Héctor Hérnandez
I
LOS ESPAÑOLES QUE NO SE ANIMAN
(La axiología política de Pérez Reverte. Breve
reflexión sobre Una Historia de España,
Alfaguara, 2019, 246 pp.) [1]
Para
un español como yo, que no lo soy en propiedad pero sí bien que me lo adjudico
por participación y filiación como argentino agradecido y orgulloso de mi
sangre, la lectura del “A modo de prólogo” de este libro era una promesa de
justicia humana con mis ancestros y de concordancia con la recta sabiduría
política.
Por
de pronto, esas más de treinta opiniones iniciales prologatorias del libro, que
casi todas son alabanzas a un pueblo superior, auguraban un desarrollo del
porqué de la superioridad española en la historia. Desde ya por la
virtud del coraje, que luce mayoritaria en los citados testimonios y son un lugar clásico,
sintetizado en “la infantería española”, en la alusión a “nuestros tercios” y
así más. Pero a propósito del temple para enfrentar las cosas arduas, el coraje
español no se puede separar de ciertas creencias que no se
arredran ante un Coronavirus. En esa treintena de citas del Prólogo no hay que
olvidar algunas en ese sentido, por ejemplo la que aprendí de Pérez Reverte que
enseñó el mismísimo Voltaire, que son superadoras de la idea del pueblo bestia
que sólo mata y muere y que no le entran balas en la cabeza y que son una manga
de brutos y todo lo que te imagines, que Pérez Reverte nos da aquí y allá y de
nuevo y otra vez como característica telúrica hispana que recorrería todos los
siglos.
Concedámosle
un punto y aparte para este insospechado defensor de nuestra Raza que resultó
Voltaire: “los españoles tuvieron una clara superioridad sobre los demás
pueblos; su lengua se hablaba en París, en Viena, en Milán, en Turín; sus
modas, sus formas de pensar y de escribir subyugaron a las inteligencias
italianas, y desde Carlos V hasta el comienzo del reinado de Felipe III España
tuvo una consideración de la que carecían los demás pueblos” (lo transcribe
Pérez Reverte en p. 11). No era un elogio hecho por Hitler o por Francisco I de
Francia, que también están transcriptos y sí que hacían de nuestros antepasados
unos hombrazos a quienes no les temblaba el pulso frente a cualquier tirano que
se plante o a cualquier paisano en discordia, o a cualquier infantería que
siempre nos quedaría como segunda. Vea el lector que Voltaire/Pérez Reverte nos
hablan de la lengua española; de sus modas; y
- Ud. lo ha leído- hasta
de sus formas de pensar y de escribir… La cosa va subiendo de tono. Y no pretendamos
que Voltaire fuera más allá… digo más arriba.
Es
cierto que de a ratos le aparece a P.R. algo parecido al orgullo de ser español
con fundamento y con temple (v.gr. p. 65; y v. la segunda parte de este trabajo).
Por de pronto tiene claro que los protestantes hicieron de la leyenda negra
contra nuestra estirpe y nuestra religión una eficacísima arma de combate. El
autor no olvida la larga primacía temporal
política de los nuestros en la historia. Otrosí digamos que no deja
de atacar al vasquismo de la ETA y al separatismo catalán antihistórico, por lo
que me lo imagino un libro nada digerible para el “establishment” ateo (cfr. pp. 52, 58, 62, 93144).
Pero,
¡caramba!, no hay ocasión en que no
hable de la Iglesia Católica sin atacarla sañudamente (pp. 49,
57, 81, 161, 274, 286, 212, 224…). Es más, habría sido Ella, en definitiva,
el principal lunar de la historia de España y, ya que el autor
rastrea en la historia para inducir las características de un pueblo, ese
defecto estaría en su misma esencia. De ahí que P.R. mal pueda valorar lo más
grande que realizó en la historia ese pueblo que es el objeto del libro: el
Imperio misional; misional y universitario, académico, cultural y justiciero.
Religioso sobre todo. La Cruz.
Si tengo razón, habrá que decir que Pérez
Reverte le erró en lo principal; que se tragó el camello. Y la
sarta de graciosos relatos desmitificadores de todo ideal, a veces repetidos
abusiva e irrespetuosamente, vienen a reducir la Hispanidad a una visión del
hombre y sus valores que en su ápice no tiene nada más que el poder y el dinero.
