miércoles, 12 de enero de 2022

LA ÉTICA POLÍTICA

 


según Rodríguez Luño


Una presentación general


por Miriam Savarese

Observatorio Van Thuan, 12-1-22

 

Ángel Rodríguez Luño, Introducción a la ética política , [Pensamiento, n. 37] Rialp, Madrid 2021, págs. 169, 15€

 

El momento actual está plagado de problemas apremiantes, tanto que subrayar su importancia parece casi empalagoso, y no es casualidad que una parte de ellos tienda a saturar los diarios y los medios de comunicación: son temas que exigen -y con razón- la la atención de todos los ciudadanos y más aún la del filósofo y teólogo. Entonces, ¿por qué reflexionar sobre los conceptos básicos de la ética política, presentándolos de manera sencilla y diseñada para principiantes? ¿No hay otros temas que necesitan ser tratados como una prioridad, tanto como estudiosos del tema y como expertos?

En realidad, es una empresa crucial, que puede aparecer fuera de tiempo solo si los problemas se abordan permaneciendo en la superficie.

 

El padre Ángel Rodríguez Luño, profesor emérito de Teología Moral Fundamental (Universidad Pontificia de la Santa Cruz), consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y miembro ordinario de la Pontificia Academia de la Vida, se suma a quienes se han percatado de que, para responder a estas urgencias, que son los desafíos cotidianos de la ética política y de la misma Doctrina Social de la Iglesia, es necesario abordar las cuestiones fundamentales: en primer lugar, en qué consiste la actividad moralmente buena de la comunidad política, es decir, qué actividad es conforme a su finalidad, el bien común político (que para el autor puede llamarse, de manera más imprecisa, también bienestar general ), por tanto que sobre la conformidad de las acciones individuales a este bien, es decir, sobre su legalidad en general. Es un paso imprescindible para formar esa cultura política amplia -nos dice el autor- necesaria para abordar cada problema inmediato, que permita contextualizarlo y resolverlo de manera equilibrada.

 

El texto, ágil y escrito en castellano, se divide en seis capítulos (I. La ética de las instituciones políticas ; II. Presupuestos antropológicos del bien común político ; III. Containidos fundamentales del bien político común ; IV. La justicia social ; V. Cuestiones fundamentales de economía política ; VI. El buen gobierno ), acompañado de un prólogo y una bibliografía imprescindible. Nacido también de las peticiones de los alumnos, tiene un carácter sintético e introductorio, sin pretensiones de exhaustividad. Por tanto, el autor, aunque muy consciente de tratar temas complejos y en ocasiones ofrecer posiciones personales genuinas, no ofrece reconstrucciones históricas (salvo algunas referencias imprescindibles) ni expone el estado del arte sobre las nociones más debatidas. Presenta los puntos a su juicio esenciales y procede sobre todo con la ayuda de ejemplos sencillos accesibles a cualquiera, que, a pesar de sus (reconocidas) limitaciones, resultan decididamente útiles y explicativos en este contexto. Una estrategia ganadora es también el subrayado de problemas y posibles antinomias, que estimulan al lector a seguir y repasar el razonamiento realizado para resolverlos en primera persona.

 

Basada en autores modernos (según los temas tratados, sobre todo Böckenförde, Hayek, Rhonheimer, pero también Kriele, Lacalle, von Mises, Böhm-Bawerk), principalmente de orientación liberal pero cuyos aspectos Luño pretende asumir en su opinión de acuerdo con la antropología cristiana y la Doctrina Social de la Iglesia, el texto conserva un sesgo filosófico, dirigido a todos aquellos que estén interesados ​​en la ética política independientemente de sus respectivas convicciones religiosas; pero, consciente de la necesidad de aclaraciones también de carácter teológico, el autor la integró con dos breves apartados dedicados a la relación entre los argumentos sustentados y los principios fundamentales de la antropología cristiana y entre el concepto de justicia social propuesto y la Doctrina Social de la la Iglesia (especialmente en estos últimos temas, el autor señala que su posición no es necesariamente la única posible).

