En vísperas de un nuevo aniversario del fallecimiento del Padre de la Patria, reproducimos el siguiente artículo, que analiza un aspecto poco conocido de San Martín.
LA SALUD DE SAN MARTÍN
Y EL PROBLEMA DEL OPIO
I. Introducción
En la vida del General
San Martín, se advierte una extraña paradoja: condiciones intelectuales
superlativas para la conducción militar, acompañadas por un físico delicado,
recurrentemente enfermo. Advierte el Dr. Oriol I Anguera una contradicción
entre la estructura somática del General y su reacción funcional, lo que
conduce a un “conflicto entre sus querencias y sus dolencias.” [2]; las
querencias corresponden a un hombre de acción, y las dolencias lo obligaban a
veces a la inacción.
Me ha parecido conveniente,
entonces, analizar el tema de esta exposición, con vistas a desentrañar una
leyenda negra sobre la terapéutica que adoptó nuestro héroe. Mitre comenta que
abusaba del opio; Vicuña Mackenna afirma que el Dr. Zapata lo envenenaba casi
cotidianamente con opio, en lo que coincide con Guido, que manifiesta que dicho
médico lo inducía a un uso desmedido del opio. Últimamente se ha difundido esta cuestión, de un modo que hace
sospechar la mala fe; baste citar dos ejemplos:
a) En un sitio peruano en Internet, dedicado a la
educación, en un trabajo sobre la Independencia del Perú, se afirma: “...los
errores tácticos de San Martín y su adicción al opio producto de enfermedades,
quebraron las posibilidades de consolidar la independencia en el Perú” [3].
b) En un reportaje al Dr. Ignacio García Hamilton,
publicado por Página12, la periodista pregunta: “¿San Martín consumía opio por
prescripción médica o era adicto?”. El escritor responde: “Las dos cosas. A él
se lo recomendó un médico por sus dolores de estómago, causados probablemente
por una úlcera. Pero después padeció una adicción. (...) Creo que las
enfermedades que padeció son pruebas de que no estamos hablando de un hombre
que estuviera satisfecho con su vida” [4].
Fundamentado en la
bibliografía consultada, procuraré pasar revista, en forma sucesiva a: las
afecciones del General, la repercusión de las mismas sobre su comportamiento,
las características del dolor físico, la utilización del opio, y una hipótesis
sobre la manera en que pudo sobrellevar sus padecimientos.
II. Las dolencias
físicas
1. Explica el Dr.
Guerrino que San Martín, en el plano orgánico, “era proclive a la reactividad
del tejido mesenquimático y pronto acusó una acentuada diátesis
neuro-artrítica, típica de los abiotróficos de Gowers, es decir, de individuos
que se desgastan precozmente” [5]. De manera semejante a su padre, antes de los
cincuenta años padecía los achaques propios de un hombre mayor, aunque en su
aspecto exterior no lo aparentaba.
2. Los médicos tienen
en cuenta, para diagnosticar a un paciente, los antecedentes familiares del
mismo, así como el tipo de actividad que desarrolla y lugares en que ha vivido.
San Martín, residió y participó en acciones militares en Europa, África y
América, sufriendo climas y alimentos, que desgastaron su organismo, e
influyeron en su salud futura. No hay registros, por el contrario, de
enfermedades en su infancia. Sabemos que ingresó como cadete del Regimiento de
Murcia, a los 11 años, siendo de suponer que la admisión implica que el
aspirante goza de buena salud.
3. Podemos abrir su
historia clínica en 1801, cuando tenía 23 años: en cumplimiento de una misión
del ejército español, transportaba caudales entre Valladolid y Salamanca,
siendo víctima de un asalto, y sufriendo heridas en el pecho y en la mano;
desde entonces tuvo molestias en el tórax. A partir de Baylén y Tudela, tuvo
regularmente vómitos de sangre y dificultades respiratorias.
4. Durante la batalla
de Albuera, en 1811, fue herido en el brazo izquierdo de un sablazo. Y en el
combate de San Lorenzo, recibió una herida en el rostro, quedándole una
cicatriz; además sufrió el aplastamiento de una pierna y tuvo una luxación de
hombro al caer del caballo. Se supone que fue el hombro izquierdo, pues pudo
redactar el parte del combate.