Una visión norteamericanista de la historia, con perdón de la espiritualidad
yanqui que la hay; una visión de leyenda negra que merecería el Premio Nóbel de
holandeses y anglosajones y del Nuevo Orden Mundial. (Mire que seguir diciendo
que España destruyó civilizaciones! – p. 64: ¿querés más leyenda negra? Basta
mirarnos las caras mestizas para demostrar la mentira protestante de los que sólo
valoraban al indio muerto y nos escribieron la historiografía tramposa). Con lo
que, al fin de cuentas, con sus originalidades y malgustos y malas palabras
(que las hay las hay y dellas abusa), pero con su manejo aceitado del idioma,
el buen escritor viene a sumarse con eficacia al campo enemigo de su Patria.
Nuestra Madre Patria.
Toda
política tiene su religión. Y la contra de la católica tiene la del hombre, a
veces llamada llamada “democracia”, a veces “derechos humanos”, a veces
Ilustración, y todo lo demás. Los campos se van delineando. “O se está
conmigo…”.
Hace
poco, encuarentenado como sigo en Santa María de la Alameda, vi por la TV
española un documental sobre Santa Teresa de Jesús. Casi no había experto de
los muy curriculados que intervenían en él, que no desarrollara alguna
heterodoxia contra la santa. Como que atribuían todo a sus enfermedades; a
causas naturales; a lo que sea, pero nada a la intervención divina. Sin
embargo, Teresa se les escapaba, ella sola y bien muerta y a cinco siglos,
porque por todos lados resplandecía su grandeza y, en fin, el responsable del
documental y los partícipes no dejaban de enorgullecerse de la Santaza, gloria
de España y mujer de Dios sobre todo.
Pero
en la obra que comentamos no; o casi no; ya te digo por qué. Entre los ataques
de Pérez a la Iglesia hay cierto tozudismo infantil que se le vuelve en contra
como cuando, en tren de atacar a los sacerdotes, habla de lo que sería el mal
consejo que estos daban a las mujeres de respetar los mandamientos de la ley de
Dios, por ejemplo el de la fidelidad a su marido (“ni se te ocurra hacerle eso
a tu marido, hija mía”, sic, p. 212; algo que repite como una obsesión). Lo que
para cualquier pueblo bien nacido sería cumplir muy bien un test de recta
humanidad, y hace pensar que una Institución que se caracteriza por su firmeza
contra el cornudismo es algo muy serio, incompatible
con el opio de los pueblos o las baraturas de las críticas socialistas o la
corrupción destructiva de la ideología de género. Algo serio que da base a familias pero que,
además, es capaz de encender de fuego evangelizador del mundo sin límite de sol
y a mover cualquier infantería, aún la de Ignacio de Loyola.
Al
tirar tantas piedras contra la base con la que la Gran Isabel la Católica fundó
un imperio inaudito, el que los estudiosos yanquis descubrieron único en la
historia al propiciar públicamente y por todos los medios de comunicación la
discusión de la justicia de su dominio y en que se fundó el Derecho
Internacional en serio, queda redicho que a Pérez se le escapa lo principal.
Y
ya que está vaya una palabra sobre la justicia. Todo lo que en materia de tal
se relaciona con el magno sujeto del libro, con España digo, queda reducido a
pleitos de abogados ganapanes o ganacanonjías o a puteríos de aldea. El autor,
que a las que ve como herejías las ilustra a cada rato con los manuales con que
estudió en su niñez franquista, debe ser bochado irremediablemente en cualquier
examen de cultura general histórica al ignorar a Suárez, al ignorar a Vitoria y
al omitir, con un silencio ominoso que no es nada accidental, ese monumento
incomparable, reconocido por todo el mundo, que son las Leyes de Indias, que no
quedaron en meras leyes. (En mi país estatalmente independizado la ley de las 8
horas de trabajo máximo llegó siglos después). Y hace hervir la sangre esto de
llamar “murga” a esos fueros que son modelo de buen constitucionalismo (p. 54).
Querido Francisco padrino español de mi nieto Martín: no le creáis.
