lunes, 19 de julio de 2021

RECENSIÓN CON UNA YAPA Y UNA CONCLUSIÓN

 

Héctor Hérnandez

I

LOS ESPAÑOLES QUE NO SE ANIMAN

(La axiología política de Pérez Reverte. Breve reflexión sobre Una Historia de España, Alfaguara, 2019, 246 pp.) [1]

 

Para un español como yo, que no lo soy en propiedad pero sí bien que me lo adjudico por participación y filiación como argentino agradecido y orgulloso de mi sangre, la lectura del “A modo de prólogo” de este libro era una promesa de justicia humana con mis ancestros y de concordancia con la recta sabiduría política.

Por de pronto, esas más de treinta opiniones iniciales prologatorias del libro, que casi todas son alabanzas a un pueblo superior, auguraban un desarrollo del porqué de la superioridad española en la historia. Desde ya por la virtud del coraje, que luce mayoritaria en los citados  testimonios y son un lugar clásico, sintetizado en “la infantería española”, en la alusión a “nuestros tercios” y así más. Pero a propósito del temple para enfrentar las cosas arduas, el coraje español no se puede separar de ciertas creencias que no se arredran ante un Coronavirus. En esa treintena de citas del Prólogo no hay que olvidar algunas en ese sentido, por ejemplo la que aprendí de Pérez Reverte que enseñó el mismísimo Voltaire, que son superadoras de la idea del pueblo bestia que sólo mata y muere y que no le entran balas en la cabeza y que son una manga de brutos y todo lo que te imagines, que Pérez Reverte nos da aquí y allá y de nuevo y otra vez como característica telúrica hispana que recorrería todos los siglos.

Concedámosle un punto y aparte para este insospechado defensor de nuestra Raza que resultó Voltaire: “los españoles tuvieron una clara superioridad sobre los demás pueblos; su lengua se hablaba en París, en Viena, en Milán, en Turín; sus modas, sus formas de pensar y de escribir subyugaron a las inteligencias italianas, y desde Carlos V hasta el comienzo del reinado de Felipe III España tuvo una consideración de la que carecían los demás pueblos” (lo transcribe Pérez Reverte en p. 11). No era un elogio hecho por Hitler o por Francisco I de Francia, que también están transcriptos y sí que hacían de nuestros antepasados unos hombrazos a quienes no les temblaba el pulso frente a cualquier tirano que se plante o a cualquier paisano en discordia, o a cualquier infantería que siempre nos quedaría como segunda. Vea el lector que Voltaire/Pérez Reverte nos hablan de la lengua española; de sus modas; y  - Ud. lo ha leído-  hasta de sus formas de pensar y de escribir La cosa va subiendo de tono. Y no pretendamos que Voltaire fuera más allá… digo más arriba.

Es cierto que de a ratos le aparece a P.R. algo parecido al orgullo de ser español con fundamento y con temple (v.gr. p. 65; y v. la segunda parte de este trabajo). Por de pronto tiene claro que los protestantes hicieron de la leyenda negra contra nuestra estirpe y nuestra religión una eficacísima arma de combate. El autor no olvida la  larga primacía temporal política de los nuestros en la historia. Otrosí digamos que no deja de atacar al vasquismo de la ETA y al separatismo catalán antihistórico, por lo que me lo imagino un libro nada digerible para el “establishment” ateo (cfr. pp. 52, 58, 62, 93144).

Pero, ¡caramba!,  no hay ocasión en que no hable de la Iglesia Católica sin atacarla sañudamente (pp. 49, 57, 81, 161, 274, 286, 212, 224…). Es más, habría sido Ella, en definitiva, el principal lunar de la historia de España y, ya que el autor rastrea en la historia para inducir las características de un pueblo, ese defecto estaría en su misma esencia. De ahí que P.R. mal pueda valorar lo más grande que realizó en la historia ese pueblo que es el objeto del libro: el Imperio misional; misional y universitario, académico, cultural y justiciero. Religioso sobre todo. La Cruz.