5. Con referencia a la
tuberculósis que algunos le adjudicaron, ese diagnóstico merece dudas, teniendo
en cuenta la sintomatología de dicha enfermedad (tos, hipertemia,
adelgazamiento), que no se dió en San Martín. El Dr. Galatoire afirma que el
general fue afectado por el bacilo de Koch, y que fue esa, también, la causa de
la muerte. El diagnóstico parece deducible de la lucidez mental que mantuvo
hasta el final de su vida, así como de sus variantes anímicas y un perfil
psíquico sui generis. Sin embargo, se ha cuestionado esa conclusión, pues en
una época en la que se carecía de antibióticos y de quimioterápicos efectivos,
un hombre con esa afección no hubiera podido cruzar los Andes y luego, además,
llegar a una edad avanzada para el siglo XIX. Para una mayor precisión, habría
que conocer de qué tipo fueron los vómitos sanguíneos de San Martín: hemoptisis
o hematemesis. Las hemoptisis proceden del pulmón, las hematemesis del tracto
disgestivo; además, las hemoptisis también pueden ser provocadas por
bronquiectasias y hematomas, que no tienen relación con la tisis. Recordemos
que San Martín, al ser atacado en 1801, sufrió heridas y contusiones en el
tórax, que le podrían haber generado un hematoma o lesiones cicatriciales del
parénquima pulmonar (Guerrino: 55-57).
6. De manera que puede
sostenerse que las crisis disneicas que afectaban a San Martín eran de origen
asmático. El general aludió a menudo a su tremenda enfermedad del pecho, sin
otra aclaración. El Dr. Sacón, descarta la tuberculósis considerando que la estructura
física de San Martín no era la más compatible con dicha enfermedad; por su
parte, el Dr. Aníbal Ruiz Moreno agrega que no existen constancias de que haya
tenido fiebre, tos o expectoración. Profesionales del Instituto de Historia de
la Medicina, de la Facultad de Buenos Aires, investigaron esta cuestión,
llegando a la conclusión de que San Martín “sufría de un asma aguda, mal del
que ya había sentido síntomas en España” [6]. El tipo de asma sería la
exoalergénica, pues comenzó a los 30 años, y es sabido que el asma intrínseca
-al igual que la tuberculósis- se agrava con la proximidad del mar, cosa que no
le ocurrió al general.
7. Las hematemesis, en
cambio, se producen habitualmente por úlceras gastroduodenales, citándose como
causas de éstas: la ansiedad, fatigas prolongadas, actividad intelectual
intensa y estímulos psíquicos frecuentes. Las situaciones de stress pueden
generar reacciones fisiológicas, afectando la mucosa del tracto digestivo,
originando dispepsias, álgias y hemorragias. No caben dudas de que San Martín
padecía de úlceras; queda esto en evidencia por sus gastralgias y vómitos, con
lapsos de calma. Asimismo, comía mucha carne, fumaba cigarros negros y tomaba
café; esa bebida la ingería a menudo, en forma de mate, y es la más perjudicial
para los ulcerosos, pues provoca irritación de la mucosa gástrica.
8. Desde los treinta y
nueve años, San Martín sufrió dolores ósteo-musculares, que lo mortificaban,
pero sin dejar huellas. Se ha creído que se trataba de reumatismo, pero el Dr.
Ruiz Moreno afirma que San Martín fue afectado crónicamente por la gota. Llega
a esa conclusión considerando la edad en que comenzó ese problema, que los
ataques tenían una duración variable, y que nunca tuvo trastornos
cardiovasculares, secuela habitual del reuma. Recordemos que Guido dejó escrito
que su amigo padecía a veces ataques agudos de gota, que le entorpecían la
articulación de la muñeca derecha, impidiéndole escribir. Por otra parte, esta
enfermedad puede originarse en preocupaciones y tensiones nerviosas, por lo que
no resulta extraño que afectara a nuestro héroe. Por la descripción de Mitre
podemos deducir que tuvo un ataque gotoso el día de la batalla de Chacabuco, en
que apenas pudo montar su caballo; el dolor que provoca la gota es muy intenso,
y en esas condiciones libró la batalla.
9. Estando en Lima el
Ejército Libertador, se desató la fiebre amarilla, en marzo de 1821, diezmando
la tropa. San Martín estuvo muy grave durante siete días, pero se supone que no
lo afectó dicha peste, sino una violenta hematemesis.
10. Al dejar el Perú, y
volver a Chile, en 1822, contrajo el chavalongo, nombre con el que se designaba
a los trastornos tifoídicos. Aparentemente, San Martín fue afectado por el
tifus exantemático, transmitido por la rata a través de pulgas. Al año
siguiente, ya en Mendoza, sufrió una recidiva del asma bronquial, que le
provocaba fatiga y lo debilitaba, a lo que se agregó la infausta noticia del
fallecimiento de su esposa.
11. Los padecimientos
articulares de San Martín aumentaron en Europa; el clima de Bélgica, frío y
lluvioso lo perjudicó. Pero también se accidentó estando de viaje, en 1826,
dislocándose el brazo derecho, y produciéndole una erisipela molesta.Tres años
después, sufrió otro accidente, en viaje a Londres, cuando un vidrio lo hirió
en la zona axilar izquierda. A esto se sumó el sarampión que contrajo
Merceditas, y que, como le cuenta el general a Miller la puso al borde del
sepulcro.