Desde
luego que no podía faltar, como en todo seguidor de la leyenda
anglosajoprotestante, el ataque a Felipe II, que ya ni alcanza para “leyenda
negra”, pues raya el ridículo de reprocharle no haberse instalado en Lisboa a
gozar de la vida y de las playas y de los mares y del mundo, en vez de
construir la fortaleza física y artística y humana y religiosa del Escorial y
meterle a rezar y gobernar hasta morir.
Si
hasta aquí está lo que él ataca, veamos sin embargo lo que el autor defiende y
propone en senda constructiva. El yerro
es máximo y contradictorio cuando él hace su puesta axiológica política, que ya
venía preanunciada paso a paso, en idioma español pero con acento extranjero.
Ahí va:
“Y
así llegamos, señoras y caballeros, a la mayor hazaña ciudadana y patriótica
llevada a cabo por los españoles en su larga, violenta y triste historia”. – Uno pensaría que va a hablar de Hernán
Cortés; o de la Evangelización del Nuevo Mundo; o de la Escuela de Salamanca; o
de las universidades que España fundó en América y que Inglaterra ni por asomo;
o de las gramáticas que rescataron las lenguas indígenas; o de las misiones
jesuíticas defensoras del Imperio contra Portugal; o, yendo más atrás, de la
gloriosa batalla de las Navas de Tolosa, cerca de Despeñaperros, donde el lunes
16 de julio de 1212 “el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir fue
destrozado por los cristianos”… pero no
te ilusiones, querido lector...
El
hecho que suscitó por fin “la admiración de las democracias”, (aquí
comparece la Inquisición de las Naciones Unidas y su antirreligión como
tribunal de la historia y de la política y de la moral y como referente seguro
para toda paidea política) y “nos puso
en una posición de dignidad y prestigio internacional nunca vista antes”, fue…
pues la Transición Democrática. (En
estos casos en Argentina lanzamos un argumento de rancia prosapia metafísica aristotélica
que no sé si se entiende: “¿me estás jodiendo?...”). Y a aquello le llama, ya
que también la religión laicista cree en hechos sobrenaturales y en hombres
superiores y en cruzadas, pues nada
menos que “la cosa milagrosa” (p.238 ss.). Pero esto es haber logrado el
propósito de los ateoprogres, que él mismo define como aquellos “dispuestos a
hacer que a España en pocos años no la conociera ni la madre que la parió” (p.
132).
Una
lástima grande que hayan logrado el objetivo; y en la cabeza y la pluma del
autor.
Si
yo fuera su profesor le diría que, tras este bochazo que ahora le adjudico, en
el próximo examen que nunca le tomaré y no soy nadie para tomarlo frente a ese
monstruo de las letras, se anime a defender a esa España que por ahí le late
pero parece que no se anima. A que relea la historia que sí leyó pero sin las anteojeras
deformantes; y reescriba casi todo su libro. O si acaso relea a Ramiro de
Maeztu o a sus discípulos argentinos, que son legión y muy hispánicos. O que
haga un pequeño trabajo práctico ahondando en el significado de identidad
hispánica profunda de las invasiones inglesas al Río de la Plata, donde él
mismo reconoce que “españoles de España y argentinos locales les dimos de
hostias hasta en el cielo de la boca” (¡lo dice en p. 129!). O que indague en
que aquello de que en Ayacucho los nacidos en España eran minoría (¡lo dice en p.
129!); cosa que no fue propia de esa batalla, porque España nunca tuvo
ejércitos regulares que ocuparan América; al Imperio misional lo defendíamos
todos, y el autor sabe que también los tlaxcaltecas (¡lo dice en p. 65!). O que
indague en el significado no accidental de la ayuda argentina que salvó del
hambre a España en el siglo XX (¡que reconoce en p. 221!). O en la ausencia de
apoyos ingleses a nuestra independencia (“nos independizamos” sin ayuda de
nadie, enseñaba Julio Irazusta y Pérez debe rectificarse en este punto). O a
por qué los movimientos más populares de la Argentina (digo el rosismo y sus
secuelas en el tema, radicalismo o justicialismo) fueron decididamente pro
hispánicos. O a por qué en Argentina se suprimieron del canto del Himno
argentino los agravios a la Madre Patria. Todo eso exige una tarea cultural
para volver al Espíritu de la Hispanidad y la Cruz que nos hizo grandes en la
Historia, y no a la España irreconocible de la Transición Democrática que el
autor alaba.