 Si tengo razón, habrá que decir que Pérez Reverte le erró en lo principal; que se tragó el camello. Y la sarta de graciosos relatos desmitificadores de todo ideal, a veces repetidos abusiva e irrespetuosamente, vienen a reducir la Hispanidad a una visión del hombre y sus valores que en su ápice no tiene nada más que el poder y el dinero. Una visión norteamericanista de la historia, con perdón de la espiritualidad yanqui que la hay; una visión de leyenda negra que merecería el Premio Nóbel de holandeses y anglosajones y del Nuevo Orden Mundial. (Mire que seguir diciendo que España destruyó civilizaciones! – p. 64: ¿querés más leyenda negra? Basta mirarnos las caras mestizas para demostrar la mentira protestante de los que sólo valoraban al indio muerto y nos escribieron la historiografía tramposa). Con lo que, al fin de cuentas, con sus originalidades y malgustos y malas palabras (que las hay las hay y dellas abusa), pero con su manejo aceitado del idioma, el buen escritor viene a sumarse con eficacia al campo enemigo de su Patria. Nuestra Madre Patria.

Toda política tiene su religión. Y la contra de la católica tiene la del hombre, a veces llamada llamada “democracia”, a veces “derechos humanos”, a veces Ilustración, y todo lo demás. Los campos se van delineando. “O se está conmigo…”.

Hace poco, encuarentenado como sigo en Santa María de la Alameda, vi por la TV española un documental sobre Santa Teresa de Jesús. Casi no había experto de los muy curriculados que intervenían en él, que no desarrollara alguna heterodoxia contra la santa. Como que atribuían todo a sus enfermedades; a causas naturales; a lo que sea, pero nada a la intervención divina. Sin embargo, Teresa se les escapaba, ella sola y bien muerta y a cinco siglos, porque por todos lados resplandecía su grandeza y, en fin, el responsable del documental y los partícipes no dejaban de enorgullecerse de la Santaza, gloria de España y mujer de Dios sobre todo.

Pero en la obra que comentamos no; o casi no; ya te digo por qué. Entre los ataques de Pérez a la Iglesia hay cierto tozudismo infantil que se le vuelve en contra como cuando, en tren de atacar a los sacerdotes, habla de lo que sería el mal consejo que estos daban a las mujeres de respetar los mandamientos de la ley de Dios, por ejemplo el de la fidelidad a su marido (“ni se te ocurra hacerle eso a tu marido, hija mía”, sic, p. 212; algo que repite como una obsesión). Lo que para cualquier pueblo bien nacido sería cumplir muy bien un test de recta humanidad, y hace pensar que una Institución que se caracteriza por su firmeza contra el cornudismo  es algo muy serio, incompatible con el opio de los pueblos o las baraturas de las críticas socialistas o la corrupción destructiva de la ideología de género.  Algo serio que da base a familias pero que, además, es capaz de encender de fuego evangelizador del mundo sin límite de sol y a mover cualquier infantería, aún la de Ignacio de Loyola.

Al tirar tantas piedras contra la base con la que la Gran Isabel la Católica fundó un imperio inaudito, el que los estudiosos yanquis descubrieron único en la historia al propiciar públicamente y por todos los medios de comunicación la discusión de la justicia de su dominio y en que se fundó el Derecho Internacional en serio, queda redicho que a Pérez se le escapa lo principal.

Y ya que está vaya una palabra sobre la justicia. Todo lo que en materia de tal se relaciona con el magno sujeto del libro, con España digo, queda reducido a pleitos de abogados ganapanes o ganacanonjías o a puteríos de aldea. El autor, que a las que ve como herejías las ilustra a cada rato con los manuales con que estudió en su niñez franquista, debe ser bochado irremediablemente en cualquier examen de cultura general histórica al ignorar a Suárez, al ignorar a Vitoria y al omitir, con un silencio ominoso que no es nada accidental, ese monumento incomparable, reconocido por todo el mundo, que son las Leyes de Indias, que no quedaron en meras leyes. (En mi país estatalmente independizado la ley de las 8 horas de trabajo máximo llegó siglos después). Y hace hervir la sangre esto de llamar “murga” a esos fueros que son modelo de buen constitucionalismo (p. 54). Querido Francisco padrino español de mi nieto Martín: no le creáis.

