Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica,
10/05/22
Existe en la
Argentina una conmemoración, originada en el período «democrático», y afianzada
en los años más recientes, cuyo título es claramente pretencioso: Día Nacional
de la Memoria. Lo califico así porque el nombre parece erigir la fecha -24 de
marzo- como dedicada al recuerdo por excelencia en nuestro país, cuando las
fiestas patrias, a causa de la costumbre, ya no conmueven a nadie. La imagen
fotográfica de este año es impresionante: muchísima gente, que fue llevada al
punto de partida de la caminata por los tradicionales «bondis» (autobuses),
pagados del bolsillo insondable del Estado; hacía punta el diputado hijo de la
vicepresidente.
El Día de la
Memoria conmemora una fecha considerada por el oficialismo como trágica, el
golpe de Estado contra el gobierno de María Estela Martínez Cartas de Perón,
apodada Isabelita (anoto este dato con el máximo respeto). La intervención
militar quebró el orden constitucional, pero fue recibida con aprobación por la
ciudadanía en general, que vio confirmados así los rumores que circulaban con
abundancia desde hacía meses; buena parte de la población esperaba lo que
ocurrió. La situación del gobierno ya se hacía insostenible: rotundo fracaso de
una fluctuante política económica -aunque gloriosa comparada con la que ahora
nos empobrece- y violencia desatada entre las organizaciones subversivas (el
pseudoperonista «Montoneros» y el izquierdista ERP, «Ejército Revolucionario del
Pueblo») por un lado; y por el otro la Triple A (Alianza Anticomunista
Argentina), dirigida por el ministro favorito José López Rega.
El General Perón,
en su breve tercer mandato presidencial, había decretado la aniquilación de los
Montoneros y del trotskista ERP, pero él sostenía que como delincuentes que
eran debían ser combatidos por la policía; no quería la intervención de las
Fuerzas Armadas. Si el Dr. Ítalo Luder, más allá de su interinato, se hubiera
hecho cargo del Poder Ejecutivo, probablemente la irrupción militar no se
habría producido; según declaró mucho después, no quiso ser «desleal» a la
presidente. La lealtad es un dogma peronista desde 1945.
El Día Nacional de
la Memoria convoca a quienes repudian la represión ejercida contra los criminales
que ponían bombas, que mataban cada vez decenas de personas, asesinaban
militares, policías y empresarios, secuestraban, con rescates millonarios, e
incluso intentaron apoderarse de unidades militares. Esos años de guerra
interna con derroche de sangre Argentina, están documentados en los excelentes
libros de Juan Bautista Yofre y Ceferino Reato. Podemos decir que ese período
de guerra interna comenzó en 1969, con el asesinato del Teniente General Pedro
Eugenio Aramburu.
El General Perón,
desde su exilio en Madrid, envió jóvenes a Cuba y Vietnam, con cartas de
recomendación a Fidel Castro y Ho-Chi-Minh, para que fueran instruidos en el
arte de la guerra de guerrillas, que consideraba necesaria para recuperar el
poder. Los Montoneros fueron una creación suya; se integraron en ella jóvenes
de clase media y media-alta, universitarios y grupos de movimientos católicos y
nacionalistas, que ya habían hecho suya una retórica marxista. «Tacuara» fue un
ejemplo eximio. Los montoneros fueron también, en buena medida, hijos de la
Iglesia Católica; que seguían las orientaciones ideológicas de los «Sacerdotes
para el Tercer Mundo».
La fuente era una
interpretación politizada del Documento de Medellín; y de los planteos que se
difundieron como teología y pastoral en nombre del «espíritu del Concilio».
