¿Sacrificar al cardenal Zen por el acuerdo con
China?
Riccardo Cascioli
Brújula cotidiana,
18-05-2022
La dura reacción
del Vaticano contra Israel por los incidentes ocurridos en el funeral de la
periodista palestina ponen de manifiesto el diferente enfoque adoptado por la
Santa Sede tras la detención del cardenal Joseph Zen en Hong Kong. Las
declaraciones, muy débiles, revelan una concepción de la diplomacia en la que
la dignidad de las personas puede sacrificarse en el altar de un objetivo
político. Y desde Hong Kong se aplaude la salida del cardenal Zen y de quienes
comparten sus posiciones.
La reacción del
Vaticano a lo que ha sucedido en los últimos días en Jerusalén, donde los
militares israelíes han agredido salvajemente a los palestinos que asistían al
funeral de la periodista (católica) de Al Jazeera, Shireen Abu Akleh, permite
comprender mejor la gravedad de la posición adoptada por la Santa Sede ante la
detención en Hong Kong del cardenal Joseph Zen el pasado 11 de mayo.
En el primer caso
(del que ya hemos hablado largo y tendido) la respuesta fue inmediata y dura:
el encargado de la Delegación Apostólica en Tierra Santa, el padre Thomas
Grysa, ha afirmado claramente que la policía israelí ha “violado de manera
brutal” el derecho de la Iglesia a la “libertad religiosa”, “incluido en el
acuerdo fundamental entre Israel y la Santa Sede”. Y a continuación ha denunciado
la repetición de episodios que sólo sirven para aumentar “la tensión entre
Israel y la Santa Sede”. Por no hablar de las declaraciones del patriarca
latino de Jerusalén, monseñor Pierbattista Pizzaballa, y de los líderes de las
Iglesias cristianas.
El tratamiento
para el cardenal Zen, sin embargo, ha sido totalmente diferente. El prelado,
liberado bajo fianza, tendrá que comparecer ahora ante el tribunal local el
próximo 24 de mayo, arriesgándose a un nuevo encarcelamiento. La grave
preocupación expresada por la diócesis de Hong Kong ha tenido como
contrapartida un importante y embarazoso silencio por parte de la Santa Sede.
Una primera y lacónica declaración de la Oficina de Prensa del Vaticano
–forzada por las peticiones de los periodistas- hablaba simplemente de
preocupación y de seguir con atención los acontecimientos. El sábado 14 de
mayo, el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano, en respuesta a
un periodista afirmó que la detención del cardenal Zen no implicaba una
“desautorización” del acuerdo China-Vaticano sobre el nombramiento de obispos,
pero esperaba que episodios de este tipo “no complicaran el ya complejo y nada
sencillo camino del diálogo”.
Una declaración
escandalosamente blanda que se completa con el grotesco reconocimiento de que
las autoridades chinas han “tratado bien al cardenal Zen”. Lo que no quita que
Zen sea tratado como un delincuente común. Esto es básicamente lo que ha dicho
también el nuevo Jefe del Ejecutivo de Hong Kong, John Lee Ka-chiu, elegido
sólo tres días antes de la detención del cardenal. En su intervención del
domingo 15 de mayo en una emisora de radio local, en respuesta a las críticas
internacionales que llovieron tras la detención del cardenal y de otras cuatro
personas acusadas de violar la Ley de Seguridad Nacional, John Lee –que también
es católico- ha dejado claro que en Hong Kong no se castiga la disidencia, sino
el incumplimiento de las leyes. Y no
importa lo famosa que sea la gente o en lo que crea porque “si su conducta
viola la Ley, será juzgada según la Ley”. En otras palabras, el cardenal Zen es
considerado un delincuente por participar en una asociación que apoyó
económicamente a activistas de las manifestaciones democráticas de 2019 y será
juzgado como tal.
Siendo optimistas
se podría pensar que la diplomacia vaticana está trabajando para evitar que el
juicio tenga más consecuencias penales para el prelado chino, lo cual también
es posible. Pero las palabras del cardenal Parolin indican claramente que todo
se hace en función de la continuidad del acuerdo con Pekín sobre el
nombramiento de obispos. Recordemos que se trata de un acuerdo secreto firmado
en septiembre de 2018 y renovable cada dos años. Ahora estamos precisamente en
el periodo en el que se va a negociar la próxima renovación prevista para
septiembre. Las palabras del Secretario de Estado se justificarán sin duda con
las exigencias de la diplomacia y el intento de salvar dos objetivos
irreconciliables como son el acuerdo con China y la libertad del cardenal Zen.
En realidad, revelan
una concepción ideológica de la diplomacia en la que la defensa de la dignidad
de la persona humana es secundaria al objetivo diplomático, en la que la verdad
puede sacrificarse a voluntad en nombre de un supuesto interés superior. No es
diferente de los que sacrifican a las personas en nombre del Estado, del
partido o de algún ideal.
Para los fieles de
a pie resulta escandaloso el silencio del Vaticano ante la detención de un
anciano cardenal querido por su sincera defensa de la Iglesia china y de su
pueblo. Parece que vale la pena sacrificar al cardenal Zen para salvar el
diálogo con Pekín. Tanto más cuanto que en otras situaciones, como el conflicto
palestino-israelí, la Santa Sede no teme expresar su indignación y denunciar
las violaciones de los acuerdos.
Por lo demás, la
realidad también es evidente en Hong Kong y Pekín: el mayor diario de la
antigua colonia británica, el South China Morning Post, ha publicado un
artículo con un título elocuente: “No hay lágrimas del Vaticano para el
cardenal Joseph Zen”. Interpretando la muy débil reacción de la Santa Sede, el
periódico argumenta que, al fin y al cabo, el cardenal Zen es “una gran
vergüenza para el Vaticano” por sus posiciones extremistas contra el régimen
chino y sus duros ataques al acuerdo sino-vaticano y al cardenal Parolin,
considerado como su autor intelectual. De hecho, llega a apoyar una alianza
China-Vaticano que cortaría definitivamente al cardenal Zen y a quienes en Roma
se adhieren a sus posiciones (el artículo menciona expresamente al cardenal
Gerhard Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe).
Si siguen llegando
señales en este sentido desde la Santa Sede, será una derrota para la
diplomacia vaticana, no sólo ante una China cada vez más arrogante que se
siente libre de cualquier prevaricación. Esta actitud es una negación de hecho
de tanto discurso moral. Y, sobre todo, es un escándalo para todos los
católicos, que están legitimados para pensar que pueden ser abandonados por sus
pastores si les sirve para algún juego político suyo.