para eclipsar el éxito del católico Kast
Andrea Zambrano
Brújula cotidiana,
26-11-2021
“Fantasma,
heredero y vástago de Pinochet”. Y cuando va bien, amigo de Bolsonaro, incluso
“otro Trump”. No son amigables las reacciones de la prensa internacional ante
el candidato presidencial chileno Juan Antonio Kast, quien el domingo destacó
como favorito para la segunda vuelta que se realizará el próximo 19 de
diciembre.
Kast obtuvo casi
el 28%, conquistando el derecho de comenzar con ventaja para la segunda vuelta
en oposición a Gabriel Boric, un miembro de la izquierda radical que obtuvo el
25%. Su victoria está realmente a un paso de distancia, contando con los votos
del partido ultraliberal del ambiguo Franco Parisi, que quedó tercero con un
12% sin poner jamás un pie en Chile (sobre él pende una orden de aprehensión
por insolvencia con sus hijos) y sobre todo del otro 12,7% del partido de
Centroderecha.
Y para el
mainstream esto es inaceptable. Por tanto, las campañas de deslegitimación
contra su persona ya comenzaron, más que de su política ya que solo se utilizan
las declaraciones de Kast hechas en esta campaña electoral o en la anterior que
no tienen nada que ver con su programa de gobierno, sino que son frases
arrancadas sobre preguntas a menudo provocadoras de los periodistas.
Dices derecha
chilena e inmediatamente viene evocado el fantasma de Augusto Pinochet Ugarte,
el dictador general que ocupó el poder de 1973 a 1990 con un pesado legado de
violación de los derechos humanos de opositores políticos desaparecidos,
torturados o asesinados.
En Chile, para
pasar la prueba de la “calidad democrática”, hay que responder de la manera
correcta al período de la dictadura, un poco como en Italia, que todos debemos
definirnos como antifascistas, a pesar de que el fascismo se encuentre hoy en
otras familias políticas. Evidentemente, el modo lo establece la izquierda. Por
lo tanto, de acuerdo con los criterios políticos del mainstream, Kast no habría
aprobado el examen, por lo que fue inmediatamente marcado con el estigma de ser
un defensor de la dictadura pinochetista.
Sin embargo, Kast
no siente nostalgia por ese período, nunca ha dejado traspasar ninguna deriva
liberticida o autoritaria en sus ideas. No tiene nada en su programa que pueda
conducir al establecimiento de una dictadura, hidrantes en el estadio de
Santiago, vuelos de muerte sobre el Pacífico. Sin embargo, pesa sobre él la
participación de su hermano Miguel en un gobierno del dictador, tras los hechos
de 1973 y la represión. Economista, católico, exponente de los Chicago Boys,
fue uno de los artífices del “milagro” económico chileno, reconocido por todos
los historiadores del régimen del general.
Y, sobre todo, en
el imaginario occidental pesa mucho sobre Kast el hecho de que sea hijo de un
oficial del Wermacht que escapó de Alemania en la posguerra.
Todo ha arrojado
sobre él una sombra de complicidad que, sin embargo, en la realidad no está
justificada por nada. Pero, tanto en las últimas elecciones de 2017, cuando
obtuvo algo más del 8% como en ésta, los periodistas no han dejado de hacerle
la prueba.
Y en este último,
una vez más han perdido la oportunidad de reflexionar sobre por qué, justo al
final del bienio más dramático de Chile (hace apenas dos años hubo el trágico
estallido social), el pueblo eligió a Kast y un exponente de la izquierda más
“zurda” como los principales retadores de la carrera presidencial y no al
saliente y débil presidente Sebastián Piñera, y mucho menos al exponente
socialista.
El caso es que más
allá de las políticas expansionistas que propone, luego de dos años de crisis
económica sin precedentes, Kast es un católico convencido, que sostiene
políticas Provida y Profamilia decididamente “radicales”, como no ha sucedido
recientemente en el país andino ni en los vecinos del Cono sur. Está en contra
del matrimonio entre personas del mismo sexo, la eutanasia, el útero en
alquiler y, obviamente, contra el aborto. No ocultó su deseo de comprometerse
precisamente con estas políticas que alguna vez se habrían definido como
dictadas por principios no negociables.
Pero, en lugar de
entrar en los méritos, la prensa prefirió agitar el fantasma del general para
presentar a los ojos de los observadores internacionales un impresentable. La
operación comenzó hace cuatro años cuando Kast se presentó a las elecciones.
Incluso hoy los periódicos recuerdan algunas frases pronunciadas sobre
Pinochet: “¿Bachelet o Pinochet? Pinochet”; “Si estuviera vivo, Pinochet
votaría por mí”.
Sin embargo, nadie
contextualizó esas frases: Kast estaba respondiendo a las preguntas de los
periodistas sobre el desarrollo económico. Y el mismo desarrollo económico fue
la base del juicio de Kast sobre la obra de Pinochet, cuidando de no caer en la
trampa de los derechos humanos violados, un tema respecto al cual no se
encontrará jamás una palabra fuera de lugar del candidato.
También este año,
Kast tuvo que pasar bajo las Horcas Caudinas de la prueba democrática
respondiendo a una pregunta sobre el paralelismo entre la situación de
Nicaragua hoy y de Chile ayer en relación con el regreso al voto. Y aquí
tampoco faltaron titulares. Sin embargo, Kast remarcó que las dos situaciones
son diferentes porque Pinochet favoreció las elecciones libres al final de las
cuales abandonó la escena, mientras que en Nicaragua Ortega volvió a ganar lo
que en efecto son falsas elecciones. ¿Cómo culparlo?
Nadie ha leído su
programa. Están la defensa de la familia ante los asaltos de la dictadura gay
(de cuya violencia él mismo lleva las marcas), la defensa de las confesiones
cristianas frente a los asaltos del secularismo (Chile es uno de los Estados en
donde por una razón u otra se queman las iglesias) y de la vida. Sin embargo,
sin duda, la Izquierda medio-globalista se unirá en un solo coro desde ahora y
hasta el 19 de diciembre para deslegitimar a Kast con una única narrativa:
dárselo al heredero de Pinochet.