según Rodríguez
Luño
Una presentación
general
por Miriam
Savarese
Observatorio Van
Thuan, 12-1-22
Ángel Rodríguez
Luño, Introducción a la ética política , [Pensamiento, n. 37] Rialp, Madrid
2021, págs. 169, 15€
El momento actual
está plagado de problemas apremiantes, tanto que subrayar su importancia parece
casi empalagoso, y no es casualidad que una parte de ellos tienda a saturar los
diarios y los medios de comunicación: son temas que exigen -y con razón- la la
atención de todos los ciudadanos y más aún la del filósofo y teólogo. Entonces,
¿por qué reflexionar sobre los conceptos básicos de la ética política,
presentándolos de manera sencilla y diseñada para principiantes? ¿No hay otros
temas que necesitan ser tratados como una prioridad, tanto como estudiosos del
tema y como expertos?
En realidad, es
una empresa crucial, que puede aparecer fuera de tiempo solo si los problemas
se abordan permaneciendo en la superficie.
El padre Ángel
Rodríguez Luño, profesor emérito de Teología Moral Fundamental (Universidad
Pontificia de la Santa Cruz), consultor de la Congregación para la Doctrina de
la Fe y miembro ordinario de la Pontificia Academia de la Vida, se suma a quienes se han percatado de que, para
responder a estas urgencias, que son los desafíos cotidianos de la ética
política y de la misma Doctrina Social de la Iglesia, es necesario abordar las
cuestiones fundamentales: en primer lugar, en qué consiste la actividad
moralmente buena de la comunidad política, es decir, qué actividad es conforme
a su finalidad, el bien común político (que para el autor puede llamarse, de
manera más imprecisa, también bienestar general ), por tanto que sobre la
conformidad de las acciones individuales a este bien, es decir, sobre su
legalidad en general. Es un paso imprescindible para formar esa cultura
política amplia -nos dice el autor- necesaria para abordar cada problema
inmediato, que permita contextualizarlo y resolverlo de manera equilibrada.
El texto, ágil y
escrito en castellano, se divide en seis capítulos (I. La ética de las
instituciones políticas ; II. Presupuestos antropológicos del bien común
político ; III. Containidos fundamentales del bien político común ; IV. La
justicia social ; V. Cuestiones fundamentales de economía política ; VI. El buen
gobierno ), acompañado de un prólogo y una bibliografía imprescindible. Nacido
también de las peticiones de los alumnos, tiene un carácter sintético e
introductorio, sin pretensiones de exhaustividad. Por tanto, el autor, aunque
muy consciente de tratar temas complejos y en ocasiones ofrecer posiciones
personales genuinas, no ofrece reconstrucciones históricas (salvo algunas
referencias imprescindibles) ni expone el estado del arte sobre las nociones
más debatidas. Presenta los puntos a su juicio esenciales y procede sobre todo
con la ayuda de ejemplos sencillos accesibles a cualquiera, que, a pesar de sus
(reconocidas) limitaciones, resultan decididamente útiles y explicativos en
este contexto. Una estrategia ganadora es también el subrayado de problemas y
posibles antinomias, que estimulan al lector a seguir y repasar el razonamiento
realizado para resolverlos en primera persona.
Basada en autores
modernos (según los temas tratados, sobre todo Böckenförde, Hayek, Rhonheimer,
pero también Kriele, Lacalle, von Mises, Böhm-Bawerk), principalmente de
orientación liberal pero cuyos aspectos Luño pretende asumir en su opinión de
acuerdo con la antropología cristiana y la Doctrina Social de la Iglesia, el
texto conserva un sesgo filosófico, dirigido a todos aquellos que estén
interesados en la ética política independientemente de sus respectivas
convicciones religiosas; pero, consciente de la necesidad de aclaraciones
también de carácter teológico, el autor la integró con dos breves apartados
dedicados a la relación entre los argumentos sustentados y los principios
fundamentales de la antropología cristiana y entre el concepto de justicia
social propuesto y la Doctrina Social de la la Iglesia (especialmente en estos
últimos temas, el autor señala que su posición no es necesariamente la única
posible).
