debido al clima,
pero la alarma de las Naciones Unidas es desmentida por los hechos
Riccardo Cascioli
Brújula cotidiana,
13-08-2021
El VI Informe del
IPCC eleva la alarma sobre la emergencia climática con las habituales
previsiones catastróficas, si no se toman medidas políticas y económicas
inmediatas. Pero los datos desmienten el continuo aumento de las
temperaturas, mientras que es útil recordar cómo en 1989 la ONU lanzó la
alerta, dando a los gobiernos solo diez años para revertir la tendencia. Han
pasado treinta años y esas catástrofes nunca se han hecho realidad.
«Che barba, che
noia» (Qué fastidio, qué aburrimiento). El eslogan de Sandra Mondaini y
Raimondo Vianello encaja perfectamente con la publicación del VI Informe del
IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático), el organismo de la ONU
que se ocupa del cambio climático. Como se pronosticó ampliamente, la
catástrofe climática que ya está en marcha con mares crecientes, temperaturas
globales fuera de control, eventos extremos que se vuelven locos, glaciares que
se funden y así sucesivamente alarmando. Si esto continúa será el fin del
planeta y algunos daños son ya irreversibles, debemos actuar de inmediato para
salvar lo que se puede salvar. ¿Cómo? Obviamente, eliminando de inmediato todos
los combustibles fósiles, iniciando por el carbón (pero también el metano debe
incluirse en la lista de los “impresentables”) y enfocar todo sobre las fuentes
renovables como la eólica y la solar. En definitiva, estamos en “código rojo para
la humanidad”, como dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres,
indicando un límite de alarma que no se puede sobrepasar: después del código
rojo solo hay desastre.
El Informe del
IPCC - es el primero de tres partes, el último de los cuales será publicado en
2022- sucede por cierto para hacer presión sobre la próxima Conferencia
Internacional sobre el Clima (COP26) que tendrá lugar en noviembre en Glasgow y
cuyo fracaso ya está marcado. “La ciencia ha hablado, ahora le toca el turno a
la política”, es el habitual estribillo repetido continuamente, para acreditar
la narración según la cual hay un mundo científico que coincide absolutamente
en creer que existe una emergencia climática sin precedentes y luego el mundo
de los jefes de gobierno que no tienen una voluntad real de tomar las medidas
necesarias por siniestros intereses electorales.
Pero, de hecho,
esta es una narración, no la realidad. Mientras tanto, ¿cuál ciencia habló? Y
aquí debemos recordar que el IPCC no es un organismo científico, como
generalmente se cree, sino un organismo político como su nombre lo indica: es
un organismo intergubernamental bajo la égida de la ONU. Hay científicos en su
interior, pero no solo, ni siquiera son la mayoría: tanto es así que el actual
presidente del IPCC, el surcoreano Hoesung Lee (en el cargo desde 2015), es
economista y su antecesor Rajendra Pachauri (2002-2015) fue ingeniero. Por
tanto, el contraste científico-político es pura mistificación. Además, el IPCC
no produce sus propios trabajos científicos, sino que simplemente resume los
estudios existentes sobre el clima, y obviamente no todos los estudios, dado
que son miles los científicos que niegan la existencia de una emergencia
climática.
Desde 1990 el IPCC
produce periódicamente informes de evaluación como el presentado recientemente
(el anterior fue en 2013-2014) y el objetivo es siempre político: se crea la
alarma climática (exceso de emisiones de CO2, dióxido de carbono) para luego
presionar a los gobiernos a tomar las decisiones deseadas (eliminación de los
combustibles fósiles) y convencer a la opinión pública de que acepte impuestos
y limitaciones de libertad que sin un estado de emergencia nunca aceptaría.
Si esto les parece
muy similar al mecanismo con el que nació la emergencia Covid y con todo lo que
ha seguido, pues bien sepan que no es casualidad: hay un totalitarismo que
avanza a grandes pasos explotando precisamente el tema de las supuestas
emergencias globales (pero tendremos la oportunidad de retomar este tema) e
infundir miedo en la población.
Volviendo al VI
Informe de Evaluación presentado, hay un pequeño detalle que omite, a saber,
que no hay un crecimiento lineal o tumultuoso en las temperaturas globales
(aunque las emisiones de CO2 han aumentado), de hecho hoy estamos exactamente
en el mismo nivel en el que nos encontrábamos en la época del último Informe
del IPCC (2014), como se muestra en un gráfico, extraído de la base de datos
Hadcrut5 editado por la MetOffice británica.
En la práctica, a
un aumento de temperatura en el período 2002-2014 le sigue un período
multifásico caracterizado por el evento El Niño (2015-2020) y ahora un descenso
de las temperaturas que nos devuelve al nivel de 2014. De hecho, 2021, pues tal
como está yendo hasta ahora, es un candidato para el año más frío desde 2014 y
quizás también desde 2005. Quienes realmente hacen ciencia deberían preguntarse
sobre estos datos, que contradicen las teorías sobre el calentamiento global
provocado por el hombre. Y no solo esto: dado que ahora estamos acostumbrados a
las crecientes alarmas sobre el clima, retomar los llamamientos del pasado es
un saludable ejercicio de realismo.
Recordemos
entonces que en 1989, justo antes del primer informe del IPCC, la ONU lanzó la
Declaración sobre la emergencia climática, también conocida como “Diez años
para salvar el mundo”. El director del Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente (en inglés, United Nations Environment Programme, UNEP), Noel
Brown declaró que “naciones enteras podrían desaparecer de la faz de la tierra
debido al aumento del nivel del mar, si no se revierte la tendencia al
calentamiento global para el año 2000”. Las inundaciones costeras y la
destrucción de cultivos provocarán un éxodo de “eco-refugiados” que provocará
un caos político. “Los gobiernos tienen una ventana de diez años para resolver
el problema de los gases de efecto invernadero antes de que la situación esté
totalmente fuera del control humano”.
El informe del
UNEP, en colaboración con la Agencia de Medio Ambiente de Estados Unidos, entró
en más detalles: dado que el calentamiento provoca el derretimiento de los
casquetes polares y el nivel de los océanos debían aumentar un metro, las
Maldivas y otras islas se habrían sumergido en el agua, así como una sexta
parte de Bangladesh que, en consecuencia, tendría que hacer frente a 23
millones de personas desplazadas; y Egipto pasaría hambre porque una quinta
parte de sus tierras agrícolas en el delta del Nilo quedarían sumergidas, lo
que provocaría la pérdida de los alimentos que necesita la población.
Han pasado más de
veinte años desde el año 2000 y éstas, como otras predicciones catastróficas,
no se hicieron realidad. Tampoco hay razón para creer que las mismas
predicciones que se repiten por enésima vez se harán realidad. En cambio, es seguro que el desastre será causado
por las costosas políticas climáticas que ya han demostrado ser un fracaso: las
enormes inversiones ya realizadas en energías renovables y tecnologías para
reducir las emisiones de CO2 están destruyendo las industrias occidentales,
trasladando gran parte de la producción a China, en donde no existe ninguna
restricción sobre el uso de combustibles fósiles. Con el resultado de que las
emisiones globales de CO2 han continuado y seguirán creciendo. Y ciertamente no
será la enésima alarma del IPCC la que cambiará la realidad.