Santa
María de la Alameda, 12 de abril de 2020.
II
LA CARGA DE LOS TRES REYES
En la recensión tan
crítica escrita el año pasado rescatamos, sin embargo, el patriotismo del
autor, que se evidencia en su artículo “La carta de los Tres Reyes”, tomada de
Internet (XLSemanal - 12/7/2010). ¡Qué mejor elogio del
ejército de la Cruz frente a los enemigos de España y de la Cruz, sin religión
democrática alguna en el medio! La dialéctica es otra. Veamos.
“Ya ni siquiera se estudia
en los colegios, creo. Moros y cristianos
degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista,
etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo
cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes
españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la
historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de
aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir,
un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue
destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras
proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al
Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a
reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también
esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.
Los paró un rey
castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al
enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase
aquello cruzada contra los sarracenos, [subrayado H.H.] para
evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León,
adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda.
Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en
el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos
voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de
las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles
castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses
traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era,
acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no
quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de
doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al
Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas
andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor
militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar
su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se
comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.
La escabechina [= matanza
generalizada; riza; nota H.H.], muy propia de aquel tiempo feroz, hizo
época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el
asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades
[subrayado H.H.] ,
intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre
un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras
cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana [subrayado
H.H.], mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes
castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó
frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron
casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó
entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes
militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La
situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho,
señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros- [subrayado
H.H.]; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino
por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de
sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas,
revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces
cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su
pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al
arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego,
picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra,
viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos,
ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia:
tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la
exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para
dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al
Nasir, el degüello y la victoria.
¿Imaginan la película?
¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o
norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país
imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la
subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura”[2].
III
EL PÉREZ REVERTE QUE NOSOTROS QUEREMOS
Ni Pérez
Reverte puede escapar a la opción irreductible entre la Cruz y sus enemigos. Su
evocación patriótica de las Navas de Tolosa donde venció la cruz, dicen que su
corazón toma partido.
Anímese
hombre...
San Nicolás,
16 de julio de 2021.
[1] La primera parte se escribió en Santa María
de la Alameda, cerca del Escorial, Comunidad de Madrid, Santa Verónica, 12 de
abril de 2020. La segunda en San Nicolás de los Arroyos, Argentina, 16 de julio
de 2021.
[2]
Si lo que sigue es adulterado, sin
embargo “é ben trovato”. En Internet hay
otra versión que, con agregados para el lado de la Cruz, no habría respetado la
versión de P.R., por lo que en la reproducción nos atuvimos a una auténtica del
autor, no cuestionada. El texto que sería espúreo contiene un final brillante y
dice así:
“¿Imaginan la película?... ¿Imaginan ese material en manos de
ingleses, o norteamericanos?.. Supongo que sí. Pero tengan la certeza de
que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, gobernado por políticos aún
más imbéciles carentes de toda identidad... no la rodará ninguna televisión, ni
la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura, porque
aquí prima ese cine de paredes rojas, ya me entienden, sino gente real que por
amar a su tierra luchaban a morir. ¡Ojo!
¡Importante! Tardamos 8 SIGLOS, o sea, ¡¡800 AÑOS!! en echarles de la
península, nuestra tierra! Fue por nuestra desunión, porque España la
formaban distintos reinos y no uno solo. Combatíamos entre nosotros....
-como ahora con las 17 autonomías innecesarias- y no tuvimos un solo Rey,
una sola nación, un único mando militar para expulsarles, de eso se
aprovecharon durante ¡8 siglos! Y
ellos, los de la media luna sí que lo recuerdan, por eso se aprovechan
de nuestra actual desunión, para una segunda invasión silenciosa... bajo la
permisividad de políticos de bajo perfil, acomplejados, miedosos de llamar las
cosas por su nombre..., nada que ver con aquellos valerosos guerreros
cristianos que combatieron y derramaron su sangre. ¡para.... nada! Ellos
recuerdan nuestra desunión, la misma que tenemos ahora y que muchos políticos
fomentan. Y ellos lo saben... y de paso, se frotan las manos, se ríen y se
aprovechan para su segunda invasión... Nosotros hemos olvidado la historia…pero
ellos no...mal asunto. ¡Feliz 809 aniversario!”