Luis Orea Campos
Informador
Público, May 27-2022
Comienzan a
aparecer en el radar de los analistas algunos de los efectos nocivos de las
PASO, engendro legal nacido de la mente enfermiza de Néstor Kirchner y
convertido en ley por impulso del difunto apoderado del PJ Jorge Landau.
Por ejemplo, en
una reciente nota publicada en la edición digital de TN el politólogo Marcos
Novaro analiza la rigidez del corsé legal que significan las internas abiertas
cuando en un partido o alianza emergen tumultuosas las apetencias de dirigentes
estimulados por las expectativas electorales favorables mucho antes de las
elecciones generales.
Pero pocos
dirigentes, por no decir ninguno, alcanzan a advertir y dimensionar la
incidencia que tuvieron las PASO en la profunda crisis que a ojos vista afecta
a hoy a todos los partidos políticos.
El daño que les
provocó a los partidos y por transición a la democracia el invento del
kirchnerismo, nacido de la necesidad de NK de evitar deserciones, es
inconmensurable.
Los dirigentes en
general lo aceptaron creyendo que era una solución a los internismos pero
ahora, en un momento crucial para el país, los partidos se encuentran
encorsetados por una estructura legal que no les permite dirimir
anticipadamente sus diferencias en el marco de una interna exclusivamente
partidaria a fin de homogeneizar ideas y unificar liderazgos para presentar a
la ciudadanía opciones consolidadas una vez que se inicie el proceso electoral
que es mucho antes de lo que dicen los papeles.
En rigor de
verdad, la desnaturalización de los partidos políticos argentinos viene de
lejos debido a que, pese a la grandilocuencia del artículo 39 de la
Constitución, se fueron degradando sus cimientos conceptuales para convertirse
poco a poco en meros instrumentos electorales de facciones sin contenido
ideológico ni programático alguno.
En teoría, como
explica Duverger, los partidos políticos son asociaciones civiles o grupos
sociales, en principio inorgánicos, unidos por ideas e intereses comunes, que
históricamente preceden a la formación de los estados en la forma que hoy están
constituidos.
Pero ese rasgo
distintivo de ser la base de sustentación del sistema democrático ha venido
siendo desvirtuado por una injerencia del Estado en sus mecanismos funcionales
-so color de la preservación de la democracia interna, regularidad y
transparencia de sus actividades- lo que ha provocado un esclerosamiento de su
vida interna y por ende la gran mayoría de las agrupaciones se compone de islas
grupales cuyo manejo queda en manos de oligarquías permanentes que las
convierten en pymes al servicio de sus intereses particulares.
La consecuencia es
que hoy la institución partido político como legítima plataforma de oferta
electoral ha sido de hecho sustituida por alianzas transitorias que tienen como
único fin ganar elecciones pero en cuyo seno bullen contradicciones, apetencias
desmedidas e intereses individuales o grupales de todo tipo que conspiran
contra la eficacia de la eventual gestión de gobierno en perjuicio de la
sociedad toda.
Y en este sentido
las PASO han contribuido generosamente a la fragmentación y la banalización de
la actividad política que de canal universal para la consecución del bien común
y el equilibrio social ha devenido en un campo de batalla donde en lugar de
ideas se discute sobre prontuarios y en el que los dirigentes están más
enfrascados en sus reyertas pueblerinas que en elaborar alternativas a largo
plazo que rescaten al país del pozo institucional, social y económico en que ha
caído gracias a experimentos gubernamentales que padecen de fracaso congénito.
Ello agravado
porque mediante las PASO el Estado, a un costo multimillonario, ha invadido sin
ambages la zona de reserva de los partidos -repetidamente reivindicada por la
Corte Suprema en varios fallos- apoderándose del control de la selección de
candidatos -que es indiscutiblemente de resorte interno de los partidos
imponiendo reglas, plazos y fechas que son privativos de las agrupaciones partidarias
y permitiendo que ciudadanos totalmente ajenos a las vicisitudes de su vida
interna irrumpan en ella decidiendo anticipadamente sobre candidaturas que son
propias de la asociación.
La distorsión que
esto implica en el sistema es tremenda y no tiene justificativo alguno como si
en las elecciones de Boca pudieran participar hinchas de Ríver amén de la
manipulación de las expectativas del público que suponen los adelantos de
resultados previos a la elección general.
Por todas esta
razones, la legislación electoral debe ser reformada eliminando de cuajo las
PASO como hemos sostenido invariablemente desde esta columna. Dejar a las
alianzas, como nuevo sujeto protagónico del sistema electoral, conformar sus
estructuras y elegir sus candidatos cuando lo consideren oportuno en la fecha y
las condiciones que consideren apropiadas sería un gran paso hacia la
recuperación del rol de los partidos, hoy instituciones sometidas a un proceso
agónico que conspira contra la salud de la democracia republicana declamada por
una dirigencia que sin embargo no atina a tomar el toro por las astas asustada
de sus propias limitaciones y feroces controversias intestinas y aparentemente
incapaces de sobrevivir sin la tutela del Estado.
Por último cabe
recordar como dato anecdótico y revelador del fracaso de las PASO que la
entusiasta impulsora de la famosa ley de “Democratización de la Representación
Política, la Transparencia y la Equidad Electoral”, hoy vicepresidente de la
Nación, puso a dedo a un candidato a presidente que no representa a nadie. La
democracia interna y la representatividad se declama pero cuando conviene se
van al canasto.
Sólo eso debería
hacer reflexionar a los dirigentes sobre la real utilidad de las internas
abiertas como mecanismo adecuado para la conformación de listas a ser ofrecidas
al escrutinio ciudadano.