12. En 1832, tanto San
Martín como su hija contrajeron cólera, cuando se encontraban en Montmorency,
cerca de París; el general se contagió mientras se reponía de una recidiva de
su malestar gástrico. Tengamos en cuenta que esa enfermedad, con ribetes de
pandemia produjo en Europa un millón de muertos, entre 1831 y 1837; sólo en
París, fallecieron cien mil personas.
13. Diez años más
tarde, comienza a ser afectada la visión, sufriendo una iritis, que lo mantuvo
un mes sin poder ver la luz; dicha afección fue el inicio de la ceguera
provocada por cataratas, que lo privó de uno de sus mayores placeres que era la
lectura. En carta a Rosas, a fines de 1848, le manifiesta que esa sería la
última misiva escrita por su mano.
14. Otro problema que
le provocaba crisis convulsivas, llevó a algunos que lo trataron en esa época,
a sostener que el general sufría de ataques epilépticos, diagnóstico que no se
puede confirmar ante la falta de datos verificables. En todo caso, habría sido
una forma tardía, que aparece pasados los cuarenta años, y corresponde a varias
causas, una de ellas la arterioesclerosis; tal vez a esta dolencia se refiriera
San Martín cuando aludía a los cólicos nerviosos que padecía.
III. Médicos que lo
atendieron
15. Entre los médicos
que lo atendieron en América, puede citarse al norteamericano Guillermo
Colisbery, a quien San Martín propuso para inspector del Hospital Militar de
Mendoza, y al inglés Diego Paroissien, que dirigió la fábrica de pólvora de
Córdoba, y luego designado Cirujano Mayor del Ejército de los Andes. Pero quien
estuvo muy próximo al general, llegando a ganar su amistad, fue Juan Isidro
Zapata, de quien se discute si era chileno o peruano; no era profesional sino
médico empírico, con conocimientos logrados a través de la experiencia
práctica. En Francia, San Martín fue atendido por Soligny, un médico militar, y
en la última etapa de su vida, estuvo a su lado un doctor Jardon o Jordan,
quien lo asistió en el momento de la muerte.
IV. Terapéutica
16. San Martín,
recurrió a las sanguijuelas y a los baños termales; aparentemente, no utilizó
purgantes ni sangrías. Se puede deducir de los registros de los médicos
militares, que los medicamentos más usados en el ejército eran el tártaro
emético, la raíz de escila y el opio. Colisberry y Zapata, para aliviar los
dolores del general, le preparaban una poción, que el identificaba como su
pomito, a base de láudano de Syndenham y yerbas medicinales.
V. La muerte
17. Sobre las causas de
la muerte, se han sostenido varias hipótesis: ruptura de un aneurisma, infarto
de miocardio, insuficiencia cardíaca derivada de una tuberculósis fibrosa y
complicaciones de la úlcera.
-El aneurisma lo
menciona Mitre, pero la rotura conforma un síndrome perforativo produciendo un
dolor intenso, equivalente a una puñalada, que en este caso no existió.
-El Dr. Ramón Brandán
considera que San Martín sufrió un infarto de miocardio, debido al episodio del
6 de agosto, frente al canal de la Mancha, cuando se llevó la mano al pecho. Lo
que pudo haber sufrido es un angor o bien disnea, pero ese malestar fue
transitorio, ya que no consta otro en los días siguientes.
-El Dr. Galatoire
sostiene que tuvo una insuficiencia cardíaca, consecutiva a la tuberculósis,
basándose en relatos de Gérard, vecino y amigo del general, pero San Martín no
tuvo tuberculósis ni fibrosis.
-Verdú, por su parte,
sostuvo que San Martín padeció la enfermedad de Ayersa, que produce el
escleroenfisema pulmonar y escleroextasia bronquial, manifestándose en la
coloración oscura del tegumento. Se descarta esta posibilidad, dado que la
melanodermia de Ayerza es tardía en la edad adulta, siendo que el general
siempre tuvo el mismo color de piel; en España se lo conocía, desde niño, como
el indiano.
-El Dr. Dreyer concluye
que la causa de la muerte fue una hemorragia cataclísmica, común en la
patología ulcerosa. El frío glacial que experimentó, según los testigos, se
debe a hipotensión por hipovolemia, manteniendo la plena conciencia de la
situación, hasta que la pérdida de sangre fue muy crítica, produciéndole
pérdida del conocimiento y convulsión, producidas por anemia y anoxia cerebral.
VI. Acerca del dolor
18. Las afecciones de
San Martín le producían periódicos dolores, de los que se queja en muchas
ocasiones, y por eso conviene detenerse y analizar este tema. La Asociación
Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), define así este fenómeno: “El
dolor es una experiencia sensorial y emocional no placentera relacionada con
daño potencial o real del tejido, o descripta en términos de tal daño. El dolor
siempre es subjetivo” [7].
