Alberto autoriza
Por Javier Boher
Alfil, 12-8-21
En este país, y en
tiempos de redes sociales, es muy fácil indignarse de cualquier cosa. También,
pero por la propia naturaleza de los argentinos, es común a la gente el
olvidarse de las cosas. Los períodos de enojo son tan breves que rara vez los
destinatarios de las acusaciones deben rendir cuentas por las mismas.
Algo de eso es lo
que pasa con el OlivosGate, el escándalo por las visitas que el presidente, su
pareja, su hijo y su perro recibieron en la residencia oficial durante los
meses de cuarentena estricta. Aunque todos pueden entender que en marzo o abril
de 2020 el presidente tenía que administrar el país y no se podía dedicar a
cortar el pasto de la Quinta, ciertamente se podía prescindir de los servicios
del entrenador de Dylan. Quizás lo estaban preparando para su vuelo de bautismo
en enero de este año, para que no vomite encima del presidente.
Día a día aparecen
nuevos nombres que reflejan hasta qué punto se transgredieron las normas que
ellos mismos exigían al resto de la gente. Salvando las distancias, remite en
un punto a la represión ilegal desatada por la dictadura, violando las mismas
leyes arbitrarias e ilegítimas que decían defender. Esas inmoralidades, esa
embriaguez por el poder absoluto, eventualmente termina corroyendo a los
gobiernos y espacios de poder.
Ya supimos que
pasaron actrices, periodistas, empresarios y socios de empresas que estafaron
al fisco, amigos, contratistas del Estado o militantes del partido de gobierno.
Lo particularmente interesante es que cada uno se llevó algo de Olivos. No un
cenicero ni una toalla, como suelen hacer los que visitan otro tipo de
alojamientos transitorios, sino algún beneficio que otros no tuvieron.
Subsidios para sus
emprendimientos, cargos en el gobierno o condonaciones de deudas, todo sirvió
para que cada invitado se lleve su sorpresita, como en los cumpleaños.
Casualmente, ayer
se viralizó una foto del cumpleaños de Fabiola Yáñez, la primera dama, fechada
el 14 de julio de 2020, cuando las restricciones seguían siendo intensas. La
dio a conocer el periodista Eduardo Feinmann, quien dijo tener aún más
fotografías del ágape.
Con algo de
curiosidad, decidí recorrer las normativas vigentes en aquel momento para los
cordobeses. Se acercaba el día del amigo y muchos llevábamos cuatro meses sin
ver a los nuestros. El temor del entonces todopoderoso COE era que se produjera
un evento supercontagiador, que saturara los recursos hospitalarios de la provincia.
Por eso, la recomendación oficial era que había que evitar las reuniones o, si
no se podía, hacerlas en un bar, con un máximo de seis personas.
Allí las
restricciones implicaban el uso de barbijo cuando no se estuviera consumiendo
algo, mantener una distancia mínima de dos metros con otra gente y llenar una
planilla a modo de declaración jurada con todos nuestros datos. No se podía
circular a altas horas de la noche, por lo que las reuniones debían ser desde
temprano. Recién se habían habilitado las reuniones familiares los domingos, y
hacía no mucho tiempo se dependía del número de documento para salir a pasear.
Los deportes seguían prohibidos.
En la fotografía
se puede ver a más de seis personas, en una casa, sin respetar la distancia y
sin barbijo. Además, por los registros de la Quinta de Olivos, sabemos que se
retiraron cuando ya no se podía circular libremente.
Con cinismo,
Fernández dijo anteayer que no le gustó vivir en aislamiento. Quizás por eso se
encargó de que en su residencia se lo viole sistemáticamente. Todos recibieron
visitas mientras en el país la gente no se podía despedir de sus seres
queridos, un abuelo no podía celebrar la caída de un diente de un nieto o un
tío no podía festejar el cumpleaños de un sobrino.
Todas esas historias
son reales, conocidas de primera mano, como el de los nietos que le cantaron el
cumpleaños a su abuela a través del alambrado que separa los barrios en lo que
viven, pasándole torta por arriba de la concertina, más o menos en la misma
época que en la que ocurrió esto. Los guardias de los barrios, empoderados por
un presidente que sacaba pecho diciendo que iba a hacer cumplir las
restricciones incluso por la fuerza, no dejaban que entrara nadie que no fuese
vecino del barrio. Demencial.
En Olivos, tan
solo uno días antes de aquel día del amigo, custodiados por las fuerzas de
seguridad y transgrediendo todas las normativas que ellos mismos pusieron,
celebraron el cumpleaños de la primera dama. Sin culpa, sabiendo que estaban
del lado del poder, del lado que puede ejercer los abusos y del lado de los que
siempre disfrutan de los privilegios de esa posición.
Acá, mientras
tanto, la gente tuvo que elegir entre no juntarse y seguir extrañando a sus
amigos o hacerlo y correr el riesgo de que los detengan o los multen. Estaba la
humillante disyuntiva de elegir entre ser un “buen ciudadano” o ser un “buen
amigo”, mientras el que debía ser el ciudadano ejemplar no dudó en qué
categoría ubicarse: eligió ser un hipócrita.