equivoca de cabo a rabo. Primero, porque la
violencia engendra más violencia; segundo, porque el efecto que generan esos
actos es el de legitimar al gobierno; tercero, porque genera muy mala prensa; y
cuarto, porque carecen de toda posibilidad contra las fuerzas de seguridad del
Estado con la capacidad de control que tiene en este momento. Los pocos que
sueñan con un golpe militar, no apoyan los pies en la tierra ni conocen la
situación moral e intelectual de las fuerzas armadas. Las reglas de juego
actuales son las de una república democrática y ese es el partido que hoy hay
que jugar y ganar. La violencia y los golpes pertenecen al campo de los sueños
y es signo de pusilanimidad.
El camino de la
resistencia no violenta.
La desobediencia,
las marchas, las protestas, los reclamos, las publicaciones contrarias a las
medidas restrictivas, las clases y las celebraciones religiosas clandestinas,
son todas acciones de resistencia no violenta, de una “desobediencia debida” en
orden al bien común que el gobierno socava constantemente. Considero que son
una muestra de salud social y fuente de esperanza.
Sin embargo,
adolecen de organización estratégica por falta de liderazgo. Horacio Rodríguez
Larreta, con su atinada jugada de mantener abiertas las escuelas de la ciudad y
confrontar con el gobierno nacional, podría haber tomado ese lugar, pero luego
se retiró y se entretuvo con las disputas internas de Cambiemos. Puede haber
desperdiciado su ticket a la presidencia, lo que tal vez haya sido providencial
ya que Rodríguez Larreta no encarna el cambio cultural que necesitamos.
No aparece un
grupo de hombres con determinación que piense, proponga y dirija un movimiento
de resistencia colectivo, sino que se trata de una acumulación de
manifestaciones de individuos y pequeñas sociedades intermedias. Son todas
buenas noticias, pero sin organicidad, sin dirección.
Si las cosas
siguen como hasta ahora, con la economía en deterioro -aunque el aumento de los
precios de la soja traiga alivio-, la inflación impresionante y la anomia en
aumento, es probable que estas acciones sirvan simplemente como descarga del
descontento social y que se produzca un cambio de signo en el gobierno
-volveremos al macrismo- o por lo menos un muy mal resultado electoral para el
Frente de Todos a fin de año.
Así las cosas, tal
vez sea esta la oportunidad para que se inicie una campaña de resistencia no
violenta frente al gobierno. Existen muchas causas que podrían tomarse como
bandera, pero lo mejor sería elegir unas pocas que se encuentren cerca del
corazón de la guerra cultural en que nos encontramos. Por de pronto propongo
cuatro: 1°) luchar por la libertad educativa; 2°) luchar para que se elimine el
adoctrinamiento sexual y las estúpidas políticas de género; 3°) luchar para que
baje la presión fiscal; y 4°) luchar para que se de libertad a los comercios.
Las primeras dos son de largo aliento, haría falta un trabajo de preparación
importante y tienen la ventaja de confrontar tanto al kirchnerismo como al
macrismo, pero las dos últimas son reclamos que encontrarán fuerte apoyo en
gran parte del arco social inmediatamente, y seguramente puedan obtenerse
algunas victorias cuando amaine la pandemia o en caso de volver el macrismo al
poder.
“Antígona”, no
“Creonte”
Si bien la obra
lleva como título el nombre de la atrevida joven, en realidad el protagonista
de la tragedia es Creonte quien pasa de la felicidad a la infelicidad por su
soberbia. Dudo que jamás padre alguno haya bautizado “Creonte” a su hijo,
mientras que es seguro que muchas niñas han recibido el nombre de “Antígona”.
Algo hay en el corazón del hombre que lo lleva a admirar esta rebelión en
nombre del sentido común, del amor fraterno y de las leyes divinas contra una
tiranía absurda, torpe e inmoral. Sófocles presintió que el tirano terminaría
ensombrecido y la doncella se quedaría con la gloria.
Lamentablemente
muchos argentinos son criaturas descorazonadas, que se conforman con volver al
macrismo con sus modos más elegantes y su mayor respeto a las libertades
formales, mientras se sigue educando generación tras generación de siervos del
estado omnipotente, embebidos de la dictadura del relativismo y la cultura de
la muerte. Pero tal vez… tal vez ha llegado la hora de Antígona.
1 Saccheri, Carlos
A; “El orden natural”; Vórtice, Buenos Aires, 2008; p. 224.
2 Publicado por
The Albert Einstein Institute que fundó el propio autor. Se encuentra versión
en castellano online en https://www.aeinstein.org/wp-content/uploads/2013/10/La-Lucha-Politica-Nonviolenta.pdf