Que el dolor sea
siempre subjetivo significa que es una experiencia somatopsíquica, concepto que
ya destacaba Aristóteles al decir que es una pasión del alma. Existen una
variedad de factores diversos que pueden causar o agravar el dolor, los que
deben considerarse en la evaluación y tratamiento. Es conocido, por ejemplo, el
caso del dolor del miembro fantasma -que ha sido amputado- que produce dolor
muy intenso en el paciente.
19. El dolor es causado
por la estimulación de las terminaciones nerviosas libres (nociceptores) y
estos estímulos pasan a lo largo del nervio periférico hacia el asta dorsal de
la médula espinal, desde donde llega al tálamo. Los impulsos del dolor
transmitidos al tálamo son enviados a diferentes áreas de la corteza cerebral:
a) en el lóbulo parietal, permiten la localización e interpretación del dolor;
b) el sistema límbico está involucrado en las respuestas afectiva y autónoma al
dolor; c) el lóbulo temporal en la memoria del dolor; y d) el lóbulo frontal
evalúa la importancia del dolor y la respuesta emocional al mismo.
20. El dolor crónico es
consecuencia de un proceso patológico crónico; los pacientes que sufren dolor
crónico manifiestan cambios de personalidad, debido a las alteraciones
progresivas en el estilo de vida y en su capacidad funcional. Sobre esto,
sostiene Mitre que San Martín en Chacabuco ya no era el sableador de Arjonilla
o Baylen y San Lorenzo; ganaba las batallas en su almohada, fijando el día y el
sitio preciso. Por su parte, Ludwig, biógrafo de Bolivar considera que los
padecimientos físicos de San Martín lo llevaron a preferir la táctica al
combate, adaptando su carácter a los inconvenientes de una salud precaria.
VII. Influencia de las
dolencias en su conducta
21. Es necesario
detenerse en este punto dada la influencia que ejerce la salud de quienes
conducen, en la sociedad de su época; se ha dicho, incluso, que “las
enfermedades de los que están en el poder las padecemos todos”[8]. Los relatos
de contemporáneos y la documentación histórica, demuestran que San Martín actuó
siempre con mesura y que su conducta no fue afectada por impulsos de euforia o
de depresión. Se mostró siempre parco, sereno y equilibrado, advirtiéndose las
características del tipo atlético, que tienden a un raciocinio reflexivo.
Destacó nuestro héroe como modelo de orden y disciplina, dando el ejemplo con
un modo de trabajo perseverante.
22. No cabe duda, sin
embargo, que su salud lo mortificaba, y en sus cartas manifiesta ese tema como
una amarga letanía. Además, no se trataba de molestias leves o pasajeras, sino
graves y recurrentes. El 7-7-1817, desde Chile, envió su renuncia, alegando que
su estado de salud lo tenía expuesto a una próxima muerte, y en carta a Godoy
Cruz, reflexiona de que no hay filosofía para verse caminar al sepulcro y con
el desconsuelo de conocerlo y no poder remediarlo. Un año después, Zapata le
advierte a Guido que corre peligro la vida de San Martín si no se le distrae de
su trabajo. Explica que su cerebro, afectado por las constantes preocupaciones,
irrita al pulmón, el estómago y la tecla vertebral, provocando los vómitos de
sangre, derivados de su sistema nervioso. En 1819, marcado por los conflictos
políticos, fue Colisberry quien estimó que su existencia no se prolongaría más
de seis meses. Cualquier médico hubiera coincidido en el diagnóstico al evaluar
la salud de San Martín, que, no obstante, superó el trance. Aunque, en 1822, el
agente norteamericano, con sede en Santiago, informa al Secretario de Estado de
su país, que en cuanto llegó de Perú sufrió una recaída y estuvo a las puertas
de la muerte.
23. Ya en Europa, en
1836, cuenta en una carta que había mandado llamar a su hija, pues no creía
sobrevivir, pero como sólo Dios es el que dispone de las cosas de la vida, él
me ha permitido que lejos de sucumbir, la haya recuperado en términos que hace
muchos años que no me encuentro tan completamente bueno. Actitud ante los
contratiempos que se reitera en carta a Guido, a quien le dice que es preciso
conformarse y hacerse cargo que casa vieja debe tener goteras.
24. Pese a la
cronicidad de sus dolencias, las mismas no lo transformaron en un hombre
amargado; cuando fallece, Gerard, su vecino de Boulogne, escribió para un
diario sosteniendo que era un lindo anciano de elevada estatura, que ni la edad
ni la fatiga, ni los dolores físicos había podido doblegar. También Balcarce
relató que su padre político conservó hasta el final gran lucidez y energía, lo
cual provocaba admiración entre quienes frecuentaban su trato. San Martín se
adaptó a sus sufrimentos, superando sus achaques físicos con una voluntad
excepcional, que le permitió el dominio de su persona, pese a todos los
contratiempos, y aún alcanzar la longevidad, duplicando el promedio de vida de
su época.