Contra ellos se pronunciaron, siguiendo a Pablo VI, teólogos y filósofos como
Hans-Urs von Balthasar, Henri de Lubac y Jacques Maritain. La utopía de la
consagración a los pobres se tiñó con el rojo de la dialéctica marxista. La
confusión doctrinal y práctica fue muy grande, y de ella participaron
sacerdotes diocesanos y religiosos, seminaristas y laicos; hubo sacerdotes que
guardaban en sus parroquias armas de la guerrilla. En mi opinión, la autoridad
eclesial todavía no ha reconocido la parte que cupo a gente y organizaciones de
la Iglesia -en niveles de mayor o menor complicidad- en la tragedia de los años
70. Mala memoria.
El recuerdo de
aquellos hechos pasados y de la fuente ideológica que los inspiró, responde a
la noción académica de memoria. Así se llama, en primer lugar, la potencia del
alma que constituye el sujeto por el cual se retiene y recuerda el pasado; y el
mismo nombre recibe el ejercicio de tal facultad, con las noticias y demás
datos referidos al asunto en cuestión. El ejercicio de la memoria suele ser
iluminado por una concepción intelectual, por una «visión del mundo», una
weltanschauung, como dicen los alemanes; ésta, por cierto, suele ser imperfecta
en su formulación, parcializada, ideológica. Volviendo al desarrollo histórico
de los hechos, se puede decir que el desvío de la opinión católica
(progresismo, tercermundismo) fue contemporáneo de la versión marxista del
peronismo. Detrás de esta comprobación está la cuestión más amplia de las
relaciones del peronismo con la Iglesia en la Argentina, desde los años 40 del
siglo pasado.
Perón advirtió
tardíamente que su criatura, los Montoneros, en realidad no eran peronistas,
que no estaban dispuestos a someterse a su autoridad, que el «socialismo
nacional» que decían profesar era en realidad marxista, y que había elaborado
sus propios planes. Al regresar de su largo exilio de 18 años, y convertido en
presidente de la Nación por tercera vez, él en su breve mandato y luego su
esposa y sucesora, decidieron la aniquilación de los «subversivos», tanto
pseudoperonistas de las distintas bandas (Montoneros, Fuerzas Armadas
Revolucionarias, FAR, y Fuerzas Armadas Populares, FAP) y trotskistas del
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
La represión no
comenzó el 24 de marzo de 1976; los militares perfeccionaron lo que ya se hacía
y lo incorporaron a las estructuras del Estado. Las Fuerzas Armadas asumieron
oficialmente el rol que Perón deseaba evitarles proponiendo el protagonismo de
la policía, a la cual correspondía luchar contra la delincuencia. La toma
del poder se presentó ambiciosamente como «Proceso de Reorganización Nacional».
La experiencia dejó ver que no reorganizó nada. «No hay plazos, sino
objetivos», decían, con una ingenuidad o ignorancia asombrosa, atrapados en una
contradicción esencial: una dictadura que se propone restaurar la democracia,
mientras los políticos esperaban su nuevo turno y todo el pueblo miraba.
La política
económica liberal fue un fracaso que agravó las condiciones de pobreza (la «hoz»
de Martínez), como se decía con humor fúnebre en referencia al Ministro de
Economía, José Alfredo Martínez de Hoz. No me propongo ahora analizar todos
esos años, desde 1976 a 1983; simplemente lo anoto como otra de las
frustraciones argentinas. Le debemos al Proceso que nos haya librado de
convertirnos en otra Cuba o en otro Vietnam. Pero, ¡a qué costo! Dejó sobre
nuestros lomos la mochila de los desaparecidos. Reconozcamos que no era fácil
en el contexto ideológico y político internacional emprender la represión del
fenómeno amplio y profundo del ataque marxista al Estado Nacional, que contaba
con una trama de complicidades abrumadora.
El Proceso adoptó
la metodología empleada por Francia en Argelia, contra los que luchaban por la
descolonización. Un método gravemente inmoral, que tuvo entre nosotros
consecuencias culturales y sociales lamentables, que todavía hoy estamos
padeciendo; una de ellas -no menor- es la mentira que hace posible un Día
Nacional de la Memoria. Consigno
un detalle poco conocido, pero que permite juzgar acerca de los caminos
adoptados. Después del vil asesinato del Jefe de policía, el Comisario Villar y
de su esposa, le fue ofrecido el cargo, sucesivamente, a dos generales
intachables, Buasso y Mugica; no aceptaron, porque pusieron como condición que
la represión no podía hacerse con la metodología inmoral y políticamente
funesta que se había adoptado, sino derechamente, de acuerdo con la ley moral y
al poder que al estado le cabe de proteger a la sociedad mediante disposiciones
claras y justas, salvaguardando la vida y los bienes de los ciudadanos. Así lo
entendieron Platón, Aristóteles y la tradición cristiana.