 

En particular, el volumen introduce los conceptos de libertad , democracia , constitucionalismo , derecho , solidaridad y bien común , justicia social , economía política y buen gobierno ; cuestiones que afectan la estructura del Estado, su relación con la persona humana y con el bien. Los principios ético-políticos, en efecto, se fundan en lo que es el hombre. En el planteamiento del autor, el Estado está al servicio de la sociedad, que a su vez está al servicio de la persona para que ésta pueda alcanzar libremente su propio bien: surge claramente la primacía de la persona respecto del Estado (que no debe ser concebido como un sujeto social con especificaciones a las que deben subordinarse los demás agentes sociales) y la importancia de la libertad humana en el ámbito político, con el rechazo de cualquier forma de confusión entre procesos políticos y sociales, intencional el primero, espontáneo e impredecible el segundo . Esto va acompañado de una concepción del bien común político -cuyos contenidos fundamentales e inseparables son la paz-seguridad, la libertad y la justicia (y que como bien presupone una antropología)- no como un ente separado a promover con un tipo especial de actividad ni como anterior al bien de las personas, sino como una meta a alcanzar. Hay dos presupuestos antropológicos: la libertad y la solidaridad, formulados sintéticamente como libertad solidaria .

 

Este último concepto (que no debe confundirse con el de solidaridad), según el autor, es fundamental para entender la justicia social , cuya promoción exige precisamente el bien común. Esta noción hoy en día es una "manzana de discordia": para muchos, la igualdad que requiere es también social y económica y el Estado debe garantizarla, logrando activamente objetivos socialmente justos (¡predeterminando los resultados de los procesos culturales, sociales y económicos!) También a través de medios coercitivos y violentos; además, fue el motor de una progresiva y excesiva ampliación de las competencias del Estado. Para Luño, en cambio, (que entiende la justicia social como la justicia del orden global de la sociedad, consistente en la conformidad del orden social, político, jurídico y económico con el bien común, y también como virtud personal) en hombre hay también una tendencia al bien de los demás y por tanto al bien común (autotrascendencia propia de la libertad humana), lo que da lugar a deberes hacia el prójimo pero no a derechos correspondientes por parte de éste. Esto implica no poder modificar coercitivamente los procesos sociales y económicos, que son libres por su naturaleza, sino intervenir solidariamente para ayudar a los más desfavorecidos. A pesar de su sencillez, el texto muestra efectivamente por qué sería un error identificar la justicia y la igualdad, entendidas como igualdad de la riqueza (lo que implicaría atribuir al Estado un papel enorme y potencialmente totalitario) y que las políticas redistributivas que limitan la La iniciativa economica o las ganancias y los ahorros desalientan el trabajo y la creatividad. Esto se traduce, en el ámbito económico, donde se destaca acertadamente que la propiedad privada de los medios de producción es lo que garantiza la libertad económica, en la asunción como modelo del libre mercado/capitalismo, interpretado sin embargo con especial atención a la Escolástica española. del Siglo de Oro (de forma quizás demasiado optimista respecto a posibles mecanismos distorsionadores del propio mercado).

 

En cuanto a la libertad religiosa, el autor subraya el problema de mantener cohesionado un Estado liberal y pluralista y la necesidad de la cooperación entre la comunidad religiosa (entendida, sin embargo, como una dimensión prepolítica), en particular cristiana, y la comunidad política (para Luño, el Estado democrático, para que la distinción entre religión y política sea esencial para el cristianismo, debe ser neutral pero no ateo, eliminando el conflicto inherente a la religión cuando está institucionalizada políticamente y garantizando a la religión un espacio para afirmarse, pero no para defenderla).

 

En definitiva, el autor, a pesar de ser consciente de los "grandes malentendidos históricos" entre católicos y defensores de la libertad, está convencido de que estos pueden ser superados y espera en esos celosos cristianos, que ya reconocía Tocqueville, que luchan por la libertad humana.

 

Por lo tanto, el texto no es un retroceso bizantino sino un primer "mapa" para abordar los problemas actuales y comprender lo que realmente está en juego cuando se toma un camino u otro: es una forma de entrar de lleno, aunque sea indirectamente, en la lucha política, presentando convicciones éticas que ayuden a dar un giro virtuoso al gobierno. No es casualidad que los temas tratados se conviertan en una oportunidad para mencionar problemas de gran actualidad, desde la búsqueda desesperada de una sociedad sin riesgos hasta lo políticamente correcto. En efecto, además de las necesidades específicas de los temas de ética política que ha tratado a lo largo de los años, son precisamente ciertas tendencias del panorama político actual las que le han sugerido al profesor Luño la utilidad de enmarcar la disputa política en un horizonte superior, inspirada en el respeto a la libertad y la promoción de la responsabilidad por el bien común.