Mitre dejó escrito que:
“Los héroes necesitan tener salud robusta, para sobrellevar las fatigas y dar a
sus soldados el ejemplo de la fortaleza en medio del peligro; pero hay héroes
que con cuatro miembros menos, sujetos a enfermedades contínuas, o con un físico
endeble, se han sobrepuesto a sus miserias por la energía de su espíritu. A esa
raza de los inválidos heróicos pertenecía San Martín” [9].
VIII. Opio
25. Para tratar de
precisar lo referido al consumo de opio, por parte de San Martín, es necesario
analizar los detalles sobre esta droga (Inaba-Cohen, 1992). De la
diferenciación entre las drogas, que hacen los consumidores, surgió una
clasificación práctica de las mismas, por los efectos que producen. El opio
pertenece a la clase de los depresores, llamados así pues deprimen el sistema
nervioso. Aún en pequeñas dosis, hacen más lento el ritmo cardíaco y la
respiración, disminuyendo la coordinación muscular y la energía, y embotando
los sentidos.
Con respecto a sus
efectos en la mente, en un principio, las dosis pequeñas pueden actuar como
estimulantes pues reducen las inhibiciones, pero en la medida en que aumente el
consumo, se hacen sentir los efectos depresores, embotando la mente y
entorpeciendo los movimientos corporales.
26. Ya hace 5.000 años,
los sumerios describieron los efectos del opio, al llamarla la planta de la
alegría. A su vez, los egipcios fueron los primeros en comprobar la naturaleza
dual del opio; sus textos médicos la consideraban como remedio para toda
enfermedad, y como veneno. La amapola de opio (papaver somniferum), tomó ese
nombre por el dios romano del sueño -Somnis. Los griegos y romanos la llamaban
destructor de la aflicción.
27. Para comprender su
uso vinculado al dolor, es preciso saber que el dolor es una señal de alarma
del organismo humano. El mensaje del dolor es transmitido por un
neurotransmisor, llamado sustancia P. Si el dolor es demasiado intenso, el
cuerpo busca protegerse atenuando las señales dolorosas; lo consigue inundando
el cerebro y la médula espinal con neurotransmisores especiales, llamados
endorfinas. Las endorfinas se unen a la membrana de la célula nerviosa emisora,
ordenándole que no envíe sustancia P, pero algunas señales logran, sin embargo,
emitirse. Si el opio y sus derivados son eficaces, es porque actúan como
endorfinas; no sólo impiden que se libere demasiada sustancia P, sino que
también bloquean lo poco que se filtra hasta la neurona receptora. Los médicos
pueden recetar opiáceos y opioides para anular el dolor, detener la tos y
controlar la diarrea.
28. Algunas personas
consumen estas drogas, sin intervención médica, para procurar euforia, anular
su dolor emocional o intentar sentirse mejor. Pues otro efecto de los opiáceos
y los opioides se relaciona con el placer. Así como el dolor es una señal de
advertencia para alertar sobre un daño, el placer es una señal para alentarnos
a hacer algo que es bueno para el cuerpo y la mente. Así como las endorfinas se
liberan naturalmente, para bloquear el dolor en una zona del cerebro -corpus
striatum-, también se liberan para activar el centro del placer/recompensa del
sistema límbico: el centro emocional del cerebro. Cuando no es activado el
centro de placer/recompensa, o si no hay suficientes endorfinas en el sistema,
no nos sentimos bien y no experimentamos placer. Algunas personas, que buscan
euforizarse o aliviarse, utiliza los opiáceos u opioides pues estas drogas,
pueden activar artificialmente, de manera directa, el citado centro de
recompensa, alojándose en los receptores de las neuronas adonde van las endorfinas,
enviando falsas señales de placer.
29. De todos modos,
estas drogas no bloquean el dolor ni inducen el placer, exactamente igual que
las propias sustancias bioquímicas naturales del cuerpo humano. La diferencia
con las endorfinas propias del organismo, consiste en que el opio afecta otros
órganos y tejidos, además de los centros de placer y de dolor. Afectan el
corazón, la respiración, el sistema reproductivo, la digestión, la excreción,
los ojos, las cuerdas vocales, los músculos, los centros de la tos y la náusea,
el sistema inmunológico, así como el pensamiento. La droga, hace que se relajen
los músculos y que se caigan los párpados, la cabeza se incline, el habla se
vuelva pastosa y lenta, y se haga más dificultosa la marcha.En cualquier forma
en que ingrese al cuerpo, la droga siempre termina en el torrente sanguíneo,
donde se traslada dentro de las células de la sangre o en el plasma exterior a
ellas, o acoplándose a las moléculas proteínicas.