En particular, el
volumen introduce los conceptos de libertad , democracia , constitucionalismo ,
derecho , solidaridad y bien común , justicia social , economía política y buen
gobierno ; cuestiones que afectan la estructura del Estado, su relación con la
persona humana y con el bien. Los principios ético-políticos, en efecto, se
fundan en lo que es el hombre. En el planteamiento del autor, el Estado está al
servicio de la sociedad, que a su vez está al servicio de la persona para que
ésta pueda alcanzar libremente su propio bien: surge claramente la primacía de
la persona respecto del Estado (que no debe ser concebido como un sujeto social
con especificaciones a las que deben subordinarse los demás agentes sociales) y
la importancia de la libertad humana en el ámbito político, con el rechazo de
cualquier forma de confusión entre procesos políticos y sociales, intencional
el primero, espontáneo e impredecible el segundo . Esto va acompañado de una
concepción del bien común político -cuyos contenidos fundamentales e
inseparables son la paz-seguridad, la libertad y la justicia (y que como bien
presupone una antropología)- no como un ente separado a promover con un tipo
especial de actividad ni como anterior al bien de las personas, sino como una
meta a alcanzar. Hay dos presupuestos antropológicos: la libertad y la
solidaridad, formulados sintéticamente como libertad solidaria .
Este último
concepto (que no debe confundirse con el de solidaridad), según el autor, es fundamental
para entender la justicia social , cuya promoción exige precisamente el bien
común. Esta noción hoy en día es una "manzana de discordia": para
muchos, la igualdad que requiere es también social y económica y el Estado debe
garantizarla, logrando activamente objetivos socialmente justos
(¡predeterminando los resultados de los procesos culturales, sociales y
económicos!) También a través de medios coercitivos y violentos; además, fue el
motor de una progresiva y excesiva ampliación de las competencias del Estado.
Para Luño, en cambio, (que entiende la justicia social como la justicia del
orden global de la sociedad, consistente en la conformidad del orden social,
político, jurídico y económico con el bien común, y también como virtud
personal) en hombre hay también una tendencia al bien de los demás y por tanto
al bien común (autotrascendencia propia de la libertad humana), lo que da lugar
a deberes hacia el prójimo pero no a derechos correspondientes por parte de
éste. Esto implica no poder modificar coercitivamente los procesos sociales y
económicos, que son libres por su naturaleza, sino intervenir solidariamente
para ayudar a los más desfavorecidos. A pesar de su sencillez, el texto muestra
efectivamente por qué sería un error identificar la justicia y la igualdad,
entendidas como igualdad de la riqueza (lo que implicaría atribuir al Estado un
papel enorme y potencialmente totalitario) y que las políticas redistributivas
que limitan la La iniciativa economica o las ganancias y los ahorros desalientan
el trabajo y la creatividad. Esto se traduce, en el ámbito económico, donde se
destaca acertadamente que la propiedad privada de los medios de producción es
lo que garantiza la libertad económica, en la asunción como modelo del libre
mercado/capitalismo, interpretado sin embargo con especial atención a la
Escolástica española. del Siglo de Oro (de forma quizás demasiado optimista
respecto a posibles mecanismos distorsionadores del propio mercado).
En cuanto a la
libertad religiosa, el autor subraya el problema de mantener cohesionado un
Estado liberal y pluralista y la necesidad de la cooperación entre la comunidad
religiosa (entendida, sin embargo, como una dimensión prepolítica), en
particular cristiana, y la comunidad política (para Luño, el Estado democrático,
para que la distinción entre religión y política sea esencial para el
cristianismo, debe ser neutral pero no ateo, eliminando el conflicto inherente
a la religión cuando está institucionalizada políticamente y garantizando a la
religión un espacio para afirmarse, pero no para defenderla).
En definitiva, el
autor, a pesar de ser consciente de los "grandes malentendidos
históricos" entre católicos y defensores de la libertad, está convencido
de que estos pueden ser superados y espera en esos celosos cristianos, que ya
reconocía Tocqueville, que luchan por la libertad humana.
Por lo tanto, el
texto no es un retroceso bizantino sino un primer "mapa" para abordar
los problemas actuales y comprender lo que realmente está en juego cuando se
toma un camino u otro: es una forma de entrar de lleno, aunque sea
indirectamente, en la lucha política, presentando convicciones éticas que
ayuden a dar un giro virtuoso al gobierno. No es casualidad que los temas
tratados se conviertan en una oportunidad para mencionar problemas de gran
actualidad, desde la búsqueda desesperada de una sociedad sin riesgos hasta lo
políticamente correcto. En efecto, además de las necesidades específicas de los
temas de ética política que ha tratado a lo largo de los años, son precisamente
ciertas tendencias del panorama político actual las que le han sugerido al
profesor Luño la utilidad de enmarcar la disputa política en un horizonte
superior, inspirada en el respeto a la libertad y la promoción de la
responsabilidad por el bien común.