Desde luego que no podía faltar, como en todo seguidor de la leyenda anglosajoprotestante, el ataque a Felipe II, que ya ni alcanza para “leyenda negra”, pues raya el ridículo de reprocharle no haberse instalado en Lisboa a gozar de la vida y de las playas y de los mares y del mundo, en vez de construir la fortaleza física y artística y humana y religiosa del Escorial y meterle a rezar y gobernar hasta morir.

Si hasta aquí está lo que él ataca, veamos sin embargo lo que el autor defiende y propone en senda constructiva. El  yerro es máximo y contradictorio cuando él hace su puesta axiológica política, que ya venía preanunciada paso a paso, en idioma español pero con acento extranjero. Ahí va:

“Y así llegamos, señoras y caballeros, a la mayor hazaña ciudadana y patriótica llevada a cabo por los españoles en su larga, violenta y triste historia”.  – Uno pensaría que va a hablar de Hernán Cortés; o de la Evangelización del Nuevo Mundo; o de la Escuela de Salamanca; o de las universidades que España fundó en América y que Inglaterra ni por asomo; o de las gramáticas que rescataron las lenguas indígenas; o de las misiones jesuíticas defensoras del Imperio contra Portugal; o, yendo más atrás, de la gloriosa batalla de las Navas de Tolosa, cerca de Despeñaperros, donde el lunes 16 de julio de 1212 “el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir fue destrozado por los cristianos”…  pero no te ilusiones, querido lector...

El hecho que suscitó por fin “la admiración de las democracias”,  (aquí  comparece la Inquisición de las Naciones Unidas y su antirreligión como tribunal de la historia y de la política y de la moral y como referente seguro para toda paidea política) y “nos puso en una posición de dignidad y prestigio internacional nunca vista antes”, fue… pues  la Transición Democrática. (En estos casos en Argentina lanzamos un argumento de rancia prosapia metafísica aristotélica que no sé si se entiende: “¿me estás jodiendo?...”). Y a aquello le llama, ya que también la religión laicista cree en hechos sobrenaturales y en hombres superiores y en cruzadas,  pues nada menos que “la cosa milagrosa” (p.238 ss.). Pero esto es haber logrado el propósito de los ateoprogres, que él mismo define como aquellos “dispuestos a hacer que a España en pocos años no la conociera ni la madre que la parió” (p. 132).

Una lástima grande que hayan logrado el objetivo; y en la cabeza y la pluma del autor.

Si yo fuera su profesor le diría que, tras este bochazo que ahora le adjudico, en el próximo examen que nunca le tomaré y no soy nadie para tomarlo frente a ese monstruo de las letras, se anime a defender a esa España que por ahí le late pero parece que no se anima. A que relea la historia que sí leyó pero sin las anteojeras deformantes; y reescriba casi todo su libro. O si acaso relea a Ramiro de Maeztu o a sus discípulos argentinos, que son legión y muy hispánicos. O que haga un pequeño trabajo práctico ahondando en el significado de identidad hispánica profunda de las invasiones inglesas al Río de la Plata, donde él mismo reconoce que “españoles de España y argentinos locales les dimos de hostias hasta en el cielo de la boca” (¡lo dice en p. 129!). O que indague en que aquello de que en Ayacucho los nacidos en España eran minoría (¡lo dice en p. 129!); cosa que no fue propia de esa batalla, porque España nunca tuvo ejércitos regulares que ocuparan América; al Imperio misional lo defendíamos todos, y el autor sabe que también los tlaxcaltecas (¡lo dice en p. 65!). O que indague en el significado no accidental de la ayuda argentina que salvó del hambre a España en el siglo XX (¡que reconoce en p. 221!). O en la ausencia de apoyos ingleses a nuestra independencia (“nos independizamos” sin ayuda de nadie, enseñaba Julio Irazusta y Pérez debe rectificarse en este punto). O a por qué los movimientos más populares de la Argentina (digo el rosismo y sus secuelas en el tema, radicalismo o justicialismo) fueron decididamente pro hispánicos. O a por qué en Argentina se suprimieron del canto del Himno argentino los agravios a la Madre Patria. Todo eso exige una tarea cultural para volver al Espíritu de la Hispanidad y la Cruz que nos hizo grandes en la Historia, y no a la España irreconocible de la Transición Democrática que el autor alaba. 