30. A los 10 o 15
segundos de ingresar al torrente sanguíneo, la droga llega a las inmediaciones
del sistema nervioso central, la barrera hemato-encefálica. La sangre que
contiene la droga, fluye a través de las arterias carótidas internas hacia el
sistema nervioso central (SNC) -cerebro y médula espinal. La estructura de los
vasos sanguíneos que rodean a las células nerviosas que constituyen el SNC, es
de tal tipo que sólo ciertas sustancias pueden penetrar y afectar el
funcionamiento del sistema nervioso. Las drogas psicoactivas -entre ellas el
opio- pueden atravesar esta barrera hemato-encefálica. Como el cerebro es el
órgano más protegido del cuerpo, las drogas que pueden atravesar su barrera
protectora, de hecho pueden penetrar y afectar todos los demás órganos del
cuerpo. El sistema nervioso central actúa como una computadora y un tablero de
comando, recibiendo mensajes del sistema nervioso periférico y el autónomo;
también nos permite razonar y formular juicios. Una droga psicoactiva, siendo
una sustancia extraña, altera la información enviada a nuestro cerebro, y
perturba los mensajes que se envían a las diversas partes del cuerpo; afectando
nuestra capacidad de pensar y razonar. No sólo afecta el sitema nervioso, sino
que la droga psicoactiva afecta a los otros ocho sistemas del cuerpo
igualmente; en forma directa, al pasar a través del tejido, o indirectamente al
manipular los nervios del sistema nervioso central.
31. El opio proviene de
la disecación del látex de la cápsula de la amapola; la planta tiene una
cápsula o fruto que al hacerle una incisión segrega un líquido lechoso, que en
contacto con el aire se oscurece y diseca, y al que luego se lo pulveriza para
elaborar el opio. La palabra deriva del griego opion que significa jugo, en
referencia al látex que exuda la amapola al cortarla; contiene el opio varios
alcaloides, siendo los más importantes la papaverina, la morfina y la codeína.
Esta droga es una de las más adictivas; recordemos que los ingleses la
introdujeron en China desde la India, provocando que en 1839 ya existiera una
epidemia de adictos. El emperador le encargó a un mandarín, Lin Tse- hsu,
comisionado de Cantón, que frenara el tráfico del opio. Éste apresó un navío
que transportaba 20.000 cajas de opio, lo que condujo a las llamadas guerras
del opio, que perdió China. El Tratado de Nanquín, de 1842, le dió a la Corona
inglesa el gobierno del puerto de Hong Kong, y el emperador se vió forzado a aceptar
la libre disponibilidad de la droga, la que llegó a afectar a 28 millones de
personas. Por eso, cuando China comunista recuperó Hong Kong se erigió una
estatua de Lin, considerado héroe nacional. 32. Thomas Syndenham, uno de los
padres de la medicina inglesa, recomendaba el opio para el tratamiento del
dolor y para ayudar a los pacientes a descansar y a dormir. Esta droga fue para
la inglaterra del siglo dieciocho la que al Valium para el siglo veinte, a tal
punto que Syndenham llegó a decir que si el opio no existiera él no sería
médico. Es claro que no se conocían entonces sus efectos negativos.
En realidad, el opio no
cura de por sí ninguna enfermedad, pero alivia el dolor y hace desaparecer los
síntomas molestos o peligrosos (tos, disnea, diarrea). En el aparato
disgestivo, la anulación de los espasmos de la musculatura lisa aporta
beneficios, pues el dolor intenso que los acompaña (cólicos), se alivia
rápidamente al relajarse la musculatura y ceder el espasmo. Ahora bien, los
especialistas en toxicomanía sostienen que el empleo contínuo de narcóticos
lleva a la intoxicación, y ésta conduce a un deterioro generalizado del
organismo [10]. La causa de la adicción al opio se explica por los fenómenos de
la tolerancia, dependencia y síndrome de abstinencia.
33. La tolerancia
metabólica consiste en una transformación en el hígado, lugar donde se
metabolizan las drogas. Si la ingesta del tóxico es contínua, los efectos del
mismo son menos duraderos al haberse acelerado su eliminación. El tipo de
tolerancia más destacado es la celular, de forma tal que quienes la poseen
apenas sienten el efecto de la sustancia, a pesar de tenerla en cantidad en el
organismo. Esas mismas concentraciones en la sangre de un sujeto no adicto,
resultaría fatal. Tras el efecto de la tolerancia, sucede la dependencia física
cuyos efectos son: epidermis enrojecida, pupilas contraídas, decaimiento de la
función respiratoria, pérdida de reflejos, hipotensión, desacerelación
cardíaca, convulsiones, y riesgo de muerte por colapso cardiorespiratorio,
complicaciones pulmonares o muerte cerebral. La dependencia psíquica se
manifiesta en que, en cuanto decae la acción de la droga, aparece la angustia,
la depresión y la desazón. Finalmente, deviene el síndrome de abstinencia o
búsqueda compulsiva de la droga; en el adicto sobrevienen cambios fisiológicos
que ponen en perpetua dependencia al consumidor de opio, en forma similar al
diabético que precisa insulina para sobrevivir. El plazo en que se adquiere la
dependencia es breve, y la adicción puede contraerse aunque su uso haya sido
prescripto por razones terapéuticas.
