el escritor judío
que devuelve la esperanza a los católicos
Marco Gervasoni
La Brújula
cotidiana, 26-10-2021
Éric Zemmour,
periodista y ensayista de origen judío argelino, nacido en 1958, podría
convertirse en la nueva referencia de los católicos franceses si se presenta a
las próximas elecciones presidenciales. Macron ha sido el primer presidente
“post-cristiano” que considera la religión nacional de Francia como uno de los
muchos cultos existentes. La Francia de las instituciones y de los medios de
comunicación se ha deslizado hacia la izquierda, mientras que el país real se
vuelve cada vez más católico y conservador. Zemmour, aunque no es cristiano, es
consciente de que, sin la Iglesia, Francia estaría perdida.
¿Han encontrado
por fin los católicos franceses en Éric Zemmour (periodista y ensayista de
origen judío argelino, nacido en 1958) un líder en el que confiar? Así lo
parece por la entusiasta acogida que ha recibido por parte de los numerosos
veteranos de la Manif pour tous por ejemplo, que en tiempos de Hollande había
movilizado a gran parte de Francia contra el matrimonio entre personas del
mismo sexo. Fue una batalla que se perdió, pero demostró la importancia del
catolicismo francés en el país real, mientras que el país legal y los medios de
comunicación lo consideraban un “hecho social” en vías de extinción.
Políticamente, la movilización de la Manif pour tous fue de todo menos exitosa:
no sólo se introdujo la ley, sino que en las posteriores elecciones
presidenciales, en 2017, el líder más cercano a ellos, el neogaullista François
Fillon, fue duramente derrotado –mientras que Marine Le Pen, que no había
participado en ninguna de las manifestaciones contra el matrimonio gay, no daba
demasiadas confianza a los católicos-.
En la segunda
vuelta el electorado creyente se abstuvo o confió en Macron. Gran error: el
actual presidente es el primer jefe de Estado francés auténticamente
poscristiano. Hollande, heredero del viejo anticlericalismo masónico de los
socialistas (con la excepción de Mitterrand, que quería un funeral religioso y
nunca atacó a la Iglesia), estaba en todo caso dentro del horizonte del
cristianismo, aunque lo combatiera (o más bien por eso precisamente). Para
Macron, en cambio, el catolicismo no es “el enemigo”, por utilizar una famosa
fórmula de León Gambetta. Es simplemente una de las muchas religiones que
componen el paisaje “multicultural” francés, una minoría sustancial ciertamente
a proteger, como proclamó con ocasión de los sacerdotes asesinados por
inmigrantes o islamistas o tras el incendio de Notre Dame: pero más o menos
como se protege a los osos panda.
Ahora bien, es
cierto que el número de los que participan en los servicios religiosos, y más
aún en la vida asociativa de las parroquias, está en rápida disminución. Sin
embargo, como muestran dos estudios recientes, uno de Philippe Portier y Jean
Paul Willalme sobre la religión en la Francia contemporánea (La religion dans
la France contemporaine, Colin, “La religión en la Francia contemporánea”) y
otro del politólogo Dominique Reynié (Le XXI siècle du christianisme, Editions
du Cerf “El siglo XXI del cristianismo”), la cantidad no va contra la calidad:
los cristianos son cada vez menos, pero mucho más combativos, reactivos y
conscientes de lo que está en juego que antes. En el fondo cuadra con una
predicción (o profecía) de Juan Pablo II y especialmente de Benedicto XVI.
Precisamente
porque se han vuelto más “identitarios”, por así decirlo, los católicos
franceses no quieren ser protegidos, sino que quieren que su voz se escuche en
la esfera pública, y ciertamente ya no confían en “los restos” de las diversas
democracias cristianas a la francesa ahora encarnadas por Bayrou, que está
completamente subordinado a Macron. Precisamente por ese mayor sentido del orgullo
de llamarse creyente, la hostilidad de la época de Hollande es siempre mejor
que la indiferencia de Macron: el caso es que ningún candidato o precandidato
ha calentado el corazón de los creyentes hasta la llegada de Zemmour.
Zemmour es judío,
credo que practicó hasta 2013, pero lleva años repitiendo que está “impregnado
de catolicismo”. Y así es, porque siendo un nacionalista gaullista, Zemmour
sabe muy bien que la historia de Francia, que no empieza en 1789, sería
inexistente sin la Iglesia católica por un lado y el catolicismo por otro,
tanto como devoción popular como impregnación en la alta cultura, y en la
cultura literaria en particular. Leyendo sus libros, el último La France n'a
pas dit son dernier mot (“Francia no ha dicho su última palabra”) pero sobre
todo, en lo que se refiere a la religión, el anterior Destin Français (“Destino
francés”) se ve que pertenece a la tradición de lo que Maurice Barrès,
novelista y parlamentario de derechas de principios del siglo XX, llamaba
“ateos católicos”. Personalmente no creyentes, pero convencidos de que sin el
catolicismo no seríamos nada, no tendríamos pasado, pero sobre todo no
tendríamos futuro. Los “católicos adultos” se burlan de esta tendencia por
considerarla poco sincera y casi dirigida a instrumentalizar la religión: pero
en realidad la protege (especialmente contra el desafío del Islam) mucho más
que muchos “creyentes devotos”.
Zemmour es el
primero, y mucho más que el propio Fillon, que dice a los católicos franceses
j'ai vous ai entendu, que está dispuesto a llevar su voz a la esfera pública y
política, como parte fundamental de la nación francesa. El de Zemmour es, al
fin y al cabo, una continuación del gaullismo original del General, de André
Malraux y de muchos otros, y del neogaullismo “soberanista” de Philippe de
Villiers y de Philippe Seguin, y también de varias intuiciones de Sarkozy,
aunque este último no escape a las críticas de Zemmour por estar excesivamente
“americanizado”.
Nada que ver con
la extrema derecha o con el racismo, como escriben los grandes medios de
comunicación y afirman los políticos de izquierdas y los de la “izquierda de
derechas”, es decir, muchos exponentes del Partido Popular Europeo. Además, en
realidad hoy De Gaulle, Malraux, Pompidou serían considerados de extrema
derecha. Mientras que el país francés real se ha vuelto cada vez más
conservador, el país legal y el país mediático se han desplazado más hacia la
izquierda. Y para periódicos como Le Nouvel Observateur, Libération o Le Monde,
ser creyente (del cristianismo, por supuesto, no del islam) se considera ahora
algo deshonroso, de lo que hay que avergonzarse, mientras las iglesias
católicas y los edificios religiosos se caen a pedazos o son incendiados por
“manos misteriosas”.
Tal vez Zemmour no
llegue lejos, tal vez ni siquiera se presente a las elecciones: pero desde hoy
los católicos franceses tienen una esperanza más.