Santa María de la Alameda, 12 de abril de 2020.

II

LA CARGA DE LOS TRES REYES

           

En la recensión tan crítica escrita el año pasado rescatamos, sin embargo, el patriotismo del autor, que se evidencia en su artículo “La carta de los Tres Reyes”, tomada de Internet (XLSemanal - 12/7/2010). ¡Qué mejor elogio del ejército de la Cruz frente a los enemigos de España y de la Cruz, sin religión democrática alguna en el medio! La dialéctica es otra. Veamos.

“Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.

Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, [subrayado H.H.] para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.

La escabechina [= matanza generalizada; riza; nota H.H.], muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades [subrayado H.H.]  , intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana [subrayado H.H.], mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros- [subrayado H.H.]; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.

¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura”[2].

 

III

EL PÉREZ REVERTE QUE NOSOTROS QUEREMOS

            Ni Pérez Reverte puede escapar a la opción irreductible entre la Cruz y sus enemigos. Su evocación patriótica de las Navas de Tolosa donde venció la cruz, dicen que su corazón toma partido.

Anímese hombre...

San Nicolás, 16 de julio de 2021.

 

 



[1] La primera parte se escribió en Santa María de la Alameda, cerca del Escorial, Comunidad de Madrid, Santa Verónica, 12 de abril de 2020. La segunda en San Nicolás de los Arroyos, Argentina, 16 de julio de 2021.

 

[2] Si lo que sigue es adulterado, sin embargo “é ben trovato”. En Internet hay otra versión que, con agregados para el lado de la Cruz, no habría respetado la versión de P.R., por lo que en la reproducción nos atuvimos a una auténtica del autor, no cuestionada. El texto que sería espúreo contiene un final brillante y dice así:

¿Imaginan la película?... ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos?.. Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, gobernado por políticos aún más imbéciles carentes de toda identidad... no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura, porque aquí prima ese cine de paredes rojas, ya me entienden, sino gente real que por amar a su tierra luchaban a morir.  ¡Ojo! ¡Importante! Tardamos 8 SIGLOS, o sea, ¡¡800 AÑOS!! en echarles de la península, nuestra tierra!  Fue por nuestra desunión, porque España la formaban distintos reinos y no uno solo. Combatíamos entre nosotros.... -como ahora con las 17 autonomías innecesarias- y no tuvimos un solo Rey, una sola nación, un único mando militar para expulsarles, de eso se aprovecharon durante  ¡8 siglos!  Y  ellos, los de la media luna sí que lo recuerdan, por eso se aprovechan de nuestra actual desunión, para una segunda invasión silenciosa... bajo la permisividad de políticos de bajo perfil, acomplejados, miedosos de llamar las cosas por su nombre..., nada que ver con aquellos valerosos guerreros cristianos que combatieron y derramaron su sangre. ¡para.... nada! Ellos recuerdan nuestra desunión, la misma que tenemos ahora y que muchos políticos fomentan. Y ellos lo saben... y de paso, se frotan las manos, se ríen y se aprovechan para su segunda invasión... Nosotros hemos olvidado la historia…pero ellos no...mal asunto.  ¡Feliz 809 aniversario!”