34. Entonces, si como
afirman sus biógrafos, San Martín consumió opio desde los 34 años hasta su
muerte, es necesario indagar por qué no se convirtió en adicto y pudo conservar
la vida hasta los 72 años. No podemos compartir la convicción del Dr. Galatoire
de que: “una vez más la férrea voluntad del General se sobrepuso y cumplió la
promesa hecha a Pueyrredón...de que sólo tomaría el opio durante los accesos de
fatiga” [11]. Tengamos en cuenta que la palabra adicto, proviene de esclavo;
toda persona dominada por la droga está enajenada y no es capaz de actuar
libremente [12].
IX. Homeopatía
35. Si bien es posible,
con un tratamiento adecuado, y mucho esfuerzo del propio paciente, que un
adicto se libre de la drogadependencia, es imposible evitar las consecuencias
ya detalladas del consumo de la droga, y no llegar nunca a la etapa de
dependencia, sin dejar de consumirla. Si, como vimos, el opio no cura ninguna
enfermedad, y sólo evita el dolor, es necesario preguntarse: ¿cómo pudo un
hombre con salud tan precaria, con tantos vómitos de sangre y con dificultad
respiratoria, ser capaz de hazañas semejantes, sin eludir nunca una obligación
del servicio, ni postergar una acción bélica?
36. Participar en las
batallas, obnubilado por el opio, hubiera incidido inevitablemente en el
resultado, dándole gran ventaja al jefe enemigo. Y, si en esas ocasiones,
prescindía de tomar calmantes, no puede creerse que en Maipú y en Chacabuco,
por ejemplo, haya dirigido a sus soldados en medio de un ataque de asma, o que
su proctopatía no le afectaba cuando montaba a caballo. Tampoco es admisible
que nunca le molestaran en medio de la batalla, los efectos de la úlcera o de
la gota.
37. El Dr. Mario Dreyer
afirma que el prócer era escéptico con la medicina de su época, la cual sólo le
ofrecía opio para el asma, opio para la gota, opio para la úlcera. Y ocurre que
en los tres casos, el opio está contraindicado. El mismo autor destaca que, en
una época, la mayoría de los fallecimientos derivados del asma, fueron
provocados por el opio. A su vez, el opio es el peor remedio para la úlcera,
porque aunque calme el dolor, provoca un espasmo a nivel del píloro que agrava
la enfermedad (Bonomi, 1984).
38. San Martín no era
una especie única de ser humano, a la que el opio le resultara un bálsamo
suavizante de sus mucosas y sus bronquios. La lógica nos lleva a pensar que, si
bien usó el opio, no era el único ni principal remedio que utilizaba, sino que
empleaba otra terapéutica que le permitía resistir sus dolencias, y evitar la
dependencia de esa droga. Pues, en realidad, el panorama queda despejado
teniendo en cuenta una evidencia tangible: en el Museo Gral. San Martín, de
Mendoza, se conserva un botiquín homeopático que perteneció al Libertador, y
que había recibido de su amigo Ángel Correa, quien lo había traído al país
desde Europa, poco antes [13]. El donante le enseñó cómo utilizar los remedios
de esta nueva especialidad médica.
Debe señalarse que
dicha terapéutica fue practicada por Mitre, quien tuvo un botiquín homeopático
durante la guerra del Paraguay, que se conserva en el Museo Mitre de ésta
ciudad de Buenos Aires; Sarmiento y Alsina, también usaron la homeopatía [14].
Se puede deducir, entonces, que fue con la ayuda de esta terapéutica que San
Martín pudo cruzar siete veces los Andes, vencer a los realistas en Chacabuco y
Maipú, recuperarse de la derrota de Cancha Rayada, consolidar la independencia
de Chile y el Perú, y continuar sirviendo a la causa de la independencia
argentina hasta el fin de sus días.
39. Puede explicarse,
asimismo, que mantuviera plenamente la lucidez, y su energía vital se
mantuviera equilibrada, cosa imposible de lograr con el opio que embota. No
podemos negar que haya empleado dicho narcótico, pero, si no cayó en la
dependencia, es lícito deducir que habitualmente utilizaba el opio, sí, pero
preparado homeopáticamente, lo que lo transforma en opium, un remedio que se
puede usar permanentemente sin peligro de adicción, ni efectos secundarios, al
punto de que puede ser usado incluso en niños.