Las consecuencias
negativas del camino adoptado, copia de la hipócrita metodología de Francia en
Argelia, se continúan hasta nuestros días, y cientos de militares han sido
también víctimas. Los miembros de las juntas que integraron el proceso fueron
condenados; muchos guerrilleros centrales transmutaron y alcanzaron puestos de
gobierno. Se manipuló el concepto de «lesa humanidad», de modo que muchos
militares murieron en la cárcel sin estar condenados con sentencias firmes,
según corresponde a la justicia. Actualmente, después de casi medio siglo, son
llevados a juicio oficiales de baja graduación. Sobre estas iniquidades se cierne
el silencio, que permite que se confunda la justicia con la venganza. Los
partidos políticos que gobiernan tras el ocaso del Proceso han constituido, en
nombre de la democracia, una casta que es mantenida por la pobreza de los
ciudadanos.
Como es sabido, el
montonero Labraña inventó el mito de los 30.000 desaparecidos, que sigue siendo
agitado por las señoras de pañuelos blancos; le hacen el juego hasta los
partidos de oposición. La gobernadora María Eugenia Vidal, durante su mandato,
promulgó una ley según la cual en la Provincia de Buenos Aires es obligatorio
reconocer aquel mito, que resulta ahora difícil de desarraigar. En el libro Nunca más, que recoge la investigación
producida por la Comisión Investigadora designada por el presidente Raúl Alfonsín,
se habla de un poco más de 8000 personas desaparecidas; según otros datos
autorizados sería un número algo menor, ¡un horror, de cualquier manera! Son
crímenes que aún pesan sobre la conciencia nacional. Pero es preciso
desenmascarar la campaña «memorista», pergeñada por el actual gobierno
bicéfalo, incompetente y corrupto. Es una memoria falsa, mendaz, apoyada en una
justicia que lleva tapado un solo ojo.
Se ha hablado,
para caracterizar aquellos años, de la teoría de los dos demonios, pero la
izquierda en general no acepta reconocer como lo que fueron los crímenes de las
organizaciones subversivas. ¿Cómo se puede considerar demonios a los «jóvenes
idealistas»? Quienes proponen celebrar el 24 de marzo como como Día de la
Memoria rehúsan aceptar que en aquellos años negros hayan actuado dos demonios;
según ellos hubo uno solo: los militares que nos liberaron del comunismo. Se
dice «demonio» en sentido figurado o acomodaticio, pero la teoría antedicha es
un término perfectamente claro para describir lo ocurrido. Yo podría adscribir
a él. Sin embargo, prefiero otra caracterización que se me ocurre, a partir del
recuerdo de una escena evangélica. Durante un exorcismo practicado por Jesús
(Lc. 8, 27-31), el Señor increpa al espíritu inmundo pidiéndole que se
identifique: «¿cuál es tu nombre?». Responde el diablo: «Mi nombre es Legión,
porque somos muchos». El relato de San Lucas tiene una continuación extraña:
los diablos ruegan a Jesús que si los expulsa del poseso los deje entrar en una
piara de cerdos que allí pacía. Tras el permiso, los demonios se apoderaron de
los cerdos y los precipitaron al mar; los dueños, pragmáticos, le pidieron a
Jesús que se alejara de esa región.
Quizá la
referencia evangélica puede ilustrar el estado de la sociedad argentina de
entonces. Legión: cómo demonios sueltos o ánimas en pena coparon el escenario
en que se debatieron protagonizando una tragedia, y nos han dejado su carga de
confusión y mentira. Hay un solo camino para consolidar una memoria auténtica:
la verdad; es necesario descubrir o redescubrir la verdad, que es la realidad.
Es un itinerario a recorrer con humildad y sinceridad, con recta intención ante
Dios y ante la historia -la que habrá que escribir-. Así podrá evitarse que el
mito, solidificado, y arrogante, entre y se imponga en los futuros textos de
historia. Desgraciadamente se ha colado en el sistema educativo. No resulta
nada sencillo iniciar un movimiento de revisión. A pesar de la experiencia
revisionista, obra de ilustres autores, algunos mitos han sido tragados por la
sociedad argentina, y se han hecho carne en ella. ¡Que no ocurra lo mismo con
el 24 de marzo!... Lo siento, no soy optimista.