Este medicamento
homeopático se prepara utilizando la especie más fuerte: el opio negro o de
Esmirna [15]. “La tintura madre se prepara a partir de la exudación de la
cápsula o pericarpo del fruto maduro de la papaver somniferum... es un jugo
lechoso que se deja secar al aire, dándole formas de panes o píldoras, y desde
ese estado se hacen las subsiguientes diluciones” (De Medio, 1997). La
deducción que efectuamos tiene su fundamento, en que este remedio es útil para
el asma -aún en las crisis de asma nocturnas, como las que sufrió San Martín-,
en la artritis, en úlceras y sus consecuencias. También está indicado para las
náuseas al levantarse de noche, que aquejaban al general (Bonomi).
X. Conclusión
40. Para concluir: casi
toda la sintomatología clínica que presentaba San Martín, podía ser atendida
por este medicamento, opium. Debe aclararse que la medicina homeopática es una
terapéutica natural, pero con fundamentos científicos, no un sistema mágico de curación;
fue creada por el Dr. Samuel Hahnemann y, al igual que la medicina llamada
alopática, está basada en la experimentación. La curación homeopática aplica la
ley de la semejanza: similia similibus curentur (el similar se cura por
similar) preconizada por Hipócrates.
Opium fue uno de los
primeros medicamentos citados en la Materia Médica Homeopática, integrando el
grupo de los 103 medicamentos experimentados por Hahnemann, quien, utilizando
el opium obtuvo 144 síntomas, siendo de destacar que muchos de ellos provienen
de la toxicología. En la Enciclopedia de Allen figuran 350 citas de intoxicados
con opio que fueron rescatados por la homeopatía (De Medio). Cabe agregar que
los remedios homeopáticos se seleccionan no sólo por la enfermedad que afecta
al paciente, sino por la personalidad del mismo, para la que existe un
medicamento básico (su simillimun). Precisamente, la personalidad del general
hace que el opium sea aconsejable como simillimun.
En síntesis: la prueba
física del botiquín sanmartiniano, y todos los datos consignados, nos animan a
sostener la hipótesis de que el opio que consumía el General San Martín no era
la droga depresora -papaver somniferum-, sino el opium que carece completamente
de cualquier tipo de droga. Esta interpretación permite explicar el misterio de
su resistencia a las dolencias físicas, y que no haya caído en el vicio de la
drogadicción como sostienen sus detractores.
Mario Meneghini [1]
[1] Conferencia pronunciada en la Academia
Sanmartiniana, al incorporarse el autor como Miembro Correspondiente.
[2] Oriol I Anguera:
págs. 73 y 76.
[3]
www.educared.edu.pe/estudiantes/historia5/independencia.htm-11k
[4] www.pagina12.com.ar/2000-08-02/pag03.htm-25k
[5] Guerrino: 29.
[6] Bischoff: 31.
[7]
www.bioetica.org/bioetica/curso5.htm-100k
[8] Castro: 17.
[9] Cit. por Guerrino:
184.
[10] “El hábito
determina una tolerancia cada vez mayor hacia el tóxico y conduce a la
exageración de ciertos fenómenos que apenas se esbozan en el sujeto normal,
(estado de euforia inicial) y luego estado de necesidad”; Rosello, Héctor.
“Terapéutica Experimental”; cit. p.: Galatoire: 139.
[11] Galatoire: pág.
140.
[12] Kalina: págs.
100-101.
[13] Al pie de dicho
botiquín figura esta leyenda: “BOTIQUÍN DE HOMEOPATÍA. -de bolsillo- que
perteneció al Prócer de la Independencia Dn. Ángel Correas, y que él cediera al
Gral. San Martín, para llevarlo durante el cruce de la Cordillera, cuyos
medicamentos usó el Gran Capitán, y el Ejército de los Andes.
Esta reliquia fue
heredada por Doña Eustaquia Correas, hija del gran amigo de nuestro Libertador,
quien se lo obsequió más tarde a su sobrino Dn. Juan Burgos Correas, siendo sus
últimas poseedoras las señoritas Elina y Delfina Burgos Videla, bisñetas (sic)
del Sr. Correas, quienes lo donan para ser conservado en este Museo”; cit. p.:
Oromí: pgs. 69/70.
[14]
www.elhomeopatico.com.ar, www.amha.org.ar/historia/histenarg.htm-21k
[15] Lathoud: pág. 637.
Bibliografía consultada
Arroyo de Sáenz,
Estela. “El secreto de San Martín”; Mendoza, Gladius & Narnia, 2000, pgs.
25/27.
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Gral. San Martín y la homeopatía”; Buenos Aires, Homeopatía; 50 (3): 160-164,
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